por
Bruno Mateo
Twitter: @bruno_mateo
IG: @brunomateoccs
Querida amiga,
por fin te puedo escribir, el doctor me dio el permiso para hacerlo. Te cuento
que aquí las cosas no son tan malas como dicen por ahí. ¿Recuerdas aquella vez abajo
en el Litoral, no recuerdo la playa, recogimos aquella cantidad de conchas
marinas? Mi mamá se puso furiosa, nos queda viendo y dice: “¡Estas niñas! ¡Estas niñas!” Tú y yo juntas éramos un terremoto.
No te niego que en ocasiones me siento sola, más que sola, desolada,
desterrada. Tengo la sensación de que en este rellano de paz es mi prisión.
¿Por qué no has venido a visitarme? Ayer… ¿Ayer?… ¡No sé! Uno de estos días me
asomé por la ventana porque creí oír tu voz que se acercaba, pero no eras tú.
Había un niño arrojando piedras al techo de la casa. Mi mamá no dijo nada. Te
digo algo en secreto: mi mamá se fue de la casa. ¿No lo crees? ¡Sí! En serio…
No la he visto desde hace mucho tiempo. Creo que me abandonó como hizo papá con
ella.
Amiga Lydia, eres lo único que me queda.
Nunca pude casarme. Yo no quería casarme con ningún hombre. No tengo hijos y de
eso me arrepiento un poco. No tengo ánimos de hacer nada. Me siento en la
mecedora, aquella que me regalaste, la primera vez que peleamos. No sabía que
tenías novio y te apareciste con él. Me molesté mucho porque no me dijiste
nada. Eso fue cuando te fuiste a Buenos Aires y yo me quedé en Macuto, de
pronto, me dices: “Teresa, te presento a
mi novio”, para mí fue un duro golpe a nuestra amistad. ¿Por qué lo
hiciste? No debiste. Pero eso pasó hace tiempo,
te perdoné. ¿Cómo no hacerlo? Ahora estoy sola en la casa que una vez ocupamos
tú, mi mamá y yo. Los muebles, la casa se me vienen encima. Estas líneas que
escribo son para pedirte que vengas a visitarme de vez en cuando. Ahí está la
mecedora. Más allá el juego de comedor. ¡Mira! El reloj aún está pegado en la
pared. La alfombra vinotinto en medio
del salón. Ellos no tienen valor. No
tienen valor porque no hay nadie que las disfrute. Son sólo recuerdos. Lydia,
por favor, ven para que conversemos. No quiero estar en un mundo escindido.
Todas esas imágenes que vienen a mi mente forman un caleidoscopio de mi
persona. Ahí está todo lo que nos gustaba: la mecedora, la radio vieja de tu
abuelo en Cuba, el parabán que trajimos de Paris, amiga mía, cuando te fuiste terminaban
los objetos por escurrirse de la memoria que transportaban.
A veces, oigo gente que entra, no se dan
cuenta de que estoy arriba, escucho que hablan de mi como si perteneciera al
pasado. Cada semana viene alguien diferente, me les acerco para preguntarles
qué hacen en mi hogar, pero no responden, sólo dicen: “Muchas gracias, pero esta casa es extraña, se siente una energía muy
fuerte, no la vamos a comprar”. Salen. Quedo sola otra vez.
Amiga del alma, voy a finalizar de escribir,
estoy un poco cansada, me recostaré pensando en aquellos días, cuando éramos
niñas, a orillas de las playas de Macuto.
Caracas, julio 2011.
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