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sábado, 4 de agosto de 2012

Fui "El acompañante" por una noche

Foto y diseño: Simón Barrios Bravo

 Fui “El acompañante” por una noche.

por Bruno Mateo.


Hablar de la dramaturgia de Isaac Chocrón (1930-2011) es entrar en un terreno fértil de destreza escritural y de mucha imaginación. Su discurso es altamente penetrante. Va erosionando los sentidos de los espectadores hasta llevarnos hasta la cúspide de la emocionalidad. De eso no escapa “El acompañante”, una historia sencilla que nos cuenta del encuentro de Estela Ramírez, cantante  de ópera un poco devaluada, con José Lara, un acompañante a quien ella pretende contratar. La manera como está escrita la pieza es envolvente con un tono de suspenso. Unas acciones se suceden unas a otros sin dificultad hasta hacernos adentrar en el espacio de la casa oculta del sol por las cortinas y envuelta por el aire acondicionado central de Estela en pleno Maracaibo. El diálogo de ambos personajes, acompasados por las más famosas arias operáticas y la voz de todos los tiempos María Callas, son extremadamente inteligentes. Denotan algo conciso, pero connotan lo contrario; es por ello que esta pieza requiere de dos actores que sepan leer entre líneas. Necesitan conocer la ambigüedad del lenguaje. Saber utilizar los silencios, las medias verdades, lo oculto…el suspenso. No cabe duda que María Teresa Haiek quien interpreta a Estela Ramírez agarró el personaje para sí. Lo hizo suyo. No hay personaje. ¿Paradoja? ¡No! Su actuación es tan creíble que el “ente de papel” se convierte frente a nuestros ojos en alguien de carne y huesos. Para mí, en lo particular, eso es la actuación. Ella  se recrea a sí misma. Se reinventa. Nos conduce a la vida de una mujer entrada en años con ganas y deseos de vivir, pero que se ve enterrada en una casa allá en la “tierra del sol amada”. El decir de Haiek es tan suave y tan lógico que se convierte en  un arma poderosa que golpea la habitualidad del público. Anoche 3 de agosto en la sala Cabrujas de Chacao pasó algo. Algo que nos estremeció. Algo que hizo temblar la comodidad consuetudinaria de todos los días. Debo inclinar la cabeza frente a esta actriz y maestra de actuación porque en mucho tiempo no había visto a ningún intérprete poseer de una  manera tan verdadera de un personaje literario.

Por su parte, Domingo Balducci en el rol de José Lara, el acompañante, hizo lo propio. Su interpretación de un hombre ambiguo fue convincente. Él le imprimió un toque de extrañez bien interesante. No logramos definir muchos aspectos de la vida de Lara. Eso es de aplaudir en la performance de Balducci. Esa ambigüedad muy de la dramaturgia Chocroniana, la vemos también en personajes como Eloy en “La revolución”,  los personajes de “La máxima felicidad”, entre otros. El personaje concebido por el actor está lleno de misterio. Él logra los cambios que requiere “Lara” y eso lo notamos por el diálogo y el manejo de la voz. Sus parlamentos fueron dosificados y poco a poco vimos  a alguien completamente obstinado de seguir viviendo en una rutina en una ciudad, que para el momento en que fue escrito el texto, apartada de la vida del champán y del paté.

La dirección y puesta en escena del novel Daniel Mago nos deja una grata satisfacción. Vemos y sentimos que sí hay otra generación de hacedores del teatro capaz de abordar un texto tan rico en matices como el de “El acompañante”. Mago se centra principalmente, a diferencia de la mayoría de los nuevos directores, en las actuaciones. He aquí el acierto. Para mí, si no hay actores entregados y que entiendan lo que dicen y hacen una puesta en escena no se sostiene. Todos los movimientos fueron justificados y lógicos. La musicalización estuvo precisa. Daniel haciendo gala a su apellido Mago hizo un buen acto de ilusión. Nos lo hizo creer. Nos movió algo.

Es de acotar que la imagen hecha por Simón Barrios Bravo es tremendamente sugestiva. Muy hermoso el programa de mano.

