miércoles, 29 de noviembre de 2017

CIUDAD PINK

por Bruno Mateo
Twitter: @bruno_mateo 
IG: @brunomateoccs

Desde pequeña siempre he contado historias. Recuerdo que todos los días le contaba  cuentos y mentiras a mi mamá A  mi papá nunca le conté nada. Él ni me miraba. ¿Por qué existirán gentes así? Yo nunca me sentí tan triste como lo estoy ahora. Desde mi estudio de radio con mi programa nocturno que sale al aire todas las noches de lunes a viernes a las 12. El programa se llama Ciudad Pink. Es un nombre tan edulcorado. El título me lo propuso mi mejor amiga: la Vicky. ¡Pobre! Ella creía en el amor de los hombres. Por cierto, murió el año pasado como consecuencias de infecciones por el virus  del Sida. No porque era una loquita. Ella seguía al pie de la letra su tratamiento de antirretrovirales. Nunca se equivocaba a la hora de la ingesta de los medicamentos. Fue un toque de mala suerte. Le dio una neumonía aunada a una toxoplasmosis. Los antibióticos no surtieron efecto. Y creo que ella no quiso seguir adelante. 

El día de su muerte hubo visitas en el Hospital Universitario de Caracas. Yo hablé con ella toda la tarde hasta que los vigilantes me sacaron del cubículo del piso 2 en infectología. No sé. Tuve un mal presentimiento. Vicky no conversó ni toco la comida, sólo se tragó una gelatina de un extraño color rosa. 

Aquella noche en Macuto. Corría el año de 1989. Las dos sentadas como unas piedras en la arena frente a la playa. Ambas con una cerveza y un par de tostones. Esa fue la primera vez que la vi vomitando varias veces. No pudo comer más. ¿Qué te pasa? ¿Te sientes mal?, le pregunté. No contestó. Su mirada voló por encima del mar. El mar platinado del Litoral. Nos quedamos en silencio. Me imaginé algo feo. Nunca pensé que estuviera infectada.  Ella fue otra persona más en el mundo globalizado de las enfermedades. 

Vicky fue mi mejor amiga. Las dos nacimos en Trujillo. Estudiamos en la Unidad Escolar “La Virgen de las Nieves Perpetuas”. Juntas nos vinimos para Caracas. El día que  arribamos al Nuevo Circo lo hicimos bajo un tremendo chaparrón de agua, de ahí salimos corriendo y subimos por la avenida Universidad hasta llegar a la Urdaneta, caímos exactamente en el puente de las Fuerzas Armadas, nos montamos en un microbús horrendo. Las ventanas no abrían. Me estaba muriendo de calor. ¡Chica! A la gente no le gusta el aire, le comenté.  La camioneta me acordaba del camión de mi tío allá en Betijoque cuando llevaba la cosecha de zanahorias al mercado todos los sábados. Caracas me pareció un lugar repulsivo. Ya no me parece. Son veinte años padeciendo el valle bajo la sombra del cerro Waraira Repano.  Hasta un programa de radio conduzco. Demasiado desagradecida sería si me quejara a estas alturas de la vida. Las dos campesinas teníamos que llegar al puente Llaguno para bajar a la Baralt y luego subir a los Mecedores a casa de una tía. La avenida se me hizo interminable, las caras de las personas pasaban como ráfagas por la ventana del microbús, tarantines, puestos de perrocalienteros, buhoneros con carros de cachapas, arepas, empanadas, mesas cubiertas de plásticos, cables de electricidad tirados en las calles, fritangas. Y la lluvia mojando toda la calle. Estábamos cerca, podíamos divisar la mole de edificio del Banco Central de Venezuela a la derecha y en la esquina del lado contrario se veía al correo de Carmelitas y al Ministerio de no sé qué, creo que es el de Relaciones Interiores. Llegamos al puente. La lluvia bajó su nivel de aguacero a una llovizna empapadora. Nos bajamos con una maleta cada una: la de Vicky  y la mía. Total que bajamos por el puente y nos montamos en otro carrito, como llaman a los microbuses en Caracas. Llegamos. Comienza nuestra historia en la urbe.

Alguien llama por teléfono al estudio, atiendo: ¡Aló! ¡Buenas noches! Gracias por llamar a su programa Ciudad Pink. ¿Cuál es su nombre y de dónde llama? La persona al otro lado del auricular me dice que se llama… y vive en…. Muchas gracias por su llamada, tomaremos en cuenta su petición, remato de decir. Ahora vamos a identificar al programa: esto es publicidad de nuestros patrocinadores: ¿Sabía usted que existe en Caracas, un lugar donde podrá satisfacer su más recónditas fantasías gastronómicas? Si queridos y queridas sibaritas de la ciudad Pink, se trata del restaurante “El sabor de los Dioses”, un sitio para sentir que vuelas al Olimpo. No dejen de visitarlo  a la siguiente dirección… ¡Ah y su página web, si quieren visitarla es… Recuerden decir que fueron invitados por Sara Pifano y su Ciudad Pink y así obtendrán un buen descuento. Todas las noches hasta las 02:00 a.m. repetía exactamente las mismas palabras de nuestros patrocinantes. Tal vez, llega un punto que fastidia hacer lo mismo de una manera titánica, pero no, desde mi trinchera radial puedo decir que intento prefigurar una geografía e imaginario culturales más sanos y armónicos. Aunque en realidad no sé si es posible en una urbe tan atiborrada de variados terrorismos.

Después de comerciales editados y grabados, llamadas telefónicas, conversaciones en vivo, lidiar con la gente noctámbula de la ciudad, tomar litros de café, comer cachitos rellenos de queso y jamón full salados y para cerrar con mi realidad urbana; sentir los destrozos en las paredes estomacales, creo que merezco irme al apartamento.

Esa noche caí rendida en mi cama. Tuve una extraña mezcla de imágenes oníricas. Vicky. Playa. Mar. Cabina. Caras. Muchas caras. Un perro negro. Total que me levanté bastante aturdida por esos sueños tan raros. Fui directamente a la nevera. Mi apartamento es muy chiquito. Está acorde con el sueldo que tengo. Es un solo espacio. Allí tengo mi cama, una a la que llaman King Size. Una pequeña mesa arte deco. Un escritorio de vidrio en donde se encuentra mi Pc personal. Mi nevera y una lavadora y secadora a la vez. El baño está justo al lado de la cocina. Es de estilo europea. Mínima. Tiene dos hornillas. Tengo un micro hondas. No tengo línea telefónica. Mi internet es satelital. Saqué un vaso y lo llené de leche para tomarme el Rivotrin que me recetó el psiquiatra. Me tomé la leche y las dos pastillas. Pasaron 15 o 20  minutos. De ahí no supe nada más  hasta la mañana siguiente cuando la alarma de mi celular sonó a las 07:00 a.m. 

Me levanto y me aseo. Voy a la cocina a prepararme algo para comer. Opté por prepararme pan tostado. Le unto un poco de mermelada. Hice lo que hago todas las mañanas. Enciendo el televisor en los canales nacionales. Lo mismo de siempre: periodistas dando noticias, falsas o verdaderas, desfavorables del país. No vale la pena. Apago  y escucho. Ya no está mi amiga Vicky. Ya las gochitas no están juntas y yo sigo viviendo en mi Ciudad Pink.

(Sin fecha exacta)

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