lunes, 20 de diciembre de 2010

Simón Valentín y su árbol mágico


por Bruno Mateo
Twitter: @bruno_mateo
IG: @brunomateoccs

La escuela es un recinto muy apacible y hermoso. Es una casa colonial ubicada en la zona de la Pastora en Caracas, una de las más viejas parroquias de la ciudad, las paredes de la escuela son enormes al igual que sus ventanales, muchos de los cuales aún conservan sus celosías. ¿Cuántas historias de amor esconderán estas rejillas? Su techo cubierto de tejas rojas nos recuerda tiempos pasados llenos de fantasmas y espectros, dicen que por las noches se pueden ver muchos de ellos caminando por entre sus pasillos; en el centro del patio se encuentra un árbol frondoso de un verde brillante que cuando la luz del sol del mediodía cae sobre sus hojas, emite destellos. Es el lugar perfecto para que habiten los seres de la naturaleza llamados arbolines, incluso hay quienes aseguran que han visto pequeñas luces que flotan entre sus hojas, otros dicen que oyen voces aniñadas que salen del interior de la madera. El árbol es mágico, aunque en realidad toda la escuela es mágica, ella se encarga de la educación de niños y niñas. Es un grupo pequeño. Durante el recreo siempre van alrededor del árbol. El árbol es como un maestro más, el gran tronco los acoge con cariño, ellos lo cuidan, le echan agua y abono, lo miman como si fuera un gran padre al centro de las vidas de estos niños tan inteligentes.

El árbol se siente orgulloso de todos sus muchachos, cuando los niños y niñas están dentro de las aulas de la escuela con sus maestros, él espera ansioso por la hora del receso, los pájaros se paran en las ramas cansados de tanto volar, al rato despegan y dan al cielo un hermoso movimiento de ondas, silbidos, líneas y formas inimaginables. Un ave sin libertad de volar no es un ave. Existen seres alados que flotan como ráfagas de alegría en el viejo roble.

¡Escuchen! En el árbol sí existen seres fantásticos de la naturaleza; nuestros ancestros dicen que son pequeñas mujercitas y pequeños hombrecitos que vuelan entre los árboles, además de que son amigos de todos aquellos de buen corazón y sólo desean la paz en la Tierra y la armonía con la naturaleza; a esas pequeñas personitas mágicas las llaman arbolinas, si son hembras  y arbolines cuando son varones.

En el follaje del árbol viven una enorme iguana y una escandalosa cotorra. ¡Por cierto! Ellas pelean mucho. Una vez, se escuchó dentro de los salones de clase a dos niñas que discutían en voz alta, todos salieron al patio a investigar si es que dos de sus estudiantes eran la del bochinche, a pesar de que no era hora de hacerlo. No era la hora del recreo. A todos  les extrañó no ver a nadie, así que decidieron olvidar el hecho y entraron nuevamente; sin embargo, el árbol sí sabía quiénes eran las peleonas ¿Quiénes? ¡Curiosos! ¡Qué bueno que sean curiosos! Porque el que no pregunta no aprende. La iguana y la cotorra. Una corre e insulta a la otra, la otra le pellizca la cola, se gritan:

La iguana le dice a la cotorra: ¡Chismosa! Tan vieja y habladora, la cotorra le replica: Y tú que estás verde de la envidia por mi belleza
Y vuelven en un contrapunteo, por fin los arbolines y arbolinas, recuerden que así se llaman los seres mágicos que habitan el árbol, calman los ánimos.

Sin embargo, detrás de la ventana del salón unos ojos acuciosos miran la escena. Era el niño nuevo. Sí un jovencito que tenía sólo unos pocos días en la escuela y que no había logrado hacer amigos. Él ve todo. Y se ríe. Los arbolines se dan cuentan de que eran observados e inmediatamente se esconden entre las hojas.

Al día siguiente como todos los días la escuela abrió sus puertas desde muy temprano a todos sus estudiantes, el niño nuevo corrió hacia el patio para ver al árbol en su centro y ¡sí! allí se encontraba, con su hojas verdes brillantes besando a los rayos del sol, su porte orgulloso mostraba su esplendor y daba la bienvenida a un nuevo día. La maestra llamó a Simón Valentín, ¿no les había dicho el nombre del chico nuevo, verdad? Su nombre es Simón Valentín. El niño salió corriendo. Los arbolines y arbolinas salieron de sus escondites y sonrieron. El muchacho se ganó el corazón de estos seres fantásticos que viven dentro del gran árbol del patio de la escuela. Uno de los arbolines bajó cautelosamente hacia el chico parado debajo del árbol y le sonrió. La maestra lo llamó para que se formara porque iban a cantar el himno nacional. El arbolín subió y el niño corrió hacia la fila de los varones.

Todo el grupo de arbolines comienza sus labores del día, unos limpian las hojas del árbol, otros recolectan las hojas secas, la iguana se encarga de comerse a los insectos que se posan en las ramas, la cotorra con su filoso pico arranca las partes secas del árbol. Todos trabajan sin cesar. Todos comienzan a cantar. Dicen que cuando nosotros los humanos escuchamos sonidos de viento en realidad estamos oyendo cantar a esos seres invisibles y mágicos que nos rodean. Era un día normal. Aunque en la mente del chico seguía la imagen del árbol mágico del centro del patio de su escuela.

Simón Valentín es un niño especial, su imaginación va más allá que la de otros niños y niñas. Él es hijo único, vive con su madre, su verdadero papá había fallecido desde hace tiempo y nunca más supo de él.

