sábado, 26 de julio de 2008

José Rafael Pocaterra ante la condición humana - Revolucionario de la narrativa corta de Venezuela (III)


José Rafael Pocaterra ante la condición humana - Revolucionario de la narrativa corta de Venezuela (III)

Artículo de Piero Arria y Valmore Muñoz Arteaga - 17 de Septiembre de 2006

Revolucionario de la narrativa corta de Venezuela (III)

Luego de tantos años de revueltas y revoluciones caudillistas, la clase que se encontró al poder decidió renunciar a la moral y la dignidad a cambio de una paz a cualquier precio. Pocaterra descubre que el silencio cómplice por parte de la sociedad en nombre de esa “paz” es mucho peor que los crímenes cometidos por el mismo régimen. Mantiene, entonces, una permanente crítica al absurdo modo de vida de la burguesía venezolana, a la que no sólo acusa de burda, inútil, laxa, sino que arremete contra ella debido a su compromiso con el régimen establecido, y su completo menosprecio a las clases no favorecidas:
“A ti que esta noche irás a sentarte a la mesa de los tuyos, rodeado de tus hijos, sanos y gordos, al lado de tu mujer que se siente feliz de tenerte en casa para la Navidad; a ti que tendrás a las doce de esta noche un puesto en el banquete familiar, y un pedazo de pastel y una hallaca y una copa de excelente vino y una taza de café y un hermoso “Hoyo de Monterrey”, regalo especial de tu excelente vicio; a ti que eres relativamente feliz durante esta velada, bien instalado en el almacén y en la vida, te dedico este Cuento de Navidad, este cuento feo e insignificante, Panchito Mandefuá, granuja builletero, nacido de cualquiera con cualquiera en plena alcabala, chiquillo astroso a quien el Niño Dios invitó a cenar” (Cuentos grotescos. Pag 27)
Panchito Mandefúa, cuento popular que suele encontrarse en casi toda antología del cuento venezolano, esconde ciertamente un espejo para el lector para que quede comprometido con su sensibilidad y con una realidad que quizás comparta o quiera negar. Pocaterra lucha contra la hipócrita sensiblería romántica que se explaya en las tertulias afrancesadas de la burguesía, hundiéndose en la oscuridad de las vidas que se desmayan bajo la opresión de la desigualdad social, económica y política. Más allá de reivindicar desde sus vidas a las clases oprimidas creando falsas utopías que engañan a estómagos vacíos, Pocaterra intenta reivindicarlas desde la laxitud y estupidez de los poderosos, a quienes muestra incapaces de tener una muestra, aunque sea breve, de humanidad:
“Se arremolinó la gente, los gendarmes abriéndose paso…
-¿Qué es? ¿qué sucede allí?
-¡Nada hombre! Que un auto mató a un muchacho “de la calle…”
-¿Quién…? ¿Cómo se llama…?
-¡No se sabe! Un muchacho billetero, un granuja de esos que están bailándole a una delante de los parafangos… -informó, indignado, el dueño del auto que guiaba un “trueno” (Cuentos grotescos. Pag 34)
Las novelas y cuentos de Pocaterra distan de ser lecturas amables y complacientes. Por el contrario, son retratos crueles de escenas urbanas y rurales donde un puñado de personajes enfrenta una y otra vez condiciones terribles que cuestionan tanto sus valores como su humanidad. La Venezuela descrita por la pluma grotesca de Pocaterra no lleva disfraz, es un paisaje desolador con tintes claramente pesimistas. Bajo su despiadada lupa, señala y apunta a los males de la República.
