Por Dolores
Mota
Ponencia presentada en la
Facultad de Diseño y Comunicación de Palermo, Buenos Aires, durante el Congreso
de Diseño, de 01 a 04 de agosto de 2006.
La crisis de las identidades y su multiplicación
Los procesos sociales en la alta modernidad estimulan la declinación de las
antiguas identidades y el surgimiento de nuevas identidades que fragmentan al
sujeto moderno. Tales procesos hacen proliferar situaciones, experiencias,
estímulos -ilimitados y a ritmo acelerado- que generan que los sujetos
transiten entre demandas y deseos divergentes que les imposibilitan
constituirse en "sujetos unificados". El sujeto que emerge es pura
posibilidad, entrecruzamiento de identificaciones y diferenciaciones, un sujeto
mutante y gestor de "identidades prótesis" que además de
diferenciadas, son muchas veces contradictorias.
Sin embargo, es preciso entender que la
subjetividad moderna es capaz de admitir una pluralidad de identidades, pues
está inmersa en prácticas sociales discontinuas que son sucesivamente
reformuladas, instituyendo procesos de identificación que sustentan una
verdadera "política de la diferencia". Estamos viviendo una
proliferación de procesos y movimientos de formación de identidades, sean éstos
de carácter social, político, religioso, cultural, étnico, nacional, sexual,
entre otros. Así, en las sociedades contemporáneas los individuos ya no tienen
un lugar estable, seguro, en el mundo social. Les falta una identidad que fije
y asegure un lugar y significados. Por el contrario, están inmersos en procesos
y existencias que estimulan la pluralidad del ser y lo fragmentan,
descentrándolo en "identidades abiertas, contradictorias, incompletas,
fragmentadas", como dice Hall (1995, p. 36).
La moda
y los sujetos posibles
La naturaleza mutante de la sociedad
contemporánea, en la cual "todo lo que es sólido se desvanece en el
aire" -tal como Marx y Engels lo expresaron en el Manifiesto Comunista de
1848-, guarda una estrecha relación con la moda, un fenómeno propio de la
modernidad. La lógica del cambio de esta sociedad está apoyada en la lógica de
la moda, definida como una innovación continua y programada, representada por
la valorización de la novedad en detrimento de lo antiguo y tradicional, sea de
vestuario, uso, costumbre, estilo, gustos, etc. Desde las últimas décadas
del siglo XX estamos todos inmersos en contextos marcados por
transformaciones continuas que impactan de tal manera que convierten a cada uno
de nosotros en un sujeto posible, en proceso, con identidades abiertas. En
este contexto, la moda establece una red de relaciones con los sujetos, convirtiéndose
en elemento integrante de las condiciones de subjetivación y de construcción de
identidades. La moda, especialmente la del vestuario, cada vez más asociada con
las formas del cuerpo y con la manera de ser, no solamente manifiesta sino que
conforma identidades. De la fuerza homogeneizante del mercado se origina la
formación de mecanismos de resistencia cultural y también individual que
permiten no solamente el surgimiento de identidades individuales y sociales
plurales e híbridas sino que también transfiguran a sus componentes y su papel
social.
Parecer
y ser - el cuerpo y la ropa como la imagen de sí mismo
En los modos de vida actuales, la apariencia, la
imagen, se confunde con el ser, explicita la subjetividad. La dimensión de la
imagen en la vida social fue discutida por autores como Maffesoli (1996) que
denominó a la contemporaneidad como mundo imaginal (o de la imagen) en razón de
la fuerza de las manifestaciones imaginarias, simbólicas, aparentes,
instituyendo la teatralidad como modo de vida. Y el primer lugar de esa
teatralidad es el propio cuerpo, que produce una autoimagen, confiriendo al
sujeto la posibilidad de contar una historia, de afirmar quién es, podríamos
decir, de anunciarse. El cuerpo surge como lugar preparado y ocupado para la producción
de identidades sociales desde las primeras formas de la sociedad, cuando se
desarrollaron los signos de un lenguaje. El cuerpo es cuerpo social, y siempre
estuvo marcado por pinturas, vestidos y ornamentos llenos de significados que
pertenecen a culturas específicas. El cuerpo es asunto, fantasía, arte y
discurso, está asociado a la indumentaria, es una segunda piel, demarca papeles
y lugares sociales -sacerdotes, jefes, guerreros, nobles, plebeyos, hombres,
mujeres, burgueses, proletarios, jóvenes de alta sociedad que viven comprando
vestimenta de moda, pandilleros, tribus, artistas-, constituye el sujeto social
en sus varias identidades. El vestir involucra gestos, comportamientos,
elecciones, fantasías, deseos, fabricación sobre el cuerpo (y de un cuerpo)
para el montaje de personajes sociales colectivos o individuales, ejerce así
comunicación, expresando nociones, cualidades, posiciones, significados.
Vístase y dígame quién es.
La preparación de ese cuerpo resulta de
mecanismos disciplinarios que actualmente afectan el interior del cuerpo, su
funcionamiento. Percibimos un movimiento disciplinario centrípeto que se dirige
de la sociedad al sujeto, y otro movimiento, centrífugo, del núcleo del
sujeto al exterior en la búsqueda de una autonomía y de un reconocimiento
individual. Tal vez por ello convivimos con abordajes aparentemente antagónicos
sobre la relación individuo-sociedad; algunos de ellos enfatizan la fuerza
alienante de la sociedad de masas, la estandardización -como lo explica
Baudrillard (1995)- y otros se enfocan en el extremo narcisismo e
individualismo -como lo explica Lasch (1986).
