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miércoles, 19 de junio de 2019

Arreo de la sabana, Monja de la buena suerte, Monstruo del Ávila.



Arreo de la sabana.

                De esta aparición maligna hablan aún en Maturín. Cuentan que Papá Juan Ruiz, un ganadero de recio carácter, iba cruzando la noche sabanera, con su propia recua de mulas y sus peones de confianza, cuando vieron venir a lo lejos un arreo. Se dieron cuenta de que era de burros, por los fuertes rebuznos. Pero aquellos rebuznos parecían carcajadas. Arreció una fuerte ventolera, como amenazando aguacero y todos sintieron escalofríos. Una súbita pestilencia revolvía las tripas y se sentía un frío agudo y repentino. La noche pareció detenerse, la luna se escondió tras gruesas nubes, no se veían las estrellas.

                Cuando estuvieron cerca vieron que el primero de la comitiva, el hombre que conducía el arreo, no tenía cabeza. Tampoco la tenía ninguno de los otros jinetes, ni siquiera los burros de los arreos, que eran más de una docena y seguían rebuznando y riéndose.

                Uno de aquellos descabezados, un hombre oscuro, brincó a la grupa del caballo de Papá Juan cuando éste enfurecido disparaba al aire. El caballo echó a correr monte adentro, como arrebatado por el mismo Lucifer, mientras seguían estallando alrededor los rebuznos o carcajadas de aquellos burros infernales.

                El que se topa con el “arreo de la sabana” tiene que invocar a la Santísima Trinidad, esa es la contra.  Y no se le puede maldecir, ni dispararle, porque el espanto “se le pega a la pata”, como pasó a Papá Juan. Y dicen que no suelta a su víctima hasta que se la lleva.

Monja de la buena suerte.

Hay un fantasma que la gente en falcón ansía ver. Se trata de Sor Lérida, la monja de la buena suerte. Según la tradición, esta monjita vivió en Coro en el siglo XIX. Amaba a los animales y al ver a un capataz golpeando a un pobre burro con un enorme garrote, Sor Lérida intervino. No se sabe si fue adrede o por accidente, pero la buena mujer recibió sobre su cabeza el golpe dirigido al asno y falleció en el acto. Poco tiempo después, un hacendado la vio, y desde ese día, su hacienda prosperó. Contaban que todo aquel que la veía obtenía instantáneamente una increíble buena suerte. Desde entonces los corianos anhelan poder ver algún día a Sor Lérida, la monja de la buena suerte.

Monstruo del Ávila.

Muchos campesinos aseguran que en el Ávila existe un monstruo y que sus rugidos pueden escucharse algunas noches. La causa de esta leyenda es un misterio total. Sin embargo, los temores de los campesinos pudieran estar relacionados con un médico alemán que vivió en Galipán durante el pasado siglo y que según cuentan, conservada momificada a toda su familia a medida que morían, pues era un experto embalsamador. Desarrolla experimentos.


Tomado del libro: Diccionario de Fantasmas, Misterios y leyendas de Venezuela. Mercedes Franco. Editorial CEC, SA. Los libros de El Nacional. 1era. Edición, 2001. Caracas, Venezuela.





domingo, 14 de abril de 2019

Monja de la buena suerte y Monstruo del Ávila.


Monja de la buena suerte.

Hay un fantasma que la gente en falcón ansía ver. Se trata de Sor Lérida, la monja de la buena suerte. Según la tradición, esta monjita vivió en Coro en el siglo XIX. Amaba a los animales y al ver a un capataz golpeando a un pobre burro con un enorme garrote, Sor Lérida intervino. No se sabe si fue adrede o por accidente, pero la buena mujer recibió sobre su cabeza el golpe dirigido al asno y falleció en el acto. Poco tiempo después, un hacendado la vio, y desde ese día, su hacienda prosperó. Contaban que todo aquel que la veía obtenía instantáneamente una increíble buena suerte. Desde entonces los corianos anhelan poder ver algún día a Sor Lérida, la monja de la buena suerte.

