Toussaint-Louverture (1743-1803) |
Escrita
por Enrique Bernardo Núñez en mayo
1941.
Tomado
del libro “Viaje por el país de las máquinas”. Biblioteca Ayacucho, 2017.
La
bandera azul y roja flota bajo el cielo de Haití, la antigua Quisqueya, la
montañosa, LA Española. La tierra de Anacaona y del rey Bohechio de quienes
habla tan prolijamente el padre Las Casas. La tierra de los areytos indios y de los ritos africanos, de los
terribles conjuros a la luz de la luna. La isla donde el blanco comete sus
primeras perfidias y se encienden los primeros fuegos de la libertad. Es la
fiesta de la bandera. El 18 de mayo de 1803 Dessalines futuro emperador suprime
el blanco del pabellón francés y enarbola esos dos colores. Por todas partes se
lee: “Homenaje al presidente Lescott”. Celébrese también la
iniciación de un nuevo período presidencial.
La
carne negra reluce bajo los andrajos. Hombres y mujeres medio desnudos junto a
las frutas raquíticas extendidas en el suelo. Tienen en los ojos la sombra de
un dolor apenas olvidado. Esa raza tan humilde y miserable ha combatido
bravamente por su libertad. Cuando Simón Bolívar implora el auxilio de Pétion,
el “hombre que no hizo derramar lágrimas a sus conciudadanos sino el día de su
muerte”, según reza una descripción en el modesto monumento que le está
consagrado, ya los haitianos tenían su experiencia. Se habían rebelado contra
el blanco. Habían tenido su guerra a muerte. Habían opuesto tenaz resistencia a
los franceses enviados a someterlos. Habían tenido su imperio, sus guerras
civiles, y por último habían proclamado la República. El blanco había
capitulado ante los negros rebeldes. La lucha adquiere así en Haití la plenitud
de su significado liberador. No se trata de un grupo de criollos y europeos que
quieren fundar su república, sino de la liberación de una raza oprimida, la
liberación de la raza negra. En las escuelas de Haití se puede enseñar así que
Simón Bolívar, siguiendo el ejemplo de los fundadores de la emancipación de
Haití, quería también libertar a su país de la dominación de España. (Tengo a
la vista un compendio de [la] historia de Haití por Windsor Bellgard, exalumno
de la Escuela Normal Superior Secundaria en el Ministerio de Instrucción
Pública, Oficial de Academia, etc., etc.). A cambio de ese auxilio Pétion solo
exige la liberación de sus hermanos de raza en toda la América española.
Libertad de la que luego no se habló más. Los criollos propietarios harán mucho
tiempo dela vista gorda, no obstante los decretos y las promesas. Viene a ser
la emancipación de los esclavos durante la primera mitad del siglo XIX uno de
tantos lemas románticos, motivo de discursos y litografías. El temor a las
castas es uno delos mayores obstáculos que encuentra la independencia entre los
blancos dueños de la tierra. Pero también el esclavo llega a ser compañero del
blanco en los campamentos, y aun admitido en el Olimpo de los héroes. Montilla
(Quizá se refiera a Mariano Montilla), entre otros, amenaza con lanzar cien mil
negros para decidir a los más recalcitrantes. En Haití los negros acuden a la
rebelión contra los amos que se niegan a ejecutar los decretos liberadores de
la Convención. Entre unos y otros no hay otra relación sino el foete y los
suplicios, el trabajo y la miseria. Un Marqués de Caradeux entierra vivo y de
pies a uno de sus obreros más hábiles, y luego le deshace a pedradas la cabeza
que ha dejado fuera. Los blancos pasean en lujosos coches y celebran
grandes festines. Se creían nacidos en un mundo feliz donde otros debían
trabajar para ellos. Y esta creencia la defendían como un derecho. Otros, en
cambio, habían nacido para ser azotados. Grandes señores tenían el privilegio
del comercio de negros. Una noche las plantaciones arden y quedan reducidas a
cenizas. Los amos son degollados. La libertad decretada por los comisarios de
la Convención.
El
más ilustre de los servidores del ideal de liberación de su raza es, sin duda, Toussaint-Louverture, quien se eleva de
la condición de simple esclavo hasta merecer el odio del primer Cónsul. Toussaint tiene todos los rasgos de las
almas grandes. Napoleón lo hizo arrojar en una prisión donde sucumbió tras
pocos meses de cautiverio. Toussaint ambicionaba
para los suyos los conocimientos del blanco. A fin de adquirir experiencia en
los asuntos militares llega hasta enrolarse en las tropas españolas. Es el
ideal de todos los que luchan por la liberación. Dessalines solo perdona la
vida a los artesanos, a los que tienen conocimientos científicos.
En
1804 Dessalines se proclama emperador. Hay en todo esto un cierto sincronismo
con los sucesos políticos en Francia. Puesto
que en Francia había un emperador, el título de gobernador vitalicio parecía
insignificante a Desslines. En cambio, [Faustin-Élie] Soulouque lo hace dos
años antes que Napoleón III en 1849. Hubo también un presidente, Cristóbal
[Henri Christophe], que forma en el norte de la isla un reino aparte. Este Cristóbal
emprende grandes construcciones, entre otras el castillo de las 365 puertas. Cristóbal
protege las artes, la agricultura, la instrucción pública. Estos reinados son
breves y terminan de manera sangrienta.
Haití
exporta pacas de fibras de maguey. Las casas de los nuevos colonos se levantan en
medio de las plantaciones. En torno de estas casas la misma gleba de los bajos
salarios que permiten mayores y seguras ganancias. Se trata en realidad de una
nueva organización colonial. Una organización algo distinta a la anterior. Y uno
se pregunta si no habrá otro cambio, si esa misma organización colonial no
recibirá otra forma. Si no estará a punto de producirse ese cambio. Es en Fort-Liberté,
a pocos kilómetros de la ciudad del Cabo, capital de del reino de Cristóbal,
precisamente cerca de los montes donde resonó en la noche el tambor que
convocaba a la rebelión. De esa gleba sudorosa se elevó Toussaint. Una suave
brisa estremece las aguas de la bahía solitaria sobre la cual cae la menguante
de una luna de mayo. Por supuesto, Haití tiene su lotería.
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