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La Chinigua |
Dama de Isla Blanca.
Era
caraqueña, bella y de muy buena familia. A fines del siglo XIX tuvo que viajar
a París para comprar su ajuar de novia o trousseau, como hacían entonces las
muchachas de la alta sociedad. En aquella época no se conocían las
embarcaciones de motor, y todo el mundo viajaba en barcos de vela.
Al regreso,
en medio del océano, el navío fue sorprendido por una “calma chicha”. En términos
marineros, se trata de una calma excesiva. El viento casi no sopla y los barcos
a vela se detienen. En las largas tardes del océano la joven y el capitán del
barco se hicieron amigos. Conversaban todas las noches de poesía, de historia y
hasta de astronomía. De esa amistad surgió un apasionado amor, al que se entregaron
sin meditar en las consecuencias. Pero en dos semanas comenzó de nuevo a soplar
el viento, y al fin la nave pudo proseguir el rumbo trazado.
Ya se
acercaban a las costas venezolanas, estaban
cerca de la isla conocida como “La Blanquilla” o “Isla Blanca”, cuando de
pronto, la muchacha se dio cuenta del grave error que había cometido. Reflexionaba
profundamente, sin encontrar la solución a su problema. Amaba al capitán del
barco, pero era casado, nunca podría unirse lícitamente. Además, en Caracas la
esperaba su prometido, que no merecía su abandono. Sería una gran afrenta, y
una vergüenza para su familia. Llena de pena y culpa, la pobre se arrojó al mar
una noche, cerca de “la Blanquilla”. Su cuerpo nunca fue recuperado, pero el
capitán puso una cruz en la isla, en recuerdo de su amada.
Los pescadores
margariteños nunca dejan que los agarre la noche en la isla, porque afirman que
al salir la luna, la Dama de Isla Blanca se pasea por las blancas arenas, con
un hermoso traje blanco. Y quienes duermen allí sienten sus caricias invisibles
y su voz apasionada que busca a lo largo de los siglos el amor perdido.
La Chinigua.
Parecida a
la Sayona, y sin duda pariente de ella. La Chinigua es una hermosa mujer que se
presenta a los pescadores margariteños cuando pescan en tierra.
Aparece envuelta
en un bello manto negro, pero cuando lo abre, tan solo se ve un esqueleto,
cuyos huesos resuenan macabramente chocando entre sí.
Tomado del libro: Diccionario
de Fantasmas, Misterios y leyendas de Venezuela. Mercedes Franco.
Editorial CEC, SA. Los libros de El Nacional. 1era. Edición, 2001. Caracas,
Venezuela.
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