Por las noches cuando se acuesta después de cenar las deliciosas arepas que les hace su mamá, se pone a pensar sobre cosas que no existen, un caballo que habla, un murciélago en forma de paraguas, las gladiolas de su casa que se abren y cantan durante la luna llena, la brisa nocturna que entra en su habitación y lo envuelve hasta elevarlo y hacerlo volar a través de la ventana, hace que su cuerpo se despegue de su cama caliente y vuele por sitios lejanos a su casa; les cuento que una vez flotó por encima del mar y pudo ver cómo un cardumen de atunes lo saludaban de lejos, un poco más allá vio un grupo de manatíes que entonaban un hermoso canto, cada uno de ellos llevaba encima de sus lomos unas mujeres con cola de pez. Durante sus fantasías le llega el sueño sin darse cuenta, hasta que la neblinosa ensoñación lo envuelve y lo transporta al descanso nocturno.

Al día siguiente, Simón Valentín no quiso hablar con ninguno de sus compañeros de clases, él es un muchacho tímido y en muchas ocasiones no sabe cómo hacer amigos, por ello los otros niños y niñas lo rechazan. La clase no le llama la atención. Una mariposa de intensos colores que parece un arcoíris volador aparece en el aire, ella desprende un olor a caramelo, como aquél que comió con su papá la última vez que lo vio. Esa tarde de paseo con su padre por el parque fue demasiado feliz. La mariposa revolotea por el aula su mirada la sigue en su vuelo, se imagina que está montado encima de ella y sale por la ventana hasta llegar al árbol, el viejo roble le mira con cariño y le dice: Querido muchacho, no estés triste, mis ramas y hojas son alegría para todos. Mira hacia arriba, allá en el cielo azulado, desde allá, nos envían alegrías y mucho amor. El timbre suena y suena y suena y suena. Es la hora de desayunar y salir al patio.

Simón Valentín se recuesta en el tronco del árbol, pero no se comió la empanada ni el jugo que le preparó su mamá. Piensa en su papá. Piensa en su soledad. Siente su vacío. Su mamá lo quiere, pero le gustaría que su papá estuviera con ellos. El se siente triste. Los otros niños ni se le acercan. Lo señalan como si fuera de otro mundo. El árbol y sus arbolines sintieron la melancolía de su corazón. Los arbolines bajaron por el tronco sin que nadie los viera, parecen pequeños monos que bajan de las ramas. Se abalanzan con lianas desde lo alto. Otros se lanzan con hojas como paracaídas. La cotorra y la iguana lo miran con curiosidad desde la rama más cercana. Todos se reúnen alrededor del niño. Ninguno habla. Sólo lo acompañan. Todos empiezan a susurrar como la brisa que ulula entre el verdor de la naturaleza, el ambiente se enrarece, un sopor se apodera de Simón Valentín, el lugar le da vueltas, un olor a tierra, un sonido a agua que corre, una mezcla de colores gravita en el espacio, un calor agradable le recorre la piel, todo cambia, el patio de la escuela desaparece, sus compañeros se desvanecen en el vacío. Él no sabe qué sucede. No tiene miedo. Ya no es la escuela. Es un lugar diferente.

De pronto, el timbre de la escuela lo saca de su ensoñación, ¡ring! ¡ring! ¡ring! es hora de volver a las tareas. Al entrar al salón, la maestra y sus compañeros y compañeras le preguntan la razón de su tristeza. Ellos se dan cuenta de su melancolía. Simón Valentín les dice que es que no se siente bien, que le duele el estómago. Nosotros sabemos que es una mentira lo que dice, ¿verdad? La maestra le responde que vaya a la enfermería, él no quiere, está al tanto que es una invención para que lo dejaran en paz, entonces tendrás que irte a tu casa para descansar, tus compañeros ni yo queremos que te enfermes concluye su maestra. El muchacho se siente culpable por su embuste, pero se va a casa con el remordimiento de jugar con la preocupación de su maestra y amigos.

En su casa no puede descansar, su pensamiento está con su papá, ¿por qué tuvo que morirse? Lo último que recuerda fue aquél paseo al parque, allí su papá le compró un algodón de azúcar, su mamá se comió un helado de arequipe y su papá: un perro caliente enooooorme. ¡Qué feliz fue ese momento! Nunca lo olvidaría. Lo que se acuerda de su padre es que a él le gustaba mucho la jardinería, todas las tardes en el patiecito de su casa regaba las plantas que él mismo había sembrado, por cierto, que ellos también tenían un árbol tan grande como el de la escuela de Simón Valentín. ¡Cómo lo extraña! El día de la visita al parque todo fue feliz, llegaron a sus casas y después de cenar cada quien se fue a dormir, el muchacho pasó una noche plácida; sin embargo, a la mañana siguiente comenzó su tristeza, su papá no salió a desayunar, él se había ido. No lo vio nunca más.

Simón Valentín se levantó para ir a la escuela, siente deseos de hablar con el árbol mágico y los arbolines, tal vez, ellos pueden ayudarlo a aliviar el dolor que siente por su papá. Se despereza y abre la ventana. Un aire montañero penetra al cuarto, el Waraira Repano, la montaña que bordea a Caracas exhibe su máximo verdor. Es mayo. Una época de florecimiento y exuberancia, la luz forma haces que se cruzan entre sí y empiezan a darle formas a los objetos de la habitación. El adolescente se encuentra lleno de alegría, está seguro de que sus amigos arbóreos le colaborarán en la búsqueda de su padre. Al llegar a la escuela y después de cantar el himno nacional se percata de algo terrible. Las caras de sus compañeros y compañeras y de las maestras reflejan algo malo. ¿Qué pasará? El ambiente se percibe enrarecido. Es como si algo estuviera fuera de lo normal. Él aún no sabe lo que sucede. Todos los alumnos entraron a sus salones, pero él percibe que algo no está bien. Pasa toda la media mañana con el pálpito que no lo deja tranquilo. Al sonar el timbre que anuncia el receso, sale corriendo hacia el patio; ¡Oh! ¿Qué es esto? ¡No puede ser! ¡El árbol mágico desapareció del patio! Un hoyo enorme es testigo de que el árbol fue arrancado del suelo. ¡Es imposible! ¿Quién puede desprender algo tan grande y tan arraigado a la tierra? Su amigo, su árbol fue desenterrado y únicamente queda un hueco profundo en el medio del patio… y en su corazón. El chico no lo puede creer, por curiosidad y bajo el sopor de lo increíble se acerca a la orilla del agujero como para buscar al árbol y una explicación a tan fantástico acontecimiento; sin darse mucha cuenta de que el suelo está un poco húmedo, se acerca cada vez más y trata de observar hacia adentro del hueco, él logra escuchar ciertos murmullos abajo en la oscuridad. Alguien está en el interior de la tierra. Se acerca, no se percata que el suelo ha empezado a ceder por su peso, cuando de golpe, por azar, por destino o por magia ¡Zas! cae dentro del agujero, sólo se escucha un grito de miedo que se hace inaudible en la medida que se va desplomando en las honduras del resquicio. El chico cae, cae, cae, no hay nada qué hacer, la tierra se lo tragó. Parece que perdimos a Simón Valentín.

