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sábado, 16 de junio de 2018

Aguinaldos y Parrandas


Escrita por Alejo Carpentier el 14 de diciembre de  .
Tomado del libro “Alejo Carpentier. Visión de Venezuela”: Monte Ávila Editores. Caracas, Venezuela,  2014.

Venezuela es un país que puede mostrarse orgulloso de haber conservado, con sorprendente vitalidad y carácter propio, la tradición encantadora de los villancicos, aguinaldos y parrandas, que en un tiempo acompañaron, en todo el mundo cristiano, las festividades pascuales. Y digo que en un tiempo acompañaron...” porque sorprende, en verdad, que una costumbre tan grata, fuente de la más tierna invención melódica, propiciadora de coplas y pastorales de una deliciosa poesía, haya desaparecido tan completamente  de ciertos países donde esa tradición existió hasta fines del siglo pasado. No hablemos ya de muchas naciones europeas donde el villancico se ha vuelto una cosa erudita, remozada cada año con gran trabajo, sobre manuscritos que nada dicen ya al pueblo. (Debe reconocerse que los ingleses, en cambio, fueron  excepcionalmente  hábiles en conservar y hacer cantar, como una suerte de rito pascual colectivo, sus Christmas Carols). Lo raro es que ciertos países de nuestro continente, que recibieron el villancico de manos de los conquistadores y escucharon coplas de Juan del Encina en los tempranos días de la colonización, hayan perdido, de modo absoluto, la tradición de los aguinaldos. Es inexplicable, por ejemplo, que en un país como Cuba, tan rico en fuerzas creadoras de música popular, el villancico haya desaparecido totalmente, sin dejar rastro. Es probable que algún sacerdote músico haga cantar coplas pascuales en algún templo de la Habana o en alguna vieja iglesia colonial, en noche de Navidad. Pero esto no encuentra ecos realmente en la memoria del hombre de la calle, ni halla resonancia en el holgorio arrabalero de lechón asado y plátano verde. Y sin embargo, mis investigaciones realizadas en la catedral de Santiago me pusieron sobre la pista de una serie de manuscritos maravillosos, de villancicos compuestos, a mediados del siglo XVIII, por el maestro de la capilla de música, que era criollo. Lo que demuestra que allí la tradición fue observada como en México o Venezuela. ¿Por qué se perdió entonces?...¿Y por qué se perdió en tantos otros países de nuestra América?...

En Venezuela, en cambio, el aguinaldo, la parranda, el villancico, son manifestaciones vivientes del regocijo popular en Pascuas. Claro está que la admirable labor de recopilación y difusión del villancico venezolano por obra del maestro Vicente Emilio Sojo  no es ajena a la pervivencia de la encantadora tradición. Pero hay un hecho cierto. Y es que, independiente del conocimiento cabal del villancico y del aguinaldo, a través de los cuadernos que debemos al fervor del insigne músico, basta que una voz se alce  en cualquier lugar del país, al son del:

-¡Tun, tun!
-¿Quién es?
-¡Gente de paz!

Para que un furruco empiece a sonar no se sabe dónde y un coro salido del norte, del sur, añada a compás, y con la melodía exacta:

-Ábrannos la puerta que ya es Navidad.

La conservación, notación, difusión de los aguinaldos, villancicos y cantos pascuales, donde todavía perdura su tradición en América, es labor que incumbe a los músicos de nuestro continente, labor en la que el maestro Sojo ha dado orientaciones y ejemplos fecundos. Aún cuando los espíritus más irreligiosos conocen la emoción del canto pascual, que es una de las manifestaciones más auténticas y puras del alma popualr. (“Villancico” era, originalmente, villanela, canción “a lo villano”, campestre, rústica).


Suerte tiene, pues, Venezuela, de conservar una tradición que le viene de muy lejos, y haber tenido músicos que a tiempo se aplicaron a notar, armonizar, editar, lo que el debilitamiento de una tradición oral ha dejado perderse, irremisiblemente, en otros países.



lunes, 11 de junio de 2018

La Costa Maravillosa.

Un paisaje de La Guaira, Estado Vargas.

Escrita por Alejo Carpentier el 12 de agosto de 1952.
Tomado del libro “Alejo Carpentier. Visión de Venezuela”. Monte Ávila Editores Latinoamericana, 2014.

