La actriz Aura Rivas en "Baño de Damas". 2018 |
Por Óscar Acosta.
El relanzamiento
de la Compañía Nacional de Teatro con la restitución de un elenco
estable en 2016 corrigió el grave error cometido hace años cuando,
por una decisión inexplicada y menos entendida, se diluyó esta
institución con la creación del Centro Nacional de Teatro. Mucho
podríamos decir de sus cambios, aciertos y tropezones durante las
últimas dos décadas, pero no es el objetivo de estas líneas.
Bástenos acotar que su existencia y desempeño es responsabilidad no
solo de los funcionarios que han estado y están a su cargo -algunos
de ellos consecuentes y estimados compañeros de profesión- sino
también de los que nos desempeñamos en las faenas teatrales, en
tanto habrá malas políticas y orientaciones culturales oficiales,
como tantas estemos dispuestos a convalidar los directamente
interesados.
Recientemente
la Compañía estrenó Baño
de Damas,
de Rodolfo Santana, que, según se informó en rueda de prensa previa
a su remontaje, fue versionada o actualizada por el director. No
comentaré nada sobre la puesta en escena que seguramente tiene
méritos gracias al talentoso y experimentado plantel que la asumió,
quiero referirme en esta nota casi exclusivamente al texto y su
escogimiento por la directiva de la CNT. Una rápida indagación por
vía de la web nos da cuenta de los montajes que se han realizado en
el continente: México, Puerto Rico, República Dominicana, Chile,
Argentina, Colombia, Chile, Perú, Estados Unidos… Hubo, por lo
menos una movida, no sé si consumada, de llevarla al cine en México
y otra versión cinematográfica rodada en Perú. El resumen, indica,
sin lugar a dudas, que tiene suficiente atractivo para el público
cuando se lleva a la cartelera; no discutimos eso. Pero es más que
colas en la taquilla lo que esperamos de nuestra Compañía Nacional,
si es que fue esa la intención. Viene al caso la pregunta, ¿por
qué se escogió Baño
de damas
para su montaje y no otra obra menos conocida o inédita del autor?
Solo en su blog contabilizamos varias docenas de piezas a
disposición de quien le interese, buena parte de ellas mejor
escritas y más ajustadas al momento que la seleccionada. Un éxito
de asistencia parecido o incluso mayor tuvieron Oh
Calcutta de
Keneth Tynan o La
jaula de las locas
de Jean Poiret, espectáculos muy aplaudidos y sobreexplotados
comercialmente que reventaron los aforos y las agallas de los
productores en el siglo pasado. Hoy apenas son recordados, no por su
contenido o significado, sino por el acierto comercial o la versión
cinematográfica, en el segundo caso.
El
texto de Santana al que nos referimos es intrascendente y bastante
convencional, sin filo polémico ni novedad alguna. El numeroso
público cuando se escenifica se debe no a la calidad literaria o
dramática, sino al evidente afán de complacer el mal gusto con una
sucesión de chistes, retruécanos y chocarrerías callejeras que
desvirtúan el intento de cuestionar ciertas taras, males y
manifestaciones de la opresión social, condición presente en la
mayoría de sus obras. Algún defensor de la Compañía (o de la
pieza, no sé bien) arguye, en plan de estudiante universitario
marisabidillo, una disputa literaria de hace 50 años y ensaya una
lección usando a Brecht, Piscator y hasta a Aristóteles – y el
ethos de su Poética-
como bastón, ponderando
forzosamente tamaña inconveniencia,
dizque porque es una “metáfora del país de aquellos tiempos”,
agregando que los señalamientos que se hacen no atienden “la
estructura general de la obra”, ni comprenden el “discurso
general de Santana” que se valió de los clichés para desmontar no
se sabe que cosa y evidenciar el estatus de la mujer. ¡Miren eso
pues! Lo cierto es que Baño
de damas
se ha convertido es un lugar común en la escena latinoamericana
debido a su poca o nula carga de crítica y al tratamiento
superficial ya superado del tema sexual, como también al inventario
de personajes, pseudoconflictos y comiquerías acostumbradas
características del teatro humorístico de baja calidad: paráfrasis
puteriles, chismorreo sexual, mujeres embriagadas, travestidos que se
creen estrellas del espectáculo y maridos celosos, entre otras
palurderías recurrentes. Aclaro que esta apreciación no la escribo
a partir de prejuicios o remilgos ante la temática. Tampoco creo que
todo espectáculo que ofrezca tales elementos entre en la misma
categorización; el arte que trasciende no depende de temas
específicos. En la antigüedad griega, Aristófanes inauguró el
trinomio mujeres+política+sexo como posibilidad de cuestionamiento
al poder, con La
asamblea de las mujeres y
Lisístrata,
comedias que después de dos milenios se siguen representando y
buenos ejemplos de que la combinación puede ser empleada sin que la
fuerte carga sexual anule la agudeza crítica. El Newton escénico
venezolano que cojea como defensor de la iniciativa de nuestra CNT,
único
que
pareciera haber descubierto la Ley de la Teatralización Universal
para dictaminar la calidad teatral con más objetividad que los
pareceres, siendo a la vez uno más del montón de los incontables
espectadores o comentaristas que celebran alelados el redundante
retrete, debería responder la interrogante ya hecha: ¿por qué se
escogió Baño
de damas
para su montaje y no otra obra menos conocida o inédita del autor?