Al abrir los ojos el muchacho nota que no le ha pasado nada, sólo un atontamiento por la caída, se incorpora al cabo de un rato y empieza a percatarse del lugar donde se encuentra, en realidad no es la escuela, todo está cundido de árboles y flores, hay sonidos como de cantos de pájaros, pero ¡un momento! las aves parecieran que hablaran como los humanos. Es una locura. Los animales no hablan. Hay algo más extraño aún, las flores caminan y charlan tranquilamente. Pasan cerca de él y lo saludan. ¿Qué es esto? ¿Será que se golpeó la cabeza? Pues no es así, él llegó al mundo de los arbolines, lleno de colores, olores y rarezas, las plantas del lugar caminan y hablan. Todo es posible con sólo imaginarlo. En el espacio de las imágenes se puede moldear nuestra realidad, aunque sea por unos momentos nada más. Simón Valentín cierra y abre sus ojos, por un instante se siente desubicado. ¿Qué lugar es éste? se pregunta. Una rosa amarilla muy olorosa pasa a su lado, está furiosa: ¡Cómo es posible que esa cayena me venga a decir, a mí, la reina de las flores, que mis pétalos están marchitos! ¡Atrevida! Mira tú, muchachito, señala a Simón Valentín, ¿tú ves que mis pétalos están…están…¿cómo decirlo? Me da vergüenza repetir lo que dijo esa flor envidiosa. ¿¡Tú ves que mis pétalos están… ¡Mar...chi…tos!? ¡Qué horror! La Cayena es una falta de respeto. A lo que el niño no sabe qué contestar. Queda en silencio ¿Tú no hablas? Te hice una pregunta y es de mala educación no contestar, le dice la rosa amarilla. Disculpe señora es que… la rosa le interrumpe, ¿Me dijiste señora? ¿Me dijiste señora? O sea que estoy vieja. ¡No puede ser! dice angustiada. No quise decir eso, responde apenado el chico. No te preocupes niño, yo sé asumir mi edad .Me dijiste señora y nada más .No hay qué hacer. Soy una señora rosa. Gracias por nada. ¡Hasta luego! La rosa amarilla sale indignada, parece una actriz de grandes melodramas. Simón Valentín se queda anonadado. Será mejor que vea dónde estoy, piensa. Así que empieza a caminar. El camino está lleno de piedras y plantas de flores, de vez en cuando se ven pequeñas lagartijas que corren de una orilla a la otra, de repente una de ellas se para en dos patas y le pregunta; ¿no has visto por ahí un enjambre de moscas? Tengo mucha hambre y no como desde hace dos días. Simón Valentín responde- No he visto nada, pero si las veo, le aviso. La lagartija siguió adelante al igual que él. A medida que avanza, las piedras ruedan detrás de él y las flores lo siguen. Al muchacho no le toma de sorpresa nada de lo que ve y oye, el mundo donde se encuentra es bastante extraño y divertido como sus sueños. Es un lugar extraño y diferente.

Simón Valentín camina hacia un pequeño estanque que se ve un poco más allá, entre aquellos araguaneyes, hermosos árboles de hojas amarillas, al acercarse se da cuenta de que hay un hombre enorme sentado en la orilla, en realidad su tamaño es enorme, enorme y mientras más se acerca es más enorme, es un gigante, el chico temeroso trata de dar media vuelta e irse del lugar, pero el gigante lo detiene con su voz: ¿Por qué huyes de mí? No pienso hacerte daño. Si tienes que cruzar el estanque hazlo, no te detendré. El muchacho un poco avergonzado responde: Es que nunca había visto a alguien como usted. Disculpe no quise ofenderle. El gigante no contesta y sigue observando un punto fijo dentro del estanque. Yo soy Simón Valentín, dice. ¿Y usted cómo se llama? Si no le molesta decírmelo. El gigante se voltea y le responde: yo soy Pepe, el gigante y estoy muy triste por estar tan solo. Es cierto, en sus ojos se puede ver una profunda tristeza. El gigante se voltea y sigue viendo hacia las profundidades del agua. ¿Qué será lo que ve con tanto fervor? ¿No sienten curiosidad como yo y como Simón Valentín por conocer lo que observa el gigante en el estanque? El muchacho con cautela se acerca al borde del agua y trata de ver lo que mira el gigante, al principio no logra ver nada, pero en la medida que enfoca más sus ojos empieza a visualizar algo, en el fondo del estanque hay alguien que flota dentro de sus aguas. Es un muchacho muy grande que se ríe, él es enorme como su papá y no deja de sonreír y nadar. ¡Es mi hijo!, pero no lo puedo sacar del agua ni él tampoco puede salir, dice el gigante.