            Hace seis años que bajo periódicamente hacia La Guaira, yendo, según el antojo del día y el aspecto del mar, hacia el cocal de Mamo o el precioso pueblo de Naiguatá, y, cada vez, vuelvo a maravillarme ante la belleza de una costa que tengo por única en el mundo...En efecto: ¿dónde hallar una armonía de mar, montaña, vegetación, nubes, semejante a la que allí se ha constituido? He visto algo parecido, tal vez, en fotografías de islas del Pacífico. Pero no puedo establecer relaciones con lo que no he contemplado realmente. Busco, pues, en mis recuerdos personales, y pienso en la Cataluña Francesa, en Collioure, especialmente, donde las contrafuertes pirenaicos caen directamente sobr la orilla, con una morfología semejante a la que nos ofrece la montaña, a la salida de Tanaguarena. Y sin embrago, allá el color es menos esplendoroso; la tonalidad es verde-azul-gris; faltan los cocales y la policromía de la vegetación tropical. Más bien habría que descender hasta la Costa Brava Española. Y tampoco allí encontraríamos una real analogía, porque, en la Costa Brava, un factor de carácter, de colorido, de textura se encuentra en la aridez de promontorios y acantilados que ponen una nota rocosa, mineral, muy antigua, en el paisaje marino. (Esa nota que Salvador Dalí, viejo vecino de Cadaqués, había explotado, a través de la cámara de Luis Buñuel, en el comienzo de su película La edad de oro, donde unos obispos aparecían petrificados en medio de un paisaje de piedras lamidas por las olas).
            Buscando siempre una comparación, pienso en la Costa Vasca, en la que va Bidart a Fuenterrabía. Pero allí la costa es melancólica, musgosa, con matices de vegetación muy llovida. La montaña se divisa en la lejanía, envuelta en una luz blanquecina, velada, por sobre la viguetería azul añil de las casas. Habría más parecido en la Costa Azul, allí donde los Alpes Marinos se acercan al Mediterráneo, y la vegetación, acariciada por vientos cálidos, venidos del África, se hace más tropical. Hay palmeras en Hyeres, y hasta he visto unos bananos (los guardan, sin embargo, en el invierno) entre Cannes y Niza. Allí el colorido, la diversidad de hojas, el tronco de ciertos árboles,, la presencia de la buganvilia recuerdan algo de lo que puede verse en Macuto y Tanaguarena. Pero la montaña es más distante; no hay, como en el litoral venezolano, esa caída casi vertical de laderas desde un cielo blanquecido de nubes, brumoso, a veces, cuando abajo todo centellea. Algo semejante podría hallarse en Cuba, evidentemente, en la costa norte de la Isla, hacia Pinar del Río, del otro lado de la sierra que cierra el panorama del lindo pueblo de San Cristóbal. Pero las playas que allí se encuentran, y se divisan desde el barco, en navegación costera, son inaccesibles. Por lo tanto, no son del dominio común. Queda el portento de Varadero; pero su belleza es de orden estrictamente marítimo, ya que esa playa, única en el mundo, carece, sin embargo, de ese paisaje montañoso.
            Así, el litoral de la Guaira nos ofrece, a tan poca distancia de la capital, algo que no acierto a comparar exactamente con nada de lo que he visto. En todo caso, es una de las costas má hermosas y con más estilo que puedan admirarse en el mundo...Tener conciencia de la belleza de algo, es gozar más plenamente de esa belleza. Tengamos, pues, conciencia de la belleza que se nos ofrece, perennemente, a tan corta distancia de este valle de Caracas.


miércoles, 30 de mayo de 2018

De lo auténtico a lo artificial.

Refalosa

Escrito por Alejo Carpentier el 14 de julio de 1959.
Tomado del libro “Alejo Carpentier. Visión de Venezuela” Monte Ávila Editores Latinoamericana, Caracas, Venezuela, 2014.

Muy poco se hablaba de folclore, hace cuarenta años, en América Latina. Algo sabían los habitantes de las ciudades de los bailes de la gente campesina; de sus tonadas, de sus holgorios y de sus trajes típicos. Pero cuando se inclinaban sobre “lo popular” les viniera aseado, perfumado, arreglado y estilizado. Escuchaban los cubanos, con gusto, un zapateo armonizado para el piano por Eduardo Sánchez de Fuentes; pero difícil era que fuesen a escuchar auténticos zapateos en una fiesta guajira. Eran aficionadas las personas pudientes en México, en Argentina, a vestirse de charros y de gauchos, en tanto que las señoritas de buena familia se disfrazaban de china poblana o de bailadora de pericón para asistir a alguna fiesta benéfica. Pero de ahí a acercarse a los verdaderos charros, a los verdaderos gauchos, había un trecho largo... En cuanto al folclore auténtico, el de pies en tierra, el de tierras adentro..., este no gozaba de grana estimación. Se decía que los cantadores aldeanos carecían de voz; que sus “punteos” eran reiterados y monótonos, etc.

