En el estado
Trujillo es muy conocida la leyenda de este terrorífico habitante de las
sombras. Cuando llega la noche es muy raro ver a alguien en la calle, mucho
menos si está lloviendo.
En los años
setenta un estudiante de nombre David Rafael se encontraba pasando unos días en
un pequeño pueblo trujillano. En la feria campesina había visto a dos hermanas
que le parecieron muy adineradas, y por tanto, compradores potenciales de la
mercancía que traía para vender.
Lo único
malo era que según le habían comentado las posibles clientas no vivían en aquel
pueblo, sino en una hacienda vecina. Pero no había ningún problema. La finca no
estaba muy lejos, apenas a unos cuantos kilómetros.
La noche que
escogió David Rafael a sus eventuales clientas fue la peor que hubiese tenido
el pueblo en mucho tiempo.
Desde el
atardecer todos los faroles estaban encendidos, por la torva oscuridad del
cielo, que lucía opaco y amenazante. Se acercaba un temporal.
Los dueños
de la pensión le aconsejaron que no saliera. Le advirtieron del “Gaté”, pues
las noches tormentosas son las preferidas de este personaje sobrenatural. Se
contradecían describiendo al nocturno ser indefinible. Hablaban al mismo
tiempo, sin parar, del espantoso fantasma:
-Tiene una sola pierna.
-Lleva un machete amolado.
Además de una cruz de palma bendita, David aceptó al fin
llevar un sombrero de ala ancha. Según la creencia popular, tales objetos
podrían alejar al Gaté.
Se
desesperaban los ancianos suplicándole que desistiera de salir con aquel mal
tiempo. Pero súbitamente un gran trueno, precedido de un relámpago cegador,
acalló las sabias voces de advertencia.
Sin
arredrarse por la inminente tempestad, calándose hasta las orejas su sombrero y
envuelto en un amplio poncho andino, David encendió su carro y se fue.
A menos de
dos kilómetros del pueblo el vehículo se detuvo. Intentó encenderlo nuevamente,
pero no daba señales de vida. Echarlo a andar era tan difícil como detener la
implacable tempestad que se cernía sobre el camino y los montes cercanos.
David no se
decidía entre volver a la seguridad de
la pensión o esperar dentro de su carro a que cesara aquel diluvio. Decidió
regresar a pie al pueblo, y mandar a buscar el vehículo en la mañana. Caminó
unos quinientos metros hasta llegar a un enorme ceibo del camino, y se refugió
bajo la amplia fronda estremecida.
De pronto, a
la intermitente luz de los relámpagos, divisó la silueta de un hombre joven. Al
rato se iluminó completamente el cielo con el fogonazo de un rayo y pudo
observar claramente en la lejanía el aspecto de aquel delgado campesino.
Llevaba el pecho desnudo. Se aproximaba poco apoco, saltando sobre la única
pierna que le quedaba y en su mano centelleaba un filoso machete.
El muchacho
reflexionó unos segundos. La figura de aquel hombre misterioso encajaba
perfectamente con el espectro descrito por los dueños de la pensión.
Una larga
carcajada lejana, como un tropel de piedras del páramo, le cortó la
respiración. Convencido de hallarse en presencia del Gaté, David empezó a correr
a toda velocidad hacia el pueblo
mientras el fantasma corría frenéticamente tras él, cojeando y lanzando
siniestras carcajadas. En su carrera, el perseguido dejó caer no sólo la cruz
de palma bendita, sino también el sombrero que llevaba. Entonces, el Gaté se
detuvo y lo recogió.
A pesar del
terror que sentía, el caraqueño pudo ver como su perseguidor examinaba el sombrero con detenimiento, lo
contemplaba y lo olía de vez en cuando, con evidente satisfacción. Si el Gaté
permanecía así hasta el amanecer estaría salvado.
El anciano
cura del pueblo oyó una historia que ya conocía. Y David Rafael se enteró allí
de que el “Gaté” era el espíritu errante, no de un campesino sino de un rico
hacendado de la región, que había muerto en un pelito a machete por causa de
una mujer. Sentía al parecer una extraña fascinación por los sombreros, que le
recordaban su antigua vida terrenal de lujos y diversión.
El cura
hablaba quedamente, como rezando, y mientras se acercaba el alba, confundidos con
los truenos y relámpagos, se escuchaban los sordos gruñidos y las risas
estentóreas del Gaté, que rondaba alrededor de la iglesia sin poder entrar.
Tomado del libro: Diccionario
de Fantasmas, Misterios y leyendas de Venezuela. Mercedes Franco.
Editorial CEC, SA. Los libros de El Nacional. 1era. Edición, 2001. Caracas,
Venezuela.
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