Verónica sin tristeza rememora que hace años se pasó horas recordando como en un largometraje cuidadosamente editado cada caricia, beso, suspiro, mirada, gemido de una mujer perdida. Enajenada veía a la mujer perdida por todas partes y sentía en el pecho un peso muerto que jamás cesaba. Aunque estaba destruida, Verónica vivía humedecida y expectante, sus manos no le bastaban, ensimismada soñaba con el regreso de la mujer perdida e imaginaba escenas desbordantes de todo lo que perdió. Verónica sonríe pensando que esa mujer no se merecía tanto y que ella la revistió de un traje que no estaba hecho a su medida. Verónica desde entonces decidió que nadie volvería a abandonarla.
Gizela Kozak Rovero. Pecados de la capital y otras historias. Monte Ávila Editores Latinoamericana, 2005
domingo, 18 de noviembre de 2007
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