Si bien parece que el diagnóstico que da Pocaterra es inapelable y no presenta soluciones fáciles, se pueden hacer aproximaciones a algunas de sus propuestas a partir de su vida y de su obra. José Rafael Pocaterra, al igual que muchos de los intelectuales del momento, asumió el tema de la educación como un planteamiento fundamental de la vida ciudadana. Si bien nunca elaboró nada que pudiese parecerse a un proyecto para la educación, o por lo menos un ideario educativo de donde emanara algo semejante, elevó su voz recia para denunciar las particularidades que conforman el proceso educativo. En tal sentido, formuló una serie de esbozos acerca del maltrato que recibían los maestros por parte de los gobiernos de turno, básicamente en lo económico:
“Un pedagogo, seco y avejentado que tiene su escuela pública a la vuelta de la esquina y en el bolsillo los recibos vencidos de quincenas que no le pagan” (Memorias T.I. Pag. 22).
Para él la escuela es el punto de partida para la formación de una nueva generación de hombres que pueda servir de puente entre la barbarie y la civilización. Pocaterra entiende que la educación debe ser una prioridad para todo pueblo que quiera alcanzar el progreso integral. No sólo como la base que sostiene los pasos de una sociedad, sino también, como la recuperación posible de la formación republicana.
Si hacemos hincapié en su vida debemos concluir que fue creyente de la educación autodidacta. El autodidactismo parece ser el puente que comunica a Pocaterra con cualquier planteamiento sobre las carencias del sistema educativo. De hecho en diferentes oportunidades hace burla de aquellos que recibiendo una educación formal, los pocos que podían acceder a ella, no cumplían con la sagrada misión de llevar esa formación a otros más necesitados; y que por el contrario se transformaban en mujiquitas del gobierno de turno:
“Así que su educación fue esa mezcla de vagabundería y sentimentalismo, base de la educación venezolana, terreno magnífico para los productos que hoy colman el comercio, las universidades y las oficinas; especie de epicenos capaces de todo lo malo y lo bueno, juventud sin fisonomía, con ambiciones ineducadas, que se emborracha a los doce años y padece de sífilis a los catorce, casi siempre servil, ahogada de compromisos por una magnificencia cursi, primer paso a los futuros expoliadores de la política si la suerte los lleva a lomos, o a los policastros de aldea que pululan en los tribunales, de muy mala conducta, pero con muy buen corazón” (Política feminista. Pag 41).
Para Pocaterra era más valioso en el orden del crecimiento de una república aquellos que se preparan para la vida, y no aquellos que luchan desde las academias para luego terminar calentando el sillón de la injusticia a la que cierran los ojos para mantener estómagos y carteras llenas. Toda reforma educativa debía partir, entonces, de la utilidad de los conocimientos adquiridos, y de la masificación de la instrucción a todas las clases sociales.
En las novelas de Pocaterra se define una suerte de sociedad patriarcal. Los personajes masculinos siguen un código victoriano del honor del hombre que difícilmente pueda atribuirse a un azar por parte del autor. Los códigos establecidos del momento le daban a la mujer una posición casi nula en la vida política y social de la Venezuela, siendo simplemente relegada a ser
"señorita de sociedad" para luego convertirse, simplemente, en madre y esposa. No obstante la definición clara de esta visión, Pocaterra insiste muchas veces en describir el flujo de pensamientos de sus personajes femeninos, lo que se revela, a la larga, como una tesis muy clara del papel de la mujer. Veamos lo que dice Marilala, la heroína de “Tierra del sol amada”, al contemplar el catatumbo:
"- Muy raro ¿verdad? -continuó ella-. Yo, cada vez que miro ese relámpago, ¡es muy particular lo que me pasa! Me imagino que él soy yo, es usted, somos nosotros, los de aquí... Es nuestro carácter, nuestro modo de ser: brillo sí, pero de un instante, de un segundo, ¡un relámpago pues!, como si le hubiesen encargado hacer constar, por raticos, que la luz existe... Así somos, brillantes por momentos, sin saber por qué ni de dónde ni cómo nos viene el brillo... Pero sin estabilidad ni firmeza, ni permanencia... Queremos un rato; reímos otro rato; admiramos otro ratico... Luego, ¡nada! Siempre el relámpago, la luz que se mete en la noche, y esa sí es permanente entre nosotros, siempre... Vea usted ahora, ya no hay relámpago... Me da angustia; o que ilumine desde una noche siempre, o que desaparezca y nos deje a oscuras, sin esa amenaza de luz que nunca llega..., y se la pasa asomada a la puerta." (OS. Pag. 392).