La
mediana literatura que hay en Baño
de damas,
algo raro en la producción del autor que suma más de 80 dramas, se
caracteriza por la falta de ingenio. Cualquier entusiasta pudiera
pensar que es la matriz de tantos baños de damas, mujeres en el baño
o secretos de señoras y señoritas revelados en los teatros
hispanoamericanos. Pero no es así. Veamos con atención lo
siguiente. El 3 de septiembre de 1987, dos meses antes que la
comedia venezolana fuera presentada por vez primera en la sala Anna
Julia Rojas del Ateneo de Caracas, se estrenó en Madrid Damas,
señoras, mujeres
de Juan José Alonso Millán
1,
texto
que fue editado al año siguiente. Las dos piezas tienen gran
semejanza: la ambientación es el baño de una discoteca de moda; un
tono coloquial y procaz en los diálogos; argumento que se desarrolla
con el destape de las intimidades mujeriles; un travestido en la
escena; una cuidadora de condición social humilde, la más comedida
y sensata entre los personajes, es la encargada del orden en el
baño; figuras del jet set o la farándula que conmocionan a los
presentes al irrumpir en la discoteca... Hay también detalles
argumentales menores idénticos: personajes que aspiran cocaína como
tomarse un guayoyo; una mujer alterada por un grano en la cara; otra
a la que se le rasga la vestidura, siendo asistida por la cuidadora
quien hace el remiendo; otra más, propensa a las borracheras… Cito
una crítica del montaje español, luego de su estreno en 1987, que
calza perfectamente al tocador criollo recién montado,
“La acción es morosa. En rigor no existe la acción dramática,
sólo la referencia a sucesos fuera del espacio teatral. Así hay un
desarrollo, descriptivo, carente casi siempre de tensión
situacional, animado por la ligereza del diálogo y los hallazgos
frecuentes de frase que hacen reír, demás o menos, a medida que el
espectador se acostumbra a las alusiones a personajes conocidos y a
políticos o acontecimientos reales. De cuando en cuando el poder
satírico de la frase estalla alegremente. Al final, en un cuadro
último, cuya composición está cargada de resonancias a obras ya
olvidadas, la trama se desvela, se infantiliza un poco y el telón
cae sobre un final convencional con moraleja.”2
Aunque
el desenlace es diferente, las similitudes son demasiadas para ser
casuales, pero no me interesan las disputas ni extenderme sobre el
punto en concreto. Cualquiera que desee indagar puede buscar las
ediciones respectivas, hacer las comparaciones y sacar su propia
conclusión. Creí necesario mencionar los detalles como buen ejemplo
de lo manoseado que estaba ya, hace 30 años, el pretexto del
intercambio de intimidades en un baño para exploraciones sobre la
condición femenina o leiv motiv teatral de alegatos feministas.
La fórmula del confesionario femenil en el arte es exitosa para
vender desde la publicación en el Renacimiento del Ragionamienti
de Pietro Aretino, traducido al español como Diálogos
de casadas y cortesanas,
en el cual unas prostitutas intercambian opiniones y dudas sobre el
sexo, estimulando y satisfaciendo las inclinaciones voyeuristas de
quien lo lee, supuesta confirmación por boca de las mujeres, del
temperamento y las prácticas eróticas promiscuas que tanto
interesan a los hombres. Le siguió, La
academia de las damas
de Nicolás Chorier, un monumento literario a la falofilia femenina,
que abusa del mecanismo de las confesiones y consejos íntimos como
triquiñuela para atrapar al lector. Antecedentes como los citados,
entre otras decenas, fueron mal heredados por una retahíla de
textos dramáticos y representaciones con parecida estratagema
argumental y de corto vuelo en la premisa, auténticas perogrulladas
histriónicas válidas para las diversiones de bulevar, pero
inadecuadas como expresión de la línea cultural de cualquier
gobierno. Pregunto por última vez pues la repetidera siempre aburre,
¿por qué se escogió Baño
de damas
para su montaje y no otra obra menos conocida o inédita del autor?