¿Saben por qué el hijo del gigante no puede salir de la laguna? Se los contaré: dice la leyenda que hace mucho tiempo, una bruja paseaba cerca del estanque y se tropezó con unos hombres que vivían por el lugar, la mujer tenía mucha sed y quiso tomar agua, sin embargo, los hombres impidieron que ella bebiera de la laguna, ella suplicó por saciar su sed, pero los hombres malos se opusieron y se rieron, entonces la bruja furiosa se transformó en un enorme pájaro y agarró a uno de estos malvados y lo arrojó al pantano echando un fatídico maleficio: “Desde este momento todo aquél que intente beber del estanque caerá dentro de sus aguas y nunca más podrá salir, sólo un alma buena que salve a otro ser igualmente puro podrá romper este hechizo. ¡Piquiti, piquiti pum!” terminó de decir la bruja.

Simón Valentín quiso ayudar al gigante. Los dos, el chico y el gigante se sentaron y se pusieron a pensar, mientras tanto el hijo del gigante seguía abajo en el fondo de las aguas. De repente a Simón Valentín se le ocurrió una idea, le preguntó al gigante si sabía nadar a lo que él respondió que no sabía hacerlo, entonces el chico le dijo que salvaría a su hijo porque él si sabía nadar. ¿Harías eso por mí? Pero si tú no me conoces ¿Por qué lo harías? dijo el gigante. Lo hago porque mi mamá y mi papá me enseñaron que hay que ayudar al prójimo, respondió. Si salvas a mi hijo te doy este amuleto, dijo, quitándose una hermosa piedra verde que le pendía de una cadena en el cuello y se la dio al muchacho: este amuleto sirve para desaparecer cuando así lo requieras y lo necesites, pero eso sí, sólo podrás hacerlo una vez al día.

En pocos momentos el hijo y el gigante se abrazaron en la orilla del estanque, Simón Valentín logró rescatar al hijo de las profundidades del lago. El gigante y su hijo comenzaron a caminar, cuando estuvieron a cierta distancia, el gigante se volteó y le gritó: ¡Gracias! Recuerda que el amuleto sólo sirve una vez al día.

¡Bueno, es hora de buscar a los arbolines! Quiero saber cómo llegué a este lugar tan extraño y maravilloso, pensó. Simón Valentín emprende su búsqueda. Sigue el camino por donde brilla el sol. Fue tanta la caminata que empieza a sentir hambre y sed, pero dónde comer si no ve nada ni a nadie, tal vez si se acerca hacia aquél grupo de árboles que se vislumbran un poco más allá. El sol se oculta. Debe llegar rápido a ese lugar para conseguir un poco de comida, agua y donde pasar la noche. Su mamá debe estar preocupada, de seguro fue a la escuela a preguntar por mí y no me encontró. Sus pasos, ram, ram, ram lo llevaron al grupo de árboles, no obstante, no eran árboles frutales ni hay agua por ningún lado ¿Qué puede hacer? De pronto, observa que una niña como de su edad viene por el camino hacia donde se encuentra, trae una canasta llena de maíz y una jarra. La chica lo ve y se asusta un poco. ¿Tú quién eres? ¿Qué haces aquí en mi casa?, pregunta con cierto miedo. Nada. Yo no veo casa por ningún lado, contesta el chico. Yo vivo arriba en los árboles, contesta la niña y te pregunté ¿Quién eres tú?, insiste. Mi nombre es Simón Valentín y estoy buscando a los arbolines y su árbol mágico, pero parece que me perdí y llegué aquí sin darme cuenta, replica el muchacho. La chica deja en el suelo la cesta llena de maíz y la jarra llena de agua que traía, el chico no puede evitar verlas con ansiedad. ¿Tienes hambre?, le pregunta la chica. ¡Sí!, asiente con la cabeza. ¡Está bien! Vamos a casa, dice ella. De un árbol, la muchacha, de quien aún no sabemos su nombre, hala un bejuco y cae una escalera. ¡Por aquí! Hay que subirla, dice. Los dos muchachos suben y llegan a un confortable lugar. Simón Valentín se asombra. Este lugar es realmente extraño y mágico. ¿Cómo te llamas?, le pregunta a ella. Yo soy Cipriana de los árboles, le contesta a la vez que le da un plato repleto de queso y casabe con un vaso de deliciosa chicha de maíz. El chico come con desesperación. La noche aparece en el cielo y la luz de la luna junto con los cocuyos ondea por el ambiente. Los claroscuros de la noche hacen del sitio algo especial, un aire suave entra por entre las ramas, el viejo Dios de los sueños se diluye en los ojos de los dos niños y los lleva suavemente a su reino de fantasía e imaginación donde la realidad es la que deseas que sea. Los chicos se duermen. ¡Ssshhh! Mañana será otro día.

Cuando Simón Valentín abre los ojos para darle la bienvenida a un nuevo día, la niña Cipriana de los árboles se encuentra lista para salir, encima de una mesa está el desayuno preparado. ¡Ahí tienes! Hay que comer muy bien si queremos encontrar al árbol mágico, le dice al chico. Él no sabe qué responder y come maquinalmente, al finalizar le dice que se voltee porque tiene ganas de orinar. Te espero abajo, dice mientras se lanza con una liana a la tierra. Simón Valentín la sigue después. Los dos muchachos comienzan a caminar en dirección de la puesta de sol. ¿Por qué me ayudas a buscar a los arbolines?, pregunta. Ella no responde y avanza unos pasos por delante. Es de mala educación no contestar a alguien que te pregunta algo, le reclama. La chica voltea y se detiene. ¡Está bien! Te contaré: Nuestro árbol mágico se encuentra en tu mundo para llevarles oxigeno y alegrías a los niños. ¿Te has dado cuenta que está en el medio del patio de tu escuela? ¿Si, verdad? Los habitantes del reino de la flora y fauna mágica escogimos a tu escuela como el lugar para plantar al árbol mágico. Un buen día, una hechicera malvada llamada Tala se llevó al árbol, le cuenta Cipriana de los árboles, ¿Y tú por qué lo buscas? Simón Valentín recordó a su vieja escuela. ¿Dónde estará su mamá en este momento? Un sentimiento de nostalgia por sus padres lo invadió. ¡Ah! Estás triste por tu Padre, dijo la niña. ¿Cómo conoces mi secreto?, preguntó. Yo puedo leer los sentimientos de los humanos, contesta. Los dos se callaron. No hablaron durante un buen trecho de su aventura.