Fue la Revolución Mexicana, con su intensiva valoración  de lo nacional, la que abrió los ojos de América Latina ante todo lo  que pudiera calificarse de folclores. Con su riqueza en trajes típicos, máscaras, bailes, festejos paganos-religiosos, industrias locales, pinturas populares, supervivencias indígenas. México se forjo, en pocos años, un arte fuertemente caracterizado, que dio sus frutos en el mural, el teatro, el ballet y la composición sinfónica...No al caso examinar aquí las cualidades intrínsecas de ese arte ni sus probabilidades de pervivencia. El hecho es que constituyó un ejemplo en un momento determinado. Gracias a él vieron los artistas de otros países del continente cómo podían captarse ciertas fuerzas latentes en los folclores propios.

Así surgió una tendencia “folclorizante” en la pintura y la música de Cuba. Igualmente en Venezuela, donde la música y la poesía populares  encerraban inmensas. (No citaremos el Brasil donde, desde los primeros años de este siglo, existía una corriente folclorizante con caracteres propios, debida a la ausencia de prejuicios ante lo negro, que ya podía percibirse en las primeras partituras de un Villa-Lobos)... Ahora bien, que México, con sus enormes recursos, haya dado el ejemplo; que Cuba y Venezuela, países ricos en manifestaciones de una sensibilidad popular, hubiesen seguido la corriente nacionalista, son hechos sumamente comprensibles. Era lógico y hasta necesario que así fuera. Donde empezó a fallar el sistema fue en países del continente, particularmente pobres en acervo folclórico, donde se quiso alimentar corrientes folclorizantes de modo enteramente artificial, recurriéndose a tradiciones semicultas, prácticamente olvidadas por el pueblo desde hace muchísimos años...En sus afán de crearse un “nacionalismo” musical, literario, pictórico, ciertos artistas de hace veinte años llegaron a recurrir a las artimañas más ingenuas, recogiendo coplas en boca de nonagenarios, buscando supervivencias de trajes típicos donde los  campesinos usaban ponchos y sombreros fabricados en Inglaterra, tratando de actualizar danzas rústicas o arrabaleras que nadie bailaba desde mediados del siglo pasado...Así se vieron resurgir cosas como la refalosa rosista, el cuándo  de hace ciento cincuenta años, la marinera, la huella, presentados como valores actuales y vigentes, capaces de alimentar, incluso, grandes poemas sinfónicos...Donde no hubo folclore, fue preciso inventarlo a base de documentación y búsquedas en archivos. Y donde solo existía una danza típica, en todo y por todo, esa danza típica fue agigantada, magnificada, monumentalizada, a fin de transformarla en un alto valor nacional.

Bien está que donde hay un folclore viviente y activo, ese folclore tenga una influencia en el espíritu creador, la inventiva, del artista culto. Pero, donde ese folclore no existe, o está conservado, a lo sumo, al estado de fósil, el intento de fabricar nacionalismos artificiales es mera pérdida de tiempo... ¡Gran lástima es que, en ciertos países de nuestro continente, muchos artistas bien dotados estén entregados a tan estéril empresa desde hace más de treinta años!.. 


jueves, 24 de mayo de 2018

El perro del hortelano

Jean Louis Barrault (Francia 1910-1994)

Escrita por Alejo Carpentier el 01 de junio de 1956.
Tomado del libro “Alejo Carpentier. Visión de Venezuela” Monte Ávila Latinoamericana, Caracas, Venezuela, 2014.


