Fernando Botero, Picnic, 2002. |
Tomado
del libro “Las Comadres de Caracas”
por Jhon G. A Williamson. Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia.
Caracas, 1973.
El
jueves 21 de enero de 1836 se dio un picnic en la hacienda de don Bartolomé
Blandín. Este introdujo el cultivo de
café en 1780 y pico. Este lugar es hoy el Caracas Country Club. Fanny no
sabía si decidirse a ir o no, pero finalmente el martes dijo que sí asistiría.
El próximo cambio de opinión, y Williamson escribió que él tampoco quería ir. Escribió: “Parece que el
picnic tiene fines políticos. La Sta. OCallagahan no ha sido invitada. Mi esposa invitó a la
Sra. Alderson y ésta dijo que no podía ir. Creo que será un asunto muy aburrido. Habrá abundancia de
comida. Mandé ocho botellas de vino rojo y blanco, cecina, queso, mantequilla,
mostaza y galletas, a la casa dela Sra. Benedetti. Esta tuvo la amabilidad de
empaquetarlo todo junto con los comestibles que ella envió”.
Al
día siguiente todo se puso en movimiento para el picnic. Williamson escribió:
“El Sr. Merino y los dos Benedetti, padre e hijo, salieron de cacería a las 5
en punto y prometieron reunirse con nosotros a la hora del desayuno. El Sr.
Hill tuvo la gentileza de prestarme un caballo para Juan, y la Sra. Daly su
caballo y la silla para mi esposa. Esta es una gran cobarde para montar, y el menor movimiento del
caballo la asusta. A las 6, el Sr. Mocatta y la Sra. pasaron a buscar a las
Srtas. Benedetti. Yo me encargué de la Sra. Benedetti, y ella, mi esposa, yo y
Juan salimos a las 7. La cobardía de mi esposa me hizo pasar un mal rato cuando
cruzábamos las calles. Temerosa de usar el látigo y sin gobernar o dirigir al
pobre animal con las riendas, el caballo iba y venía por donde mejor le
parecía. Sin embargo, continuamos nuestro camino y por fin, después de mucha
persuasión y ruegos para inspirarle confianza a mi esposa, llegamos un poco más
allá del puente Anauco, en el camino de Chacao, cuando la silla dela Sra.
Benedetti giró sobre la mula y yo salté a tiempo para evitarle una caída tremenda. Si la correa se hubiera roto, la
señora habría caído sin remedio; pero como la correa no estaba muy apretada y
la silla era, además de muchas otras cosas, de muy mala calidad, y estaba
puesta del lado contrario, a la manera de cabalgar en el país, giró sin
romperse. Afortunadamente, yo la agarré antes de que cayera, la levanté de la
mula y le pedí a Juan fuera a buscar la silla de mi esposa. Pedimos silla en
una casa vecina y nos sentamos unos quince o veinte minutos hasta que llegó Juan,
y mi esposa y la Sra. Benedetti sobre aquél. A eso de las 9.30 llegamos a la
casa de Blandín y fuimos muy sorprendidos al saber que Sir Robert Ker Porte no
había llegado todavía.
La
Sra. Mocatta nos informó que la noche anterior Sir Robert había tenido un
severo dolor de cabeza y constipación biliar, y que si podía, vendría al
picnic. Su sonriente secretario ya había llegado. Las Srtas. Benedetti, el Sr.
Merino y el grupo de cazadores llegaron pocos momentos después que nos habíamos
sentado a desayunar. Nuestra mesa estaba llena. Nuestro anfitrión, el Sr.
