viernes, 18 de mayo de 2018

PICNIC EN LA HACIENDA BLANDÍN.

Fernando Botero, Picnic, 2002.

Tomado del libro “Las Comadres de Caracas” por Jhon G. A Williamson. Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia. Caracas, 1973.


El jueves 21 de enero de 1836 se dio un picnic en la hacienda de don Bartolomé Blandín. Este introdujo el cultivo de café en 1780 y pico. Este lugar es hoy el Caracas Country Club. Fanny no sabía si decidirse a ir o no, pero finalmente el martes dijo que sí asistiría. El próximo cambio de opinión, y Williamson escribió que él  tampoco quería ir. Escribió: “Parece que el picnic tiene fines políticos. La Sta. OCallagahan  no ha sido invitada. Mi esposa invitó a la Sra. Alderson y ésta dijo que no podía ir. Creo que será  un asunto muy aburrido. Habrá abundancia de comida. Mandé ocho botellas de vino rojo y blanco, cecina, queso, mantequilla, mostaza y galletas, a la casa dela Sra. Benedetti. Esta tuvo la amabilidad de empaquetarlo todo junto con los comestibles que ella envió”.
Al día siguiente todo se puso en movimiento para el picnic. Williamson escribió: “El Sr. Merino y los dos Benedetti, padre e hijo, salieron de cacería a las 5 en punto y prometieron reunirse con nosotros a la hora del desayuno. El Sr. Hill tuvo la gentileza de prestarme un caballo para Juan, y la Sra. Daly su caballo y la silla para mi esposa. Esta es una gran cobarde  para montar, y el menor movimiento del caballo la asusta. A las 6, el Sr. Mocatta y la Sra. pasaron a buscar a las Srtas. Benedetti. Yo me encargué de la Sra. Benedetti, y ella, mi esposa, yo y Juan salimos a las 7. La cobardía de mi esposa me hizo pasar un mal rato cuando cruzábamos las calles. Temerosa de usar el látigo y sin gobernar o dirigir al pobre animal con las riendas, el caballo iba y venía por donde mejor le parecía. Sin embargo, continuamos nuestro camino y por fin, después de mucha persuasión y ruegos para inspirarle confianza a mi esposa, llegamos un poco más allá del puente Anauco, en el camino de Chacao, cuando la silla dela Sra. Benedetti giró sobre la mula y yo salté a tiempo para evitarle una caída  tremenda. Si la correa se hubiera roto, la señora habría caído sin remedio; pero como la correa no estaba muy apretada y la silla era, además de muchas otras cosas, de muy mala calidad, y estaba puesta del lado contrario, a la manera de cabalgar en el país, giró sin romperse. Afortunadamente, yo la agarré antes de que cayera, la levanté de la mula y le pedí a Juan fuera a buscar la silla de mi esposa. Pedimos silla en una casa vecina y nos sentamos unos quince o veinte minutos hasta que llegó Juan, y mi esposa y la Sra. Benedetti sobre aquél. A eso de las 9.30 llegamos a la casa de Blandín y fuimos muy sorprendidos al saber que Sir Robert Ker Porte no había llegado todavía.

La Sra. Mocatta nos informó que la noche anterior Sir Robert había tenido un severo dolor de cabeza y constipación biliar, y que si podía, vendría al picnic. Su sonriente secretario ya había llegado. Las Srtas. Benedetti, el Sr. Merino y el grupo de cazadores llegaron pocos momentos después que nos habíamos sentado a desayunar. Nuestra mesa estaba llena. Nuestro anfitrión, el Sr. Melchor Bias, quien parece un verdadero montañés de Kentucky, añadió a nuestras provisiones tortillas, jamón frito y pollo. Esto  hizo del desayuno un banquete suntuoso. Se sirvió vino, café y té y tortas de maíz como las que hacemos en Carolina del Norte, caliente y con buena mantequilla que yo miso había mandado. Esto hizo del desayuno, por lo menos en mi mesa, fuera excelente. Al parecer todos se divirtieron, menos la Sra. Mocatta. El misterio fue aclarado más tarde. Después del desayuno hicimos una pequeña excursión hasta el pie de la montaña, directamente bajo el punto más alto llamado la Sylla, porque en su forma recuerda una de montar. Desde este sitio la vista es agradable, espectacular y pintoresca. Se extiende a lo largo del valle sobre Caracas y abarca la ciudad y el valle, con todas las variedades y formas de montaña, al igual que un océano bajo un temporal.