Felicitaciones a todo el equipo de Amarcoteatro por honrar la dramaturgia del maestro Isaac Chocrón.

Las funciones de “El acompañante” son hasta el domingo 19 de agosto en la Sala Cabrujas. 3era. Avenida de los Palos Grandes, C.C. El Parque, nivel C-1. Chacao. Viernes y sábados 8 pm. Domingos 6 pm.

lunes, 2 de julio de 2012

Ellas son las más fuertes.




Ellas son las más fuertes.

Por Bruno Mateo

Caracas, 2 de julio de 2012



Dentro del XI Encuentro de institutos de formación teatral se presentó el domingo 1 de julio de 2012 a las 3 pm en el Teatro Nacional en Caracas, la pieza La más fuerte de August Strindberg (Estocolmo 1849-1912)  proyecto llevado a cabo por el recién y felizmente aparecido grupo Las tres gracias conformado por actrices egresadas de la Escuela nacional de artes escénicas César Rengifo y de la Ucv. Esta pieza de dos personajes femeninos-solo una habla, “Señora X”; la otra escucha, “Señora Y” (Amelia) nos muestra cómo las relaciones amorosas entre tres puede perjudicar la vida de los involucrados. La relación triangular: dos mujeres, un hombre. La mujer que habla se refleja en la mujer que escucha. Al final, las dos son víctimas de su condición de ser mujer. Mujer destinada, al momento en que se escribió el texto acaso no en este momento histórico en que vivimos, a complacer al hombre.

            La puesta en escena y dirección general de Sheila Colmenares es atrevida. Atrevida en tanto tropicaliza una obra sueca con elementos propios de nuestra identidad: el bolero, el chiste que esconde el juego verbal sexualizado de los latinoamericanos, la voluptuosidad de las mujeres. La puesta es una especie de híbrido. Una mezcla de técnicas de actuación: la organicidad, el varieté, la interacción directa con el público, los movimientos propios de la biomecánica, todos con los boleros de La Lupe cantados  en vivo.  El montaje pasa de la comicidad;  de la diversión al drama; de la cantante simpática  a la mujer amante de un hombre casado envuelta en su propia baja autoestima; de la mujer irónica a la mujer rabiosa por estar atada a un hombre que no la ama. Es un trabajo muy rico en matices. Tal vez, no apto para ojos puristas del teatro. A aquellos espectadores acostumbrados al género natural y gracioso del teatro les chocará el montaje.

            En cuanto a las actuaciones, Estephanie Carrizales, quien interpreta a la “Señora Y (Amelia)” desbordó sensualidad en el escenario. Su voz sonora y melodiosa quedó en perfecta armonía con la cadencia del bolero. Sus reacciones frente al monólogo de la “Señora X” fueron espontáneas y coherentes con las palabras oídas. Muy buena su interpretación. “La Señora X” fue desarrollada por Vanessa León. Su interpretación estuvo muy acorde con la puesta. No era la típica mujer sufrida. Era una mujer voluptuosa que viene a reclamar, irónicamente al principio , a la amante de su esposo, pero después vemos cómo se transforma en una mujer con mucha rabia contenida. Su voz se escuchaba fuerte y contundente en todo el teatro. Ambas interpretaciones son dignas de admirar.

            Concluyo, invitando al grupo Las tres gracias que continúen el duro sendero del teatro. Les aseguro que comenzaron con buen pie.

domingo, 3 de junio de 2012

Los niños de la calle toman el escenario

Los niños de la calle toman el escenario
Por Bruno Mateo


Obra: Vicente Miguel PataCaliente

Autor: Robert Thompson

Grupo: Teatro La Baraja

Dirección: Luis Alfredo Ramírez.

Lugar: Teatro Alberto de Paz y Mateos, av. Andrés Bello, Caracas.

Fecha: sábado 02 de junio de 2012.