Una breve luz en la oscuridad, esa es la esencia de la vida para Pocaterra en esta novela. Personajes que van y vienen, que no permanecen. Se trata de la mutabilidad constante de las modas: los preferidos de la sociedad hoy, mañana no serán recordados; y la genialidad de un momento se extinguirá en la noche. Pocaterra sigue utilizando a este personaje para revelar las contradicciones de la cultura del momento con respecto a los géneros:
"Volvióse a mirarlo, de faz, cara a cara; no eran tío y sobrina, no eran acusador y acusada: eran dos principios frente a frente:
- Tío: ¿Usted se casó con las madres de esos hijos que tiene por ahí...?
- ¡Pero loca! ¡Eso es distinto! Yo con eso no deshonraba a mis padres, a mis hermanos, a mi familia... ¡Yo soy hombre!
- Sí, ya lo dijo en una sola frase: ¡Usted es hombre! Ellas eran mujeres... Probablemente esos hijos de usted, hombre, esos otros hombres, hijos de esas mujeres, reclamen, brutalmente, con las mismas palabras que usted emplea, su brutal derecho de hombres a quienes no alcanza la deshonra, ¡nunca...!" (OS. Pag. 472)
Como ya dijimos, esta lección moral no implica una victoria. Marilala, como personaje, no tiene un buen destino. Deshonrada, se escapa con un hombre lejos de Maracaibo, viviendo un corto período feliz. Luego cae enferma y muere consumida poco a poco por su mal. Pocaterra aprovecha y nos da su concepto de la patria mártir en el párrafo final:
"Porque aquella María que allí queda, es la revelación de la patria chica en el grande amor universal de los corazones. La sangre, la raíz de lo hereditario, la vida que se inmola para fecundar el egoísmo estéril, la duda y la indiferencia que llegan de afuera. Es la mujer que encarna la gran patria espiritual, que se entrega, que se ofrece íntegra, que florece en su carne y que luego se disgrega, abnegada, como las oscuras raíces de una raza, en el seno cálido de las arenas, bajo la clara luz solar, en la «Tierra del Sol Amada»..." (OS. Pag. 500)
Esta relación metafórica entre la mujer mártir y la patria se repite una y otra vez en la obra de Pocaterra. Poco se conoce que detrás de su apariencia adusta y de su pluma ácida y demoledora, se esconde un hombre con un particular culto al amor familiar, especialmente a la mujer. En un largo poema llamado Valencia, la de Venezuela, Pocaterra culmina sus líneas de la siguiente manera: “Madre eres tú: pariste a Venezuela” (Valencia, la de Venezuela. Pag. 38).
Entre los motivos de mujer mártir en la obra de Pocaterra destaca el de la muchacha seducida por el conquistador de turno que luego la abandona, ante lo cual ella adquiere dignidad y fortaleza. Los personajes femeninos ante la adversidad son los únicos que sostienen los valores importantes de la sociedad, en contraposición de los personajes masculinos, ávidos de riquezas fáciles y sin ningún sentido de la tradición nacional.
A pesar de la dureza de la pluma de Pocaterra, éste brinda unos conceptos generosos sobre la mujer. En ellas el escritor reconoce su sensibilidad ante la injusticia humana. Es la mujer la que se transforma en elemento disociador en el género humano. De hecho, su pluma abre paso en el corazón de la mujer simple y sencilla del pueblo, la que hace heroína de sus textos en detrimento de la mujer de clase alta que acusa de estúpida, atrasada, laxa, mustia, sin color alguno de sensibilidad:
“La enfermedad no nace en el hogar, como alguien dijo; no-es una injusticia que se comete contra la mujer venezolana, que hoy por hoy, vale mucho más que el hombre, en preparación para la lucha de la vida, las de la clase media; en resignación y firmeza doméstica, la del pueblo” (Memorias. T II. Pag 25)
Se trata una vez más de la oposición antes señalada entre Sociedad y Pueblo, ahora representada por la mujer. La mujer de clase alta es muchas veces cómplice de los males que sacuden la salud de la República. Una complicidad fundada en la corrupción del amor a través de la infidelidad en un matrimonio compuesto por un marido machista y por una mujer imbécil que es subyugada por su fragilidad intelectual.
