martes, 29 de octubre de 2019

Tío Tigre y las nueces de Tío Conejo.



Tío Conejo llevaba muchos días sin comer, estaba flaco, medio apestado, con garrapatas y pulgoso; ese día había encontrado unas semillas de palma real, y las estaba partiendo entre dos piedras a la sombra de un palmar, en medio de la llanura, para comer la nuez que yace dentro de cada semilla. Mientras esto sucedía, Tío Tigre rondaba por la sabana buscando algo para comer, también estaba hambriento, la barriga le sonaba, y ya había perdido la cuenta de los días que habían pasado desde la última vez que había logrado cazar un grosero e insípido ratón de monte. El verano arreciaba, el sol de marzo se ocultaba cada tarde tostándolo todo con su abrazo amarillento, y todos los animales pasaban iguales dificultades.

Cuando Tío Tigre se asomó al palmar, divisó a lo lejos a Tío Conejo doblado sobre una piedra, estaba tan distraído y débil, que no se dio cuenta de nada, solo sintió las garras del tigre en su cuello y se vio atrapado sin poder reaccionar siquiera para escapar.

¡Ah Tío Conejo! ¿Cuánto tiempo esperando este día? Y mira, ¿cómo te encuentro aquí tan fácil? Ahora si te voy a comer — le dijo Tío Tigre, mientras lo dominaba con sus garras.

¡No Tío Tigre! usted está equivocado, yo lo estaba era esperando, la situación está muy dura. Mire mis bracitos flacos, mire mis piernitas raquíticas son dos huesos, usted no saca nada con comerme, hace más de un mes que no logro alimentarme, y hoy, aquí en medio de este palmar encontré la solución. Para que veas que no es mentira te voy a compartir mi secreto — declaró el conejo aterrorizado, pero tratando de aparentar  una calma absoluta.

El tigre entre confundido y sorprendido no sabía qué hacer; era algo justificado, el conejo no estaba siquiera alterado al sentirse atrapado entre sus poderosas garras, y además, le estaba proponiendo una solución. Porque si algo era cierto es que el aspecto de Tío Conejo era terrible y seguramente su sabor no iba a ser el mejor. Se notaba que no comía hacía mucho tiempo y "quién sabe qué más enfermedades e infecciones tendría" - pensaba Tío Tigre. 

Mire Tío Tigre hoy me he dado un banquete increíble y lo encontré al llegar aquí a estas dos piedras, bien pueda pruebe lo que queda de mi almuerzo — continuó Tío Conejo brindándole las nueces de palma real que había logrado extraer de las semillas al quebrar la cubierta con las piedras.

Tío Tigre al ver que Tío Conejo comía con mucho agrado, tomó un trozo de lo que le ofrecía, lo olfateó con mucha desconfianza y esperó a que Tío Conejo tragara primero, pensando en un posible engaño por parte del astuto roedor. Después probó él y quedó maravillado.

Esta comida está buenísima Tío Conejo, ¿de dónde la sacaste? Te ordeno que me digas ya. ¡Quiero más! — rugió Tío Tigre, demostrando su poder a Tío Conejo.

Ante esta petición, Tío Conejo sonrió no sin cierta maldad y picardía, y procedió a explicar cómo obtener tan delicioso manjar.

Mira Tío Tigre, esto que estamos comiendo son mis huevitos. Hoy en la tarde al llegar a este hermoso palmar, descubrí que poniéndolos sobre esta piedra y golpeándolos muy fuerte con esta otra, salía de dentro de ellos un manjar tan delicioso que solo los dioses pueden disfrutar. Yo diría que tú, al tenerlos más grandes que los míos, podrías comer por muchas semanas este manjar y pasarías este apuro en que estamos, sin problemas — decía Tío Conejo, sabiendo que estaba jugándose el todo por el todo.

Tío Tigre no creyó de entrada la historia de Tío Conejo, pero ante cada afloro de duda, el conejo le entregaba un nuevo trozo del delicioso manjar, lo metía en su boca, todo se deshacía en sabor y entonces su desconfianza desaparecía. “¿Por qué no intentarlo?” Pensaba. “No puede ser tan grave. Si el conejo lo hizo y se ve bien, a mí no me puede pasar nada peor de lo que le ha pasado a él. Además soy infinitamente más fuerte y listo, nada me va a pasar, soy Tío Tigre”, seguía pensando para sí.

Está bien, ¡acepto! — exclamó Tío Tigre.

Bueno, entonces necesitamos que deposites tus huevos sobre esta gran piedra — Dijo Tío Conejo, levantándose de la piedra en la que había estado sentado hasta ese momento.

Tío Tigre se sentó sobre la gran piedra y estiró sus bolas gigantes sobre la parte más plana. Tío Conejo no daba crédito a sus ojos y lo observaba con cierto nerviosismo.

Muy bien, ahora lo que tienes que hacer es agarrar con toda la fuerza de tus brazos esta piedra que te voy a pasar, y dejarla caer sobre tus huevos. Una vez que hagas eso, va a salir desde dentro de ellos este delicioso manjar del que hemos estado disfrutando los dos, desde el momento en que llegaste — declaró Tío Conejo pasándole la otra piedra en medio de un gran esfuerzo a causa de su debilidad.

Tío Tigre recibió la piedra y con decisión la elevó para dejarla caer sobre sus bolas, pero algo lo hizo dudar en el último segundo, y desistió. Tío Conejo alarmado, sudando de terror, se apresuró a exclamar:

¿Qué ha pasado Tío Tigre, por qué no lo has hecho?

No estoy seguro de si me va a doler mucho, ¿no sería mejor que tú me ayudes? — dijo Tío Tigre con cierta vergüenza.

Ah, pero claro Tío Tigre, ni más faltaba, yo me encargo de todo, no te preocupes — dijo Tío Conejo, dando un gran suspiro de alivio, cuando ya se disponía a huir.

Tío Conejo, que cada vez se sentía más débil, levantó con las últimas fuerzas que le quedaban la pesada piedra con sus dos brazos raquíticos. Tío Tigre, despernancado sobre la piedra apretó los dientes con todas sus fuerzas y cerró sus ojos, mientras trataba de imaginarse comiendo nuevamente el delicioso manjar que el conejo le diera minutos antes. Tío Conejo miró una última vez los desproporcionados huevos del tigre, y dejó caer todo el peso de la piedra aplastando las bolas de Tío Tigre, que rugió y chilló con tanto ruido, que todas las aves del llano volaron aterrorizadas por el cielo, ante el chillido del gran felino, mientras Tío Conejo se perdía a toda velocidad entre las ramas y las sombras del bosque cercano al gran palmar. 

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