03/03/13.- Se ha dicho que la defensa de la diversidad sexual y los derechos reproductivos representan la más elevada forma de lucha política. El más divulgado objetivo que persiguen los movimientos sociales que reclaman sus derechos sexuales es el matrimonio igualitario. En España, por ejemplo, antes de la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo, la consigna fue: "¡Queremos casarnos para divorciarnos!". Un reconocido arquitecto venezolano fue desalojado de la vivienda que habitó por años con su pareja, quien era un famoso escritor. Ocurrió tras la muerte de este hombre de letras, ya que su familia reclamó sus bienes, muebles e inmuebles, sin que nadie le reconociera al arquitecto su vínculo conyugal con el difunto.
Importantes derechos y garantías están aún hoy reservados exclusivamente a la familia heterosexual, y no solo en materia de bienes materiales. El acceso a centros de salud (horarios de visita en hospitales), la disposición o participación en funerales y el derecho de adopción excluyen a las parejas del mismo sexo, quienes descubren que -a menudo- no tienen ni siquiera derecho a una proximidad inmediata a aquellas personas a quienes han dedicado su amor y vida. Lévi-Strauss propuso que el matrimonio es una institución "indispensable para la cultura" pues, a través de las alianzas familiares, el Homo sapiens logró superar la situación de rivalidad y violencia entre grupos de su propia especie y, con ello, la cooperación para la solución de problemáticas comunes de adaptación y subsistencia. Pero quienes leyeron a Gayle Rubin, a través del vínculo que les dejé en el Épale CCS No 18, sabrán que la consolidación de estas alianzas supuso el intercambio o tráfico de mujeres -y la represión sexual de mujeres, niños y niñas.
Es conocida la crítica de que el matrimonio gay busca emular la institución base de la cultura patriarcal que ha discriminado la diversidad y las soberanías sexuales. Hemos hablado entonces de "uniones civiles", de trabajar ciertas leyes, etc., pero ¿qué pasaría si una persona de una pareja unisexual de años de duración recibiera una propuesta de matrimonio en otro país en donde sí existiera una legislación del matrimonio igualitario? ¿Cuál es la desventaja entre países con y sin esta legislación? ¿No deberían estas leyes matrimoniales tener reconocimiento internacional?
Reflexionemos en lo contradictorio de estas cosas en materia de equidad, militancia y revolución: ¿acaso el matrimonio igualitario no es una genuina forma de subversión?
Quitarle el monopolio de esta institución a la heterosexualidad podría ser un paso definitivo hacia la disolución de creencias naturalizadoras y esencialistas del sistema patriarcal.
POR JUAN PIZZANI
ILUSTRACIÓN NATHALY BONILLA
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