“No se debe observar esas boquitas pintadas de la ciudad, muñecas con un mal mecanismo sexual que se ignoran como mujeres y casi nunca llegan a la maternidad sino por el medio de la concepción y de la expulsión: no pueden dar una educación moral cuando no poseen ninguna y viven, si ricas, inútiles, lánguidas, devorando noveluchas francesas o yendo al cine americano” (Memorias. T II. Pag 25)
La mujer pobre, la de la lucha diaria, la que hace de la cotidianidad un duro batallar por la dignidad de su familia, en ella siembra Pocaterra la semilla del hilo dorado de las tradiciones y la formación de los hogares:
“Y es la mujer a quien puede confiarse y en quien debe confiarse esta tarea: es la enseñanza de las viejas virtudes, caseras, criollas, hoy convertidas, por arte de birlibirloque, en un arribismo desaforado” (Memorias T. II Pag 25)
Pocaterra defiende esta mujer por encima del hombre, ya que como asegura, la mujer responderá con nuevos hombres útiles al país, y no mamarrachos serviles al poder de turno:
“La mujer de mi país, hoy, significa mucho más que su compañero; y sólo en ella aún resta la esperanza de una generación futura, no esta del “fox-trot” y de la torería del general Vicentico, partida de muchachejos desconceptuados, adulones y vacuos, sino otra que suma resueltamente el cometido de una renovación nacional y se resuelva a demoler los ídolos de ayer, los de hoy y los que quieran erguirse mañana” (Memorias T. II. Pag 25)
Como muchos autores de la época, José Rafael Pocaterra asumió una crítica visión histórica en su obra. Muchas de sus novelas enmarcan problemas específicos de la realidad del período gomecista, a la que describe con pluma aguda y punzante. Pero Pocaterra construye desde esta realidad venezolana, que lo angustia y lo subyuga, otra realidad. Es la construcción de otra historia, aquella que revela las incertidumbres del poeta, del creador. Por ello va tras las huellas de la otra Venezuela escondida en su escritura. Una Venezuela con posibilidades. Una Venezuela ficcionada. Esta historia ficcionada es el fermento de lo que trascenderá como literatura realista, ya que expresa la realidad desde su verosimilitud. Probablemente, Pocaterra construye otra Venezuela, que más allá de ser una mejor, es por lo menos la posible, la que germinará en sus lectores.
Su tarea como observador agudo que describe y presenta la radiografía de una país disgregado e inerte, busca ante todo la reacción desde la sociedad misma, haciendo oposiciones claras entre dos clases definidas una como garante de la tradición y el logro honesto y la otra como la arribista y aduladora del caudillo de turno. Firme creyente de la unión entre la visión y la acción, dedicó su vida a conformar una obra que persigue despertar, dentro del seno mismo de la élite capitalina, una inédita conciencia social a partir de la novedad, la honestidad y la irreverencia, como lo prueba este pasaje sobre su labor periodística juvenil:
“Caín se vendía en Caracas; gozaba de mucha popularidad y fue la excepción de una época y es uno de los mayores orgullos de mi vida: era algo puro, nuevo, fuerte, sincero frente a la ola politiquera y acomodaticia en que flotaban los “intelectuales” de entonces...” (Memorias T.I. Pag.34)
Y es precisamente la juventud, la sangre nueva, la que está llamada a tomar las riendas de un país cansado de cometer los mismos errores. Para Pocaterra existe la necesidad de convocar una nueva generación de venezolanos que no se queden cruzados de brazos ante la entronización de un Estado conformista y autocomplaciente. Para ello cita una y otra vez la gesta de una juventud que tan sólo buscando, descubre, y persistiendo, escribe quizá la primera página de una historia diferente.

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