martes, 7 de julio de 2015

Moda e Identidad: Aspectos psicosociales de la ropa en la contemporaneidad


Por Dolores Mota

Ponencia presentada en la Facultad de Diseño y Comunicación de Palermo, Buenos Aires, durante el Congreso de Diseño, de 01 a 04 de agosto de 2006.


La crisis de las identidades y su multiplicación Los procesos sociales en la alta modernidad estimulan la declinación de las antiguas identidades y el surgimiento de nuevas identidades que fragmentan al sujeto moderno. Tales procesos hacen proliferar situaciones, experiencias, estímulos -ilimitados y a ritmo acelerado- que generan que los sujetos transiten entre demandas y deseos divergentes que les imposibilitan constituirse en "sujetos unificados". El sujeto que emerge es pura posibilidad, entrecruzamiento de identificaciones y diferenciaciones, un sujeto mutante y gestor de "identidades prótesis" que además de diferenciadas, son muchas veces contradictorias.

Sin embargo, es preciso entender que la subjetividad moderna es capaz de admitir una pluralidad de identidades, pues está inmersa en prácticas sociales discontinuas que son sucesivamente reformuladas, instituyendo procesos de identificación que sustentan una verdadera "política de la diferencia". Estamos viviendo una proliferación de procesos y movimientos de formación de identidades, sean éstos de carácter social, político, religioso, cultural, étnico, nacional, sexual, entre otros. Así, en las sociedades contemporáneas los individuos ya no tienen un lugar estable, seguro, en el mundo social. Les falta una identidad que fije y asegure un lugar y significados. Por el contrario, están inmersos en procesos y existencias que estimulan la pluralidad del ser y lo fragmentan, descentrándolo en "identidades abiertas, contradictorias, incompletas, fragmentadas", como dice Hall (1995, p. 36).

La moda y los sujetos posibles

La naturaleza mutante de la sociedad contemporánea, en la cual "todo lo que es sólido se desvanece en el aire" -tal como Marx y Engels lo expresaron en el Manifiesto Comunista de 1848-, guarda una estrecha relación con la moda, un fenómeno propio de la modernidad. La lógica del cambio de esta sociedad está apoyada en la lógica de la moda, definida como una innovación continua y programada, representada por la valorización de la novedad en detrimento de lo antiguo y tradicional, sea de vestuario, uso, costumbre, estilo, gustos, etc. Desde las últimas décadas del siglo XX estamos todos inmersos en  contextos marcados por transformaciones continuas que impactan de tal manera que convierten a cada uno de nosotros en un sujeto posible, en proceso, con identidades abiertas. En este contexto, la moda establece una red de relaciones con los sujetos, convirtiéndose en elemento integrante de las condiciones de subjetivación y de construcción de identidades. La moda, especialmente la del vestuario, cada vez más asociada con las formas del cuerpo y con la manera de ser, no solamente manifiesta sino que conforma identidades. De la fuerza homogeneizante del mercado se origina la formación de mecanismos de resistencia cultural y también individual que permiten no solamente el surgimiento de identidades individuales y sociales plurales e híbridas sino que también transfiguran a sus componentes y su papel social.

Parecer y ser - el cuerpo y la ropa como la imagen de sí mismo

En los modos de vida actuales, la apariencia, la imagen, se confunde con el ser, explicita la subjetividad. La dimensión de la imagen en la vida social fue discutida por autores como Maffesoli (1996) que denominó a la contemporaneidad como mundo imaginal (o de la imagen) en razón de la fuerza de las manifestaciones imaginarias, simbólicas, aparentes, instituyendo la teatralidad como modo de vida. Y el primer lugar de esa teatralidad es el propio cuerpo, que produce una autoimagen, confiriendo al sujeto la posibilidad de contar una historia, de afirmar quién es, podríamos decir, de anunciarse. El cuerpo surge como lugar preparado y ocupado para la producción de identidades sociales desde las primeras formas de la sociedad, cuando se desarrollaron los signos de un lenguaje. El cuerpo es cuerpo social, y siempre estuvo marcado por pinturas, vestidos y ornamentos llenos de significados que pertenecen a culturas específicas.  El cuerpo es asunto, fantasía, arte y discurso, está asociado a la indumentaria, es una segunda piel, demarca papeles y lugares sociales -sacerdotes, jefes, guerreros, nobles, plebeyos, hombres, mujeres, burgueses, proletarios, jóvenes de alta sociedad que viven comprando vestimenta de moda, pandilleros, tribus, artistas-, constituye el sujeto social en sus varias identidades. El vestir involucra gestos, comportamientos, elecciones, fantasías, deseos, fabricación sobre el cuerpo (y de un cuerpo) para el montaje de personajes sociales colectivos o individuales, ejerce así comunicación, expresando nociones, cualidades, posiciones, significados. Vístase y dígame quién es.

La preparación de ese cuerpo resulta de mecanismos disciplinarios que actualmente afectan el interior del cuerpo, su funcionamiento. Percibimos un movimiento disciplinario centrípeto que se dirige de la sociedad al sujeto, y  otro movimiento, centrífugo, del núcleo del sujeto al exterior en la búsqueda de una autonomía y de un reconocimiento individual. Tal vez por ello convivimos con abordajes aparentemente antagónicos sobre la relación individuo-sociedad; algunos de ellos enfatizan la fuerza alienante de la sociedad de masas, la estandardización -como lo explica Baudrillard (1995)- y otros se enfocan en el extremo narcisismo e individualismo -como lo explica Lasch (1986).

