jueves, 30 de julio de 2009

MARAT SADE ¿LOCO O REVOLUCIONARIO? II parte (sobre los actores)


por Bruno Mateo

La consecución de un personaje es y siempre será el gran problema del actor y la actriz. ¿Cómo hacerlo? Muchos han sido los métodos y estrategias para conseguirlo, desde la imitación directa de lo que se quiere hasta el “novedoso” teatro físico (acoto que me refiero al teatro occidental). Como bien es sabido por el medio actoral; existen dos grandes teóricos de la técnica: Stanislavski y Meyerhold .

Cuando observé detenidamente la puesta en escena de Guerra y me detuve a contemplar a las actrices y actores, y esto lo digo, después de a más de siete meses de cuando vi la obra MARAT SADE, y muy a propósito por sus recientes y merecidos renglones obtenidos en el PREMIO MUNICIPAL DE TEATRO 2009, pude percatarme del exigente proceso al que tuvieron que someterse los intérpretes para llegar a la esencia de los personajes.

Las creaciones de Peter Weiss son aterradoras y totalmente definidas por algún tipo de psicopatía. Por lo tanto, entrar en la mente y emocionalidad de un personaje de este texto dramático supone el riesgo de cometer muchas faltas, por ejemplo, caer en el cliché, o por el contrario, desembocar en una destemplada histeria al estilo de las telenovelas mal hechas. En lo personal, sostengo que ninguna de estas dos vertientes ocurrió en el montaje. Cada uno de los actores (actrices) supo domar las anomalías psicológicas de los personajes. Desde el comienzo de la puesta, al entrar en el viejo edificio Rajatabla, los espectadores entramos en un verdadero manicomio que fascina y te cohíbe, no por el espacio en sí, sino por la energía que emanaron los actores (actrices) y que logró envolver de un pánico contenido, el cual se fue evolucionando hasta llegar al caos más horrendo.

Aquí acoto, que es mágico ver cómo unos actores (actrices) transforman un espacio como lo es el cubo negro de Rajatabla en un manicomio.

Las interpretaciones de todo el elenco logró abrir una compuerta de energía desde dentro del escenario que calzó, y más que calzar, cazó a los que estábamos sentados en nuestras butacas. No sé qué pasó en el proceso de montaje con el director Ibrahim Guerra y cada uno de los actores y actrices, sin embargo, lo ocurrido debió ser fuera de lo común porque eso fue lo que traspasó las barreras de la cotidianidad del público.

Los actores (actrices) nos sacaron de la realidad haciéndonos cómplices de las extravagancias políticas de Marat y desparpajos o deseos sexuales de Sade. Hubo un amalgamiento político sexual. Bien dicen por ahí que la política es la sublimación del sexo.

He aquí mi hipótesis: si el público sintió- y me atrevo a involucrar a todas y todos porque durante la representación , a la cual asistí, se nos erizaron los ánimos, se notaba en las miradas llenas de angustia y pasión de la audiencia como queriendo intervenir en el discurso escénico del montaje- esta vorágine de emociones, pensamientos y sensaciones entonces los actores y actrices tuvieron que experimentar algo similar o más intenso.

Finalizo sentenciando que estos actores y actrices trabajaron muy duro, no sé con cual método (y creo que no es importante saberlo) para lograr divinizar en una especie de religión que se da entre un cuerpo ajeno, que pertenece a cada intérprete y las palabras en los diálogos del texto de Weiss, es decir, que lograron encarnizar con mucho acierto y pasión los códigos lingüísticos de la pieza MARAT SADE

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