Melchor Bias, quien parece un verdadero montañés de Kentucky, añadió a nuestras
provisiones tortillas, jamón frito y pollo. Esto hizo del desayuno un banquete suntuoso. Se
sirvió vino, café y té y tortas de maíz como las que hacemos en Carolina del
Norte, caliente y con buena mantequilla que yo miso había mandado. Esto hizo
del desayuno, por lo menos en mi mesa, fuera excelente. Al parecer todos se
divirtieron, menos la Sra. Mocatta. El misterio fue aclarado más tarde. Después
del desayuno hicimos una pequeña excursión hasta el pie de la montaña,
directamente bajo el punto más alto llamado la Sylla, porque en su forma
recuerda una de montar. Desde este sitio la vista es agradable, espectacular y
pintoresca. Se extiende a lo largo del valle sobre Caracas y abarca la ciudad y
el valle, con todas las variedades y formas de montaña, al igual que un océano
bajo un temporal.
“la
hacienda del Sr. Blandín es seguramente mejor conocida que cualquier otra en
Venezuela, por lo menos entre extranjeros y todos los que han visitado a
Caracas por placer, diversión o fines científicos. Fue el lugar de
descanso de Humboldt y del historiador
Depons, y ha sido consecuentemente visitada por muchas otras personas de menos
fama mundial. El coronel Duane la visitó durante su permanencia en el país en
1824. Su hospitalario dueño, el Sr. Blandín, siempre estuvo dispuesto a
expresar sus respetos y su cortesía y a extender su hospitalidad a todos los
que han pasado por la hacienda, sin tener en cuenta las diferentes razones que
motivaron su visita. Yo he estado aquí muchas veces y tuve oportunidad de
conocer al Sr. Blandín antes de que muriera hace un año. Aunque todavía
contiene el mobiliario antiguo, la casa está pasando por un período de
reparaciones. Es espaciosa, bien ventilada, grande conveniente y bellamente
situada, con un interminable arroyo de deliciosa agua de montaña que corre,
salta y brinca por entre el corral, al Este de la casa. Las aguas son
conducidas por un canal embaulado y “pavimentado” en el fondo, pasan a través
del patio de secar café frente a la casa, hasta llegar a un canal transversal
que las llevan, a través de una pequeña cocina y de un jardín de flores, a un
espléndido depósito de forma ovalada, de unas 150 yardas de circunferencia y 40
yardas de diámetro en una dirección, y de cincuenta a 60 en la otra.
Su
profundidad es de unos cinco pies y medio. Es una bella extensión de agua pura,
transparente y sana. Gracias a su elevación y situación, el tanque puede regar
toda la hacienda alrededor de la casa, o sea, las dos terceras partes de todo
el terreno. La casa está hecha de armazones de madera, de un solo piso; el
techo descansa sobre soportes en las paredes en las paredes laterales y
posteriores, rellenos con cal y tierra de un espesor de cuatro, cinco o más
pulgadas. Tiene una bella piaza al frente y en cada esquina, y
puertas que dan a los cuartos exteriores. De la piaza se entra a la parte
principal de la casa, con cuartos a cada extremo. Las ventanas son de vidrio y
le dan a la casa cierta apariencia de residencia como las que tenemos en los
Estados Unidos.
“Todas
las comodidades de la casa son excelentes. Al lado hay una caseta donde en poco
tiempo se preparan baños calientes o fríos. La cocina es de grandes
dimensiones. En la parte oeste de la casa, separada por una pared, hay un
establecimiento para secar, descarar y limpiar el café antes de ser llevado al
mercado. Tiene gran número de oficinas y aparatos, la mayor parte de los cuales
está ahora en desuso, prueba de los grandes defectos y del atraso de la ciencia
mecánica en este país. El Sr. Blandín fundó esta hacienda hace cincuenta y dos
años, y todo, menos la casa, es viejo, rudo y demuestra poco conocimiento de
los adelantos conocidos en otros lugares del mundo.
“A
eso de las 12.30 regresamos de nuestra excursión, todos un poco cansados, bajo
los rayos perpendiculares de un sol caliente. Las damas se retiraron a
recogerse el pelo y nosotros nos pusimos a jugar barajas. Así nos entretuvimos
hasta las 4 cuando Sir Robert, la tan esperada visión de la Sra. Mocatta, hizo
su aparición con Jane Mocatta y el Sr. Jhon Boulton, de la Guaira. Al instante
la Sra. Mocatta se sintió más alegre y feliz. ¡Qué vergüenza que la esposa piense
más en otro hombre que en su propio marido! Así parece ocurrir en este caso,
aunque es posible que le esté haciendo a ella una injusticia; pero si yo no
tuviera más de una evidencia ocular, diría que estaba equivocado. Los hechos
indican que hay gato encerrado: una laisance entre un viejo de 60 años y
una mujer de 33. “Y a ella se debe todo”.