Al ser estrenada, en 1987, estuvo acorde con las circunstancias sociales y políticas que vivíamos; independientemente de los gustos personales, no podemos negar la pertinencia temporal y habilidad en los diálogos con la cual se concibió. Un detalle eficaz como denuncia, fue la alusión que hizo Santana a las barraganas que eran blanco de los chismes políticos en 1987. Blanca Ibañez, amante de Jaime Lusinchi, entonces presidente en ejercicio, así como Cecilia Matos, concubina de Carlos Andres Pérez, electo presidente en 1988, se amancebaron cuando eran secretarias en el Congreso Nacional, tal como dos personajes del Baño de damas (Amanda y Mariluz), quienes se desatan en escena a relatar la decadencia y el tráfico sexual en el Palacio Legislativo, donde eran sorteadas para satisfacer el apetito erótico de los congresistas electos. La comidilla política que sueltan los personajes hoy resulta irrelevante por obsoleta. Otras son las controversias y comentarios sobre la Asamblea Nacional y los legisladores actuales. Otros los conflictos.
Conociendo
al autor, podemos deducir su intención de conectarse con la temática
social, motivando una reflexión trasformadora de la misma, pero
fracasó con un desfile de caricatos estereotipados facilones que
flotan en la superficie de los problemas, en favor de ganarse los
aplausos. El final en el que es ajusticiado colectivamente un
diputado maltratador, intentado como recurso para contrapesar la
frivolidad desplegada en los diálogos, solo alcanza a ser una
respuesta automática ante un energúmeno que dispara sin ver a
quien, con tal de descargar su furor machista. La muerte no es
lección ni metáfora de unidad que reivindica la liberación o una
respuesta de la conciencia, sino una conclusión previsible en la
cual unas mujeres aterrorizadas buscan salvar su vida, reaccionando
en defensa propia. No faltará quien vea en tal desenlace,
argumentando cualquier elucubración o charlatanería, un símil
profético del Caracazo, pero ciñéndonos al argumento y los
diálogos que transcurren, es un arrebato defensivo de unas mujeres
esnifadas, pasadas de tragos e histéricas por sus ligerezas,
indefiniciones y confusiones amatorias y existenciales. No venga
nadie a caernos a coba con una profundidad subtextual que no existe
por ningún lado en la trama. Lo de las supuestas cualidades
polémicas del espectáculo es repetido en las gacetillas de prensa
cada vez que se monta para darle un barniz de irreverencia
libertaria, engatusar a la audiencia progre y engrosar la taquilla.
Otras veces, la vehemencia de algunos despepitados cuando ensalzan
unas virtudes e imaginan significados que la pieza no tiene, no es
más que un gesto de indulgencia, explicable por el respeto a un
dramaturgo de producción tan creativa y provechosa, por el cual,
dicho sea para que quede claro, también tengo una gran admiración,
pero al pan, pan, y al vino, vino; no a todos nos atrae ni confunde
el estruendo de las carcajadas masivas. Quisiéramos que Baño
de damas
sobresaliera por tener cualidades en igual proporción que la cuantía
de sus espectadores, pero no: es una comedia menor. Fenómenos tales
son mas que frecuentes en el mundo del espectáculo.
Injustificable, invertir dinero y esfuerzo en este montaje por segunda vez, habida cuenta que ya en 2002, cuando Venezuela se debatía entre conspiraciones y agresiones internacionales, fue escenificada por la Compañía como si quisieran evadirse los antagonismos y la polarización política. No creo que sea ese el perfil ni la propuesta teatral del Estado actualmente, pero se le parece más de lo que debiera. Sería pedante hacer sugerencias puntuales sobre la selección de lo que se debe representar a propósito de este segundo remake en menos de seis meses, sin embargo, es bueno señalar que se cuentan por decenas los autores y dramas (del pasado o contemporáneos) que merecemos conocer y que también pueden llenar las salas.
Injustificable, invertir dinero y esfuerzo en este montaje por segunda vez, habida cuenta que ya en 2002, cuando Venezuela se debatía entre conspiraciones y agresiones internacionales, fue escenificada por la Compañía como si quisieran evadirse los antagonismos y la polarización política. No creo que sea ese el perfil ni la propuesta teatral del Estado actualmente, pero se le parece más de lo que debiera. Sería pedante hacer sugerencias puntuales sobre la selección de lo que se debe representar a propósito de este segundo remake en menos de seis meses, sin embargo, es bueno señalar que se cuentan por decenas los autores y dramas (del pasado o contemporáneos) que merecemos conocer y que también pueden llenar las salas.
1
Alonso Millán, Juan José . Damas,
mujeres, señoras.
Madrid : Ediciones Antonio Machado, 1988. 109 p.
2
http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1987/09/04/071.html
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