“la hacienda del Sr. Blandín es seguramente mejor conocida que cualquier otra en Venezuela, por lo menos entre extranjeros y todos los que han visitado a Caracas por placer, diversión o fines científicos. Fue el lugar de descanso  de Humboldt y del historiador Depons, y ha sido consecuentemente visitada por muchas otras personas de menos fama mundial. El coronel Duane la visitó durante su permanencia en el país en 1824. Su hospitalario dueño, el Sr. Blandín, siempre estuvo dispuesto a expresar sus respetos y su cortesía y a extender su hospitalidad a todos los que han pasado por la hacienda, sin tener en cuenta las diferentes razones que motivaron su visita. Yo he estado aquí muchas veces y tuve oportunidad de conocer al Sr. Blandín antes de que muriera hace un año. Aunque todavía contiene el mobiliario antiguo, la casa está pasando por un período de reparaciones. Es espaciosa, bien ventilada, grande conveniente y bellamente situada, con un interminable arroyo de deliciosa agua de montaña que corre, salta y brinca por entre el corral, al Este de la casa. Las aguas son conducidas por un canal embaulado y “pavimentado” en el fondo, pasan a través del patio de secar café frente a la casa, hasta llegar a un canal transversal que las llevan, a través de una pequeña cocina y de un jardín de flores, a un espléndido depósito de forma ovalada, de unas 150 yardas de circunferencia y 40 yardas de diámetro en una dirección, y de cincuenta a 60 en la otra.

Su profundidad es de unos cinco pies y medio. Es una bella extensión de agua pura, transparente y sana. Gracias a su elevación y situación, el tanque puede regar toda la hacienda alrededor de la casa, o sea, las dos terceras partes de todo el terreno. La casa está hecha de armazones de madera, de un solo piso; el techo descansa sobre soportes en las paredes en las paredes laterales y posteriores, rellenos con cal y tierra de un espesor de cuatro, cinco o más pulgadas. Tiene una bella piaza al frente y en cada esquina, y puertas que dan a los cuartos exteriores. De la piaza se entra a la parte principal de la casa, con cuartos a cada extremo. Las ventanas son de vidrio y le dan a la casa cierta apariencia de residencia como las que tenemos en los Estados Unidos.

“Todas las comodidades de la casa son excelentes. Al lado hay una caseta donde en poco tiempo se preparan baños calientes o fríos. La cocina es de grandes dimensiones. En la parte oeste de la casa, separada por una pared, hay un establecimiento para secar, descarar y limpiar el café antes de ser llevado al mercado. Tiene gran número de oficinas y aparatos, la mayor parte de los cuales está ahora en desuso, prueba de los grandes defectos y del atraso de la ciencia mecánica en este país. El Sr. Blandín fundó esta hacienda hace cincuenta y dos años, y todo, menos la casa, es viejo, rudo y demuestra poco conocimiento de los adelantos conocidos en otros lugares del mundo.
“A eso de las 12.30 regresamos de nuestra excursión, todos un poco cansados, bajo los rayos perpendiculares de un sol caliente. Las damas se retiraron a recogerse el pelo y nosotros nos pusimos a jugar barajas. Así nos entretuvimos hasta las 4 cuando Sir Robert, la tan esperada visión de la Sra. Mocatta, hizo su aparición con Jane Mocatta y el Sr. Jhon Boulton, de la Guaira. Al instante la Sra. Mocatta se sintió más alegre y feliz. ¡Qué vergüenza que la esposa piense más en otro hombre que en su propio marido! Así parece ocurrir en este caso, aunque es posible que le esté haciendo a ella una injusticia; pero si yo no tuviera más de una evidencia ocular, diría que estaba equivocado. Los hechos indican que hay gato encerrado: una laisance entre un viejo de 60 años y una mujer de 33. “Y a ella se debe todo”.