¿Recuerdan ustedes el triunfal estrépito de aplausos, gritos, aclamaciones, que coronó el primer concierto dado por Sergio Celibidache en Caracas? El miércoles pasado se dio el caso insólito de que un entusiasmo semejante fuese suscitado, en la misma sala, por un espectáculo teatral. Y digo “caso insólito”, porque tales manifestaciones de agrado, de admiración, de júbilo artístico son más frecuentemente promovidas, entre nosotros, por manifestaciones musicales. Pero...¿cómo no dejarse hechizar, ensalmar, por el embrujo de ese Perro del hortelano, tan prodigiosamente interpretado por Jean Louis Barrault, Madeleine Renaud,Pierre Bertin, y los magníficos actores de la compañía francesa que ahora nos visita?...Georges Neveux, al adaptar muy libremente la pieza de Lope de Vega, realizó con el texto clásico español una labor semejante a la lograda por Stravinsky, en Pulcinella, con la música de Pergolesi. Le ha imprimido, por así decirlo, un ritmo cinematográfico, haciendo que la acción pueda ser llevada en un tiempo endiablado, sin treguas ni descansos, con cambios de decorados a la vista del público. Jean Louis Barrault, entendiéndolo así, hace de la comedia de El perro del hortelano una suerte de Sherzo, de “movimiento perpetuo”, donde los personajes se unieran, se cruzaran, se concertaran, a modo de instrumentos usados en una sinfonía. Yo había tenido la suerte de asistir en París, hace seis meses, al estreno de esta comedia. Pero debo decir que el trabajo realizado desde entonces por los actores de la compañía, sobre ese mismo texto, los ha llevado a un grado de perfección interpretativa muy pocas veces logrado en un conjunto. No hay un gesto, una pausa, un ademán, que no respondan a una suerte de orquestación plástica que sugiere constantemente el símil musical.

Los trajes y decoraciones de Jean-Denis Maclés son una verdadera fiesta para los ojos. Y, aprovechando ingeniosamente el hecho de que Lope de Vega hubiera situado la acción de su comedia en Italia, en una Italia que los españoles del Siglo de Oro veían como un mundo un tanto legendario, el pintor vistió a sus personajes dentro de un estilo que responde, en cierto modo, al de las óperas bufas napolitanas, sin renunciar por ello a ciertas estilizaciones de elementos hispánicos. El traje de Jean Lousi Barrault, que transforma el “hombre de las cintas verdes” de El misántropo en un galán joven lleno de agilidad y malicia, es una maravilla de gracia y donaire. La escena bufa de los turcos fingidos y del viejo caballero, Pierre Bertin, semejante a un Enrique VIII extraviado en los reinos de Nápoles, hece pensar en la Comedia del Arte y también, un poco, en la tonadilla escénica. Hay ahí una síntesis de elementos plásticos y literarios, lograda en armonía con el texto mismo, que es una maravilla de inteligencia viva, nunca intelectualizada, y de cultura plástica, musical, dramática...Pensaba yo la otra noche, asistiendo a esa magistral representación, en aquella Dama boba puesta en escena, hace ya tantos años, por Federico García Lorca, dentro de un estilo que presentaba más de un punto de contacto con la concepción actual de Jean Louis Barrault. Federico García Lorca hubiera amado esta realización de quien tan magníficamente recitó siempre sus poemas. El perro del hortelano que acabamos de aplaudir es una viviente demostración de la “Teoría del Duende”, de ese “duende” interior que hace el relumbre de los actores y directores geniales.

¡Qué maravilla es el teatro, cuando alcanza tales cimas; cuando de tal manera se acerca al “teatro integral”, completo, suma de todas las técnicas dramáticas, soñado por los grandes autores desde hace siglos!...

martes, 22 de mayo de 2018

El arte de la pantomima.

Le Vésinet el 8 de septiembre de 1910/22 de enero de 1994 en París

Escrita por Alejo Carpentier el 02 de junio de 1956.
Tomado del libro “Alejo Carpentier. Visión de Venezuela”. Monte Ávila Editores Latinoamericana, Caracas, Venezuela, 2014.


La presentación de Bautista, pantomima de Jaques Prevert, con música de Joseph Kosma, por la compañía de Jean Louis Barrault, ha destacado una vez más el interés suscitado en el gran actor y director francés por un género teatral que parecía condenado al olvido. Y sin embargo, con los mimos ilustres que fueron Severín y Debureau, ese género disfrutó de grana aceptación durante todo el siglo XIX, respondiendo a una muy vieja tradición que se remonta a las edades clásicas,. Cuando hojeamos los periódicos que se publicaban en nuestra América hacecien años, nos tropezamos, en las carteleras  de espectáculos, con los anuncios de pantomimas, incluidas en los programas que nos ofrecían las compañías europeas en giras por el Continente.

