Foto referencial. |
Mi vecino era un travesti, de
maquillaje barato, y ropa repetida. Olía a perfume y axila. Raquítico como una
escoba, de pelo largo y mal cuidado. El personaje de
la cuadra, a quien todos molestaban, pero nadie se atrevía a enfrentar,
simplemente porque él o ella, tenía mucha más calle. Si alguien se burlaba,
sacaba voz de hombre, y todos se asustaban, pero luego transformaba en voz de
nena y te lanzaba un beso.
Yo le tenía miedo, para mí era como ver un quiltro con arestín.
Cuando me mandaban a comprar pan, yo cruzaba a la vereda contraria a la que él
(o ella) estaba. Una vez, salí del negocio y estaba afuera, me pidió cien pesos
y yo salí arrancando, de hecho, se me quebraron los huevos en el piso al soltar
la bolsa. Cada vez que me portaba mal, mi padre me amenazaba que llegaría el
travesti de la vuelta y me raptaría. Yo soñaba con eso, despertaba llorando. Mi
madre retó a mi taita, le dijo literalmente: No quiero que asustes más al niño
con ese fleto.
Pero fui creciendo y el miedo se transformó en una simple omisión.
Siempre lo veía en la calle, con la misma ropa, oliendo a perfume y axila.
Siempre saludaba, me decía el Pepe Grillo, pero no le daba bola.
Una vez, me metí en un lío con los cabros de otra villa, todo por la
rucia de allá, me iban a sacar la cresta. Me pillaron llegando a la población,
eran cuatro, me tiraron al suelo y uno sacó una cuchilla, el otro me corrió el
polerón y quedé a guata descubierta. Pero en ese instante, apareció el
travesti, tres de ellos salieron arrancando, salvo el de la cuchilla, los dos
de manera casi tácita tomaron un duelo, el travesti le pegó dos rajazos en la
cara y otro en la mano. Me sorprendí, y me quedé ahí, callado. Me quede sólo
con él y me dijo: “Te apuesto que es por la rucia de la otra población, ten
cuidado, a esa le gusta meter a los niños en tetes”. Le dije gracias, y me
pidió cien pesos, tenía cincuenta, se los pasé. Prendió un cigarro y se fue.
Desde ese día, ya lo saludaba, al menos le movía la cabeza, pero si yo iba con
alguien, siempre lo negaba. Perfectamente me podría haber dicho algo, pero fue
respetuoso, se hacía el loco, al parecer entendía perfectamente lo que él
representaba para los demás, pero no le importaba, creo.
Mi madre falleció de un derrame cerebral, de un día para otro.
Estábamos en el velorio, y a eso de las 12 de la noche apareció el travesti,
fue con unas rosas que había sacado de por ahí. Nadie dijo nada, salvo yo, que
le dije gracias, me esbozó una sonrisa y se fue. En el funeral, mientras
estábamos en el desgarrador entierro, vi que desde unos metro más allá estaba
aquel tipo fumándose un cigarro, y a lo lejos me preguntó ¿Estás bien? Yo le
hice un gesto de “sí”.
Ya tenía 15, y aun no daba mi primer beso, y la única que me daba
chances era la rucia con la que me había metido alguna vez en problemas, no
sabía cómo hacerlo. Yo creo que el travesti me miró por mucho tiempo que ya me
conocía de memoria. Recuerdo que se me acercó y me dijo: "Parece que aún
no te haces respetar mi Pepe Grillo". Me tomó de la cintura, y me asusté:
“Así la agarras y le das un beso”, yo le dije que se podía sentir abusada, o
algo así, me dijo que no fuera leso, que ella hace rato me daba chances, era yo
el pajarón.
Crucé la villa, entre todos esos flaites, me acerqué a la rucia, la tomé de la
cintura y le chanté el beso. La solté, puso cara de contenta, y salí
arrancando. Venían como diez, y el travesti los espero a la entrada de mi
población… ahí nadie fue capaz de entrar. Me gritaban que me defendía detrás de
la falda de un “caballo”. Me preguntó cómo me fue y le dije que bien, se puso a
reír y me dijo que ya estaba grande.
Mi papá veía el partido de la U con el Colo, mientras yo, sacaba
carne de la parrila y las guardaba en una servilleta, salía escondido y se las
pasaba a esta “loca”
Crecí.
Me transformé en un cabro de 18, estudiaba en Santiago, y cuando
volvía a Chillán, ahí estaba. Cara dura me decía que el “Pepe Grillo” estaba
guapo, yo me reía no más. Y todas las vueltas era lo mismo. En los veranos
salía con short a tomarme una chela en la puerta, y le tiraba una lata. Estaba
bueno para toser, le dije que dejara el cigarro, pero él ni ahí.
