martes, 22 de mayo de 2018

Un venezolano amigo de Proust.

Reynaldo Hahn (Puerto Cabello,   9 de agosto de 1874-París, 28 de enero de 1974)

Escrita por Alejo Carpentier el 16 de agosto de 1951.

Tomado de “Alejo Carpentier. Visión de Venezuela” Monte Ávila Editores Latinoamericana, 2014.



Por una nota publicada en esta misma página, supe de la colocación de una placa en la fachada de la casa donde vivió Reynaldo Hahn en los últimos años de su vida. Y aunque el autor de las Canciones grises hubiera conservado muy pocos contactos con nuestro continente, volviéndose el más francés de los compositores, hay ciertos rasgos curiosos que señalar en la vida de aquel que llegara a ser director de la Ópera de París.


Reynaldo Hahn nació en Puerto Cabello. Muy joven se vio llevado a París por sus padres, y luego de estudiar en el Conservatorio, fue natural que no pensara en regresar a un mundo donde la vida musical, particularmente, tenía muy poco que ofrecer a un compositor de elevados empeños. Sin embargo, el músico fue tardo en renunciar a su nacionalidad, adoptando la francesa pasados los treinta y tres años. Y lo cierto es que lo hispánico palpitaba secretamente bajo su obra de tendencias cosmopolitas, llevándole a consagrar sus últimas energías a la composición de una ópera, su mejor partitura, sobre la comedia de Moratín, El sí de las niñas. Yo me empeño en ver también alguna añoranza de su niñez en su primera ópera, compuesta sobre la novela de Loti, Rarahu, que en su tiempo obtuvo un éxito considerable en Europa, abriendo la era de los amores exóticos en la novela, añoranza que se manifiesta en una acción situada a orillas del mar, en una isla de la Polinesia que se asemeja sorprendentemente, por la forma de las montañas, el color del mar, los cocoteros, a ciertos rincones de la costa venezolana. No lejos de Puerto Cabello, precisamente, hay lugares que parecen haber sido copiados por el pintor encargado de hacer las decoraciones de la ópera de Reynaldo Hahn, y que tal vez conociera por fotografías.


Era Reynaldo Hahn, de la única manera que pudieron verlo los hombres de mi generación, un hombre de tez extremadamente pálida, sumamente cuidadoso en el vestir. De su amistad íntima con Marcel Proust había conservado un tipo elegancia “comienzos del siglo”, muy preocupada de los chalecos, las levitas ceñidas, el calzado pequeño, para la cual todo color claro, en la indumentaria, era signo indudable del “rastacuerismo”. Hacia el año 1930, cuando tuve oportunidad de verlo algunas veces en cierta residencia de Neuilly, que había sido la casa de Benjamín Franklin en los días de su embajada cerca de Luis XVI, era Reynaldo Hahn un hombre sacado del ámbito de los Guermantes de Marcel Proust, y es evidente que el genial novelista tomó algunos rasgos del venezolano para crear su personaje de Vinteuil, el compositor. Por lo demás, el autor de El mercader de Venecia no había olvidado el castellano, y lo hablaba con marcado acento criollo. A veces decía, con un suspiro: “Debo decidirme algún día a hacer un viaje a Caracas”.



Por lo demás, su obra, fuera de la elección de ciertos asuntos, de ciertos poemas, pertenece por entero a la tradición francesa. No sería desacertado decir que es vecina de la Duparc, tiene mucho de Massenet y, aunque Reynaldo Hahn quiso alzarse sobre el nivel de este último, usando un lenguaje más moderno, no alcanzó nunca la originalidad profunda de Debussy joven...Nos queda un rasgo de él para la anecdótica americana: fue el único venezolano, que siéndolo aún por no haber renunciado a su nacionalidad, fue íntimo amigo de Marcel Proust.

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