A
las 4.15 se sirvió una suntuosa cena de platos fríos precedidos por una sopa
“caliente” y pequeñas adiciones del propietario. Nosotros no esperábamos ni
deseábamos que él nos suministrara nada. Sir. Robert no probó bocado, y se
quejó constantemente de su desesperada salud. Pero por el semblante que tenía
se hubiera dicho que podía comerse un pedazo de carne más grande que el que se
come un obrero inglés. No todo lo que tenía Sir. Robert era un dolor de cabeza.
Había algo más. Seguramente su “jefe” lo había reñido por algún asunto, o
quizás sentía que la corona de laurel ceñida con todos sus poderes y tanta
firmeza a su frente, se balanceaba de un lado a otro. Me parece que cuida de su
reputación post mortim con mucho miedo y cuidado de suicidio. De la misma
manera que lo hace con su título de nobleza, con un cuidado constante, que no
cesa, que no termina, estrecha su reputación contra su corazón severamente
herido, pues pertenece a esa clase de mortales que, a pesar de no ser
católicos, creen todas las órdenes de la Iglesia y del gobierno, y que los
reyes, al igual que el Papa, pueden canonizar el pecado y la virtud y salvarlos
para la eternidad, ya que no para esta vida. Levántate, Caballero, sólo hay un
purgatorio que atravesar, y el rey, por medio de sus palabras talismánicas, te
puede elevar muy por encima de tus semejantes. Pobre mortal, se está poniendo
viejo y ahí reside el misterio de su devoción religiosa en las acciones y las
creencias. Anteriormente leía el misal todos los domingos, pero aquí abandonó esa
su práctica por el Teatro, y en su lugar de adorar a dios, venera el becerro de
oro. En realidad, ¿qué otra cosa, fuera de su sueldo, puede retenerlo aquí, a
menos que sea el dinero o la Sra. Mocatta? Después de cenar caminamos hasta el
estanque, y a las 6 emprendimos el camino regreso a Caracas.
“Por
poco se me olvida decir que el vino de jerez de Sir. Robert debía traer y del
cual fue portadora la Sra. Mocatta, fue el bebedizo más abominable que alguna
vez se le haya servido a un triste pescador. Una vil mezcla de “algo” que no
era ni carne, ni pescado, ni gallina. Si yo hubiera sospechado que nos iban a
estafar es esa forma, yo habría mandado mi propio jerez que es bueno. Seguramente
Sir. Robert pensó que cualquier cosa era lo bastante buena para los invitados
al picnic. Jamás habría probado o tocado una cosa tan puerca. Digo lo que se
merece la Sra. Mocatta, a costa quien hizo todo este ruido y fueron escritas
estas líneas. Ella no es más que una insignificante “negruzca” asquerosa (y en
realidad lo es) nativa de Santa Cruz, una judía que en realidad se llama Judas
y que modernizó su nombre por el de Julia. Me río sólo de pensar que una judía
se llame Julia. ¡Oh sombras de David y de Samuel, cómo ha decaído vuestra raza,
a qué malos tiempos habéis llegado! Vuestro Mesías llorará cuando venga y
encuentre a todos sus Hijos convertidos en Hijos y corderos de otros pastores.
¡Oh Julia, Julia, ja-ja-ja! Sir Robert y la Sra. Mocatta, Jane Mocatta y John Boulton, el joven Benedetti
y las dos Srtas. Benedetti, llegaron a casa media hora antes que nosotros (el
Sr. Benedetti y Sra., mi esposa y yo y Melchor Bias). Llegamos a las 8 en punto
y nos acostamos temprano, algo cansados”.
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