jueves, 28 de octubre de 2010
El canto del Caribe
por Bruno Mateo
Twitter: @bruno_mateo
IG:@brunomateoccs
Y las aguas dejaron de circular...
Los habitantes del Mar Caribe acudieron solícitamente al llamado de Madre Perla, reina del lugar. Cada miembro asistente a la reunión, albergaba en su corazón, un extraño estremecimiento por la noticia aún desconocida por todos. Las emociones del Delfín temblaban. El Caballito de mar relinchaba inquieto. El Pulpo no sabía qué hacer con sus tentáculos. El Erizo torpemente se pinchaba a sí mismo. El ambiente estaba inundado de un llanto salado de alegría. Madre Perla, majestuosamente, pidió calma a la concurrencia, ya que su anuncio, estaba segura, sería motivo de mucha alegría. ¿Cuál es esa maravillosa noticia? Preguntó irónica la Morena. Fue entonces y cual conjuro, cuando el fondo del mar se abrió, para dejar escapar los más bellos colores y placenteros sonidos que se hubieran escuchado en el Reino. La nutrida reunión fue arropada por una ensoñación ondulante. El asombro creció todavía más, apareció el protagonista de aquella conmoción. Un animal enorme. Su piel grisácea contrastó con la paleta multicolor del Caribe. ¡Esta es un alma nacida del mar!, dijo plena Madre Perla. Sus palabras se convirtieron en al bálsamo aliviante de las preocupaciones de los habitantes marinos.
Y las aguas comenzaron a circular...
Pronto, se vio al enorme animal ondeando lento entre las aguas. Hermoseaba todo el espacio. De vez en cuando, el muy travieso se acercaba a las orillas de las playas, para recibir complacido los rayos del Sol, o tal vez, para hurgar entre la arena húmeda o satisfacer su ávida curiosidad. No lo sé. Lo que sí es cierto es que luego regresaba juguetón a su hogar para tomar un merecido descanso. Saben que cuando dormía en el fondo del mar, como su cuerpo era tan grande, se confundía con una roca. ¡No! No les miento. ¡Bueno! Sigamos la historia. En las aguas del mar no es necesario llegar a tiempo a ninguna parte. El tiempo no existe. Así que él se puede tomar un largo descanso. Al despertar, se encontró con Madre Perla a su lado, a quien sonrió alegre. Perdona si te desperté, dijo la hermosa Reina, tengo que decirte algo. Es mi deber, prosiguió la Soberana, decirte que trates de alejarte de las playas. No preguntes la razón, sólo acata, que te lo dice mi corazón. La joven criatura no entendía y su Madre lo sabía, pero no podía decir nada más, lo que la obligó alejarse, desapareciendo en las profundidades. Dejó en las dudas a su amado hijo.
El pesado animal se retiró lo más que pudo para meditar sobre aquellas palabras tan tajantes. Nadó, nadó y nadó. Se esforzó por descubrir qué había detrás de las advertencias de Madre Perla. Sólo había una solución para el dilema. Debería ir nuevamente a ese lugar. Nadaría hasta llegar a la playa. De seguro, a orillas del mar encontraría la respuesta. Pero, esperen un momento. Madre Perla le dijo que no se acercara a la playa. ¡Sí! Ella lo dijo. ¿Por qué no le hace caso? Y si le ocurriera algo. ¡Oh! ¡No! Ni lo quiera Dios. ¡Amigo! ¡Amigo! ¡No vayas! Puede ser peligroso. ¡Demasiado tarde! Partió.
Su nado lento no fue impedimento para que llegara rápido a su destino. La incertidumbre golpeaba el alma de la criatura. ¿Qué será lo que encontrará allí? ¿Por qué Madre Perla le dijo todo eso? Pronto lo sabría. La playa está cerca. Por un momento se detuvo. No quiso seguir adelante. Un miedo invadió todo su Ser. ¡No! No hay espacio para arrepentimientos. Avanzó decidido. Llegó al lugar. Arrastró su cuerpo por la arena. El sitio no le era desconocido. Siempre venía con regularidad, sin embargo, esta vez parecía diferente, como si algo nuevo estuviera allí, tal vez, era su ansiedad lo que hacía que temblara de esa manera. Era mejor aguardar un rato, pensó y esperando hasta que el Sol estuvo a punto de ocultarse se dijo a sí mismo que no era nada y quizás las palabras de su Madre eran exageradas. Al regresar a las aguas, escuchó un ruido que hizo paralizarlo de inmediato. Quedóse quieto para oírlo mejor. ¡Sí! Viene alguien. Se sienten ruidos acercándose. Eran silbidos lanzados al aire. El miedo se apoderó de él. No sabía qué hacer. Se escuchan con mayor claridad. El miedo fue desapareciendo para dar paso a una curiosidad expectante. Ese animal en la playa es quien silba.