De pronto, sintieron unas risas que venían. Cipriana de los árboles agarra por el hombro al muchacho y lo esconde detrás de unas matas. ¿Qué pasa?, pregunta Simón Valentín. La niña no dice nada. Por favor, cúbrannos del peligro, dice la chica a las plantas. Inmediatamente los cubren por completo. Por el camino se puede ver a una mujer que pasa rodeada de unos hombres y mujeres jaguares con hachas y machetes. ¿Quiénes son?, pregunta Simón Valentín. La mujer es Tala, la que se llevó al árbol, responde, es una mujer malvada y sin escrúpulos, lo único que desea es cortar con sus compinches la mayor cantidad de árboles del planeta. El grupo de malvados cruzan por delante de los niños sin percatarse de su presencia. Tala voltea hacia las matas donde se encuentran los muchachos y se queda un rato observando. Cipriana de los árboles y Simón Valentín sienten que sus corazones se congelan, se paralizan por un instante, la mujer no le da mayor importancia y sigue adelante. Los muchachos vuelven a respirar con normalidad. Hay que apurarse y seguirlos sin que se den cuenta, es posible que se dirijan al lugar donde esconden al árbol mágico, dice la niña.

Comienzan a caminar, cuando de repente se tropiezan con la morrocoya Coya que cruza el camino. ¡Hola, Cipriana de los árboles! ¿Adónde vas? ¿Y quién es el muchacho guapo que te acompaña?, pregunta. El chico se sonroja. Escucha morrocoya Coya, responde la chica, él se llama Simón Valentín, cayó del mundo de arriba por un agujero que dejó la arpía de Tala cuando desenterró el árbol mágico, ahora él y yo andamos buscándolo para protegerlo. ¿Sabes dónde podemos localizar a Tala? La morrocoya Coya se queda en silencio por unos instantes, hasta que se decide a hablar ¡Si sé! Sin embargo, es mi deber advertirles que el escondite de Tala es muy peligroso, está rodeado de hombres y mujeres jaguares a quienes hechizó para que la obedecieran, contesta. Los dos chicos se miran. No importa Señora morrocoya Coya, dice Simón Valentín, debemos encontrar al árbol mágico, necesitamos salvarlo, díganos, por favor, donde está. El tiempo parece detenerse como un bostezo. ¡Está bien! Móntense en mi caparazón, les dice. El muchacho ve con desconfianza a Cipriana de los árboles. Ella obedece y se monta. Él no puede imaginarse montado encima de una tortuga, necesitan llegar lo más rápido posible. No tienen tiempo que perder. ¿Qué esperas? Me dijiste que querías encontrar a Tala, pregunta la morrocoya Coya. Obedece con cierta desconfianza. Se monta detrás de la chica. ¡Agárrate, fuerte!, le dice la chica. ¿Para qué? Ni que nos fuéramos a…, no tuvo oportunidad de terminar la frase. Morrocoya Coya arrancó con su máxima velocidad, parece un rayo que cruza los cielos en plena tormenta. El camino cruza velozmente frente a sus ojos. Es una ráfaga. Las imágenes se desvanecen en un segundo. Sólo se ven latigazos de luces. No se puede detallar por donde están. El viento les pega en los rostros. Cuando de repente, frenan de sopetón. Ambos chicos salen disparados por encima de la morrocoya Coya y caen más adelante encima de un colchón de paja. Te dije que te agarraras fuerte, le sonríe Cipriana de los árboles. Es allí, al final del camino, les dice la tortuga. Deben acercarse con cuidado, si los llegan a ver están perdidos y el árbol también. Yo llego hasta aquí. ¡Mucha suerte! ¡Adiós! La señora morrocoya Coya se devuelve por donde vino.

Los dos muchachos caminan agachados hacia el cuartel general de Tala y los hombres jaguares, se esconden detrás de unas enormes rocas, desde allí logran visualizar al árbol mágico y a los arbolines. Hay que sacarlos del lugar, pero ¿cómo? Tendrán que planificar un plan de rescate. Cipriana de los árboles propone acercarse lo más posible a los arbolines e ir sacándolos poco a poco. Eso es peligroso. Pero no hay alternativas, sino lo hace de esa manera, es probable que la bruja de Tala acabe con el árbol mágico y nuestros duendecitos. Mientras tanto Simón Valentín intentará atrapar a Tala. Cerca de ellos, encima de la roca que les sirve de escondite se encuentra una araña quien los oye con mucha atención acerca de su plan, hasta que se decide a hablar, Tala es muy poderosa y no podrás detenerla, les dice. ¿Quién anda ahí?, pregunta la niña. Yo, contesta la araña, mi nombre es Quiaruana y escuché todo lo que desean hacer, pero debo prevenirlos, esa bruja es muy mañosa y nada fácil de acabar con ella. ¿Cómo sabes tu?, interroga Simón Valentín. Déjenme bajar de aquí. Quiaruana baja de la roca. Yo conozco, prosigue en su conservación, perfectamente a Tala, sé de sus maldades y de sus fechorías. Una vez fui víctima de sus maleficios. No entendemos, contestan los muchachos. No interesa, lo que más deseo es vengarme de esa bruja que ha hecho tanto daño a la Naturaleza, destruyendo árboles, secando ríos y extrayendo minerales y petróleo sin ningún control. ¡Hay que detenerla! Un ser verdaderamente destructivo es la fulana Tala, ¿verdad? Pero qué podemos hacer si ella es tan poderosa como usted dice, pregunta la chiquita. Todas las personas tienen una debilidad, como quien dice: “un talón de Aquiles” y ella no escapa de eso. Tala le tiene miedo a la oscuridad. No soporta la ausencia de luz. ¡Aaaahhh!, exclaman los chamos. Y tan mala que es, dice Cipriana de los árboles. ¡Sí! Es una miedosa, reitera Simón Valentín. No hay tiempo que perder. Hay que hacer andar el plan. Pronto recuperarán al árbol mágico y los arbolines. Podrán detener a la malvada Tala.

