Momoyes.
Son los
inquietos duendes delos Andes, que habitaban nuestras montañas mucho antes de
la llegada los conquistadores. Quienes han logrado verlos los describen como
pequeños hombrecitos, de no más de cuarenta centímetros. Visten hermosos trajes
a la usanza india, hechos con flores y hojas del monte. Usan penachos de
coloridas plumas y en la mano llevan una rama verde, a manera de bastón.
Los Momoyes
pueblan las lagunas y ríos de Mérida y Trujillo. Se les han visto en la laguna
negra del Páramo de Niquitao y en la laguna del Páramo de Guaramacal. Hacen sentir
su presencia de mil maneras. Canatn bellas canciones, silban y hacen
travesuras viajeros y excursionistas:
esconden los fósforos, botan los alimentos y extravían las cosas. Pero son
duendes ecológicos y cuidan las lagunas andinas, así como la flora y la fauna
del os páramos.
En Mérida se
hablaba de un furioso Momoy que azotaba con bastón a los que acampaban en el
Páramo dela Culata, sobre todo si dejaban basura en el lugar. Incluso se cuenta
de que un excursionista descuidado lanzó una lata de refresco a una laguna y
vio con asombro cómo aquel objeto contaminante del ambiente le fue devuelto
violentamente por un Momoy.
Estos
incansables duendes indios son alegres y benévolos, pero si fastidian sus
travesuras y quieres ahuyentarlos definitivamente, bastará con ignorarlos. Es algo
que no pueden soportar.
Diablo Danzarín.
Durante la
Guerra de Independencia Valencia se quedó sin hombres. Pero Rosaura Salas, hija
de un rico hacendado, tenía tantos deseos de bailar que dijo:- “Bailaría con el mismo Diablo, si apareciera
por aquí”. Ya iba a retirarse a sus aposentos cuando se oyó el galope lejano
de un potro. Lo montaba un caballero rubio que parecía forastero. Bajó edl
caballo y se acercó a la reja. Las muchachas se alborotaron. Era en verdad muy
atractivo, y vestía con la mayor corrección, aunque lucía un tanto cansado. Tal
vez era un mensajero. ¡Quizás traería noticias del frente!
-“¿Tendría un poco de agua, señorita? Vengo de muy lejos”- dijo el
recién llegado, dirigiéndose a Rosaura. El visitante entró en la casa y se
sentó en una de las butaca de terciopelo. Mientras, las muchachas corrieron a
la cocina, para preparar el agua fresa en la mejor copa de cristal. Se escuchó una legre música y el salón se
llenó de elegantes parejas danzantes. Una gran orquesta tocaba románticos
valses. El forastero invitó a Rosaura a bailar y ella bailó con él, pero cuando
quiso detenerse no podía. En verdad ya los pies le dolían.
-“¿Acaso no querías bailar?”- dijo de pronto el hombre con un gran
sonrisa, mostrando unos dientes blanquísimos. ¡Yo soy un gran bailarían! La danza es una de mis pasiones. Y tú
prometiste que bailarías conmigo si yo aparecía por aquí. ¿No es así? Pues por
eso vine. ¡Bailemos!
El extraño
visitante continuaba danzando y girando. Las hermanas de Rosaura arrastraron a
la madre hasta el salón. Al ver a aquel extraño caballero doña Teresa sintió erizarse
toda su piel. Buscó rápidamente un frasco de agua bendita y lo vació sobre el
bailarín, quien soltó a la muchacha y desapareció en el acto, con un feroz
rugido de rabia. Desparecieron también los músicos y toda la gente de aquella
súbita fiesta. Sólo quedaba un olor pavoroso, semejante al de la pólvora.
Tomado del libro: Diccionario
de Fantasmas, Misterios y leyendas de Venezuela. Mercedes Franco.
Editorial CEC, SA. Los libros de El Nacional. 1era. Edición, 2001. Caracas,
Venezuela.
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