de Miguel Otero Silva.
[1941]
El
profeta William Lee, trinitario de color que está residenciado en Irapa desde
hace 25 años, y a quien conocen cariñosamente “Chiva´e brocha” en toda la costa
de Güiria, ha hecho un sensacional descubrimiento de jerarquía bíblica y se ha
lanzado a predicar desde Yaguaraparo hasta Caripito. Sostiene el mencionado
William Lee que Adolfo Hitler es el verdadero Redentor anunciado por Isaías en
Asiria y por Malaquías en Persia hace más de dos mil años, según registra el
Antiguo Testamento.
Y
lo grave del caso es que míster Lee esgrime valederas razones. Sostiene él que
Jesús de Galilea , a quien numerosas personas consideran como el auténtico
Mesías, no pasó de ser un humilde predicador socialista, hijo de un carpintero
de Belén y de una aristocrática dama hebrea (nieta del rey David, nada menos).
Un revolucionario nazareno a quien las ambiciones políticas del militar romano
Pablo de Tarso y una lavada de manos a destiempo de otro romano ilustre,
colocaron en la brillante posición de Salvador del Mundo.
No
puede ser el Mesías, afirma Lee, quien no solamente estaba en desacuerdo con
los principios filosóficos de Jehovah (expuestos hasta la saciedad a través de
sus profetas y levitas), sino que combatió contra ellos de palabra y de obra.
Jehovah anunció y puso en práctica el aniquilamiento implacable de sus enemigos
y de los enemigos del pueblo judío y también de los parientes (así fueran
lactantes o ancianos temblorosos) de esos enemigos. Por inspiración y
azuzamiento de Jehovah, un gigante medio cretino llamado Sansón derribó un
templo atestado de hombres, mujeres y niños; “solamente sobre el techo había
más de tres mil personas”, dice la biblia; “la casa se hundió sobre todo el
pueblo”, sigue diciendo la Biblia; y Jehovah contemplaba eufórico aquella masacre
desde sus nubes. Aconsejado y auxiliado por Jehovah, Moisés (su lugarteniente
favorito) hundió para siempre en el Mar Rojo al ejército entero del faraón, a
millares de hombres que entraron a la trampa cumpliendo inapelables órdenes
militares; “tu diestra, ¡oh Jehovah!, engrandecida por la fortaleza, destrozó
al enemigo”, dijo agradecido, Moisés, Jehovah, con sus propias manos, “hizo
llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego, destruyó esas ciudades y cuantos
hombres había en ellas y hasta las plantas de la tierra”, dice la Biblia, para
aniquilar a unos infelices sodomitas que apenas merecían como castigo una
temporada de readaptación en la Isla del Burro. El mismísimo Jehovah nos envió
en otra ocasión un diluvio que “exterminó a todos los seres que había sobre la
superficie de la tierra”, dice la Biblia, y para siempre habría desaparecido
nuestra especie a no ser por un borracho ingenioso de nombre Noé que construyó
una balsa para salvar a su familia y a sus animales domésticos (el iguanodonte
no cupo). Pero donde llegó al paroxismo la cólera devastadora de Jehovah fue
cuando desató aquellas famosas diez plagas de Egipto, hizo llover con refinada
crueldad la desolación y la muerte sobre toda una nación y remató su carnicería
matando en medio de la noche a todos los primogénitos, “desde el primogénito
del Faraón hasta el primogénito de la esclava, y todos los primogénitos del
ganado”, dice la Biblia. En fin, que el tal Jehovah no era propiamente un
filántropo sino un tío con toda la barba, partidario insaciable de eso que hoy
llaman operaciones de limpieza, bombardeos masivos, fulminantes blitzkriegs
y otras barbaridades en alemán que no recordamos.
¿Cómo
va a ser el Mesías, cómo va a ser la reencarnación de Jehovah el tierno Jesús?,
se pregunta William Lee. Jesús predicaba el amor al prójimo por encima de todas
las cosas, el perdón a los enemigos, poner la otra mejilla, no matar, encarecidamente
no matar. Los principios ideológicos de Jehovah y los de Jesús son
irreconciliables y contradictorios. Y William Lee no se explica cómo Jehovah
hubiera podido bajar a la tierra para contradecirse a sí mismo. Y luego para
dejarse crucificar, un tipo tan prepotente y tan negativo. Se necesita no conocerlo.
William
Lee reafirma su teoría recordando típicos contrastes entre ambos personajes.
Cuando Jehovah supo, por chismes de Moisés, que un hombre estaba recogiendo
leña en vez de de guardar la fiesta del sábado, dictaminó furioso: “Sin
remisión, que muera ese hombre, que lo lapide todo el pueblo fuera del
campamento”, cuenta la Biblia. Jesús en cambio señalando a los sayones que lo azotaban
y escupían y lo torturaban y lo crucificaban, dijo: “Perdónalos, Señor, que no
saben lo que hacen”.
-Es
que no parecen ni prójimos- asegura William Lee. Mientras que Adolfo Hitler es
harina de otro costal. Hitler es, según William Lee, el único descendiente de Caín
que ha repetido sobre la tierra (y con éxito) los procedimientos exterminadores
de Jehovah. Pulveriza ciudades, inunda naciones, esparce epidemias y gases
venenosos, sepulta ejércitos en el fondo del mar, mata a los primogénitos de
los judíos y de los republicanos españoles, exactamente igual a Jehovah e
incluso con un análogo criterio racista. Jehovah era un dios hebreo que volvía
polvo a los filisteos y a los egipcios. Hitler es una especie de filisteo
esquizofrénico que se cree Dios y vuelve polvo a los hebreos. Esa es la única
diferencia, según William Lee.
El
profeta trinitario no cede en su tesis y la complementa con predicciones
aterradoras: “Adolfo Hitler no es sino el Mesías que anuncian las Escrituras y,
en calidad de tal, ganará la actual guerra en virtud de sus poderes
celestiales, de sus milagros genocidas, de su dominio del fuego y del trueno”.
Nosotros, por nuestra parte, no nos hacemos solidarios de la extraña teoría de
William Lee. Aquí entre nos, y corriendo el riego que ambos nos lo cobren
inhumanamente mañana (el uno si en realidad gana la guerra y el otro a la hora
del Apocalipsis), confesamos que tanto Hitler como Jehovah nos caen pesadísimos.
Tomado
de Un Morrocoy en el infierno.Humor…humor…humor…de
Miguel Otero Silva. Editorial Ateneo de Caracas. Caracas 1982
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