Creo que es hora de contarles la historia de la niña araña: Hace un tiempo atrás existía un pueblo muy alegre de tejedores, era un lugar plagado de felicidad, sus habitantes eran sonrientes, todos vivían en armonía con su ambiente, los árboles y los animales eran considerados hermanos de los humanos, el máximo jefe del pueblo tenía una hija quien poseía una belleza sin parangón, ella era amable con todo el mundo, su corazón estaba lleno de bondad, siempre estaba dispuesta a ayudar a sus semejantes y a los que no lo fueran, un día, su padre y ella sufrieron una tristeza profunda, la madre de la niña partió de la Tierra, es decir, falleció, como todos algún día lo haremos. Al cabo de unos años, el padre de la chica, se casó con una mujer malvada, su nombre era Tala, y desde que conoció a la pequeña tejedora, la tomó contra ella, tal vez por su belleza o por su bondad e inteligencia, la niña se encerró en si misma, no aceptó nunca el casamiento de su padre, no porque no mereciera ser feliz, sino que se haya unido con una mujer tan mala. La niña pasaba todo su tiempo en tejer hermosos bordados de variados colores, formas y texturas. Tala envidiaba el don que la naturaleza regaló a la niña. Nadie sabía que esta maléfica mujer poseía el talento infernal de hacer hechizos. Ella en realidad era una bruja. Una noche mientras la chiquita dormía y soñaba con su madre, Tala se acercó a su cama y la embrujó:

¡Oh! Sueños de la noche,
artilugios y artimañas
hagan que esta niña se
transforme en una araña.

Y fue así como la muchacha se convirtió en una araña, su dolor la impulsó a desaparecer de su pueblo, abandonó su padre sin decir nada, inició el deambular por los caminos del destino. Ella comenzó a llamarse a sí misma Quiaruana la niña araña y juró algún día vengarse de Tala.

Simón Valentín y Cipriana de los árboles se dirigen con sigilo hacia el escondite secreto de Tala, parecen unos gatos caminando en la oscuridad, no se les siente ni la respiración, solamente el corazón de ambos que late con fuerza ¡pum! ¡pum! ¡pum!, sus pasos son lentos y firmes, se van acercando, hay que tener mucho cuidado, están a muy pocos metros del sitio, ya se puede ver a los hombres jaguares desde más cerca, los dos muchachos le hacen señas a los arbolines, éstos se percatan de su presencia y le comentan al árbol mágico lo que está sucediendo; el árbol les dice a sus arbolines que distraigan a los hombres jaguares para que los chicos puedan llegar hasta allí. Los chicos se aproximan. Los arbolines comienzan a cantar, a los hombres jaguares les fascina el canto de los duendes y seres sobrenaturales de la Tierra. El viento hace coro. Los niños se esconden detrás del árbol sin que noten su presencia. Deben llegar hasta un lugar que no logren ser avistados. Cuando llegue la noche, se enfrentarán a Tala. Simón Valentín se toca la piedra verde que le entregó el gigante. Esta noche lograrían liberar a su amigo al árbol mágico y tal vez lo ayude a encontrar a su padre.

