domingo, 20 de abril de 2008

Vampiro


Vampiros

La figura del vampiro dentro de la literatura emerge con fuerza del movimiento romántico, y salvo excepciones que desconozca, su introducción en sociedad viene de la mano de John William Polidori, sin que ello signifique que el médico y secretario de lord Byron se inventase a tan siniestro personaje que ya revoloteaba por las consejas y leyendas de Transilvania, y de otros lugares centroeuropeos e incluso mediterráneos, más o menos camuflado pero siempre activo en la fantasía popular, un monstruo parecido al Hombre Lobo, o sea: invención hija de las supersticiones, pero muy rentable a niveles creativos, o si no que se lo pregunten al pintor Henry Fuseli, hacedor de monstruos de pesadilla y amante de María Wollstonecraft, a su vez madre de Mary Shelley, autora de Frankenstein.

Pero volvamos al vampiro literario representado en sus inicios por tres historias cortas que no hay duda servirían también más tarde de inspiración a Bram Stoker; las historias son el relato corto de Polidori, El vampiro, Carmilla de Sheridan Le Fanu y La muerta enamorada de Teóphile Gautier.

No digo que sean las únicas en su tiempo, pero sí las más representativas, o al menos las más populares, ya que se citan de continuo.

Los tres relatos son diferentes aunque les una el vínculo del vampirismo, pero los tres, empezando por El vampiro y Carmilla, ofrecen una curiosa semejanza al hablar de una peculiaridad no contemplada en muchas novelas de vampiros: el vampiro puede vivir a plena luz del día sin por ello caer fulminado convirtiéndose en polvo.

Los pormenores de este hecho se explican prolijamente en Carmilla basándose en antiguos documentos, mientras que en El vampiro surgen con naturalidad como si fuera la cosa más normal del mundo que un vampiro pudiese pasearse por Londres y viajar de día a lejanos países. Es de suponer que este detalle, bastante más importante de lo que parece, fuese una realidad en el mundo del vampirismo literario, pero debió quedar marginado en aras del morbo que presupone una vida sin sol en un habitat de sombras.

En cuanto a La muerta enamorada, bellísimo y poético relato en el que un joven sacerdote se enamora de una mujer vampiro, nos encontramos a su protagonista principal en la iglesia por la mañana aparentemente viva y bien viva, o sea que nada de tinieblas, ni de explicaciones para justificarlo.

Esto en cuanto atañe al universo novelístico; el reverso de la moneda es mucho más complejo y tal vez más fantástico porque se sustenta en datos erróneos: el vampiro es el muerto viviente y se le atribuyen unos poderes sobrenaturales que encontramos en la historia, al parecer auténtica, de Arnod de Medvedja, en la que se hallan todos los referentes ya clásicos.

En 1731 había tenido lugar en Medvedja una epidemia de vampirismo que comenzó con la muerte y posterior trasformación en vampiro del campesino Arnod Paole; el dicho Arnod parece ser que contaminó a varios lugareños, quienes a su vez hicieron lo mismo una vez convertidos en muertos vivientes. Localizado el foco, se abrieron las tumbas y se procedió a clavar estacas, decapitar e incinerar los cadáveres afectados, con lo cual el mal quedó erradicado aparentemente.

Como puede verse una historia bastante vulgar y repetida, pero en este caso auténtica y no leyenda, al menos en lo que concierne al presunto vampirismo del desgraciado Arnod, quien con toda probabilidad debió sufrir injusta persecución y muerte ya que la historia la escriben siempre los vencedores. Sin embargo no deja de ser un referente que puede leerse en crónicas de Medvedja, pueblo que existe todavía en la ex Yugoslavia.

En cuanto a Vlad Tepes o Dracul, de quien Bram Stoker sacó título aristocrático, y nombre, al crear a su conde inmortal, era un príncipe valaco que nunca le chupó la sangre a nadie aunque sí cometiera espeluznantes crímenes, pero de otra índole.(Por cierto, que hay una divertida anécdota que circula al respecto del “nacimiento” de la novela Drácula, y que cuenta que se le ocurrió a Bram Stoker después de haberse pasado una noche entera víctima de una indigestión de cangrejos en vinagre; al menos así lo refirió su hijo).

Si nos adentramos en el terreno de la medicina, se habla de una enfermedad llamada porfiria en la cual quienes la padecen no pueden soportar la luz del día, el sol, concretamente, ya que es para ellos letal, y por esta causa han de vivir encerrados en sus casas saliendo sólo de noche, pero esta pobre gente no son vampiros, aunque en tiempos antiguos pudieran ser confundidos con ellos acabando de mala manera debido a la ignorancia y a la superstición.

Todo lo expuesto es hasta cierto punto atractivo si nos ponemos a escribir relatos o novelas, y en el siglo XIX más todavía porque iba con la época y las mentalidades, pero es un género que ha dejado su herencia y baste para ello mencionar sólo un nombre de sobras conocido: Anne Rice, sin que sea necesario agregar una palabra de más.

Yo encuentro, pero es una opinión muy personal, y supongo pueda sorprender a más de uno, que la novela de Emily Brontë, Cumbres borrascosas, trasluce en el sombrío personaje de Heatcliff una especie de vampiro disimulado, que vaga en la penumbra de un caserón que puede ser cualquier cosa menos un hogar, que se nutre durante años del vivo recuerdo de una muerta, y que camina errático por el páramo en busca de su amor fallecido, quien, por otra parte, a su vez se convierte en un alma en pena que lo reclama desde el más allá, todo ello sin olvidar las escenas del cementerio con la exhumación del cadáver de su amada Catalina a las pocas horas de haber muerto, cuyo rostro quiere contemplar por última vez.

Hoy en día, sin embargo, muchas, casi todas, las novelas de vampiros han perdido su aura poética y suelen ser orgías de sangre y de mal gusto en las que brilla por su ausencia la fantasía y la originalidad, lo que es una verdadera lástima.

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