sábado, 23 de febrero de 2019

Momoyes y Diablo Danzarín


Momoyes.

Son los inquietos duendes delos Andes, que habitaban nuestras montañas mucho antes de la llegada los conquistadores. Quienes han logrado verlos los describen como pequeños hombrecitos, de no más de cuarenta centímetros. Visten hermosos trajes a la usanza india, hechos con flores y hojas del monte. Usan penachos de coloridas plumas y en la mano llevan una rama verde, a manera de bastón.

Los Momoyes pueblan las lagunas y ríos de Mérida y Trujillo. Se les han visto en la laguna negra del Páramo de Niquitao y en la laguna del Páramo de Guaramacal. Hacen sentir su presencia de mil maneras. Canatn bellas canciones, silban y hacen travesuras  viajeros y excursionistas: esconden los fósforos, botan los alimentos y extravían las cosas. Pero son duendes ecológicos y cuidan las lagunas andinas, así como la flora y la fauna del os páramos.

En Mérida se hablaba de un furioso Momoy que azotaba con bastón a los que acampaban en el Páramo dela Culata, sobre todo si dejaban basura en el lugar. Incluso se cuenta de que un excursionista descuidado lanzó una lata de refresco a una laguna y vio con asombro cómo aquel objeto contaminante del ambiente le fue devuelto violentamente por un Momoy.

Estos incansables duendes indios son alegres y benévolos, pero si fastidian sus travesuras y quieres ahuyentarlos definitivamente, bastará con ignorarlos. Es algo que no pueden soportar.

Diablo Danzarín.

Durante la Guerra de Independencia Valencia se quedó sin hombres. Pero Rosaura Salas, hija de un rico hacendado, tenía tantos deseos de bailar que dijo:- “Bailaría con el mismo Diablo, si apareciera por aquí”. Ya iba a retirarse a sus aposentos cuando se oyó el galope lejano de un potro. Lo montaba un caballero rubio que parecía forastero. Bajó edl caballo y se acercó a la reja. Las muchachas se alborotaron. Era en verdad muy atractivo, y vestía con la mayor corrección, aunque lucía un tanto cansado. Tal vez era un mensajero. ¡Quizás traería noticias del frente!

-“¿Tendría un poco de agua, señorita? Vengo de muy lejos”- dijo el recién llegado, dirigiéndose a Rosaura. El visitante entró en la casa y se sentó en una de las butaca de terciopelo. Mientras, las muchachas corrieron a la cocina, para preparar el agua fresa en la mejor copa de cristal.  Se escuchó una legre música y el salón se llenó de elegantes parejas danzantes. Una gran orquesta tocaba románticos valses. El forastero invitó a Rosaura a bailar y ella bailó con él, pero cuando quiso detenerse no podía. En verdad ya los pies le dolían.

-“¿Acaso no querías bailar?”- dijo de pronto el hombre con un gran sonrisa, mostrando unos dientes blanquísimos. ¡Yo soy un gran bailarían! La danza es una de mis pasiones. Y tú prometiste que bailarías conmigo si yo aparecía por aquí. ¿No es así? Pues por eso vine. ¡Bailemos!

El extraño visitante continuaba danzando y girando. Las hermanas de Rosaura arrastraron a la madre hasta el salón. Al ver a aquel extraño caballero doña Teresa sintió erizarse toda su piel. Buscó rápidamente un frasco de agua bendita y lo vació sobre el bailarín, quien soltó a la muchacha y desapareció en el acto, con un feroz rugido de rabia. Desparecieron también los músicos y toda la gente de aquella súbita fiesta. Sólo quedaba un olor pavoroso, semejante al de la pólvora.

Tomado del libro: Diccionario de Fantasmas, Misterios y leyendas de Venezuela. Mercedes Franco. Editorial CEC, SA. Los libros de El Nacional. 1era. Edición, 2001. Caracas, Venezuela.



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