Milagrosa
Santa Rita
de
lo imposible abogada:
¡enséñame
a hacer cosita
sin
que me dejen preñada!
[Las Celestiales]
Por Miguel Otero
Silva.
Santa
Rita de Cassia es reputada universalmente como “abogada de lo imposible”, en
virtud de los inverosímiles milagros que solía y suele realizar. En vida
practicaba esos prodigios inesperados, en forma tal que en su jardín de Roccaporena
se daban rosas rojas y bananas tropicales en pleno invierno, nevando y con 7
grados bajo cero.
La
propia Rita nació de chiripa, ya que para entonces su padre tenía 95 años y su
madre 85, y nunca habían tenido hijos anteriormente, y no por falta de
traqueteo, ni mucho menos porque cometieran el pecado mortal de evitarlos. Nació
Rita en el último tren, y a los 16 años
ya estaba casada con un marido tan pendenciero que lo asesinaron en una
reyerta, y la dejó viuda y con dos hijos. Estos últimos, al llegarles la
mayoría de edad, decidieron vengar a su progenitor, y sucedió en seguida lo que
se cuenta enternecidamente en un bello libro editado en Zaragoza en 1955 por
orden de Lino, Obispo de Huesca: “Dio entonces Santa Rita muestras de verdadero
amor de madre; cayendo de rodillas, con los ojos bañados en lágrimas, pidió al
Señor que si no había medio de que sus hijos desistieran de sus vengativos
propósitos, se sirviese llevárselos de este mundo antes de que cometieran el
horrendo delito que proyectaban. El Señor escuchó las súplicas de su sierva y
no tardó en aumentarse el duelo de ésta con la muerte de sus hijos”. Conmovedora historia que demuestra cómo nuestra
Santa Religión, si bien prescribe en forma inquebrantable el uso del aborto,
propicia en cambio en ocasiones justificadas ejercer la eutanasia (dar muerte a
alguien sin sufrimiento), así se trate de jóvenes de 21 años.
La
imploración que le hace la muchacha de la copla a Santa Rita (que le permita
disfrutar de su cuerpo sin correr el riesgo de embarazo), está más que
justificada porque ha sido esa la más grande preocupación del género humano
desde tiempos inmemoriables. Los primitivos hotentotes se hacían incisiones de
cuchillo en el miembro para procurar que los espermatozoides se derramaran
antes de llegar a su destino. Las mujeres egipcias se untaban las vulvas con estiércol
de cocodrilo y mucílago fermentado. Y ya en el Talmud babilónico se hablaba a
fines del siglo V del coitus interruptus (“derramar a Dios fuera” lo llamaba San
Agustín y lo condenaba vigorosamente), práctica que todavía se sigue empleando
y que ha conducido a millones de mujeres a la frigidez y a millones de hombres
al manicomio.
En
la actualidad se acostumbran diversos métodos, todos prohibidos por nuestra
Santa Madre Iglesia: la ducha vaginal, que es la preferida por las infelices
prostitutas y que falta en el 45 por ciento de las veces; el preservativo de
goma para el hombre, que es el más popularizado (en Suecia los venden en
maquinitas públicas como los cigarrillos) y que falla en un 14 por ciento; los
diafragmas para la mujer (metrissalus,
vimule, dutch y otros), que fallan en un 25 por ciento; las almohadillas y
esponjas vaginales, que fallan en 32 por ciento; y el anillo intrauterino
(inventado por Aristóteles para las camella y que consistía en introducir una
pajita en espiral en el útero de dichos animales-“pajita aristotélica- y adaptado
en este siglo a las mujeres por un profesor alemán), que resultaba el más
eficiente porque no fallaba sino en un 3 por ciento. Nuestra Iglesia, por su
parte, no autoriza a hacer cosita sin busca de embarazo sino en el llamado “período
de seguridad”, que en la práctica resulta ser más peligroso que la ruleta rusa,
porque falla en un 39 por ciento y es mucho el muchachito social cristiano que
ha nacido por error de esos almanaques seudocientíficos. En cuanto a los
rocheleos extra-reglamentarios entre marido y mujer, constituyen el más
espantoso de los pecados. Hay que ver lo que dice San Bernardino a ese respecto
en sus sermones Seráficos: “Es mejor para una esposa copular con su propio
padre de un modo natural que con su esposo contra la naturaleza”. ¡Recórcholis!
Afortunadamente
para la humanidad sucedió que Santa Rita, aunque con siete siglos de retardo,
accedió finalmente a realizar el milagro genital que tan fervorosamente le
pedía su devota de la copla. La asombrosa campesina de Cassia, reencarnada en
el sabio norteamericano Makepeace, llegó en 1937 a la conclusión de que la
progesterona podía suprimir la ovulación de las conejas. ¡Allí nació la píldora!
¡La píldora que no falla sino en el 0.2 por ciento, por no decir en el 0
pelado! El estilo desconcertante de Santa Rita está patente en el
descubrimiento de esa pastilla que se ingiere por la boca y surte efecto en la
recóndita matriz. ¡Gloria a la más milagrosa y a la más anticonceptiva de todas
las Santas!
Tomado
de Un Morrocoy en el infierno. Humor…humor…humor…de
Miguel Otero Silva. Editorial Ateneo de Caracas. Caracas 1982
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