Escrita por Alejo Carpentier
el 14 de diciembre de .
Tomado del libro “Alejo
Carpentier. Visión de Venezuela”: Monte Ávila Editores. Caracas,
Venezuela, 2014.
Venezuela es
un país que puede mostrarse orgulloso de haber conservado, con sorprendente
vitalidad y carácter propio, la tradición encantadora de los villancicos,
aguinaldos y parrandas, que en un tiempo acompañaron, en todo el mundo
cristiano, las festividades pascuales. Y digo que en un tiempo acompañaron...”
porque sorprende, en verdad, que una costumbre tan grata, fuente de la más
tierna invención melódica, propiciadora de coplas y pastorales de una deliciosa
poesía, haya desaparecido tan completamente
de ciertos países donde esa tradición existió hasta fines del siglo
pasado. No hablemos ya de muchas naciones europeas donde el villancico se ha
vuelto una cosa erudita, remozada cada año con gran trabajo, sobre manuscritos
que nada dicen ya al pueblo. (Debe reconocerse que los ingleses, en cambio,
fueron excepcionalmente hábiles en conservar
y hacer cantar, como una suerte de rito pascual colectivo, sus Christmas
Carols). Lo raro es que ciertos países de nuestro continente, que
recibieron el villancico de manos de los conquistadores y escucharon coplas de Juan
del Encina en los tempranos días de la colonización, hayan perdido, de
modo absoluto, la tradición de los aguinaldos. Es inexplicable, por ejemplo,
que en un país como Cuba, tan rico en fuerzas creadoras de música popular, el
villancico haya desaparecido totalmente, sin dejar rastro. Es probable que
algún sacerdote músico haga cantar coplas pascuales en algún templo de la
Habana o en alguna vieja iglesia colonial, en noche de Navidad. Pero esto no encuentra
ecos realmente en la memoria del hombre de la calle, ni halla resonancia en el
holgorio arrabalero de lechón asado y plátano verde. Y sin embargo, mis
investigaciones realizadas en la catedral de Santiago me pusieron sobre la
pista de una serie de manuscritos maravillosos, de villancicos compuestos, a
mediados del siglo XVIII, por el maestro de la capilla de música, que era
criollo. Lo que demuestra que allí la tradición fue observada como en México o
Venezuela. ¿Por qué se perdió entonces?...¿Y por qué se perdió en tantos otros
países de nuestra América?...
En
Venezuela, en cambio, el aguinaldo, la parranda, el villancico, son
manifestaciones vivientes del regocijo popular en Pascuas. Claro está que la
admirable labor de recopilación y difusión del villancico venezolano por obra
del maestro Vicente Emilio Sojo no es ajena a la pervivencia de la encantadora
tradición. Pero hay un hecho cierto. Y es que, independiente del conocimiento
cabal del villancico y del aguinaldo, a través de los cuadernos que debemos al
fervor del insigne músico, basta que una voz se alce en cualquier lugar del país, al son del:
-¡Tun, tun!
-¿Quién es?
-¡Gente de
paz!
Para que un
furruco empiece a sonar no se sabe dónde y un coro salido del norte, del sur,
añada a compás, y con la melodía exacta:
-Ábrannos la
puerta que ya es Navidad.
La
conservación, notación, difusión de los aguinaldos, villancicos y cantos
pascuales, donde todavía perdura su tradición en América, es labor que incumbe
a los músicos de nuestro continente, labor en la que el maestro Sojo ha dado
orientaciones y ejemplos fecundos. Aún cuando los espíritus más irreligiosos
conocen la emoción del canto pascual, que es una de las manifestaciones más
auténticas y puras del alma popualr. (“Villancico” era, originalmente,
villanela, canción “a lo villano”, campestre, rústica).
Suerte
tiene, pues, Venezuela, de conservar una tradición que le viene de muy lejos, y
haber tenido músicos que a tiempo se aplicaron a notar, armonizar, editar, lo
que el debilitamiento de una tradición oral ha dejado perderse,
irremisiblemente, en otros países.
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