Mientras tanto, en el fondo del mar, rodeado de las parlanchinas princesas Ostras, la Soberana del Caribe hablaba con elegante amabilidad. No hay nada de que preocuparse. Queridas hijas, algunas de ustedes, también poseerán la gracia de tener la roca de la sabiduría, les dijo, a la vez, que les mostraba una bola blanca con cierto brillo, pero con una hermosura propia de las latitudes caribeñas. ¡Era una perla! Esta roca, acotó, se ha formado gracias a cada lágrima que dejamos correr cuando vemos que algo perturba nuestro mar; sin embargo, en ese único instante, sintió algo terrible en su cabeza y como un arpón que hiere la piel de la ballena, vio en su mente al hijo amado. ¡Oh cruel Casandra! No permitas que sea cierta esta visión.
Y las aguas dejaron de circular...
El hombre, que era quien silbaba en la playa, estaba maravillado al tener entre sus manos a tan monumental cabeza y de tan desconocida criatura. Sus pensamientos pasaban de extrañeza a admiración; de miedo a ternura. Sin duda, era una amalgama de ideas y emociones. Sus ojos, los del hombre, comenzaron a recorrer el cuerpo de ese Ser peculiar: sus ojos, los del animal, eran de una ternura especial y su cuerpo era como un islote en el mar, sin embargo, a pesar de ser tan grande, aquella criatura se sentía cual suave brisa marina que mueve pausadamente las hojas del cocotal. El hombre no salía de su asombro. El animal se sentía dichoso. Había una comunicación tácita. Por unos instantes, la luz del Sol parecía detenida, las olas del mar dejaron de golpear la arena. Aquel conticinio sólo podía provenir de Dios. No existía nada que perturbara la estampa. Fue entonces cuando el hombre, con su acostumbrado pensamiento lógico, rompió de manera abrupta aquel paréntesis en el tiempo, pues, se le ocurrió preguntarle: ¿Qué cosa eres tú? El animal sólo respondió con dos lágrimas brotadas que cayeron en la arena, marcando así, la huella de una profunda confusión. El animal quitó su cabeza de las manos que antes le parecieron placenteras y comenzó a introducirse al mar con su característica pesadez. Al hombre, arrepentido de su impertinencia, no le quedó más que ver al animal cuando era tragado por las aguas.
El hijo del Caribe, poco tiempo después, llegó a las profundidades de su hogar marino. Sentía aún el eco de la pregunta de aquel Ser conocido en las playas. La angustia por descubrir la realidad de su identidad, le arrebató su antigua serenidad. Todos poseemos un nombre. ¿Y él? Nunca he sabido de alguien sin nombre. ¡Pobre! Es lamentable ver llorar a un amigo. Madre Perla sentía la tristeza alojada en el corazón de su amado hijo. Tan honda era su pena, que el mar lloró. El hombre hizo una herida profunda. El hombre silenció el canto del Caribe. El Reino Marino fue privado de la delicia de ser arrullado por su melodía. Madre Perla se inquietaba por el encerramiento a que se sometió la apacible Criatura, por ello, tomó la decisión de acercarse. Ese animal, comenzó diciéndole, que viste en la playa, es el Hombre. Un Ser que olvidó su pasado. Hace algún tiempo atrás, el mar fue su hogar, no obstante, él desarrolló su cuerpo, ya que, posee el poder de transformar las cosas, así fue como un día desapareció de entre nosotros y habita ahora la Tierra. Él es nuestro hermano. La Criatura sintió un halo de esperanza.
Y las aguas comenzaron a girar...
El destino de nuestro amigo se cruzó con el del hombre. La Criatura no podía dejar de pensar en aquel encuentro en la playa. ¡Su hermano! A pesar de las diferencias, provenían del mismo Padre. El mar los creó. Algún día se reencontrarían. La Tierra necesita al mar para calmar su sed. El mar necesita a la Tierra para tener un hogar. Una comunión perfecta. El mar Caribe se inundó de un canto que parecía provenir de lo profundo del alma. Un coro de Sirenas acompaña siempre al cantor marino.
Y si alguno de ustedes, llega a toparse con un enorme animal que pesadamente se asoma por la superficie de las aguas, no lo lastimen. Tal vez, desee reunirse con su hermano y ese puede ser alguno de nosotros. No se pregunten qué cosa es. Su único anhelo es regalarnos el más espléndido canto que jamás se haya escuchado. Saben cómo se llama este animal ¿No? Su nombre es Manatí.
Caracas-Venezuela
Abril 1997
SACVEN No.9070
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