            Un trabajo que merece recomendarse porque , primero, nos encontramos con un texto inteligente para niñas y niños, en donde se  utiliza la metaficción, cuando toma  Orlando Araujo (1927-1987) como personaje de la historia de la dramaturgia. Es de acotar que Araujo fue un escritor, economista, poeta, profesor universitario, periodista y guionista de cine y televisión venezolano. El creador del personaje Miguel Vicente PataCaliente. Robert Thompson logra un excelente texto en donde el protagonista Miguel Vicente PataCaliente, niño de la calle o en situación de calle vive una aventura ayudado por su amigo y pana Chande, niño de la calle explotado en la industria manufacturera. La pieza enseña sin dejar a un lado el entretenimiento. Una dramaturgia de denuncia en boca de unos niños. Muy entretenido y segundo porque es una puesta en escena vibrante con buenos vestuarios y la música original de Jonathan Angarita es fascínante.

            El montaje a cargo de Luis Alfredo Ramírez fue digno y responsable. Logra darle la impronta de seriedad en cuanto a la metodología del montaje. La narratología de los hechos es llevada con bastante tino. Una acción tras otra de manera ascendente. De menor a mayor complejidad hasta lograr el desenlace feliz. Todo es riguroso en cuanto al andamiaje de la puesta en escena.  Un trabajo refrescante y divertido. Lleno de colores que contrastan con el negro del escenario.  Una escenografía que consta de tres “backings”  dibujados ingenuamente es todo lo que se necesita para recrearnos los ambientes necesarios de la historia. Los vestuarios muy acordes con cada situación, destacándose el de las Señoritas Sociedad.

            Las actuaciones están muy bien logradas.  De entre las tres señoritas sociedad hay una de ellas, la de rojo, que, le sugiero, desde el respeto que se merece, le imprima un poco más de energía en su actitud y más firmeza en la voz independientemente de la concepción del personaje. El actor Diego Mora  que interpreta a Vicente PataCaliente tiene una excelente expresión corporal. Demasiado aniñado para mi gusto. Tal vez si logra romper con el clisé del niño ficcional que creamos los adultos le iría mejor. Buena presencia escénica. En cuanto a su compañero el actor Slavko Sorman, quien personifica a su amigo Chande logra totalmente al niño  de la calle. Irradia mucho talento y seguridad en escena. Su expresión corporal es menos depurada que Mora, sin embargo es justa y precisa para la caracterización. ¡Felicitaciones por su trabajo!, igualmente debe felicitar a la actriz Jennifer Urriola quien hace el   personaje que se roba el corazón del público. Encantadora su personificación de la cubana. Las señoritas Sociedad están bien, pero pudieron estar mejor. Tienen los mejores vestuarios. Su imagen es atractiva y son las malas de la obra. Los personajes de villanos siempre son los que más resaltan. En esta ocasión no lo hicieron. Cumplieron dignamente, pero pudieron sacarle más. El actor José Vicente Lezama que interpretaba a Orlando Araujo está bien. Es un joven actor que poco a poco adquirirá más destreza en el escenario para sacarle más  a un personaje narrador.

            El montaje de Miguel Vicente PataCaliente es hermosamente inteligente digno de pararse en cualquier escenario que le venga por delante.


lunes, 21 de mayo de 2012

Cuando el “Dos” es uno

En la foto: Félix Oropeza.