Jean Louis Barrault ha venido a renovar la pantomima, no solo con creaciones fieles a la tradición, como Bautista, con sus decorados que evocan las estampas de Épinal de antaño, sino con realizaciones modernas, tales como Las consecuencias de una carrera, de Jules Supervielle, que estrenó en París poco antes de iniciar su actual temporada americana. ¿Por qué?...Entonces, según lo declaró él mismo en sus chispeantes confidencias de actor hechas el martes pasado en el Centro Venezolano Francés, “la pantomima es un estilo de teatro”. Un estilo que forma parte de la historia del teatro y que, por lo mismo, el actor moderno debe ser capaz de dominar, al igual que otras técnicas. Sus pantomimas actuales responden al mismo criterio que le hicieron interpretar, junto a una Orestíada, de Esquilo, junto a las comedias de Giraudoux, obras tan dispares en su como Ocúpate de Amelia, de Georges Feydeau y El jorobado Enrique Lagardere, de Paul Féval.

El vaudeville es un estilo, dice Barrault. Y también el melodrama de capa y espada es un estilo. Y ningún estilo teatral debe ser ajena a los medios de expansión de un actor.

La pantomima, tal como la concibe Jean Louis Barrault, impone al intérprete la utilización de una serie de técnicas, que solo tienen oportunidad de ser puestas en juego, ocasionalmente, en la comedia o en el drama. Haya que prescindir de la palabra, compensándose su ausencia con una máxima elocuencia en los gestos. El semblante debe multiplicar al infinito sus posibilidades de expresión. El baile, los ejercicios acrobáticos, el lenguaje de las manos, de todo el cuerpo, son movilizados para hacer inteligible la acción. Así, el actor occidental, harto limitado, en muchos casos, por sus procedimientos de interpretación habituales, se ve impelido a emularse con sus colegas del Oriente, maestros en el arte de la mímica y hasta dela coreografía. Es una disciplina fecunda, que saca al actor de sus rutinas, obligándole a renovarse en cada caso, sometiendo su personalidad a nuevas leyes, que no por ser diferentes, resultan menos teatrales.

Después de asistir a la representación magistral del El perro del hortelano, Jean Louis Barrault nos llevaba, con Bautista, a un mundo totalmente distinto. Era como si una orquesta, después de interpretar  una música de Pergolesi o deScarlatti, hubiera pasado, súbitamente, al ámbito sonoro de los compositores impresionistas. Dos géneros, dos estilos, perfectamente dominados, con una abundancia de recursos que nos hizo evidente la maestría alcanzada, en todos los dominios, por las huestes artísticas de Jean Louis Barrault.

Un venezolano amigo de Proust.

Reynaldo Hahn (Puerto Cabello,   9 de agosto de 1874-París, 28 de enero de 1974)

Escrita por Alejo Carpentier el 16 de agosto de 1951.

Tomado de “Alejo Carpentier. Visión de Venezuela” Monte Ávila Editores Latinoamericana, 2014.



Por una nota publicada en esta misma página, supe de la colocación de una placa en la fachada de la casa donde vivió Reynaldo Hahn en los últimos años de su vida. Y aunque el autor de las Canciones grises hubiera conservado muy pocos contactos con nuestro continente, volviéndose el más francés de los compositores, hay ciertos rasgos curiosos que señalar en la vida de aquel que llegara a ser director de la Ópera de París.


Reynaldo Hahn nació en Puerto Cabello. Muy joven se vio llevado a París por sus padres, y luego de estudiar en el Conservatorio, fue natural que no pensara en regresar a un mundo donde la vida musical, particularmente, tenía muy poco que ofrecer a un compositor de elevados empeños. Sin embargo, el músico fue tardo en renunciar a su nacionalidad, adoptando la francesa pasados los treinta y tres años. Y lo cierto es que lo hispánico palpitaba secretamente bajo su obra de tendencias cosmopolitas, llevándole a consagrar sus últimas energías a la composición de una ópera, su mejor partitura, sobre la comedia de Moratín, El sí de las niñas. Yo me empeño en ver también alguna añoranza de su niñez en su primera ópera, compuesta sobre la novela de Loti, Rarahu, que en su tiempo obtuvo un éxito considerable en Europa, abriendo la era de los amores exóticos en la novela, añoranza que se manifiesta en una acción situada a orillas del mar, en una isla de la Polinesia que se asemeja sorprendentemente, por la forma de las montañas, el color del mar, los cocoteros, a ciertos rincones de la costa venezolana. No lejos de Puerto Cabello, precisamente, hay lugares que parecen haber sido copiados por el pintor encargado de hacer las decoraciones de la ópera de Reynaldo Hahn, y que tal vez conociera por fotografías.


