viernes, 10 de junio de 2011

De vacaciones con Cucho

Por Bruno Mateo

Una vez, una curiara me sirvió como barquito para escapar, navegando por un hermoso rio, hasta arribar a un lugar del cual nunca más me aparté.

Eran unas vacaciones de agosto. Había finalizado el año escolar y yo estoy feliz porque es seguro que mi familia sale para algún lado de paseo. No es que no me guste mi apartamento sino es que me la paso encerrado de lunes a viernes. Sólo salgo los fines de semana. Y de verdad me aburro cuando permanezco solo. Mi hermano Diego no vive en la casa porque ya es grande. Sólo vivimos mi mamá, mi papá y yo. Nosotros tres nos divertimos en las noches. Aunque con Diego era diferente. Yo lo quiero mucho y él a mí. Lo extraño demasiado. Ojalá que me lleve a vivir con él. Una noche, escuché cuando papá le dijo a mi mamá: “Mañana nos vamos para la Gran Sabana”. “Tenemos que tomar unas vacaciones” Me alegré mucho. Por fin voy a salir. La última vez que salí del apartamento fue con mi hermano mayor y fuimos una semana completa a una playa. La pasamos súper. Recordaba todo eso cuando de pronto oí a mamá decir: “¿Qué hacemos con el perro?”. ¡Ay! Sentí un miedo de que me dejaran en el apartamento con la abuela. Creo que no les había dicho que soy un perro, ¿verdad? ¡Ah! Soy un perro normal y corriente. Pequeño y de color negro. Mi mamá era una perra que vivía en la calle junto conmigo y mis cuatro hermanos. Un día alguien nos llevó a un lugar lleno de perros y gatos. Nos pusieron en una jaula grandota. Apenas era un cachorro. Allí fue donde conocí a mi familia. Ellos llegaron un día y de inmediato me tomaron en sus brazos y me pusieron por nombre: Cucho. Ahora soy el perro Cucho.

Por fin, estamos camino a la Gran Sabana. Yo no sé qué es, pero me suena a algo enorme y bonito. A mí siempre me dejan asomar por la ventana del carro. Mis orejas vuelan por el aire, parecen dos “papagallos”. Me gusta sentir que el viento golpea mi hocico. Por el camino hay muchos olores. Muchos árboles y otros carros también. Pasamos muchas horas viajando, por un momento pensé que nunca íbamos a llegar hasta que al fin escucho que mi papá. El no es mi papá de verdad, pero yo lo quiero como si lo fuera. A mi verdadero papá perro no lo conocí. ¡Bueno! Mi papá dijo: “Llegamos”.

Quedé asombrado al ver tantos árboles. El cielo azul es enorme, nunca había visto algo así. Al fondo hay un río. Puedo olerlo en el aire. El sonido del agua contra las rocas se oye como un eco. Salí corriendo hasta el río y todo el mundo corrió tras de mí. Era grandotote. No hay tanta agua en mi perruna vida. Por un momento, huelo algo desconocido. Algo que parecía un perro, pero enseguida noto que no se trata de un canino, sino de un animal raro, era como de mi tamaño, sin cola, tiene dientes de ratón… ¡Sí! ¡Eso es! Es un ratón gigante porque los ratones son pequeños ¿o no? Mis papás observan maravillados el agua. Me imagino que hubieran deseado estar con Diego. Mi verdadero amo. Es el hijo de ellos dos. El estudia fuera. No sé en donde. Yo también lo extraño muchísimo. Por un instante me siento triste y en ese justo momento se me acerca el “ratón” gigante y me dice: “¡Hola! ¿Tú eres un chigüire como yo?” Me quedo viéndolo y le contesto orgulloso: “¡Soy un perro! Y me llamo Cucho”. El “ratón” gigante se ríe a carcajadas. Me molesta que se burlen de mí y le ladro. El animalito se asusta y me responde: “¡No chico! No me burlo de ti, es que te confundí con uno como yo”. Pienso: Este “ratón” está loco. ¿Cómo no va a saber qué es un perro? “Yo soy Mariasa, el chigüire”, ¡Ah! Entonces no es un perro. “Mi nombre significa amigo”, continúa diciendo el “ratón” gigante. Fue entonces cuando mis amos me llaman y debo regresar con ellos. “Me gustaría seguir hablando contigo, pero debo irme”, dice Cucho; a lo que Mariasa responde: “Pronto nos volveremos a ver, ahora somos amigos”. Cucho sale disparado al carro. Mientras se aleja del río, se asoma por la ventana para ver a su nuevo amigo Mariasa, el chigüire.

Esa fue una noche agitada para mí. Escucho ruidos por todos lados y hay olores que nunca había olido. Recuerden que los perros tienen los sentidos más desarrollados que  los humanos. No pude dormir. Me daba miedo la oscuridad. El pobre Cucho no pegó un ojo durante toda la noche. Piensa que la noche oculta algo terrible: monstruos y fantasmas. Pero nosotros sabemos que esas cosas no existen, ¿verdad? El caso es que el perro de nuestra historia no durmió y enseguida el Sol apareció más radiante que nunca en el cielo azul y con éste la familia entera se levanta para salir a pasear en una excursión por toda la Gran Sabana.