Cuando  el “Dos” es uno
por Bruno Mateo

Un domingo por la tarde en Caracas, se nos invita a pasear y a reconciliarnos con el espacio que nos brinda la ciudad. Nos llama a contactar a los otros, alejados de la cotidianidad obligada de los días laborables. Aquí, por lo general, salimos con las personas a quienes apreciamos realmente, si de paseos se trata, o caminamos solos, abriendo nuestros sentidos para atrapar las energías positivas de alguien o de algo. Hay que dejarse maravillar por lo que nos puedan brindar aquellos creadores de espacios distintos a esta dimensión. Con ello me refiero a  los artistas del escenario.
Ayer, tuve doble tanda teatral, dentro de este gran movimiento cultural  que está ocurriendo en este momento histórico que me tocó vivir, primero vi la obra infantil “Sintonía o…hay un extraño en mi casa” (1991)  de Elio Palencia, dirigida por Jennifer Flores para el reciente grupo Margo Producciones en el Teatro Nacional (1905) y luego vi, gracias a la magia de causalidades, el grupo de danza Agente Libre con su espectáculo “Dos” coreografiado por Félix Oropeza en el Teatro Municipal de Caracas (1881), del cual me ocuparé en seguida. Estas líneas son escritas por alguien que no es bailarín, pero  que es amante del movimiento, de los cuerpos acompasados con música que dibujan figuras y sensaciones en el  espacio vacío de mi imaginación. Es una percepción de alguien que hace y escribe teatro sobre el sublime arte de la danza.
El trabajo “Dos” se compone de cuatro piezas de dos intérpretes cada una, si se toma en cuenta al esqueleto de utilería en la tercera parte como un personaje, que para mí lo era. Las piezas son, en estricto orden de aparición: “La huida”, bailarines: Ana Chin y Félix Oropeza: “Tregua”, bailarines Ronny Méndez y Yuli Parica;  Perro sato”, bailarín Félix Oropeza con esqueleto y por último, “Nocturno cero”, bailarines Luigiemar Gómez y Jhon Lobo.
El espacio vacío era el escenario de las coreografías, solamente las luces, bellamente iban grafiando el ambiente, al igual que las proyecciones pegadas en la pantalla o ciclorama de atrás del escenario.
La huida” son dos seres grises que se acompasan como sombras reflejadas en el espejo. Félix Oropeza es un bailarín de cuerpo grueso mientras que Ana Chin es una figura liviana. El eterno juego de los impares que aparean. La delicadeza de las líneas al estirar el cuerpo hace que los brazos de Chin se alargue dibujando sendas caminos en el espacio, mientras que Oropeza como  fiel reflejo la sigue con movimientos sincrónicos. Desde la butaca se percibe  el diálogo que tenían ambos bailarines con una perfecta conexión de dos.
Tregua” es una pieza con mucha fortaleza, la bailarina Yuli Parica, de contextura atlética centra el foco de atención, lo que no significa que Ronny Méndez no haga lo propio. Aquí continúa la dicotomía de dos seres: macho y hembra. Ella muestra su piel, él, por el contrario, lo oculta con un vestuario que cubre sus brazos. La falda oculta sus piernas. Ambos llenan el espacio con una especie de persecución en alguna dimensión. La iluminación colabora mucho en cuanto a crear una atmósfera enrarecida. Aquí quisiera poseer más conocimiento de la danza para poder expresar con claridad la buena ejecución  de la  bailarina Yuli Parica. Su cuerpo es como una plastilina suave y fuerte a la vez que corta con piernas y brazos el aire al abrirlos. Una buena interpretación que es complementada por su compañero que se pliega dignamente a su ejecución.
El perro sato” interpretado por Félix Oropeza quien funge de titiritero con un esqueleto como utilería. Una pieza sobre nuestra querencia con la muerte. Esa relación amorosa que tenemos los seres humanos con nuestros seres queridos fallecidos ¿olvidados? por la memoria. El cuerpo grueso de Oropeza nos da esa sensación de energía contenida a punto de estallar, tal cual, lo hace en la propia coreografía. Todo comienza  con movimientos de manos que trazan líneas ondulantes hasta llegar a una explosión en el cuerpo del bailarín, tanto es así, que cae al escenario por un pequeño resbalón, no obstante. Su cuerpo fornido hace que rebote manteniendo así la dinámica de la composición. Es una pieza que besa a la muerte con la sutileza de la seducción. Aquí, cabe la pregunta, ¿quién seduce  a quién? ¿La muerte al hombre? o ¿el hombre a la muerte?
Y por último, “Nocturno cero” bailado por Luigiemar Gómez y Jhon Lobo. Pieza que nos lleva a un estado febril, como de aquel que se va de la vida y se va desnudando, más bien, desgarrando. El elemento del vestuario ayuda mucho con esta sensación de ir despedazándose  en el camino. Aquí, la entrega a la pieza fue fundamental. La conexión entre ambos bailarines hizo que se produjera esa explosión de disparos que al igual que en la música nos lleva por derroteros de la angustia de que algo va a venir. Lobo lleva la batuta de la coreografía con sus pasos firmes y cuidando que los pedazos de vestuario, el cual fue hecho de papel, no perjudicara la dinámica. Sus brazos son lanzados al espacio como si quisieran agarrar algo. Cuando ambos bailarines se amalgaman hasta  producir una masa uniforme hace que nos demos cuenta de que esos dos  siempre son uno.
Debo decirlo con mi lenguaje torpe e ignorante de la danza, gracias por brindarnos unas coreografías llenas de magia. Por lo menos en mi, produjo una sensación de que presencié un acto verdaderamente mágico y artístico.