Cuando había platos únicos, él se ofrecía a ayudar para cocinar,
pero todos lo negaban. Yo le dije a mis tías que lo dejaran, pero pusieron el
grito en el cielo, que estaba cochino, quizás con que cosa.
Era marzo, y me preguntó que por qué no me iba a Santiago, le dije
que no había lucas, mi taita estaba hasta el pico con deudas, yo estaba
obligado a trabajar. Me dijo que eso no era posible, así que me pasó mil
doscientos pesos en monedas de diez y cincuenta. No sé en qué espacio vivía,
pero se notaba que no entendía mucho, yo me puse a reír, no sé, su gesto me
puso contento. Caché que era como un perro golpeado, de la calle, ignorante del
universo, pero siempre fiel con la gente de la villa.
Armamos un negocio con mi taita, un almacén, y nos faltaba alguien
que hiciera aseo, yo le dije que le diera la pega… pero mi viejo se negó,
tajantemente. Traté de hacerle ver que era buena persona, que le dieran una
oportunidad. Mi papá a regañadientes aceptó. Le presté la ducha y le compré
ropa nueva. Se cortó el pelo y parecía otro. Pero su gesticulación era la misma
de siempre, con esa voz alharaca contando mentiras divertidas.
Mi papá se acostumbró, igual los tiempos habían cambiado, de ser un
bicho raro pasó a ser persona.
Desde ahí todos le daban pega en la población, alguno que otro favor pagado, y
este se gastaba la plata en cigarros, pero se veía contento.
Pude volver a la universidad, estaba ya en el último año.
Regresé a Chillán, con una noticia, iba a ser papá. Mi taita me
felicitó y esta “loca” también, me dijo que me iba a tener un regalo para mi
guagua, que lo esperara.
Al otro día, desperté a ayudar a mi viejo al almacén, y este loco no había
llegado a trabajar. Según mi papá, quizás se había quedado borracho, por ahí.
Pero lo conocía, era extraño que saliera de la villa.
Las horas pasaban y no aparecía. Hasta que se acercó carabineros,
preguntándonos si conocíamos a un tal Cristian Lumier, mi papá dijo que no…
pero yo sí, era su nombre. Pregunté qué pasaba…
… Lo encontraron tirado, lleno de cicatrices, apuñalado en todos
lados, con una botella que le atravesó el ano, con la nariz partida en dos, sin
dientes… y con un paquete de pañales a su lado... Aún me duele el corazón.
Se fue parte de mi, me lo arrebataron. Se fue mi infancia, se fue la
mitad de mi vida con ella. Sentí y siento un vacío, y que nunca pensé que ella
estaba a cargo de llenar.
No dije nada, mi padre tampoco. Estaba mudo, hipnotizado, pregunté donde había
pasado, pensé que quizás fueron los de al frente, pero no... desconocidos, a
quienes nunca encontraron, y que no sé si hayan ubicado con tanto ímpetu,
después de todo ella solo era un vagabundo, disfrazado, una loca que de alguna
forma tenía que morir, daba lo mismo si en el río o en la calle.
No hice nada, aún estaba sin decir nada.
La gente de la villa juntó dinero, sumada a la que una vecina
consiguió en la municipalidad, con eso pudimos darle un entierro digno.
Llegaron muchos travestis, uno que otro personaje de la ciudad. Quise llorar,
pero nadie lo hacía, porque simplemente a nadie le importaba tanto, sentí
vergüenza de hacerlo. Me aguanté la pena, me tragué la saliva y me fui a casa.
No podía dejar de dormir. Me dolía la cabeza, la pena me tenía un tanto
agripado.
Me senté afuera, muy tarde y vi entrar a un perro, se veía mal
tratado y no se quería acercar. Lo llamé, pero no se decidía. Entré a la casa y
saqué un pedazo de carne, lo dejé a mi lado y empezó a comer, le acaricié la
cabeza… y mi pena se desató, y mis lágrimas empezaron a salir desde mi corazón,
para desembocar en el lomo de aquel perro.
Perdóname. Mi perrito guacho, mi loca, mi angelito guardián. Mi
personaje principal. Mi musa preferida. Te tenías que morir de cáncer al
pulmón, no así, humillado, como cachorrito envenenado.
Cada vez que sueño
contigo, ya no eres esa pesadilla que me despertaba a gritos, sino que esa
bella princesa que corre por la luna y que sigo por el universo y que repito
mil veces que te quiero. Mi amiga fiel, la contadora de cuentos, mi bella
hermana, aquella que dejó su sombra en la entrada de esta villa y que me espera
para decirme mi Pepe Grillo.......
Texto de El Borrador
El Borrador
El Borrador
No hay comentarios:
Publicar un comentario