miércoles, 27 de abril de 2011

Un cuerpo bajo la lluvia


de Pablo Sabala.
email: psabala@gmail.com

El hilo de sangre se detuvo sobre el charco y se disolvió bajo la lluvia. Las gotas acudieron tras el trinar del viento elevando un manto transparente sobre la piel inmóvil; no se escucharon gritos, ni comentarios, nadie elevó su voz; podría decirse incluso que nadie lo notó.

Y el vaivén de sonidos se mezcló con el quejido leve de un viejo gavilán que muere en la distancia, en el bosque que nadie recuerda a ciento veintitrés kilómetros, dos metros, nueve centímetros mirando al norte del container de basura, ese que se desborda y forma parte de la lluvia vespertina, ese que acompaña los sueños de los gusanos y las moscas.

Pero él nunca imaginó que aquel viernes sería el viernes que durante tantos años esperó con temor. Esos años en que se sentaba en el porche de la casa a contar nubes y contemplar los rostros llenos de angustia, eso es lo que pasa cuando se vive tan cerca de la morgue, uno termina por acostumbrase a las miradas perdidas y llenas de desesperanza. Los días se iban lento en aquel tiempo, el viento apenas si soplaba sus melodías inconclusas y el sol se negaba cada tarde a quebrarse bajo las sombras de la noche. Fueron muchas las horas de pensar, de construir el momento final, el último paso, la última imagen que se llevaría para siempre presa en su retina.

Y llegó ese viernes, el ansiado y temido, la rutina lo llevó como una cadena interminable hasta el lugar señalado, ya todo estaba escrito, sólo faltaba la hora exacta y la fecha... pero ese dato no lo supo sino hasta el último segundo.

Un minuto antes pasó el anciano que vive en el edificio abandonado cerca de la autopista, sus ojos se cruzaron en un espasmo incomprensible de presagios, le miró fijamente, como nunca antes lo había hecho, se quedó atrapado por un segundo quizás leyendo el final de la sentencia. Tal vez ya todo estaba escrito.

De haberlo sabido la noche anterior no habría dejado la comida servida, en vez de dormir hubiera permanecido toda la noche cantando con las estrellas canciones viejas y recordando los días buenos... pero eso no estaba escrito.

Salió como todos los viernes a hacer el recorrido acostumbrado, subió por la calle donde está el bar de los ancianos y las mujeres ausentes, cruzó lentamente la avenida; contemplaba absorto y en silencio una vez más los rostros de la gente, tratando de descubrir en sus ojos secretos olvidados o sueños perdidos, y no pensaba en los viernes pues ya todo estaba escrito, sólo que no sabía que este era el viernes que tanto había temido y esperado, por eso no se despidió, no tomó un baño especial, ni le dijo a Lucía cuanto la había querido todos estos años... Llegó a la esquina. La lluvia arreció de repente como un leve presagio. Esta vez no miró hacia los lados, se adentró en la vía como llevado por un hilo invisible tejiendo su destino inevitable. Inmediatamente se escuchó el frenazo... volvió en sí en su último segundo y supo que había llegado la hora...

Eso fue hace una semana, han caído muchas gotas de lluvia, se han quebrado los días y sigue allí, nadie se ha dignado a recogerlo, ni siquiera Lucia le ha extrañado, nadie se pregunta dónde esta, qué le ha pasado... Total... ¿A quién le importa un perro muerto al borde de la acera?

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