La moda refleja en su propio mecanismo contemporáneo esos movimientos, efectos de fuerzas opuestas. La moda no es el resultado solamente de la invención de los creativos, de los grandes estilistas o centros que definen las tendencias que todos van a adoptar, sino que viene también de las calles, donde jóvenes o poblaciones expresan ideales y conceptos que también van a inspirar a los estilistas, formando una verdadera vía de doble mano entre las calles y las pasarelas. Las tendencias que desfilan en las pasarelas son el resultado de intensas y extensas investigaciones de comportamiento, y pueden no ser aceptadas.

El concepto de "supermercado de estilos", creado por Ted Polhemus, historiador inglés,  intenta dar cuenta de la existencia de una multiplicidad de estilos que permite a las personas montar y desmontar aspectos visuales con varios estilos estéticos, ideológicos, artísticos, con piezas suntuosas o populares, componiendo aspectos visuales singulares. ¿Por qué? La vida social nos impone esa variedad de formas de ser y de vivir. Es posible encontrarnos con una persona tres veces por día y en cada momento ella puede presentarse como "otra persona". La ropa ayuda a construir las diversas identidades que la realidad nos hace vivir. Los contextos y relaciones sociales en los que estamos involucrados cambian rápidamente amoldándonos al desafío de acompañar al tiempo alterando actitudes, creencias, valores, deseos... muchas veces la instantaneidad de esos cambios no permite que los antiguos se anulen, y es posible la convivencia de diferentes  "yoes" en el mismo individuo.  La ropa es componente de las identidades que construimos para  buscar estar más cerca de lo que queremos ser o de lo que queremos parecer ser.

Semejanzas estéticas, desigualdades sociales

Esa permanente búsqueda, esa voluntad de ser, coloca al sujeto ante lo imponderable (circunstancia indefinible pero que influencia el hacer y el sentir), para encontrar la autenticidad deseada: hacer coincidir lo que se quiere ser con lo que se es. La ropa es uno de los elementos constituyentes de esos procesos sociales, posibilitando el alivio de la angustia del sujeto que quiere acercarse y mostrar la manera como está eligiendo ser. Esa búsqueda se sitúa en una sociedad intensamente narcisista e individualista, como ha sido estudiado por autores tales como Baudrillard (1995) y Lasch (1986), entre otros. Es una de las facetas del individualismo que emerge en el contexto de una lógica social de consumo donde todo y todos son transformados en formas productivas, y "el consumidor vive sus conductas distintivas como libertad y como aspiración, como elección y no como condicionamiento de diferenciación y obediencia a un código", como afirma Braudrillard (idem, p. 60).  Así, la ropa permite el camuflaje de las desigualdades sociales a través de una aproximación estética de los individuos. Sin embargo, si la lógica social es una competencia con la lógica individual, inscribiéndose de adentro hacia afuera en los cuerpos y en las subjetividades, modificando e implementando sus mecanismos de formación y funcionamiento, no se puede dejar de considerar que el individuo es una institución diferente de lo social y que todas las formas sociales e individuales son el resultado de relaciones de poder y disputas entre una y otra de esas lógicas. En ese cruzamiento encontramos el carácter paradójico de la moda, ya identificado por Simmel (2005) en su estudio sobre la psicología de la moda, cuando señala dos necesidades contradictorias en el hombre: la necesidad de integración que lo hace buscar ser igual a los otros, y la necesidad de singularidad que lo hace buscar su particularidad con el todo social, instalándose la posibilidad de no perderse la referencia del individuo como constructor de lo social y como su sujeto que, aunque inmerso en una realidad masificante, genera impulsos de cambio que la lógica social inmediatamente absorbe como lo hizo con la moda hippie, con los punks, hip hop, funk, glubber, entre otros. Una moda así, se presenta como un campo de encuentro del individuo y de lo social, de la singularidad y de la masificación. El montaje de un estilo -personal y grupal o tribal, de proceso social diferenciador, marcado por la clase, por el mercado y por los objetos- pasa a expresarse como experiencia particular (de individuo o grupo) de elección y de deseos. La diferenciación más inmediata se realiza y se enmascara en los estilos, que no están restringidos a grupos o a clases sino que hoy son producidos y difundidos por los procesos mercadológicos y mediáticos que, junto con las formas de comercialización y pago, actúan en la producción de gustos, preferencias y comportamientos que se extienden más allá de las clases y de los grupos ideológicos, creando nuevas formas de identidad basadas más en elementos simbólicos y emocionales que en elementos económicos y clasistas. Los estilos son compartidos de acuerdo con las inserciones y experiencias de los individuos, sin exigir permanencia o fidelidad, ya que para cada ocasión se puede preferir y expresar un estilo diferente, pues el guardarropa personal es diversificado tanto por lo que se dispone en los locales de venta, como por los precios variados disponibles para todos los niveles de ingresos.

Sin embargo, esa disponibilidad, aceptabilidad, variabilidad y semejanza que los estilos estéticos permiten no elimina la existencia de distinciones que las marcas (etiquetas) mantienen en forma subliminal, aunque su primacía en el escenario inmediato de la sociedad haya sido ocupada por la apariencia colorida y divertida de los modismos tribales estilizados.

 

 

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