Monstruo del Ávila.

Muchos campesinos aseguran que en el Ávila existe un monstruo y que sus rugidos pueden escucharse algunas noches. La causa de esta leyenda es un misterio total. Sin embargo, los temores de los campesinos pudieran estar relacionados con un médico alemán que vivió en Galipán durante el pasado siglo y que según cuentan, conservada momificada a toda su familia a medida que morían, pues era un experto embalsamador. Desarrolla experimentos que apuntaban a prolongar la vida después de la muerte.

Al morir el doctor, su ayudante lo momificó y le inyectó el suero 
experimental sobre el cual el alemán trabajaba. Dicen que el viejo doctor volvió a la vida en una especie de estado catatónico. No puede morir, y recorre la montaña en las noches, lamentado su destino.


Tomado del libro: Diccionario de Fantasmas, Misterios y leyendas de Venezuela. Mercedes Franco. Editorial CEC, SA. Los libros de El Nacional. 1era. Edición, 2001. Caracas, Venezuela.


lunes, 1 de abril de 2019

El Gaté



En el estado Trujillo es muy conocida la leyenda de este terrorífico habitante de las sombras. Cuando llega la noche es muy raro ver a alguien en la calle, mucho menos si está lloviendo.

En los años setenta un estudiante de nombre David Rafael se encontraba pasando unos días en un pequeño pueblo trujillano. En la feria campesina había visto a dos hermanas que le parecieron muy adineradas, y por tanto, compradores potenciales de la mercancía que traía para vender. 

Lo único malo era que según le habían comentado las posibles clientas no vivían en aquel pueblo, sino en una hacienda vecina. Pero no había ningún problema. La finca no estaba muy lejos, apenas a unos cuantos kilómetros.

La noche que escogió David Rafael a sus eventuales clientas fue la peor que hubiese tenido el pueblo en mucho tiempo.

Desde el atardecer todos los faroles estaban encendidos, por la torva oscuridad del cielo, que lucía opaco y amenazante. Se acercaba un temporal.

Los dueños de la pensión le aconsejaron que no saliera. Le advirtieron del “Gaté”, pues las noches tormentosas son las preferidas de este personaje sobrenatural. Se contradecían describiendo al nocturno ser indefinible. Hablaban al mismo tiempo, sin parar, del espantoso fantasma: 

-Tiene una sola pierna.
-Lleva un machete amolado.

Además de  una cruz de palma bendita, David aceptó al fin llevar un sombrero de ala ancha. Según la creencia popular, tales objetos podrían alejar al Gaté.

Se desesperaban los ancianos suplicándole que desistiera de salir con aquel mal tiempo. Pero súbitamente un gran trueno, precedido de un relámpago cegador, acalló las sabias voces de advertencia. 

Sin arredrarse por la inminente tempestad, calándose hasta las orejas su sombrero y envuelto en un amplio poncho andino, David encendió su carro y se fue.

A menos de dos kilómetros del pueblo el vehículo se detuvo. Intentó encenderlo nuevamente, pero no daba señales de vida. Echarlo a andar era tan difícil como detener la implacable tempestad que se cernía sobre el camino y los montes cercanos.

David no se decidía entre volver  a la seguridad de la pensión o esperar dentro de su carro a que cesara aquel diluvio. Decidió regresar a pie al pueblo, y mandar a buscar el vehículo en la mañana. Caminó unos quinientos metros hasta llegar a un enorme ceibo del camino, y se refugió bajo la amplia fronda estremecida.

De pronto, a la intermitente luz de los relámpagos, divisó la silueta de un hombre joven. Al rato se iluminó completamente el cielo con el fogonazo de un rayo y pudo observar claramente en la lejanía el aspecto de aquel delgado campesino. Llevaba el pecho desnudo. Se aproximaba poco apoco, saltando sobre la única pierna que le quedaba y en su mano centelleaba un filoso machete.