Era Reynaldo Hahn, de la única manera que pudieron verlo los hombres de mi generación, un hombre de tez extremadamente pálida, sumamente cuidadoso en el vestir. De su amistad íntima con Marcel Proust había conservado un tipo elegancia “comienzos del siglo”, muy preocupada de los chalecos, las levitas ceñidas, el calzado pequeño, para la cual todo color claro, en la indumentaria, era signo indudable del “rastacuerismo”. Hacia el año 1930, cuando tuve oportunidad de verlo algunas veces en cierta residencia de Neuilly, que había sido la casa de Benjamín Franklin en los días de su embajada cerca de Luis XVI, era Reynaldo Hahn un hombre sacado del ámbito de los Guermantes de Marcel Proust, y es evidente que el genial novelista tomó algunos rasgos del venezolano para crear su personaje de Vinteuil, el compositor. Por lo demás, el autor de El mercader de Venecia no había olvidado el castellano, y lo hablaba con marcado acento criollo. A veces decía, con un suspiro: “Debo decidirme algún día a hacer un viaje a Caracas”.



Por lo demás, su obra, fuera de la elección de ciertos asuntos, de ciertos poemas, pertenece por entero a la tradición francesa. No sería desacertado decir que es vecina de la Duparc, tiene mucho de Massenet y, aunque Reynaldo Hahn quiso alzarse sobre el nivel de este último, usando un lenguaje más moderno, no alcanzó nunca la originalidad profunda de Debussy joven...Nos queda un rasgo de él para la anecdótica americana: fue el único venezolano, que siéndolo aún por no haber renunciado a su nacionalidad, fue íntimo amigo de Marcel Proust.

jueves, 10 de mayo de 2018

Más allá del Horizonte.

Esteban Herrera+ (Actor venezolano)



Escrita por Alejo Carpentier el 03 de agosto de 1956.
Tomado del libro “Alejo Carpentier. Visión de Venezuela” de Monte Ávila Editores, 2014.

El actor latinoamericano se topa , en los inicios de su carrera, con un grave problema que desconocen sus colegas de España: el que consiste en hallar dicción que, sin incurrir en un remedo de castizo, enderece un tanto las entonaciones propias. Debe encontrar un justo medio entre el acento, las inflexiones características del país que lo vio nacer y una tradición que le viene del mismo teatro escrito en su idioma, base primera de su educación dramática. Podría decirse a sí mismo, valientemente: “Este es mi acento y a él me atengo”. Pero en ese caso se establecería un inevitable divorcio entre el espíritu de ciertos textos y el modo de articularlos. ¿Tratar, entonces, de hablar en buen castellano, marcando diferencias entre las “eses”, las “zetas” y las “ces”? Bien. Pero ocurre que el artista nuestro será llevado, por su destino, a actuar en los países de un inmenso continente donde nadie las marca , por lo mismo, su hispanidad verbal pecará de exótica viniendo de un criollo, criollo rodeado de criollos, acaso menos escrupulosos en lo de querer hispanizar el verbo. De ahí el problema consistente en determinar un modo de expresarse que, sin ajustarse del todo a las normas del decir castellano, resulte poco marcado por lo local.

Como el problema ha sido confrontado con igual urgencia en todos los países nuestros donde el teatro empieza a cobrar envergadura, puede decirse que el actor del Continente pasa por tres etapas: 1) la de un criollismo, al parecer irremediable; 2) la de un intento de remedar el bien decir castellano; 3) la de expresarse con naturalidad, sin esfuerzo aparente, como costumbre adquirida, en un idioma que será, a la postre, el de todos los teatros creados en América...Cuando la tercera etapa es alcanzada, puede afirmarse que se vencido uno de los escollos más graves que se alzan ante la capacitación dramática de nuestra gente.

