Por Bruno Mateo.
IG: @brunomateoccs
Twitter: @bruno_mateo
Julio, 2018.
Caracas, Venezuela.
Este cuento ganó el 1er. Lugar en el Concurso “Cuentos
Diversos” de Fundarte de la Alcaldía Bolivariana de Libertador. Caracas.
Venezuela. Año 2018.
Por toda la vieja casona de Sabana
Grande se puede oler el delicioso aroma del asado negro con su toque de
papelón. Orgullo de Mauricio. Herencia de sus ancestros femeninos,
descendientes de Don Pedro Núñez y Doña Paula Augusta Marín de Núñez, que por muchos años, vivieron en la casa Sin
Número de la esquina El Cuño en la Parroquia Altagracia. Son las cinco de la
tarde. A esa hora, la montaña del
Waraira que bordea toda la ciudad de Caracas, refleja una gama hermosa de
colores cálidos. Las ruidosas guacamayas cruzan el cielo como abriendo paso a
la noche. Mauricio, un sexagenario amante de la ópera, en particular de María
Callas, prepara una cena especial; asado
negro dulce, cubierto de clavos de especias, canela, malagueta y una pizca de
nuez moscada, ensalada de aguacate con hojas de pira, puré de papas con queso
blanco rallado, ajo molido y un toque de
pimienta negra , como postre, plátanos endulzados con papelón, malojillo
y pimienta guayabita, para
beber, carato de parchitas; muy a pesar de que su médico le dijo que no
comiera tan opíparamente en las cenas; sin embargo, ese día es único. Hoy es 3
de enero y hoy, exactamente, hace cuarenta
años conoció a Omar, su esposo,
como él lo llama, diez años mayor que él.
-¡Omar!
¿Qué haces? ¿Quieres canela en los plátanos?
Omar no escucha. Está en el cuarto.
Lucha por ponerse el pañal. Ya no controla los esfínteres, aunque todavía
conserva su cincelado cuerpo trabajado en gimnasio, recuerdo de cuando era Omar
Colina, el tiburón de Caraballeda, boxeador de peso pesado, ganador de
algunos certámenes boxísticos.
-¡Esta
vaina no me sirve!, grita Omar desde dentro del cuarto.
Mientras tanto, Mauricio, ha puesto “Cuando
llora un estrella” del músico venezolano Antonio Carrillo. Para él, ese 3
de enero es el día más feliz de su vida. Ya no está con su papá, ese hombre,
que le dio tanto maltrato desde niño, hasta que a los dieciséis años, abandonó
a su querida mamá, dejándola sola con aquel señor que tantas veces le dijo, ¡Maldito degenerado! En las noches de su
juventud después de salir de la Gioconda, el
bar que permitía el acceso a esos “tipos raros” ubicado en la esquina de
Piñango en las cercanías del Capitolio,
se iba a la casa Sin Número para ver, de
lejos, su antiguo hogar. De allí no pasó. Ni siquiera cuando su madre falleció.
El estricto padre no le permitió asistir al sepelio y tuvo que conformarse con
llorar en la habitación de la pieza que alquilaba en la esquina del Carmen de
la avenida Baralt. Desde esa noche, se
juró a sí mismo ser feliz, como tantas veces, se lo repetía, Doña Paula, su
madre. Es por ello, que Mau, como ella le decía, decidió hacer lo que le
satisfacía.
-¡Coño, Mau, ayúdame con esta
vaina!, dijo Omar al salir a la sala de la casa de ambos.
-Déjame ayudarte, respondió
cariñoso Mauricio.
Y después de ayudar a Omar a ponerse
el pañal, con esa misma ternura que,
históricamente, se les ha negado, en tantas ocasiones, a los homosexuales, se
sentaron a la mesa. Ellos comen, lentamente, como si quisieran detener para
siempre ese instante. De pronto, el timbre del teléfono hace que regresen a la
realidad, y con la voz del hijo de Omar al otro lado del auricular, la realidad
se le torna un tanto amarga para su papá, sin saber que el mismo Mauricio
decidió invitar al joven a la cena para hacer, por fin, la paz que tanto
anhelaba, pero se equivoca…Omar Enrique, como se llama el hijo de Omar, no
vendría a la celebración de lo que él señalaba
como una aberración antinatural, a pesar de que su juventud debía
marcarle una mentalidad más abierta. El par de viejos cenaron en silencio, cada
uno con sus pensamientos, pero con una quietud que sólo el amor puede dar.
Al día siguiente, Mauricio se
levanta, con melancolía. Su plan de reconciliación falló. Fue directo a la
cocina a montar en el budare las arepas para el desayuno, sin saber que Omar
charla con su hijo desde su teléfono.
-¡Omar!
¡Ven a desayunar!, dice Mauricio mientras coloca la comida sobre la mesa.
Al poco rato, Omar sale de la
habitación y Mauricio nota algo extraño en él. El antiguo boxeador no dice una
sola palabra, hasta que rompe el silencio.
-Mau,
se me olvidó darte tu regalo anoche, se levanta de la mesa y busca algo
debajo del mueble principal. Se acerca al equipo de sonido, coloca un disco
compacto. La voz de María Callas arropa todo el espacio.
-¡Un Bel Di Vedremo! ¡La Divina
María Callas!, dice
plenamente Mauricio.
Con solamente ver las lágrimas en los
ojos de Mauricio se puede sentir la profunda alegría que siente.