¡Aquí llegué! grita Tala, los muchachos se quedan totalmente paralizados, ¡Cómo odio los árboles! Los niños se van escondiendo con lentitud. ¿Dónde están los ridículos esos? ¿No escucharon que llegó la maravillosa Tala? ¡Jaaaaaaguares! ¡Vengan aquí! Su dueña los llama. Los hombres jaguares salen del arrobamiento. Recojan esas semillas y quémenlas. Son de algún pobre arbolito que murió chamuscado, ríe. Hoy me fue magnífico, fuimos a la Tierra de los humanos y allí destruimos un hermoso, frondoso y FASTIDIOSO árbol. ¡Pobre! Los defensores de la Naturaleza no pudieron hacer nada. Parece que el parque va a desaparecer y van a colocar un enorme centro comercial en su lugar, carcajea, y adivinen qué, su ama, la grandiosa, maravillosa, extraordinaria, bella ¡Qué humilde soy! ¿verdad?, ¿Dónde iba? ¡Ah! ¡Ya está! la fenomenal Tala es la encargada de desforestar a todos los…los…los… ¡ÁRBOLES!
Los hombres y mujeres jaguares aplauden y gritan de contento. Pero nosotros sabemos que se encuentran hechizados por la diabólica Tala y que en realidad ellos no son malos. Y así fue como sucedió: En la profundidad de la selva, en donde la noche es menos oscura por el resplandor de sus cientos de estrellas pegadas al cielo, vive en un tranquilo pueblo la etnia de los hombres y las mujeres jaguares. Ellos aman mucho a la naturaleza, a sus serpenteantes ríos, a sus nobles animales, a su numerosa flora, al portentoso sol, a la hermosa luna, a los cuatro elementos; aire, fuego, tierra y viento. Sus costumbres son diferentes a los que habitamos en las ciudades como Caracas, ellos son más simples que nosotros, casi todos poseen un corazón puro, digo casi todos, porque les contaré brevemente cómo cayeron en las manos de la malvada Tala: un día como cualquier otro, apareció en el pueblo de los hombres y mujeres jaguares, una mujer bastante bella, era Tala, al principio parecía una buena persona, se adaptó al grupo, realizaba todas las actividades del lugar, sembraba el maíz, la yuca, el mapuey, la batata, los recogía y luego los cocinaba para todos; no obstante su objetivo era otro: deseaba destruir al pueblo. Odiaba a su gente por ser defensores de la Naturaleza. Su plan era conquistar la conciencia de sus habitantes y para ello necesitaba ganarse su amistad. Ella fue urdiendo su trama, su traición fue conquistando terreno poco a poco, hasta que un buen día conoció a un joven hombre jaguar que recién llegaba de la ciudad, sus padres lo habían enviado a estudiar y prepararse con la gente de la metrópolis, el muchacho jaguar quedó fascinado por la belleza de Tala, ella se aprovechó de esa emoción de juventud, lo envolvió de tal manera que parecía una marioneta en sus manos. Los hombres jaguares tenían un templo en donde adoraban al Dios Jaguar, en el centro de la edificación había un medallón de oro con un rubí en el centro, el cual representaba todo su poder. Tala logró que el muchacho robara el medallón. Los hombres y mujeres jaguares quedaron en suspenso, no podían explicarse la desaparición de tan preciado objeto. Tala les dijo que tenía el medallón y que si no hacía lo que ella deseaba nunca lo volverían a ver. La bruja hizo una pócima con tallos y raíces muy antiguas de la selva amazónica, obligó a los habitantes de la etnia a beberla, desde ese momento los hombres y mujeres jaguares se encuentran a su merced.

Habrá que esperar hasta la noche, cuando la malvada hechicera es más vulnerable, recuerden lo que dijo Quiaruana la niña araña, ella nos indicó claramente que Tala le tiene miedo a la oscuridad. La noche es el preciso momento para apoderarse de ella para así obligarla a que libere al árbol y sus arbolines. Esperamos que a Simón Valentín y a Cipriana de los árboles les funcione su plan. Ahora nos queda aguardar la oscuridad con mucha paciencia y mandarle mucha energía positiva a nuestros héroes.

La noche llegó con sus sonidos, sus claroscuros figuran sombras que emergen del ambiente y se apoderan de la imaginación de quien las ve, lentamente la negrura total hace que el resplandor de la luna se haga más brillante, los muchachos se acercan al árbol sin que los hombres jaguares se percaten de su presencia, los arbolines expectantes aguardan. ¡Ya está! Cipriana y Simón Valentín se esconden detrás del tronco, la iguana los mira con alegría, la cotorra emocionada les dice ¡Hola! Yo sabía que iban a venir, la iguana disgustada le responde que se calle porque puede despertar a todos. Los chicos se escabullen adonde se encuentra Tala. Cipriana y Simón Valentín empiezan a hacer sonidos de fantasmas. La malvada mujer se despierta y pone atención. Los sonidos y gemidos que hacen los muchachos surten su efecto, Tala se asusta y trata de llamar a los hombres jaguares, sin embargo, éstos se hallan como hipnotizados por el canto del viento quien también decidió ayudar en la misión de destruir a Tala. Mientras tanto los jóvenes aúllan, gritan y gimen voces fantasmagóricas. La malvada hechicera tiembla de miedo, los chicos se abalanzan encima de ella y la agarran. Empieza un forcejeo. Tala se defiende, los chicos no pretenden soltarla. La cotorra y la iguana animan la escena:

Iguana: Tala intenta empujar a los niños.
Cotorra: Pero Simón Valentín la toma del brazo y se lo tuerce para atrás.
Iguana: La bruja queda inmóvil por unos segundos, pero de repente se suelta.
Cotorra: ¡Oh, no! Agarra a Cipriana de los árboles.
Iguana: Simón no sabe qué hacer.
Cotorra: Pero, un momento, la niña en un alarde de fuerza e inteligencia arroja a Tala al suelo.
Iguana: Ésta no se rinde y comienza a llamar a sus compinches los hombres jaguares.
Cotorra: Esta vez los chicos sí están perdidos, los hombres jaguares aparecen y logran dominar la situación.
Ambas: La pelea llega a su fin.

La malvada Tala logró someter a los muchachos. ¿Con qué eran ustedes?, dice, Ahora me las pagaran. Parece que no hay nada que hacer. ¿Será que nuestra aventura llega a su fin? ¿Es que acaso el mal triunfa sobre el bien? Un momento. Algo está pasando, el árbol mágico agita sus ramas y de sus hojas se desprenden los arbolines quienes caen encima de los hombres jaguares, los pequeños habitantes de los bosques defienden con ferocidad a sus amigos. Tala huye del lugar llevándose a Cipriana y a Simón Valentín. Ustedes me las van a pagar, dice la malvada bruja, me vengaré. Simón Valentín y Cipriana se miran. Tienen que idear una manera de librarse y así poder salvar al árbol mágico.