Lo primero que me impresionó gratamente en la magnífica presentación de Más allá del horizonte, obra de Eugene O'Neill, interpretada el martes en el Teatro Nacional, bajo los auspicios del Ateneo de Caracas, fue observar que el problema de una norma general, lograda en la dicción, comienza a ser rebasado. Para Esteban Herrera, ese problema ha dejado de existir, acaso porque sus actuaciones en España le obligaron a enfocarlo bajo sus ángulos posibles. Aún subsiste ligeramente para Olga Corser, cuando se vigila demasiado, como puede ocurrir siempre en un estreno que impone la máxima tensión nerviosa a sus intérpretes. Fidias Elías va hallando su tono. César Castillo López parece haberlo encontrado. Los demás intérpretes siguen el movimiento general con mayor o menor fortuna. Por lo pronto, se va logrando una laudable unidad en lo verbal, que mucho actuó en favor del éxito de la obra.

En general, la presentación del drama de O'Neill, dirigida por Horacio Peterson , nos dio una reconfortante sensación de buen teatro, llevado con ritmo amplio, dentro de un movimiento perfectamente observado. Ya pasaron los tiempos de tanteos, de pruebas, de escarceos. Poco a poco se afirman, entre nosotros, las virtudes del profesionalismo. Hay seguridad en el comportamiento dramático de cada cual: armonía de gestos y actitudes entre los personajes en presencia; fluidez en la marcha de diálogos perfectamente dominados. La escenografía de Federico Robles, realizada en Caracas por Antonio Anguera, es de una magnífica propiedad. La dirección de Horacio Peterson es la de un hombre que sabe lo que quiere y lo logra dentro de un oficio que ya tiene estilo propio. Flor Ascanio y María Gámez estuvieron excelentes en sus respectivos papeles. ¿Reparos? Esteban Herrera debe dar más volumen de voz en su última escena. En cuanto al diálogo final entre Olga Corser y Fidias Elías, necesita un poco más de “aire”, de tempo, de pausas. Por lo demás, sólo merecen alabanzas.

Si esta temporada auspiciada por el Ateneo de Caracas se mantiene en el nivel de sus inicios, marcará una fecha capital en los anales del teatro venezolano.

martes, 8 de mayo de 2018

La Sociedad Venezolana de Teatro



Por Alejo Carpetier, escrita el 31 de agosto de 1954.
Tomado de “Alejo Carpentier. Visión de Venezuela”. Monte Ávila Editores 2014.

Con el propósito de aunar los esfuerzos de los distintos grupos dramáticos que actuaban entre nosotros, ha sido fundada, recientemente, una Sociedad Venezolana de Teatro...No pretenden sus animadores constituir un núcleo nuevo, sino, por el contrario, reunir en una programación coherente y orgánica, los elementos que manifestaron su capacidad de trabajo fecundo en realizaciones diversas, conocidas por nuestro público en estos tiempos. Se trata de dar una orientación común en realidades tales como las surgidas de la Escuela de Arte Escénico, del conjunto del Ateneo de Caracas y de las distintas creaciones debidas a las iniciativas de directores tales como Alberto de Paz y Mateos, y Horacio Peterson. En una palabra: se quiere dar vida a un movimiento sostenido, sin limitaciones ni rivalidades, que permita ofrecer, en los meses venideros, una sucesión ininterrumpida de representaciones dramáticas, con obras maestras del teatro clásico y moderno.

El día 24 de septiembre iniciará la Sociedad sus actividades con una pieza policíaca, dada con gran éxito en New York y Buenos Aires, y que acaba de sostenerse durante seis meses en el cartel de un teatro en México: Un llamado a Medianoche, de Frederick Knott. En su orden asistiremos, después, a los estrenos y representaciones de La Casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca; Romeo y Julieta, de Shakespeare; Crimen en la Catedral, de George Elliot; Fedra, de Racine; El delito en la isla de las cabras, de Ugo Betti; y Un tranvía llamado deseo, de Tennesse Williams, drama buien conocido en el mundo entero, por su versión cinematográfica. No debe olvidarse en esta lista el acontecimiento que significará, para las letras nacionales, el estreno de El día de Antero Albán, de Arturo Uslar Pietri, cuyas decoraciones han sido diseñadas ya por Alberto de Paz y Mateos.

