miércoles, 16 de mayo de 2018

Haití.

Toussaint-Louverture (1743-1803)

Escrita por Enrique Bernardo Núñez en mayo 1941.
Tomado del libro “Viaje por el país de las máquinas”. Biblioteca Ayacucho, 2017.

La bandera azul y roja flota bajo el cielo de Haití, la antigua Quisqueya, la montañosa, LA Española. La tierra de Anacaona y del rey Bohechio de quienes habla tan prolijamente el padre Las Casas. La tierra de los areytos  indios y de los ritos africanos, de los terribles conjuros a la luz de la luna. La isla donde el blanco comete sus primeras perfidias y se encienden los primeros fuegos de la libertad. Es la fiesta de la bandera. El 18 de mayo de 1803 Dessalines futuro emperador suprime el blanco del pabellón francés y enarbola esos dos colores. Por todas partes se lee: “Homenaje al presidente Lescott”. Celébrese también la iniciación de un nuevo período presidencial.

La carne negra reluce bajo los andrajos. Hombres y mujeres medio desnudos junto a las frutas raquíticas extendidas en el suelo. Tienen en los ojos la sombra de un dolor apenas olvidado. Esa raza tan humilde y miserable ha combatido bravamente por su libertad. Cuando Simón Bolívar implora el auxilio de Pétion, el “hombre que no hizo derramar lágrimas a sus conciudadanos sino el día de su muerte”, según reza una descripción en el modesto monumento que le está consagrado, ya los haitianos tenían su experiencia. Se habían rebelado contra el blanco. Habían tenido su guerra a muerte. Habían opuesto tenaz resistencia a los franceses enviados a someterlos. Habían tenido su imperio, sus guerras civiles, y por último habían proclamado la República. El blanco había capitulado ante los negros rebeldes. La lucha adquiere así en Haití la plenitud de su significado liberador. No se trata de un grupo de criollos y europeos que quieren fundar su república, sino de la liberación de una raza oprimida, la liberación de la raza negra. En las escuelas de Haití se puede enseñar así que Simón Bolívar, siguiendo el ejemplo de los fundadores de la emancipación de Haití, quería también libertar a su país de la dominación de España. (Tengo a la vista un compendio de [la] historia de Haití por Windsor Bellgard, exalumno de la Escuela Normal Superior Secundaria en el Ministerio de Instrucción Pública, Oficial de Academia, etc., etc.). A cambio de ese auxilio Pétion solo exige la liberación de sus hermanos de raza en toda la América española. Libertad de la que luego no se habló más. Los criollos propietarios harán mucho tiempo dela vista gorda, no obstante los decretos y las promesas. Viene a ser la emancipación de los esclavos durante la primera mitad del siglo XIX uno de tantos lemas románticos, motivo de discursos y litografías. El temor a las castas es uno delos mayores obstáculos que encuentra la independencia entre los blancos dueños de la tierra. Pero también el esclavo llega a ser compañero del blanco en los campamentos, y aun admitido en el Olimpo de los héroes. Montilla (Quizá se refiera a Mariano Montilla), entre otros, amenaza con lanzar cien mil negros para decidir a los más recalcitrantes. En Haití los negros acuden a la rebelión contra los amos que se niegan a ejecutar los decretos liberadores de la Convención. Entre unos y otros no hay otra relación sino el foete y los suplicios, el trabajo y la miseria. Un Marqués de Caradeux entierra vivo y de pies a uno de sus obreros más hábiles, y luego le deshace a pedradas la cabeza que ha dejado fuera. Los blancos pasean en lujosos coches y celebran grandes festines. Se creían nacidos en un mundo feliz donde otros debían trabajar para ellos. Y esta creencia la defendían como un derecho. Otros, en cambio, habían nacido para ser azotados. Grandes señores tenían el privilegio del comercio de negros. Una noche las plantaciones arden y quedan reducidas a cenizas. Los amos son degollados. La libertad decretada por los comisarios de la Convención.

El más ilustre de los servidores del ideal de liberación de su raza es, sin duda, Toussaint-Louverture, quien se eleva de la condición de simple esclavo hasta merecer el odio del primer Cónsul. Toussaint tiene todos los rasgos de las almas grandes. Napoleón lo hizo arrojar en una prisión donde sucumbió tras pocos meses de cautiverio. Toussaint ambicionaba para los suyos los conocimientos del blanco. A fin de adquirir experiencia en los asuntos militares llega hasta enrolarse en las tropas españolas. Es el ideal de todos los que luchan por la liberación. Dessalines solo perdona la vida a los artesanos, a los que tienen conocimientos científicos.

En 1804 Dessalines se proclama emperador. Hay en todo esto un cierto sincronismo con los sucesos políticos en Francia.  Puesto que en Francia había un emperador, el título de gobernador vitalicio parecía insignificante a Desslines. En cambio, [Faustin-Élie] Soulouque lo hace dos años antes que Napoleón III en 1849. Hubo también un presidente, Cristóbal [Henri Christophe], que forma en el norte de la isla un reino aparte. Este Cristóbal emprende grandes construcciones, entre otras el castillo de las 365 puertas. Cristóbal protege las artes, la agricultura, la instrucción pública. Estos reinados son breves y terminan de manera sangrienta.

Haití exporta pacas de fibras de maguey. Las casas de los nuevos colonos se levantan en medio de las plantaciones. En torno de estas casas la misma gleba de los bajos salarios que permiten mayores y seguras ganancias. Se trata en realidad de una nueva organización colonial. Una organización algo distinta a la anterior. Y uno se pregunta si no habrá otro cambio, si esa misma organización colonial no recibirá otra forma. Si no estará a punto de producirse ese cambio. Es en Fort-Liberté, a pocos kilómetros de la ciudad del Cabo, capital de del reino de Cristóbal, precisamente cerca de los montes donde resonó en la noche el tambor que convocaba a la rebelión. De esa gleba sudorosa se elevó Toussaint. Una suave brisa estremece las aguas de la bahía solitaria sobre la cual cae la menguante de una luna de mayo. Por supuesto, Haití tiene su lotería.

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