domingo, 22 de octubre de 2017

Macuto (texto teatral)

Teresa de La Parra (al centro) en Macuto, Estado Vargas (Actualmente 2019 Estado La Guaira)

Original de Bruno Mateo
Twitter: @bruno_mateo
IG: @brunomateoccs



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que se le quiera dar a esta obra, incluyendo la reproducción total
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Para el permiso o cualquier información, escribir a:
Bruno Mateo bmateo@gmail.com


Sociedad de autores y compositores de Venezuela Sacven N° 9.070



Personajes:            

·         Teresa de la Parra: Escritora venezolana. Edad 46 años
·         Lydia Cabrera: Escritora cubana. Edad 33 años
·         Gabriela Mistral: Escritora chilena. Edad 46 años
·         María Eugenia Alonso: Personaje de la novela “Ifigenia o Diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba” (1924) de Teresa de La Parra. Edad entre 18 a 20 años. Fantasma


I ACTO

(Es un salón de paredes pintadas con colores claros. La casa se encuentra muy cerca del mar del Litoral. Se oye suavemente la brisa y las aves marinas. Las cortinas  se elevan sin aspavientos. Es un espacio avejentado por el tiempo. Hay un juego de recibo y dos mecedoras. Una puerta al fondo. Es un hermoso  recinto en el Macuto venezolano entre los años veinte y cuarenta del siglo XX. Aparece Teresa de la Parra a la edad de cuarenta y seis años. Camina por el lugar.)
Teresa: ¿Cuánto tiempo sin venir? Vieja casa. (Se pasea por el escenario. Se detiene junto a una de las mecedoras) Aquí se mecieron tantas ideas frente a ese inmenso mar Caribe. ¡Cuánto te extrañé! Desde aquel frío hospital siempre avizoraba la estampa de mi Macuto querido. (Se oye una voz, que es la de ella misma)
Voz: "Yo tengo muy buenos recuerdos de Macuto. Allí escribí casi toda mi novela Ifigenia. Me encerraba a escribir en una casita en ruina. Oía las conversaciones de la gente por la calle. Les intrigaba a algunos los motivos que me llevaban a encerrarme en aquella casa que parecía horrible y a mí me encantaba"[i]. (Palabras de Teresa de la Parra).
Teresa: Aquí estoy otra vez.
Voz: ¡Macuto!
Teresa: (Se oyen  ruidos) ¿Lydia? ¿Eres tú? (Nadie contesta. Silencio. Aparece una joven vestida con la moda de los años veinte. La aparición es María Eugenia Alonso, personaje de la novela Ifigenia de Teresa de la Parra)
MEA: ¡Bienvenida, Teresa!
Teresa: (La observa con cierto recelo) Pensé que era otra persona.
MEA: ¿No quieres verme?
Teresa: No es eso. Te dije que pensé que era otra persona.
MEA: ¿Esperas a tu amiga íntima?
Teresa: No es asunto tuyo.
MEA: ¿Esperas a Lydia? O mejor ¿Esperas a Cabrita? Como tú la llamas.
Teresa: ¿Qué haces aquí?
MEA: Tú me creaste. Tú me diste vida y ahora no quieres verme.
Teresa: No es eso.
MEA: ¿Entonces, qué es?
Teresa: ¡Nada!
MEA: Llámame por mi nombre.
Teresa: No quiero.
MEA: Ni nombrarme quieres.
Teresa: Tu lugar está dentro de un  libro, no aquí.
MEA: ¡Está bien! Lo diré por ti. Mi nombre es María Eugenia Alonso. Soy tu Ifigenia
Teresa: (La observa) Ni siquiera había pensado en endosarte ese nombre. Ifigenia fue una sugerencia de mi amigo Francis de Miomandre.
MEA: “Como en la tragedia antigua soy Ifigenia; navegando estamos en plenos vientos adversos, y para salvar ese barco del mundo que tripulado no sé por quién, corre a saciar sus Dios no sé dónde, es necesario que entregue en holocausto mi dócil cuerpo de esclava marcado con los hierros de muchos siglos de servidumbre. Sólo él puede apagar las risas de ese dios de todos los hombres en el cual yo no creo y del cual nada espero. Deidad terrible y ancestral; Dios milenario de siete cabezas que llaman sociedad, familia, honor, religión, moral, deber, convenciones, principios…” (Ifigenia… de Teresa de La Parra)
