Por Karlheinz Descher, 1993
Compasión con las
mujeres, los judíos tuvieron más bien poca, lo que repercutió en
el cristianismo tanto
como la castidad religiosa.
En el relato de la
Creación, o sea, desde el primer momento, la Biblia manifiesta la dependencia de la mujer
respecto al hombre y su culpa: el auténtico sentido de la Historia. La mujer es la
seductora, el hombre el seducido; disculpado y exonerado desde el principio. Todo
el mito le busca excusas, como quien dice. No es su pene el que tienta a la mujer,
sino que, como es fácil de colegir, el pene es objetivado en la serpiente, el antiguo
símbolo fálico, y la serpiente tienta y convence a la mujer que, a su vez, enreda al
hombre. Adán se defiende ante Yahvé: «La mujer que me diste me dio de la fruta
y comí»; y, a continuación, Yahvé condena a Eva a parir
con dolor y a servir al hombre: «Él
será tu señor». La historia judía de la caída por el
pecado tiene diversos paralelos:
en el mito sumerio o en el budista. Y lo mismo que en la Biblia, en la mitología
germánica hay también una primera pareja humana, Aske y Embla; ¡pero su unión
nunca es juzgada como pecado!
La lucha del culto de
Yahvé contra las divinidades femeninas y sus religiones, tenía que volverse también
contra el principio rector de esas divinidades, la condición femenina, apartando a la
mujer de la vida pública. Si antes había sido santificada, ahora se convirtió en
impura, fue oprimida y menospreciada.
En el Antiguo Testamento,
el nombre del marido, «ba 'al» le señala ya como propietario y señor de
la mujer («b'eulah»). El Levítico equipara a la mujer con los animales domésticos y en
tiempos de Jesús sigue estando a la misma altura que el niño y el siervo. Por
cierto que todavía en el siglo XX se reza en la sinagoga: «Te doy las gracias,
Señor, porque no me has hecho infiel, ni siervo (...), ni mujer».
En la misa judía, como
más tarde en el catolicismo, la mujer fue rigurosamente postergada. Se la excluyó
de toda participación activa. Oración, lectura, predicación, eran tareas del hombre.
Se le prohibió el estudio de la Torah, pese a que éste se consideraba necesario
para la salvación, y se la relegó en el templo hasta el vestíbulo. ¡Incluso los
animales sacrificados debían ser de sexo masculino! Los judíos también sabían
que Dios casi nunca habla con mujeres, que el primer pecado vino por una mujer y que
todos tenemos que morir por su causa; y llegan al extremo de afirmar que «el
defecto del hombre es mejor que la virtud de la mujer».
También en la vida
cotidiana la mujer fue desacreditada. Hablar con ella más de lo estrictamente necesario o
dejarse guiar por su consejo estaba castigado con las penas del infierno; no se
saludaba a las mujeres, ni se les permitía que saludasen a otras personas. Su vida valía
menos; el nacimiento de un niño causaba regocijo, el de una niña se soportaba. El
Antiguo Testamento ignora a las hijas en el tratamiento de la sucesión; hasta podían
ser vendidas como esclavas.
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