miércoles, 30 de octubre de 2019

La casa de Teresa.



por Bruno Mateo
Twitter: @bruno_mateo
IG: @brunomateoccs

Querida amiga, por fin te puedo escribir, el doctor me dio el permiso para hacerlo. Te cuento que aquí las cosas no son tan malas como dicen por ahí. ¿Recuerdas aquella vez abajo en el Litoral, no recuerdo la playa, recogimos aquella cantidad de conchas marinas? Mi mamá se puso furiosa, nos queda viendo y dice: “¡Estas niñas! ¡Estas niñas!” Tú y yo juntas éramos un terremoto. No te niego que en ocasiones me siento sola, más que sola, desolada, desterrada. Tengo la sensación de que en este rellano de paz es mi prisión. ¿Por qué no has venido a visitarme? Ayer… ¿Ayer?… ¡No sé! Uno de estos días me asomé por la ventana porque creí oír tu voz que se acercaba, pero no eras tú. Había un niño arrojando piedras al techo de la casa. Mi mamá no dijo nada. Te digo algo en secreto: mi mamá se fue de la casa. ¿No lo crees? ¡Sí! En serio… No la he visto desde hace mucho tiempo. Creo que me abandonó como hizo papá con ella.

Amiga Lydia, eres lo único que me queda. Nunca pude casarme. Yo no quería casarme con ningún hombre. No tengo hijos y de eso me arrepiento un poco. No tengo ánimos de hacer nada. Me siento en la mecedora, aquella que me regalaste, la primera vez que peleamos. No sabía que tenías novio y te apareciste con él. Me molesté mucho porque no me dijiste nada. Eso fue cuando te fuiste a Buenos Aires y yo me quedé en Macuto, de pronto, me dices: “Teresa, te presento a mi novio”, para mí fue un duro golpe a nuestra amistad. ¿Por qué lo hiciste?  No debiste. Pero eso pasó hace tiempo, te perdoné. ¿Cómo no hacerlo? Ahora estoy sola en la casa que una vez ocupamos tú, mi mamá y yo. Los muebles, la casa se me vienen encima. Estas líneas que escribo son para pedirte que vengas a visitarme de vez en cuando. Ahí está la mecedora. Más allá el juego de comedor. ¡Mira! El reloj aún está pegado en la pared. La alfombra vinotinto  en medio del salón. Ellos  no tienen valor. No tienen valor porque no hay nadie que las disfrute. Son sólo recuerdos. Lydia, por favor, ven para que conversemos. No quiero estar en un mundo escindido. Todas esas imágenes que vienen a mi mente forman un caleidoscopio de mi persona. Ahí está todo lo que nos gustaba: la mecedora, la radio vieja de tu abuelo en Cuba, el parabán que trajimos de Paris, amiga mía, cuando te fuiste terminaban los objetos por escurrirse de la memoria que transportaban.  

A veces, oigo gente que entra, no se dan cuenta de que estoy arriba, escucho que hablan de mi como si perteneciera al pasado. Cada semana viene alguien diferente, me les acerco para preguntarles qué hacen en mi hogar, pero no responden, sólo dicen: “Muchas gracias, pero esta casa es extraña, se siente una energía muy fuerte, no la vamos a comprar”. Salen. Quedo sola otra vez.

Amiga del alma, voy a finalizar de escribir, estoy un poco cansada, me recostaré pensando en aquellos días, cuando éramos niñas, a orillas de las playas de Macuto.



Caracas, julio 2011.

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