miércoles, 30 de mayo de 2018

De lo auténtico a lo artificial.

Refalosa

Escrito por Alejo Carpentier el 14 de julio de 1959.
Tomado del libro “Alejo Carpentier. Visión de Venezuela” Monte Ávila Editores Latinoamericana, Caracas, Venezuela, 2014.

Muy poco se hablaba de folclore, hace cuarenta años, en América Latina. Algo sabían los habitantes de las ciudades de los bailes de la gente campesina; de sus tonadas, de sus holgorios y de sus trajes típicos. Pero cuando se inclinaban sobre “lo popular” les viniera aseado, perfumado, arreglado y estilizado. Escuchaban los cubanos, con gusto, un zapateo armonizado para el piano por Eduardo Sánchez de Fuentes; pero difícil era que fuesen a escuchar auténticos zapateos en una fiesta guajira. Eran aficionadas las personas pudientes en México, en Argentina, a vestirse de charros y de gauchos, en tanto que las señoritas de buena familia se disfrazaban de china poblana o de bailadora de pericón para asistir a alguna fiesta benéfica. Pero de ahí a acercarse a los verdaderos charros, a los verdaderos gauchos, había un trecho largo... En cuanto al folclore auténtico, el de pies en tierra, el de tierras adentro..., este no gozaba de grana estimación. Se decía que los cantadores aldeanos carecían de voz; que sus “punteos” eran reiterados y monótonos, etc.

Fue la Revolución Mexicana, con su intensiva valoración  de lo nacional, la que abrió los ojos de América Latina ante todo lo  que pudiera calificarse de folclores. Con su riqueza en trajes típicos, máscaras, bailes, festejos paganos-religiosos, industrias locales, pinturas populares, supervivencias indígenas. México se forjo, en pocos años, un arte fuertemente caracterizado, que dio sus frutos en el mural, el teatro, el ballet y la composición sinfónica...No al caso examinar aquí las cualidades intrínsecas de ese arte ni sus probabilidades de pervivencia. El hecho es que constituyó un ejemplo en un momento determinado. Gracias a él vieron los artistas de otros países del continente cómo podían captarse ciertas fuerzas latentes en los folclores propios.

Así surgió una tendencia “folclorizante” en la pintura y la música de Cuba. Igualmente en Venezuela, donde la música y la poesía populares  encerraban inmensas. (No citaremos el Brasil donde, desde los primeros años de este siglo, existía una corriente folclorizante con caracteres propios, debida a la ausencia de prejuicios ante lo negro, que ya podía percibirse en las primeras partituras de un Villa-Lobos)... Ahora bien, que México, con sus enormes recursos, haya dado el ejemplo; que Cuba y Venezuela, países ricos en manifestaciones de una sensibilidad popular, hubiesen seguido la corriente nacionalista, son hechos sumamente comprensibles. Era lógico y hasta necesario que así fuera. Donde empezó a fallar el sistema fue en países del continente, particularmente pobres en acervo folclórico, donde se quiso alimentar corrientes folclorizantes de modo enteramente artificial, recurriéndose a tradiciones semicultas, prácticamente olvidadas por el pueblo desde hace muchísimos años...En sus afán de crearse un “nacionalismo” musical, literario, pictórico, ciertos artistas de hace veinte años llegaron a recurrir a las artimañas más ingenuas, recogiendo coplas en boca de nonagenarios, buscando supervivencias de trajes típicos donde los  campesinos usaban ponchos y sombreros fabricados en Inglaterra, tratando de actualizar danzas rústicas o arrabaleras que nadie bailaba desde mediados del siglo pasado...Así se vieron resurgir cosas como la refalosa rosista, el cuándo  de hace ciento cincuenta años, la marinera, la huella, presentados como valores actuales y vigentes, capaces de alimentar, incluso, grandes poemas sinfónicos...Donde no hubo folclore, fue preciso inventarlo a base de documentación y búsquedas en archivos. Y donde solo existía una danza típica, en todo y por todo, esa danza típica fue agigantada, magnificada, monumentalizada, a fin de transformarla en un alto valor nacional.

Bien está que donde hay un folclore viviente y activo, ese folclore tenga una influencia en el espíritu creador, la inventiva, del artista culto. Pero, donde ese folclore no existe, o está conservado, a lo sumo, al estado de fósil, el intento de fabricar nacionalismos artificiales es mera pérdida de tiempo... ¡Gran lástima es que, en ciertos países de nuestro continente, muchos artistas bien dotados estén entregados a tan estéril empresa desde hace más de treinta años!.. 


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