Tío
Conejo llevaba
muchos días sin comer, estaba flaco, medio apestado, con garrapatas
y pulgoso; ese día había encontrado unas semillas de palma real, y
las estaba partiendo entre dos piedras a la sombra de un palmar, en
medio de la llanura, para comer la nuez que yace dentro de cada
semilla. Mientras esto sucedía, Tío
Tigre rondaba
por la sabana buscando algo para comer, también estaba hambriento,
la barriga le sonaba, y ya había perdido la cuenta de los días que
habían pasado desde la última vez que había logrado cazar un
grosero e insípido ratón de monte. El verano arreciaba, el sol de
marzo se ocultaba cada tarde tostándolo todo con su abrazo
amarillento, y todos los animales pasaban iguales dificultades.
Cuando
Tío Tigre se asomó al palmar, divisó a lo lejos a Tío
Conejo doblado sobre una piedra, estaba tan distraído y débil,
que no se dio cuenta de nada, solo sintió las garras del tigre en su
cuello y se vio atrapado sin poder reaccionar siquiera para escapar.
—
¡Ah Tío Conejo! ¿Cuánto
tiempo esperando este día? Y mira, ¿cómo te encuentro aquí tan
fácil? Ahora si te voy a comer — le dijo Tío Tigre,
mientras lo dominaba con sus garras.
—
¡No Tío Tigre! usted está
equivocado, yo lo estaba era esperando, la situación está muy dura.
Mire mis bracitos flacos, mire mis piernitas raquíticas son dos
huesos, usted no saca nada con comerme, hace más de un mes que no
logro alimentarme, y hoy, aquí en medio de este palmar encontré la
solución. Para que veas que no es mentira te voy a compartir mi
secreto — declaró el conejo aterrorizado, pero tratando de
aparentar una calma absoluta.
El
tigre entre confundido y sorprendido no sabía qué hacer; era algo
justificado, el conejo no estaba siquiera alterado al sentirse
atrapado entre sus poderosas garras, y además, le estaba proponiendo
una solución. Porque si algo era cierto es que el aspecto de Tío
Conejo era terrible y seguramente su sabor no iba a ser el mejor.
Se notaba que no comía hacía mucho tiempo y "quién sabe qué
más enfermedades e infecciones tendría" - pensaba Tío
Tigre.
—
Mire Tío Tigre hoy me he dado
un banquete increíble y lo encontré al llegar aquí a estas dos
piedras, bien pueda pruebe lo que queda de mi almuerzo — continuó
Tío Conejo brindándole las nueces de palma real que había
logrado extraer de las semillas al quebrar la cubierta con las
piedras.
Tío
Tigre al ver que Tío Conejo comía con mucho agrado, tomó
un trozo de lo que le ofrecía, lo olfateó con mucha desconfianza y
esperó a que Tío Conejo tragara primero, pensando en un
posible engaño por parte del astuto roedor. Después probó él y
quedó maravillado.
—
Esta comida está buenísima Tío
Conejo, ¿de dónde la sacaste? Te ordeno que me digas ya.
¡Quiero más! — rugió Tío Tigre, demostrando su poder a
Tío Conejo.
Ante
esta petición, Tío Conejo sonrió no sin cierta maldad y
picardía, y procedió a explicar cómo obtener tan delicioso manjar.
—
Mira Tío Tigre, esto que
estamos comiendo son mis huevitos. Hoy en la tarde al llegar a este
hermoso palmar, descubrí que poniéndolos sobre esta piedra y
golpeándolos muy fuerte con esta otra, salía de dentro de ellos un
manjar tan delicioso que solo los dioses pueden disfrutar. Yo diría
que tú, al tenerlos más grandes que los míos, podrías comer por
muchas semanas este manjar y pasarías este apuro en que estamos, sin
problemas — decía Tío Conejo, sabiendo que estaba jugándose el
todo por el todo.
Tío
Tigre no creyó de entrada la historia de Tío Conejo,
pero ante cada afloro de duda, el conejo le entregaba un nuevo trozo
del delicioso manjar, lo metía en su boca, todo se deshacía en
sabor y entonces su desconfianza desaparecía. “¿Por qué no
intentarlo?” Pensaba. “No puede ser tan grave. Si el conejo lo
hizo y se ve bien, a mí no me puede pasar nada peor de lo que le ha
pasado a él. Además soy infinitamente más fuerte y listo, nada me
va a pasar, soy Tío Tigre”, seguía pensando para sí.
—
Está bien, ¡acepto! — exclamó Tío
Tigre.
—
Bueno, entonces necesitamos que
deposites tus huevos sobre esta gran piedra — Dijo Tío Conejo,
levantándose de la piedra en la que había estado sentado hasta ese
momento.
Tío
Tigre se sentó sobre la gran piedra y estiró sus bolas gigantes
sobre la parte más plana. Tío Conejo no daba crédito a sus
ojos y lo observaba con cierto nerviosismo.
—
Muy bien, ahora lo que tienes que
hacer es agarrar con toda la fuerza de tus brazos esta piedra que te
voy a pasar, y dejarla caer sobre tus huevos. Una vez que hagas eso,
va a salir desde dentro de ellos este delicioso manjar del que hemos
estado disfrutando los dos, desde el momento en que llegaste —
declaró Tío Conejo pasándole la otra piedra en medio de un
gran esfuerzo a causa de su debilidad.
Tío
Tigre recibió la piedra y con decisión la elevó para dejarla
caer sobre sus bolas, pero algo lo hizo dudar en el último segundo,
y desistió. Tío Conejo alarmado, sudando de terror, se
apresuró a exclamar:
—
¿Qué ha pasado Tío Tigre,
por qué no lo has hecho?
—
No estoy seguro de si me va a doler
mucho, ¿no sería mejor que tú me ayudes? — dijo Tío Tigre
con cierta vergüenza.
—
Ah, pero claro Tío Tigre, ni
más faltaba, yo me encargo de todo, no te preocupes — dijo Tío
Conejo, dando un gran suspiro de alivio, cuando ya se disponía a
huir.
Tío
Conejo, que cada vez se sentía más débil, levantó con las
últimas fuerzas que le quedaban la pesada piedra con sus dos brazos
raquíticos. Tío Tigre, despernancado sobre la piedra apretó
los dientes con todas sus fuerzas y cerró sus ojos, mientras trataba
de imaginarse comiendo nuevamente el delicioso manjar que el conejo
le diera minutos antes. Tío Conejo miró una última vez los
desproporcionados huevos del tigre, y dejó caer todo el peso de la
piedra aplastando las bolas de Tío Tigre, que rugió y chilló
con tanto ruido, que todas las aves del llano volaron aterrorizadas
por el cielo, ante el chillido del gran felino, mientras Tío
Conejo se perdía a toda velocidad entre las ramas y las sombras
del bosque cercano al gran palmar.
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