Tala llega a un lugar oscuro y húmedo, es una cueva en lo más recóndito del bosque, los muchachos están cansados de tanto ajetreo. Ahora voy a pensar cómo destruiré a su amigo el árbol mágico y a esos enanos fastidiosos, dice, en cuanto a ustedes dos, los dejaré encerrados en este lugar… ¡No! Usted no puede hacernos eso, responde Simón Valentín. Yo hago lo que quiero, grita la bruja, y tú no me detendrás muchacho insolente. En ese momento Cipriana intenta abalanzarse encima de ella, pero ésta la detiene y la arroja al suelo, Simón Valentín abraza a su amiga, cierra los ojos y desea salir de allí, entonces el collar con la piedra verde que le regaló el gigante brilla en su máxima intensidad, la bruja se extraña de lo que sucede, los chicos desaparecen, la magia hizo que se esfumaran. La mala de Tala queda sola en la cueva.
Mientras tanto los muchachos vuelan por la dimensión de la fantasía, entre muchos colores y variados sonidos, la imaginación es capaz de transportarnos a un mundo lleno de cosas que no existen en nuestra realidad, pero que se encuentran latentes en nuestros corazones y mentes, Simón Valentín y Cipriana caen de la dimensión de la ilusión directamente sobre las ramas del árbol mágico. ¡Ay! Algo ha caído en mi follaje, dice el árbol. Somos nosotros, responde Cipriana. ¡Ah! ¿Cómo lograron escapar de Tala?, pregunta el árbol. Lo que pasa es que yo tengo una piedra maravillosa que me regaló el gigante del estanque, cuenta Simón. En ese momento, los arbolines, la cotorra y la iguana traen consigo a los hombres jaguares atados de mano. ¡Misión cumplida!, acota la iguana. ¡Claro! Yo hice todo el trabajo, dice la cotorra, sino hubiera sido por mí, todos ustedes estarían en peligro. ¡Muchas gracias!, responde el árbol, creo que es hora de irnos de aquí. Pero, hay que quitar el hechizo a los hombres jaguares, interviene Cipriana, lo que no sé es cómo hacerlo. Yo sí, contesta una voz desconocida. Todo el grupo de héroes voltean para saber quien habla. ¿¡Tuuuu!?, se sorprenden todos. Si soy yo, replica Quiaruana la niña araña, yo les dije que algún día me vengaría de Tala y llegó ese momento. Muy bien, dice el árbol, ¿cómo logramos sacar del hechizo a los hombres jaguares? Con esto, responde Quiaruana, mostrando una hermosa piedra de un color rojo intenso, esta es la piedra que estaba en su templo para adorar al Dios Jaguar y que la arpía de Tala les robó. Los hombres jaguares al ver el resplandor de la piedra empezaron a despertar del sueño en que estaban sometidos. Los arbolines se ponen muy alegres y comienzan a cantar. La cotorra y la iguana se abrazan. Todos los corazones saltan de alegría al ver que los hombres y mujeres jaguares habían quedado libres del hechizo. No crean que ganaron la batalla, dice Tala. La malvada aparece ante el grupo. Todos ustedes me las pagaran, sentencia, mientras saca una antorcha encendida. Ella quiere incendiar al árbol mágico. El grupo retrocede ante la presencia del fuego. Por favor, no hagas eso, pide Simón Valentín. No me hagas reír muchacho, responde la malvada hechicera, tú fuiste el culpable de todo lo que está ocurriendo. Debiste quedarte en tu mundo de allá arriba, ahora es demasiado tarde para pedir nada. Quiaruana, quien ha logrado escabullirse por detrás de Tala, arroja encima de ella una telaraña, Simón Valentín le arranca de las manos la antorcha encendida y la apaga. ¡Noooo!, grita desesperada la bruja, ¡Esto no puede ser! Los niños amarran con fuerza la telaraña. Ahora no podrás escapar, dice el árbol mágico, tu maldad llegó a su fin. Todos ríen de alegría. Nunca antes sintieron tanta felicidad. Entre todos lograron atrapar a Tala. La naturaleza está a salvo… por los momentos.

Todos brincan de alegría, lograron vencer a Tala. Simón Valentín se alegra por haber defendido a su amigo el árbol mágico; no obstante, la melancolía se respira en el ambiente. ¿Qué te pasa?, pregunta el árbol, ¿no estás feliz? Gracias a tu valentía ganamos la batalla contra la devastación de los bosques. ¡Sí! Estoy alegre, contesta el muchacho. Lo que pasa es que no logro olvidar a mi papá. Simón Valentín no comprende las razones de la desaparición física de su padre. No entiende que la imagen de su papá sólo vive en su corazón. El árbol mágico le dice que cierre los ojos y que piense en su papá. El joven aprieta los párpados. De pronto, una imagen borrosa empieza a aparecer frente a él, cada vez más la figura de su padre se hace más visible hasta que logra dibujarse con nitidez: ¡Hijo! escúchame, yo me fui de la Tierra porque era hora de entrar a otro mundo, al lugar donde pertenecemos los que nos tenemos que ir. No llores más ni te lamentes por mi perdida. Siempre estaré contigo y tu mamá. Cuando estuve en la Tierra los quise mucho, ahora los quiero más. Algún día nos reuniremos en este lugar tan bonito, pero todavía no es tiempo de hacerlo. Deja de lamentarte y vuelve a tu casa con tu mamá. Ella te necesita. Te amo. El espectro de su padre se desvanece como un suspiro de luz. Simón Valentín queda solo.

Es momento de regresar a su casa. El árbol mágico lo envuelve en un suave aleteo de ángeles, el viento y los arbolines lo rodean para levantarlo del suelo y transportarlo al patio de la escuela.



Año 2007
Caracas, Venezuela.

Nota: Todos los relatos del autor se encuentran registrados bajo los derechos de autor de Venezuela

2 comentarios:

Un corazon enamorado dijo...

Leer a Bruno es pasear la naturaleza toda ante nuestros ojos. Es soñar que podemos encontrar un mundo equilibrado y lleno de amor por cuanto nos rodea.
Sus letras maduras, sosegadas por lo bien pensadas nos las brinda colocadas en justo sitio, invitando sin distinción de edad, a amar el mundo tal cual podemos llegar a convertirlo. Gracias Bruno.

Ciudad Escrita dijo...

Muchas gracias por sus palabras. Sólo sé que me gusta mucho escribir.

Por favor, aún no.