Por Gustavo
Efrén Porras Cardozo.
Hoy aquí,
recuerdo el ayer...
Toda
la Sierra estaba alborotada, por un lado las guacamayas, los loros y los
pui-puis chillaban como nunca antes lo hubieran hecho, lo mismo sucedía con las
guacharacas. Los gonzalitos, los tordos, los canarios y los turpiales no
cesaban nerviosamente de volar. Las dantas se escondían en el rio.
Los venados
abandonaban con inteligencia la selva, mientras los peces no sabían lo que
estaba ocurriendo arriba, donde ellos no podían vivir. Los cunaguaros y los
jaguares asustados corrían despavoridos, el león montañés por primera vez dejó
de ser el rey de la montaña.
Los
golpes retumbaban en toda la cordillera, los animales asustados no hallaban que
hacer con tantos ruidos ensordecedores: liebres, conejos, lapas, cachicamos y
morrocoyes, buscando madrigueras donde
esconderse, mientras las tigras
mariposas, corales y mapanares se deslizaban dentro de las guaridas haciendo otro
tanto. Los golpazos eran fuertes. La montaña se estremecía cada
vez más hasta que monumentalmente me
desplomé, el ruido cesó. Un hombre empezó a esculpirme, el cincel tallaba,
transformándome en una copa grande, bella y majestuosamente esplendorosa. El artista
con satisfacción contempló su obra. El
silencio volvió y con ella la rutina. Por la pica se escuchaban las voces de los hombres que me transportaban.
- ¡Cuidado!
- ¿La carreta puede con ella?
- No te preocupes.
-Ya vamos a llegar, al fin la Cumbre. Lo
logramos.
-Estamos bajando, allá está la iglesia
de la Trinidad. El Catuchecuao nos guía.
-¡Qué bullaranga hay en la plaza Mayor!
Aquí estamos al frente de la Iglesia. Bájenla
poco a poco.
-Póngala allí, los felicito, dijo con
voz solemne y fuerte continuó diciendo el Obispo que me recibió: a esta Pila
Bautismal algún día concurrirá el hombre
más grande de Venezuela, de la América y
uno de los del Mundo, será bautizado con el nombre de Simón José Antonio de la
Santísima Trinidad Bolivar Ponte de Palacios y Blanco, vaticinó el Prelado.
De la Catedral de Caracas, vine a
parar a la casa que construyó Francisco Marín y Narváez heredada por su hija Josefa Marín y Narváez de
Ponte Andrade de Jaspe y Montenegro, luego por María Petronila de Ponte y
Marín quien casó con Juan Bolivar Martínez
y Villegas, abuelos paternos de Simón Bolivar, escuché a través del tiempo.
Hoy día, estoy en uno de los patios de
la Casa Natal.
Cuántos años han pasado desde aquellos
días en la cual fui esculpida con una sola piedra del Waraira Repano.
Caracas,
28 de noviembre de 2012
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