Cucho nunca ha visto tantos árboles juntos. Se vuelve loco de puro mirar. Se va hacia un arbusto, mientras sus dueños conversan con un señor. Allí una voz le dice: “¡Hola!” El perro se asusta. “¡Chico! No me vuelvas a aparecer de esa manera”, le contesta. Era su amigo Mariasa, el Chigüire. El “ratón gigante”, como le decía Cucho, y el perro se fueron a pasear, se alejan tanto que pierden el camino de regreso. Lo malo es que ninguno de los dos sabe cómo volver. El perro se pone nervioso y no deja de ladrar, hasta que Mariasa le dice: “Amigo, por favor no sigas ladrando. Hay que encontrar el camino a casa de tus humanos”. Y así comienza su aventura.

A la mañana siguiente, los amos del perro comienzan la búsqueda, mientras tanto en algún lugar de la Gran Sabana, estaba Cucho con su compañero Mariasa, el chigüire. Solos y perdidos. Tenían hambre y sed. Al fin consiguen un río de agua cristalina para beber. Cuando de pronto, el perro empieza a olfatear algo. Eran olores de humanos. Muy emocionado le grita a su amigo: “¡Mariasa!”... “¡Shhh! ¡Silencio! ¡Baja la voz!”, responde. Cucho no sabía lo que sucedía. Miraba para todos lados. Los olores se acercan cada vez más. “¡Corre!”, grita desesperado el chigüire. Ambos salen a una súper velocidad dejando atrás voces de humanos que gritan: “¡Allá hay dos! ¡En el río!... ¡Disparen!” ¿Disparos? ¡Sí! ¡Disparos! Los humanos a quienes olió Cucho no eran amigables sino un grupo de cazadores. Los dos aventureros: el chigüire y el perro corrieron y corrieron, hasta que ya no sintieron a los hombres.

“¡Vamos a parar un poco!”, dice Cucho. Los dos están cansados de tanto correr. ¿Por qué esos humanos les disparaban? Ellos no le habían hecho nada malo, sin embargo los persiguieron. ¿Por qué? “Menos mal que escapamos”, comenta Mariasa. “¿Tu les hiciste algo a eso tipos para que nos dispararan?”, dice furioso el perro. En realidad, Cucho no sabe que a los hombres les gusta cazar chigüires. “Eso me pasa por estar con este ratón gigante”, continua hablando. Y dice cosas que ofenden a su compañero… porque a veces uno dice palabras ofensivas, por eso hay que pensar antes de decir algo... El pobre Mariasa se va. Cucho no se ha dado cuenta de que su amigo se aleja. Está tan molesto que ni siquiera piensa por un momento cómo se sentía el chigüirito. Al ratico, se calma y se percata de lo ocurrido. Ahora pareciera estar solo.

Cucho busca a su compañero hasta que el día comienza a desaparecer. ¿Será que los hombres se llevaron a Mariasa? O ¿será que, por mis palabras, se sintió dolido y se fue? Esas interrogantes atormentaban a nuestro canino hasta que se durmió en medio de aquella espesa negrura.

“¡Buenos días!” escucha Cucho apenas se despierta. “¡Guao! ¡Guao! ¡Guao!”, ladra eufórico. Era su amigo. Enseguida comienza a lamerlo en señal de amistad. El “ratón gigante” se ríe y le pregunta: “¿Por qué estás tan feliz?” No había pasado nada malo. Ahora están juntos nuevamente. Eso es lo que importa. “Ven, ya sé cómo llevarte a tu casa” Y parten, no sin antes desayunar, rumbo a su hogar. Caminan y caminan hasta que se encuentran frente a sí un inmenso río. “Ese es el Orinoco” le comenta Mariasa. Jamás, pero jamás, Cucho ha visto nada similar. Lo que veía no lo podía creer. Un montonón de agua que se pierde a la vista. Huele a agua. Agua de verdad. “No te detengas, Cucho” “Hay que avanzar”, le dice Mariasa. “Tal vez los hombres malos estén cerca”, termina de decir. Justo en el momento cuando el perro aventurero se dispone a preguntar la razón por la que lo persiguen, huele un olor conocido. Atrás venían corriendo los hombres otra vez. Nuestros amigos corrieron disparados. Los disparos eran muchos. Están temerosos. Se hace necesario que escapen antes de que los atrapen. Si no encuentran alguna manera de huir, están perdidos. “Ahí” grita el chigüire. Señala una barquita de madera. Cucho no sabe qué hacer. “Móntate rápido” “Eso nos va ayudar a salir de aquí. Nos vamos por el río”, le ordena Mariasa. Y así fueron llevados por el Orinoco, el rey de todos los ríos. Los hombres quedaron a orillas del agua con sus escopetas en mano.

Cucho veía con alegría todo el trayecto. Hermosos pájaros de variados colores volaban por encima de ellos. Los frondosos árboles al borde lucían imponentes. Y ese olor...Ese olor…A inmensidad…A libertad.

Nuestro querido amigo Cucho, el perro Cucho nunca más regresó. Se quedó en la Tierra de los “ratones gigantes” para defender a sus amigos chigüires de las manos del hombre.

Caracas, 9 de Junio de 2011.

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