Caracas, 21 de mayo de 2012.



domingo, 8 de abril de 2012

La vieja Josefina

La vieja Josefina Por Bruno Mateo Obra: Josefina, la viajera Autor: Abilio Estévez Grupo: Teatro El Público (Cuba) Dirección general: Carlos Díaz Lugar: Teatro Municipal de Caracas Fecha: 07 de abril de 2012. Monólogo interpretado por el veterano actor cubano de televisión y teatro Osvaldo Doimeadiós, quien se ha especializado en personajes característicos, tendentes a la comicidad, esta vez de la mano del director Carlos Díaz trae a escena Josefina, la viajera de Abilio Estévez, un trabajo arduo, no solamente por la duración del montaje, el cual fue de una hora y treinta minutos, sino por la exigencia en la concepción de este personaje que dice tener más de cien años. La historia se refiere a un viaje ¿imaginario? que hace Josefina desde que abandona la casa paterna en el Oriente de Cuba para llegar a la Habana con el deseo de ver izar la bandera que sentenciaría a la isla como República. El periplo realizado no lo hace sola porque lleva a cuestas a manera de espejos a su hermana, quien no es más, según mi interpretación, que su propia imagen. Otra realidad de ella misma. La puesta en escena fue limpia y honesta, es decir, no hubo jactación de imágenes impactantes que buscan el estremecimiento del público, por el contario, las imágenes, o lo que sería para el cine la fotografía, son productos lógicos, teatralmente hablando, del diálogo que su vez produce acciones, emociones y viceversa. La dirección del monólogo apunta hacia un objetivo claro: el viaje a través de la imaginación. Esa herramienta poderosa que tenemos los seres humanos para crear, destruir o hacer lo que nos venga en gana, y en el caso de Josefina, que la usa para viajar por la cubanía. Es toparse con la imagen identitaria de una verdad, aunque con esta pieza “la verdad es un juego que contiene muchos espejos”. Los vestuarios completamente simbólicos al igual que los elementos de utilería, encajan perfectamente con la puesta onírica con visos góticos esbozados por los colores, la iluminación semi oscura en buena parte del montaje. Carlos Díaz maneja dos estilos dentro de una misma puesta. El uso de la energía provocada por los movimientos, sean rápidos o lentos, que el actor que ejecuta para caracterizar a los distintos estadios del personaje. Una técnica grotowkiana. La otra cuando rompe y la graciosa Josefina interactúa, directamente, con la audiencia. Ella busca su zapato que nos asegura que los dejó en el escenario. Un momento esplendoroso que logra el actor Doimeadiós lo que hizo valerle la espontánea ovación del público por medio de los aplausos. Justo allí cuando se sienta en el proscenio a conversar “orgánicamente” con los espectadores es cuando vemos a la técnica stanislavskyana. De la interpretación de Osvaldo Doimeadiós se puede hacer una monografía, pero todo me llevaría a decir que fue deliciosamente atractiva. Mis felicitaciones hacia ese maestro de la actuación. Estoy seguro de que los muchachos que servían de soporte en la puesta aprenden en cada función el goce de la técnica y arte de la actuación. Hubo momentos en que sentí el peso del tiempo. Por momentos breves, pero hay que acotarlo. Lo único que puedo decir, y he aquí mi gusto personal, es que el final del montaje, o mejor dicho, los últimos diez minutos se hacen monótonos, tal vez, porque venimos de una “guachafita” cuando Josefina “jode” con el público. Sin embargo, no hace mella en la impecable puesta en escena de Josefina, la viajera.

Por favor, aún no.