-Pero,
eso no es todo. Ya vengo. Voy a buscar tu otro regalo. Es una sorpresa,
dijo emocionado Omar.
-Mira
que no estoy para sorpresas. A la señora de más arriba le quisieron dar una
sorpresa. Se la llevaron todo el día fuera de la casa. La llevaron a una
peluquería, luego a un restaurante y cuando la trajeron de vuelta a su
hogar y abrieron la puerta, su familia y
amigos le habían preparado una fiesta. Al entrar, le gritaron: ¡Sorpresa! Y la
vieja cayó tendida al suelo, de la emoción. ¡No me gustan las sorpresas!, refutó Mauricio.
Igualmente, Omar sale de la casa a
buscar su otro regalo. Mauricio queda en expectativa, solo en la casa. Escucha
la mágica voz de la Callas. Al poco rato, se oye la voz de Omar que lo invita a
cerrar los ojos. Mauricio obedece e inmediatamente entra Omar con un enorme
cuadro.
-¡Abre los ojos!, le pide.
Mauricio no puede creer lo que ve. Es
un retrato de su mamá Paula. Las lágrimas ruedan por sus mejillas. Los
recuerdos de cuando era niño aparecen por su mente. De cuando él jugaba en
aquella casa de Altagracia. El aroma de
los deliciosos mangos que caían en mayo por todo el patio. Y él se sentía el
niño más feliz del mundo.
¡Gracias!, le
dice a Omar con lágrimas en los ojos. Me
haces muy feliz, finaliza de acotar.
Así transcurre el día de ambos.
Felices. Como si el resto de la humanidad no existiera, sin saber, por
supuesto, que el siguiente día será el más aciago de sus vidas.
Muy temprano, Mauricio oye un ruido y
trata de levantar a Omar quien se encuentra a su lado. Omar no está. Mauricio
se levanta muy asustado para dirigirse a la sala. En el lugar se encuentra su
esposo arrojando todo a su alrededor. Parece un animal encerrado. La lámpara de mesa vuela por los
aires frente a los ojos aterrorizados de Mau. No sabe lo que sucede. Omar está
fuera de control.
¡Déjame salir!,
grita Omar. ¿Dónde está Mau?, agarra
por los brazos a Mauricio.
¡Soy yo! ¿No me reconoces?, le dice atemorizado. ¡Soy
yo! ¡Mauricio!
Al poco rato, Omar se percata de la
realidad y sollozante abraza a su compañero de cuatro décadas.
-¡No me abandones nunca! ¡No me abandones, Mau!, suplica entre lágrimas.
Al regresar del médico. Omar,
silenciosamente se va hacia su habitación; mientras que Mauricio queda
pensativo en la casa. El diagnóstico de Alzheimer no se lo esperaba. Sólo es
cuestión de tiempo para que su Omar desapareciera en las oquedades de la
memoria. Desde ese día se propuso hacer de los últimos días de vida
consciente de su esposo, como él lo
llamaba, los más felices. Sin saber que la sombra del hijo de Omar rondaba por
su espacio.
Los días, los meses, transcurrieron
en perfecta armonía. En muchas ocasiones, Omar se perdía en las nebulosas de
sus recuerdos, pero eso no le importaba a Mauricio quien lo cuidaba como el
mejor de los esposos.
Una mañana, al parecer, como
cualquiera otra, se aparece Omar Enrique a la puerta de la casa de ambos. Al
menos hasta ese momento, Mauricio creía eso. La sorpresa de ver a ese muchacho
que nunca visitaba a su papá ni siquiera después de que supo que padecía de ese
mal fue mayúscula. Por un instante, Mau pensó que venía de visita, al poco rato
se dio cuenta de que no es así. El joven vino a llevarse a su padre lejos de
él. Quiere internarlo en un geriátrico, sin importarle la relación de ambos.
Para él, cuarenta años de dormir juntos,
compartir las buenas y las malas no es
una relación de verdad. Son dos hombres y ese vínculo no es de verdad. Es más,
es antinatural. Como es natural, Mauricio se opone a esa decisión, para él, tan
denigrante. No se explica cómo pretende alejar a su Omar después de cuarenta
años. Lamentablemente, no había ningún lazo legal que le permitiera detener al
hijo. Nunca se casaron de verdad. Las leyes en su país son adversas para dos
personas del mismo sexo que se juntan para formar una familia. A eso de las 10,
vinieron dos hombres, se llevaron a Omar; entre lloriqueos y resignación
histórica el viejo homosexual vio como alejan un pedazo de su vida.
-Mauricio, ¿para dónde me llevan estos hombres?, pregunta angustiado Omar.
No hubo respuesta. El conticinio del
momento habla por ambos.
Mauricio sintió que se le caía el mundo. Omar Enrique, una persona cualquiera parece que tiene más poder que el amor que se profesan ese par de ancianos. No hay nada que pueda hacer. Las plumas del fénix de los dos se caen. Nunca más se vieron. El hijo no lo permitió. Lo último que se le escuchó decir a Omar, el tiburón de Caraballeda, fue: ¡Mauricio!
Mauricio sintió que se le caía el mundo. Omar Enrique, una persona cualquiera parece que tiene más poder que el amor que se profesan ese par de ancianos. No hay nada que pueda hacer. Las plumas del fénix de los dos se caen. Nunca más se vieron. El hijo no lo permitió. Lo último que se le escuchó decir a Omar, el tiburón de Caraballeda, fue: ¡Mauricio!
Fin.
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