Caricatura de Aubrey Beardsley |
Cuando
San Juan se cayó de la escalera pa´bajo,
dijo
Dios: ¡Adiós, carajo,
este
Santo se jodió!
(Las
Celestiales)
Por Miguel Otero
Silva
En
los llanos venezolanos existen dos versiones de esta copla. Don Carlos del Pozo
en su Memoria Planiciae Guaricensis transcribe la siguiente: “Cuando San Pablo cayó, etc…”, lo cual
significaría que quien rodó por la escalera no fue ningún San Juan sino el
genial autor de las Epístolas. A este
respecto refiere Tertuliano, en su “Apología contra los Gentiles”, que a poco
de convertido San Pablo, fue víctima del Demonio e incurrió de nuevo en sus
abominables idolatrías. Súpolo José de Arimatea y narróle un sueño donde se la
había aparecido Javeh para decirle que Saulo de Tarso era un caso perdido.
Según la transcripción de Don Carlos del Pozo, sería a este sueño de José de
Arimatea a lo que refiere en su ingenuo lenguaje la musa popular.
A
contrapelo hemos comprobado que en la zona de San Sebastián de los Reyes,
región donde genuinamente se cantan Las Celestiales, no existen vestigios de la
exégesis que atribuye a San Pablo el desbarrancamiento. Ningún trovador ni
trovadora entona los versos sino de este modo: “Cuando San Juan se cayó, etc…”
En consecuencia, hubimos de concretar nuestras pesquisas en torno a San Juan.
Nuestra
primera dificultad fue dilucidar de cuál San Juan se trataba. Existen en el
calendario cristiano la bicoca de 49 Santos Juanes distintos, sin contar 79
Beatos Juanes, que están en aguardo de su canonización. Los Santos van desde
San Juan de La Cruz, que era un excelso poeta, hasta San Juan el Enano, cuya
fiesta se celebra humildemente el 17 de octubre. ¿A cuál de esos 128 Santos o
Beatos Juanes se refería la cuarteta? Ahí estaba el busilis.
Tras
largo quemarnos las pestañas escrutando infolios, actas y textos de
hagiografía, llegamos a la conclusión de que el San Juan del patatús no había
sido otro sino el más eminente de todos, aquél de quien dijo Jesús: “En verdad
os digo, no hay entre los nacidos de mujer ninguno más grande que Juan el
Bautista”.
Estaba
San Juan sepultado en una cisterna de la fortaleza de Maqueronte, donde lo
había metido Herodes, tetrarca de Galilea, en castigo por los sermones que el
Profeta pronunciaba para denunciar los pecados de la carne que Herodías, mujer
de Herodes, cometía con los capitanes de Asiria , los jóvenes egipcios y unos
cuantos caballeros más. Herodes, que a pesar de todo le tenía cierta simpatía
al prisionero, permitióle que subiera por la escalerilla hasta el borde de la cisterna
y desde allí presenciara la danza que Salomé, hija de Herodías, iba a bailar en
honor del Tetrarca. Según la versión del
escritor pagano Oscar Wilde (cuya lectura desaconsejamos a los menores de 20
años), Salomé se enamoró de San Juan al no más verle los ojos y gritó
desenfrenada: “¡Quiero besar la boca de Jokanahan!”. Empero, la historia auténtica
cuenta que Salomé bailó la danza de los siete velos, quitándose velo por velo,
hasta quedar como Herodías la echó al mundo. El pobre Bautista, agarrado de la
barandilla de la cisterna, soportó los primeros seis velos sin parpadear. Pero
cuando estalló debajo del séptimo aquella blancura de paloma y lirio, aquellas
sonrosadas redondeces, aquel cuerpo de diosa que jamás la Divina Providencia ha
vuelto a esculpir, el Santo soltó el pasamanos, rodó por la escalera que lo
sostenía y su cuerpo retumbó en el fondo de la cisterna como fardo de plomo.
Dios, que está en todas partes, contempló la escena e hizo el comentario adecuado.
Tomado
de Un Morrocoy en el infierno. Humor…humor…humor…de
Miguel Otero Silva. Editorial Ateneo de Caracas. Caracas 1982
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