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Desde
pequeña siempre he contado historias. Recuerdo que todos los días le contaba cuentos y mentiras a mi mamá A mi
papá nunca le conté nada. Él ni me miraba. ¿Por qué existirán gentes así? Yo
nunca me sentí tan triste como lo estoy ahora. Desde mi estudio de radio con mi
programa nocturno que sale al aire todas las noches de lunes a viernes a las
12. El programa se llama Ciudad Pink. Es un nombre tan edulcorado. El título me
lo propuso mi mejor amiga: la Vicky. ¡Pobre! Ella creía en el amor de los
hombres. Por cierto, murió el año pasado como consecuencias de infecciones por
el virus del Sida. No porque era una
loquita. Ella seguía al pie de la letra su tratamiento de antirretrovirales.
Nunca se equivocaba a la hora de la ingesta de los medicamentos. Fue un toque
de mala suerte. Le dio una neumonía aunada a una toxoplasmosis. Los
antibióticos no surtieron efecto. Y creo que ella no quiso seguir adelante.
El
día de su muerte hubo visitas en el Hospital Universitario de Caracas. Yo hablé
con ella toda la tarde hasta que los vigilantes me sacaron del cubículo del
piso 2 en infectología. No sé. Tuve un mal presentimiento. Vicky no conversó ni
toco la comida, sólo se tragó una gelatina de un extraño color rosa.
Aquella
noche en Macuto. Corría el año de 1989. Las dos sentadas como unas piedras en
la arena frente a la playa. Ambas con una cerveza y un par de tostones. Esa fue
la primera vez que la vi vomitando varias veces. No pudo comer más. ¿Qué te pasa? ¿Te sientes mal?, le
pregunté. No contestó. Su mirada voló por encima del mar. El mar platinado del
Litoral. Nos quedamos en silencio. Me imaginé algo feo. Nunca pensé que
estuviera infectada. Ella fue otra
persona más en el mundo globalizado de las enfermedades.
Vicky
fue mi mejor amiga. Las dos nacimos en Trujillo. Estudiamos en la Unidad
Escolar “La Virgen de las Nieves Perpetuas”. Juntas nos vinimos para Caracas.
El día que arribamos al Nuevo Circo lo
hicimos bajo un tremendo chaparrón de agua, de ahí salimos corriendo y subimos
por la avenida Universidad hasta llegar a la Urdaneta, caímos exactamente en el
puente de las Fuerzas Armadas, nos montamos en un microbús horrendo. Las
ventanas no abrían. Me estaba muriendo de calor. ¡Chica! A la gente no le gusta el aire, le comenté. La camioneta me acordaba del camión de mi tío
allá en Betijoque cuando llevaba la cosecha de zanahorias al mercado todos los
sábados. Caracas me pareció un lugar repulsivo. Ya no me parece. Son veinte
años padeciendo el valle bajo la sombra del cerro Waraira Repano. Hasta un programa de radio conduzco.
Demasiado desagradecida sería si me quejara a estas alturas de la vida. Las dos
campesinas teníamos que llegar al puente Llaguno para bajar a la Baralt y luego
subir a los Mecedores a casa de una tía. La avenida se me hizo interminable,
las caras de las personas pasaban como ráfagas por la ventana del microbús,
tarantines, puestos de perrocalienteros, buhoneros con carros de cachapas,
arepas, empanadas, mesas cubiertas de plásticos, cables de electricidad tirados
en las calles, fritangas. Y la lluvia mojando toda la calle. Estábamos cerca,
podíamos divisar la mole de edificio del Banco Central de Venezuela a la
derecha y en la esquina del lado contrario se veía al correo de Carmelitas y al
Ministerio de no sé qué, creo que es el de Relaciones Interiores. Llegamos al
puente. La lluvia bajó su nivel de aguacero a una llovizna empapadora. Nos
bajamos con una maleta cada una: la de Vicky
y la mía. Total que bajamos por el puente y nos montamos en otro
carrito, como llaman a los microbuses en Caracas. Llegamos. Comienza nuestra
historia en la urbe.
Alguien
llama por teléfono al estudio, atiendo: ¡Aló!
¡Buenas noches! Gracias por llamar a su programa Ciudad Pink. ¿Cuál es su
nombre y de dónde llama? La persona al otro lado del auricular me dice que
se llama… y vive en…. Muchas gracias por
su llamada, tomaremos en cuenta su petición, remato de decir. Ahora vamos a identificar al programa: esto
es publicidad de nuestros patrocinadores: ¿Sabía usted que existe en Caracas,
un lugar donde podrá satisfacer su más recónditas fantasías gastronómicas? Si
queridos y queridas sibaritas de la ciudad Pink, se trata del restaurante “El
sabor de los Dioses”, un sitio para sentir que vuelas al Olimpo. No dejen de
visitarlo a la siguiente dirección… ¡Ah y
su página web, si quieren visitarla es… Recuerden decir que fueron invitados
por Sara Pifano y su Ciudad Pink y así obtendrán un buen descuento. Todas
las noches hasta las 02:00 a.m. repetía exactamente las mismas palabras de
nuestros patrocinantes. Tal vez, llega un punto que fastidia hacer lo mismo de
una manera titánica, pero no, desde mi trinchera radial puedo decir que intento
prefigurar una geografía e imaginario culturales más sanos y armónicos. Aunque
en realidad no sé si es posible en una urbe tan atiborrada de variados
terrorismos.
Después
de comerciales editados y grabados, llamadas telefónicas, conversaciones en
vivo, lidiar con la gente noctámbula de la ciudad, tomar litros de café, comer
cachitos rellenos de queso y jamón full salados y para cerrar con mi realidad
urbana; sentir los destrozos en las paredes estomacales, creo que merezco irme
al apartamento.
Esa
noche caí rendida en mi cama. Tuve una extraña mezcla de imágenes oníricas.
Vicky. Playa. Mar. Cabina. Caras. Muchas caras. Un perro negro. Total que me
levanté bastante aturdida por esos sueños tan raros. Fui directamente a la
nevera. Mi apartamento es muy chiquito. Está acorde con el sueldo que tengo. Es
un solo espacio. Allí tengo mi cama, una a la que llaman King Size. Una pequeña
mesa arte deco. Un escritorio de vidrio en donde se encuentra mi Pc personal.
Mi nevera y una lavadora y secadora a la vez. El baño está justo al lado de la
cocina. Es de estilo europea. Mínima. Tiene dos hornillas. Tengo un micro
hondas. No tengo línea telefónica. Mi internet es satelital. Saqué un vaso y lo
llené de leche para tomarme el Rivotrin que me recetó el psiquiatra. Me tomé la
leche y las dos pastillas. Pasaron 15 o 20
minutos. De ahí no supe nada más
hasta la mañana siguiente cuando la alarma de mi celular sonó a las 07:00
a.m.
Me
levanto y me aseo. Voy a la cocina a prepararme algo para comer. Opté por
prepararme pan tostado. Le unto un poco de mermelada. Hice lo que hago todas
las mañanas. Enciendo el televisor en los canales nacionales. Lo mismo de
siempre: periodistas dando noticias, falsas o verdaderas, desfavorables del
país. No vale la pena. Apago y escucho.
Ya no está mi amiga Vicky. Ya las gochitas no están juntas y yo sigo viviendo
en mi Ciudad Pink.
(Sin fecha exacta)
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