viernes, 12 de octubre de 2007

¿Qué quedó de Catia?

Yo me crié, y a mucha honra en la zona popular de Catia, específicamente en la subida que da a la avenida principal de Alta Vista. Por cierto, de allí fue el escritor venezolano José Ignacio Cabrujas, quien me parece que fue uno de los pensadores de la ciudad más prolífico y lógico que luego entró en el mundo de del dinero fácil de la televisión sin desmejorar su escritura (otros piensan que empeoró su pensamiento); en fin yo fui criado en la la avenida Sucre y fui muy feliz. El lugar donde viví es una urbanización hecha por Eugenio Mendoza para la clase emergente de trabajadores que se fueron movilizando socialmente gracias a los mal pensados cuarenta años de los partidos políticos AD y COPEI.

Las plazas están llenas de árboles y de rosas, sí señores, sembradas de rosas y de araguaneyes, los hermosos árboles venezolanos de follaje amarillo. El clima de Catia era sumamente frío. El ambiente era neblinoso. Las personas que allí habitabamos eramos personas pobres, pero muy decentes y organizadas. El vecino saludaba al de al frente, en diciembre se intercambiaban hallacas, comida típica de navidad en mi país, dulce de lechosa, "leche de burra" o ponche crema. Esas fueron pequeñas bagatelas. No digo que el pasado fue mejor. Siempre hay que acostumbrarse a los cambios dinámicos de la urbe, aunque no lo deseemos. Antes había muy pocos ranchos y muy pocos imigrantes colombianos hasta que el Sr. Carlos Andrés Pérez los trajera como una supuesta fuerza de trabajo, ahora Catia parece una ciudad de Cucuta, sólo se escucha por las calles y en las cornetas de los buhoneros música de vallenatos. Las palabras típicas de Caracas se han ido sustituyendo por otros vocablos. Por ejemplo, ahora los buhoneros hablan de maduros, en vez de platanos, nombran a la lechosa como papayas. Ahora la grosería más fuerte es la típica colombiana "hijo de puta" y no el sabroso venezolanismo "coño de madre". ¿Dónde está Catia?.

Aquellos señores que vendían raspados de hielo con sabores de frutas tropicales no existen. Las calles están cundidas de basuras y de excrementos y orines. Existen en una misma calle alrededor de tres a cuatro paredes de jeeps de rutas troncales llenos de personas alejadas del gentilicio caraqueño. Los árboles de Catia sirven para guindar la mercancia ilegal que venden los vendedores ilíctos que no pagan impuestos. Hay demasiada droga. Catia aún no desaparace, ella lucha como Don Quijote contra los molinos de viento de la vorágine y de la inconciencia gubernamental y de la gente común.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Bruno. Hacía tiempo que no pasaba por tu "ciudad escrita", que no paseaba por Caracas.
Hoy solo se me ocurre dejarte un breve poema de David Eloy Rodríguez:

"El problema ahora
es que hay muchos vigilantes
y pocos locos.
El problema ahora
es que la jaula está
en el interior del pájaro"

De "Miedo a ser escarcha"
A.G.

Ciudad Escrita dijo...

¡Qué interesante ese pequeño poema!

Gracias por tu comentario...

Anónimo dijo...

Excelente post. Y lo mejor es que tienes esperanzas. Que es posible que todo tarde en arreglarse (tendrían que cambiar muchas cosas, entre ellas el pensamiento de sus habitantes), pero ya tener esperanzas es algo bueno. Estaré pendiente de volver.

Por favor, aún no.