Como puede verse, una concertación de propósitos nos coloca ya, de primer intento, ante un repertorio que bastaría, por sí solo, para justificar el esfuerzo realizado. Conocimos, hasta ahora, una etapa preliminar de realizaciones que sirvieron a la formación y maduración de talentos con los cuales pueden emprenderse jornadas dramáticas de alta jerarquía. El logro total de Nuestro pueblo, cuya presentación en Maracay obtuvo tanto éxito como en Caracas, nos permite abrigar grandes esperanzas de superación. La construcción de un nuevo teatro en el Este, la existencia del Anfiteatro de Bello Monte para determinadas piezas que requieren un mayor espacio que el ofrecido por el escenario cerrado hacían apremiante una intensificación y coordinación de energías artísticas. La Sociedad Venezolana de Teatro, en cuya constitución se han interesado numerosas personas, viene, en su momento, a llenar una necesidad.

Porque, además, no debe olvidarse que el proceso de creación de movimientos de arte dramático en América Latina ha sido paralelo en todas partes. Disponiéndose del instrumento humano, el grupo, el núcleo, el conjunto de actores, se ha pasado rápidamente al fomento de una producción nacional. El estreno de El día de Antero Albán abrirá un camino que habrá de ser aprovechado, en un próximo futuro, por los autores venezolanos. La Sociedad recién fundada ha de ser considerada por el público con la mayor simpatía, aunque no fuera más que por ese motivo.











jueves, 3 de mayo de 2018

La Casa Del Ateneo De Valencia (29 de marzo de 1953).

Alejo Carpentier (Lausana 1904-Paris 1980)


Por Alejo Carpentier. Del libro “Alejo Carpentier. Visión de Venezuela. Edición Especial” Monte Ávila Editores Latinoamericana. Año 2014.


Así, pues, con una semana de actos culturales, ha celebrado el Ateneo de Valencia la inauguración de su nuevo hogar. Se trata de un edificio moderno, elegantemente funcional, con amplia sala de exposiciones, biblioteca, auditoria para conciertos, recitales y espectáculos diversos, dotado de magnífica acústica. Y la casa se alza en uno de los lugares más gratos y céntricos de la ciudad, en la esquina misma donde pudieron escucharse muchas veces----¿adivinación de conciertos futuros---las admirables Sonatas de Altagracia, en el piano de Juan Vicente Lecuna.

Diecisiete años tiene de fundado el Ateneo de Valencia. Y son damas las que asumieron sus distintas presidencias desde 1937, en que el nombre de la señora María Clemencia Camarán inauguró la lista, hasta la presidencia actual, de la señora Lucila de Marín---quien con su esfuerzo culminó la obra de dotar a la Asociación de un edificio propio---. Y una vez más, ante ese cuadro de mujeres empeñadas en una enaltecedora tarea, me veo llevado a observar cuánto deben las empresas culturales de nuestro continente, a la noble tenacidad femenina. Si vuelvo los ojos hacia mi país, encuentro una voluntad de mujer en la fundación de Pro-Arte Musical---una de las primeras asociaciones de conciertos de América Latina---. A la vez recuerdo el Lyceum Femenino, donde tres generaciones de escritores dictaron sus conferencias, en tanto que los pintores hallaron bajo su techo el primer local de exposiciones abierto en la Habana...Pienso en Argentina, y acuden a mi memoria los nombres de Victoria Ocampo, de Delia de Acevedo, con sus revistas, sus casas editoriales, sus sociedades de “Amigos del Arte”. Fue por iniciativa de la fundadora de Sur, que tantos y tantos intelectuales, directores de orquestas y artistas famosos cruzaron el océano para presentarse en Buenos Aires. Pienso en México, y al punto acude a mi mente el nombre de María Asúnsolo, creadora de una galería de pintura, escritora de arte, promotora de tantas hermosas aventuras artísticas...

Así, Valencia tiene ya su Ateneo dotado de edificio propio, al cabo de diecisiete años durante los cuales fue firmemente regido por voluntades femeninas. La actual presidenta, Lucila de Marín, a quien los arquitectos entregaron las llaves del edificio nuevo, como antaño entregábanse a los huéspedes ilustres las llaves de una ciudad, no logró su objeto sino a fuerza de tenacidad, de energía, llevando adelante una obra para la cual, en más de un caso, faltaron los recursos, más elementales ---y son muchos los que alaban, en Valencia, la historia de su lucha--- Pero, ahora, ante la obra terminada, no sólo podrá enorgullecerse de la labor cumplida, sino también de haber ilustrado con sus ejemplo, en la ciudad que acaba de celebrar los 398 años de su fundación, el papel de animadora de la cultura, tan hermosamente desempeñado, desde comienzos de este siglo, por las mujeres de nuestra América.

Por favor, aún no.