La moda refleja en su propio mecanismo
contemporáneo esos movimientos, efectos de fuerzas opuestas. La moda no es
el resultado solamente de la invención de los creativos, de los grandes
estilistas o centros que definen las tendencias que todos van a
adoptar, sino que viene también de las calles, donde jóvenes o poblaciones
expresan ideales y conceptos que también van a inspirar a los estilistas, formando
una verdadera vía de doble mano entre las calles y las pasarelas. Las
tendencias que desfilan en las pasarelas son el resultado de intensas y
extensas investigaciones de comportamiento, y pueden no ser aceptadas.
El concepto de "supermercado de
estilos", creado por Ted Polhemus, historiador inglés, intenta dar
cuenta de la existencia de una multiplicidad de estilos que permite a las
personas montar y desmontar aspectos visuales con varios estilos estéticos,
ideológicos, artísticos, con piezas suntuosas o populares, componiendo aspectos
visuales singulares. ¿Por qué? La vida social nos impone esa variedad de formas
de ser y de vivir. Es posible encontrarnos con una persona tres veces por día y
en cada momento ella puede presentarse como "otra persona". La ropa
ayuda a construir las diversas identidades que la realidad nos hace vivir. Los
contextos y relaciones sociales en los que estamos involucrados cambian
rápidamente amoldándonos al desafío de acompañar al tiempo alterando actitudes,
creencias, valores, deseos... muchas veces la instantaneidad de esos cambios no
permite que los antiguos se anulen, y es posible la convivencia de
diferentes "yoes" en el mismo individuo. La ropa es
componente de las identidades que construimos para buscar estar más cerca
de lo que queremos ser o de lo que queremos parecer ser.
Semejanzas
estéticas, desigualdades sociales
Esa permanente búsqueda, esa voluntad de ser,
coloca al sujeto ante lo imponderable (circunstancia indefinible pero que
influencia el hacer y el sentir), para encontrar la autenticidad deseada: hacer
coincidir lo que se quiere ser con lo que se es. La ropa es uno de los
elementos constituyentes de esos procesos sociales, posibilitando el alivio de
la angustia del sujeto que quiere acercarse y mostrar la manera como está
eligiendo ser. Esa búsqueda se sitúa en una sociedad intensamente narcisista e
individualista, como ha sido estudiado por autores tales como Baudrillard
(1995) y Lasch (1986), entre otros. Es una de las facetas del individualismo
que emerge en el contexto de una lógica social de consumo donde todo y todos
son transformados en formas productivas, y "el consumidor vive sus
conductas distintivas como libertad y como aspiración, como elección y no como
condicionamiento de diferenciación y obediencia a un código", como afirma
Braudrillard (idem, p. 60). Así, la ropa permite el camuflaje de las
desigualdades sociales a través de una aproximación estética de los individuos.
Sin embargo, si la lógica social es una competencia con la lógica individual, inscribiéndose
de adentro hacia afuera en los cuerpos y en las subjetividades, modificando e
implementando sus mecanismos de formación y funcionamiento, no se puede dejar
de considerar que el individuo es una institución diferente de lo social y que
todas las formas sociales e individuales son el resultado de relaciones de
poder y disputas entre una y otra de esas lógicas. En ese cruzamiento
encontramos el carácter paradójico de la moda, ya identificado por Simmel
(2005) en su estudio sobre la psicología de la moda, cuando señala dos
necesidades contradictorias en el hombre: la necesidad de integración que lo
hace buscar ser igual a los otros, y la necesidad de singularidad que lo hace
buscar su particularidad con el todo social, instalándose la posibilidad de no
perderse la referencia del individuo como constructor de lo social y como su
sujeto que, aunque inmerso en una realidad masificante, genera impulsos de
cambio que la lógica social inmediatamente absorbe como lo hizo con la moda
hippie, con los punks, hip hop, funk, glubber, entre otros. Una moda así, se
presenta como un campo de encuentro del individuo y de lo social, de la
singularidad y de la masificación. El montaje de un estilo -personal y grupal o
tribal, de proceso social diferenciador, marcado por la clase, por el mercado y
por los objetos- pasa a expresarse como experiencia particular (de individuo o
grupo) de elección y de deseos. La diferenciación más inmediata se realiza y se
enmascara en los estilos, que no están restringidos a grupos o a clases sino
que hoy son producidos y difundidos por los procesos mercadológicos y
mediáticos que, junto con las formas de comercialización y pago, actúan en la
producción de gustos, preferencias y comportamientos que se extienden más allá
de las clases y de los grupos ideológicos, creando nuevas formas de identidad
basadas más en elementos simbólicos y emocionales que en elementos económicos y
clasistas. Los estilos son compartidos de acuerdo con las inserciones y
experiencias de los individuos, sin exigir permanencia o fidelidad, ya que para
cada ocasión se puede preferir y expresar un estilo diferente, pues el
guardarropa personal es diversificado tanto por lo que se dispone en los
locales de venta, como por los precios variados disponibles para todos los niveles
de ingresos.
Sin embargo, esa disponibilidad, aceptabilidad,
variabilidad y semejanza que los estilos estéticos permiten no elimina la
existencia de distinciones que las marcas (etiquetas) mantienen en forma
subliminal, aunque su primacía en el escenario inmediato de la sociedad haya
sido ocupada por la apariencia colorida y divertida de los modismos tribales
estilizados.
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