A las 4.15 se sirvió una suntuosa cena de platos fríos precedidos por una sopa “caliente” y pequeñas adiciones del propietario. Nosotros no esperábamos ni deseábamos que él nos suministrara nada. Sir. Robert no probó bocado, y se quejó constantemente de su desesperada salud. Pero por el semblante que tenía se hubiera dicho que podía comerse un pedazo de carne más grande que el que se come un obrero inglés. No todo lo que tenía Sir. Robert era un dolor de cabeza. Había algo más. Seguramente su “jefe” lo había reñido por algún asunto, o quizás sentía que la corona de laurel ceñida con todos sus poderes y tanta firmeza a su frente, se balanceaba de un lado a otro. Me parece que cuida de su reputación post mortim con mucho miedo y cuidado de suicidio. De la misma manera que lo hace con su título de nobleza, con un cuidado constante, que no cesa, que no termina, estrecha su reputación contra su corazón severamente herido, pues pertenece a esa clase de mortales que, a pesar de no ser católicos, creen todas las órdenes de la Iglesia y del gobierno, y que los reyes, al igual que el Papa, pueden canonizar el pecado y la virtud y salvarlos para la eternidad, ya que no para esta vida. Levántate, Caballero, sólo hay un purgatorio que atravesar, y el rey, por medio de sus palabras talismánicas, te puede elevar muy por encima de tus semejantes. Pobre mortal, se está poniendo viejo y ahí reside el misterio de su devoción religiosa en las acciones y las creencias. Anteriormente leía el misal todos los domingos, pero aquí abandonó esa su práctica por el Teatro, y en su lugar de adorar a dios, venera el becerro de oro. En realidad, ¿qué otra cosa, fuera de su sueldo, puede retenerlo aquí, a menos que sea el dinero o la Sra. Mocatta? Después de cenar caminamos hasta el estanque, y a las 6 emprendimos el camino regreso a Caracas. 

“Por poco se me olvida decir que el vino de jerez de Sir. Robert debía traer y del cual fue portadora la Sra. Mocatta, fue el bebedizo más abominable que alguna vez se le haya servido a un triste pescador. Una vil mezcla de “algo” que no era ni carne, ni pescado, ni gallina. Si yo hubiera sospechado que nos iban a estafar es esa forma, yo habría mandado mi propio jerez que es bueno. Seguramente Sir. Robert pensó que cualquier cosa era lo bastante buena para los invitados al picnic. Jamás habría probado o tocado una cosa tan puerca. Digo lo que se merece la Sra. Mocatta, a costa quien hizo todo este ruido y fueron escritas estas líneas. Ella no es más que una insignificante “negruzca” asquerosa (y en realidad lo es) nativa de Santa Cruz, una judía que en realidad se llama Judas y que modernizó su nombre por el de Julia. Me río sólo de pensar que una judía se llame Julia. ¡Oh sombras de David y de Samuel, cómo ha decaído vuestra raza, a qué malos tiempos habéis llegado! Vuestro Mesías llorará cuando venga y encuentre a todos sus Hijos convertidos en Hijos y corderos de otros pastores. ¡Oh Julia, Julia, ja-ja-ja! Sir Robert y la Sra. Mocatta,  Jane Mocatta y John Boulton, el joven Benedetti y las dos Srtas. Benedetti, llegaron a casa media hora antes que nosotros (el Sr. Benedetti y Sra., mi esposa y yo y Melchor Bias). Llegamos a las 8 en punto y nos acostamos temprano, algo cansados”.





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