El muchacho reflexionó unos segundos. La figura de aquel hombre misterioso encajaba perfectamente con el espectro descrito por los dueños de la pensión.

Una larga carcajada lejana, como un tropel de piedras del páramo, le cortó la respiración. Convencido de hallarse en presencia del Gaté, David empezó a correr a toda  velocidad hacia el pueblo mientras el fantasma corría frenéticamente tras él, cojeando y lanzando siniestras carcajadas. En su carrera, el perseguido dejó caer no sólo la cruz de palma bendita, sino también el sombrero que llevaba. Entonces, el Gaté se detuvo y lo recogió.

A pesar del terror que sentía, el caraqueño pudo ver como su perseguidor  examinaba el sombrero con detenimiento, lo contemplaba y lo olía de vez en cuando, con evidente satisfacción. Si el Gaté permanecía así hasta el amanecer estaría salvado.

El anciano cura del pueblo oyó una historia que ya conocía. Y David Rafael se enteró allí de que el “Gaté” era el espíritu errante, no de un campesino sino de un rico hacendado de la región, que había muerto en un pelito a machete por causa de una mujer. Sentía al parecer una extraña fascinación por los sombreros, que le recordaban su antigua vida terrenal de lujos y diversión.

El cura hablaba quedamente, como rezando, y mientras se acercaba el alba, confundidos con los truenos y relámpagos, se escuchaban los sordos gruñidos y las risas estentóreas del Gaté, que rondaba alrededor de la iglesia sin poder entrar.


Tomado del libro: Diccionario de Fantasmas, Misterios y leyendas de Venezuela. Mercedes Franco. Editorial CEC, SA. Los libros de El Nacional. 1era. Edición, 2001. Caracas, Venezuela.


lunes, 25 de marzo de 2019

El Ceretón y Aparecida del Espejo.



Ceretón.

Duende enamoradizo, habitante de la Sierra de Falcón. Es llamado también “Cachuchón” por llevar un amplio sombrero. Su morada son los “aitones” de la Sierra, enormes agujeros que normalmente habitan los coy-coy o guácharos.

Los ceretones es una herencia que dejaron en Falcón los Welser, temibles conquistadores alemanes que despoblaron la región durante el siglo XVI. Al igual que muchos duendes teutónicos, son enamoradizos y declaran su pasión a las jovencitas. En ocasiones las secuestran y se las llevan a las montañas.

Muchos brujos falconianos dicen conocer el secreto para “ceretonizar” a las personas, volviéndolas invisibles: matar un gallo negro, enterrarlo bajo la luna llena y al tercer día, desenterrarlo, sacar el hueso del muslo, limpiarlo y llevarlo en la boca atravesado. De esta forma, el hombre rechazado por una joven podrá “ceretonizarse”, es decir, hacerse invisible para poder acercarse a su amada sin ser visto por ella ni por sus familiares.

Aparecida del espejo.

Una familia de la Pastora, un barrio caraqueño de los más antiguos, se mudó a una casa vieja. No tenían muebles y la dueña de la casa decidió venderles algunos de los que amoblaban la casa. Se quedaron con las camas, unas cuantas sillas y una peinadora antigua, con un buen espejo. Aquella misma noche, cuando la nueva dueña fue a peinarse, vio reflejada en  el espejo la imagen de una muchacha rubia y pálida. Esa noche durmió con sus hijos y al amanecer puso inmediatamente en venta el mueble embrujado, lo compró una vecina quien también lo vendió porque cada vez que se miraba, veía el rostro de la aparecida del espejo. La peinadora antigua fue pasando de mano en mano, hasta que no se supo más de ella. Tal vez se encuentre en alguna venta caraqueña de antigüedades.


Tomado del libro: Diccionario de Fantasmas, Misterios y leyendas de Venezuela. Mercedes Franco. Editorial CEC, SA. Los libros de El Nacional. 1era. Edición, 2001. Caracas, Venezuela.

Por favor, aún no.