lunes, 1 de abril de 2019

El Gaté



En el estado Trujillo es muy conocida la leyenda de este terrorífico habitante de las sombras. Cuando llega la noche es muy raro ver a alguien en la calle, mucho menos si está lloviendo.

En los años setenta un estudiante de nombre David Rafael se encontraba pasando unos días en un pequeño pueblo trujillano. En la feria campesina había visto a dos hermanas que le parecieron muy adineradas, y por tanto, compradores potenciales de la mercancía que traía para vender. 

Lo único malo era que según le habían comentado las posibles clientas no vivían en aquel pueblo, sino en una hacienda vecina. Pero no había ningún problema. La finca no estaba muy lejos, apenas a unos cuantos kilómetros.

La noche que escogió David Rafael a sus eventuales clientas fue la peor que hubiese tenido el pueblo en mucho tiempo.

Desde el atardecer todos los faroles estaban encendidos, por la torva oscuridad del cielo, que lucía opaco y amenazante. Se acercaba un temporal.

Los dueños de la pensión le aconsejaron que no saliera. Le advirtieron del “Gaté”, pues las noches tormentosas son las preferidas de este personaje sobrenatural. Se contradecían describiendo al nocturno ser indefinible. Hablaban al mismo tiempo, sin parar, del espantoso fantasma: 

-Tiene una sola pierna.
-Lleva un machete amolado.

Además de  una cruz de palma bendita, David aceptó al fin llevar un sombrero de ala ancha. Según la creencia popular, tales objetos podrían alejar al Gaté.

Se desesperaban los ancianos suplicándole que desistiera de salir con aquel mal tiempo. Pero súbitamente un gran trueno, precedido de un relámpago cegador, acalló las sabias voces de advertencia. 

Sin arredrarse por la inminente tempestad, calándose hasta las orejas su sombrero y envuelto en un amplio poncho andino, David encendió su carro y se fue.

A menos de dos kilómetros del pueblo el vehículo se detuvo. Intentó encenderlo nuevamente, pero no daba señales de vida. Echarlo a andar era tan difícil como detener la implacable tempestad que se cernía sobre el camino y los montes cercanos.

David no se decidía entre volver  a la seguridad de la pensión o esperar dentro de su carro a que cesara aquel diluvio. Decidió regresar a pie al pueblo, y mandar a buscar el vehículo en la mañana. Caminó unos quinientos metros hasta llegar a un enorme ceibo del camino, y se refugió bajo la amplia fronda estremecida.

De pronto, a la intermitente luz de los relámpagos, divisó la silueta de un hombre joven. Al rato se iluminó completamente el cielo con el fogonazo de un rayo y pudo observar claramente en la lejanía el aspecto de aquel delgado campesino. Llevaba el pecho desnudo. Se aproximaba poco apoco, saltando sobre la única pierna que le quedaba y en su mano centelleaba un filoso machete.

El muchacho reflexionó unos segundos. La figura de aquel hombre misterioso encajaba perfectamente con el espectro descrito por los dueños de la pensión.

Una larga carcajada lejana, como un tropel de piedras del páramo, le cortó la respiración. Convencido de hallarse en presencia del Gaté, David empezó a correr a toda  velocidad hacia el pueblo mientras el fantasma corría frenéticamente tras él, cojeando y lanzando siniestras carcajadas. En su carrera, el perseguido dejó caer no sólo la cruz de palma bendita, sino también el sombrero que llevaba. Entonces, el Gaté se detuvo y lo recogió.

A pesar del terror que sentía, el caraqueño pudo ver como su perseguidor  examinaba el sombrero con detenimiento, lo contemplaba y lo olía de vez en cuando, con evidente satisfacción. Si el Gaté permanecía así hasta el amanecer estaría salvado.

El anciano cura del pueblo oyó una historia que ya conocía. Y David Rafael se enteró allí de que el “Gaté” era el espíritu errante, no de un campesino sino de un rico hacendado de la región, que había muerto en un pelito a machete por causa de una mujer. Sentía al parecer una extraña fascinación por los sombreros, que le recordaban su antigua vida terrenal de lujos y diversión.

El cura hablaba quedamente, como rezando, y mientras se acercaba el alba, confundidos con los truenos y relámpagos, se escuchaban los sordos gruñidos y las risas estentóreas del Gaté, que rondaba alrededor de la iglesia sin poder entrar.


Tomado del libro: Diccionario de Fantasmas, Misterios y leyendas de Venezuela. Mercedes Franco. Editorial CEC, SA. Los libros de El Nacional. 1era. Edición, 2001. Caracas, Venezuela.


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