Luis Carbonell. (Santiago de Cuba 1923-La Habana 2014) |
Escrita por Alejo
Carpentier el 09 de agosto de 1952.
Tomado del libro “Alejo
Carpentier. Visión de Venezuela”. Monte Ávila Editores Latinoamericana.
Año 2014.
Con
magníficos antecedentes en Lope de Vega, en Góngora, en Simón Aguado; con una
tradición guarachera que cubre todo el siglo XIX, la poesía de tónica
afroamericana alza el vuelo en la tercera
década de este siglo, hallando magníficos cultivadores en todo el
Continente. Luego se cierra el ciclo. Quedan los poetas importantes del
movimiento: los que abrieron veredas, dejando obras con acento personal, o
evolucionaron por cuenta propia, dentro de una expresión percutiente debida a
la presencia de un auténtico ritmo interior. Hoy, como lo señalaba Manuel
Rodríguez Cárdenas en su presentación de Luis Carbonell,
la poesía afroamericana es etapa rebasada en la producción literaria de
nuestros países. Etapa rebasada, pero no por haber constituido un esfuerzo
estéril, sino porque el hecho de haber tenido cultivadores de primera fuerza
agotó su caudal de posibilidades en unos veinte años. En la actualidad nos
queda un “hecho literario” perfectamente situado y ubicado; una escuela
coherente, que tuvo ya sus historiadores y antologistas en Emilio
Ballagas, a la vez de gran poeta de expresión afrocubana, y Ramón
Guirao, muerto recientemente.
Pero, no por
haber vivido ya su historia en cuanto a producción activa, hemos de apartar los
ojos de ese factor ya consustanciado a la sensibilidad americana. Cuando una
escuela se ha definido y sus modalidades son del dominio colectivo, es cuando
surgen sus verdaderos intérpretes. (Ahora que los creadores del atonalismo han
muerto, es cuando aparecen ejecutantes especializados en ese tipo de música).
Género clásico ya en la poesía de nuestro continente, género fijado, el
afroamericanismo alcanza, luego de la actividad precursora de la magnífica
Eusebia Cosme, el plano de vastos empeños de Luis Carbonell, el famoso
recitador cubano que actualmente nos visita, habiéndose presentado al público,
el jueves pasado, en la vieja casona del Club Social y Artístico del Ministerio
del Trabajo. Y hablo de vastos empeños, al referirme a este artista, porque,
con la noble ambición de su talento, nos ofrece algo nuevo, que puede prestarse
a un desarrollo de alta jerarquía.
Luis
Carbonell recita admirablemente la poesía de Guillén, Palés Matos, Ballagas,
Rodríguez Cárdenas, Burelli Rivas, y también los poemas coloristas, hartos
fáciles, pero dotados de un innegable valor de anticipación, del asturiano
Alfonso Camín, hombre que paseó una pintoresca bohemia madrileña, de chalina y
chambergo, por el barrio de Jesús María, en la Habana, a cuyas negras alabó en
versos tremendamente conocedores del objeto de la inspiración. Luis Carbonell
nos ofrece, pues, lo que podríamos llamar el repertorio básico del género, al
que comunica una vida, una movilidad, una diversidad de acentos, que salvan
victoriosamente el escollo de la relativa uniformidad de lo escrito. Pero,
además de ello, uniendo el ritmo puro al verso, dice ciertos poemas sobre la
música producida por un grupo de instrumentos de percusión, haciéndose el
iniciador de una técnica dotada de extraordinaria elocuencia expresiva. Menos
me gustan los acompañamientos realizados con un canto real, como el de La
bella cubana, de White, por cuanto el procedimiento tiene antecedentes.
Pero una realización de Luis Carbonell, como la del “Coloquio” de
Rafael Esténger, en que la palabra percute sobre el ritmo puro de los tambores,
abre el magnífico artista un camino colmado de posibilidades nuevas.
Debe elogiarse
especialmente a los miembros del Grupo Rítmico y del Coro de Trabajadores
dirigidos por el profesor José Reyna, que colaboraron con Carbonell en su
recital, concertando los números, por falta de tiempo, con una rapidez que es
prueba de gran capacidad artística: Daisy Brito, Josefina Linares, Gilberto
Hernández, Víctor Morillo, Simón Blanco, Somoza, Prazuela López, Carlos Aldrey,
así como al pianista Romanelli.
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