Teresa: ¿Qué haces aquí?
MEA: Tú me llamaste.
Teresa: Yo no te llamé.
MEA: ¿Cómo apareciste aquí?
Teresa: No lo sé. Yo solo quería estar en Macuto…No me cambies la conversación…Te pregunté qué haces aquí.
MEA: Como tú, espero.
Teresa: ¿Qué esperas?
MEA: Yo seré quien te acompañe.
Teresa: ¿Adónde me vas a acompañar?
MEA: ¡Ah! Me doy cuenta de que no sabes la razón de porqué estás aquí.
Teresa: No…No sé por qué estoy aquí. ¿Tú sí lo sabes?
MEA: No estoy muy segura. Por ahora disfrutaremos de estar de nuevo en Macuto.
Teresa: Yo no quiero estar contigo. Por favor, vete. Tu presencia me perturba. (MEA sólo la observa y sonríe)
MEA: Ahora resulta que te perturbo; antes era, como decirlo, tu máxima creación; pero ahora te perturbo, ¡Qué ingrata eres!
Teresa: No es eso, María Eugenia, es que en este momento no estoy para literatura; quiero  realidad.
MEA: La literatura puede ser ficcional, pero te aseguro que una buena novela, cuento u obra de teatro hace que tu realidad se estremezca.
Teresa: Por favor, vete.
MEA: Por ahí viene. Escucho sus pasos. (Camina hacia un lateral hasta desaparecer)
Lydia: (Entra Lydia) (Se refiere a Lydia Cabrera, escritora cubana, íntima amiga de Teresa de La Parra) (Escandalosa) ¡Aquí estoy, Anita! Tuve que detenerme por allí para traer unas de éstas (Se las enseña Teresa) ¿Cómo  llaman estas cositas aquí? Son divinas. Nosotros la conocemos como uvas caletas
Teresa: No sé. No recuerdo. ¡Ah! Se llaman uvas  de playa
Lydia: Con estas así (Se las muestra) ¡Maduritas! Se hace un vino de lo más sabroso.
Teresa: ¿Y tus maletas?
Lydia: (Voltea para todos lados) ¡Oye, tú! ¡No sé! Las habré olvidado en algún lugar
Teresa: Pero… ¿Cómo se puede ser tan alocada en la vida?
Lydia: Ya las encontraremos, Anita… Además aquí no necesitamos nada… ¡Ven!... Dame un abrazo que sea eterno…. (La abraza) ¡Ummmmm! Tanto tiempo querida amiga…Tanto tiempo (Camina por el lugar) ¿Así que este es tu Macuto adorado?
Teresa: ¡Ven que te  muestro la casa! (La toma de la mano y dan unos pasos al fondo. Se detienen) ¡Ah! ¡Bien! Esta es la salita. Chiquitica, pero muy cómoda. Aquí (Se acerca a la mecedora) sentada siempre me contemplaba a mí misma. Una tardecita cálida. Tomando chocolate caliente y escuchando…. ¡Escucha!.... (Se oyen sonidos de guacharacas) ¿Escuchas? ¡Esa es mi tierra! ¡Algarabía! ¡Alegría! Esas aves chillando y de pronto,  ¡Ella!, apareció ante mí esa doncella, encerrada en una casa de esa Caracas chata y pequeña…. ¡Ella! (Aparece MEA. Camina lentamente de un extremo a otro del escenario. Teresa y Lydia se paralizan)
MEA: (Carta a Gabriel de María Eugenia Alonso en la novela Ifigenia de Teresa de la Parra) “Yo te quiero, porque un día me dijiste con palabras que también me querías. Te quiero, porque antes de decírmelo con la claridad de las palabras, me lo habías dicho ya con la claridad de tus ojos que son para mi alma las dos lámparas siempre encendidas que titilan a lo lejos en su noche. Te quiero, porque tu recuerdo está cerrado dentro de mi memoria, y ella lo guarda en silencio con la sumisión fragante y muda con que el cofre de sándalo guarda la joya. Te quiero, porque vives y te mueves en mi tan animado y tan hermoso como si yo fuera el espejo inmóvil y tú fueras la viva imagen que en él se asoma y se contempla. Te quiero, porque mi alma se ha asomado sobre la tuya, y al mirarse a sí misma, se ha estremecido de sorpresas como la cordillera sedienta que por primera vez mira blanquear su vellón en el remanso”.
Lydia: (Vuelven a la normalidad) ¿A quién te refieres? ¡Anita!
Teresa: Se me parece a ella… ¿La recuerdas?
Lydia: ¿De qué me hablas?
Teresa: Hablo de ella. Una mujer como tú, como yo, que no vivía para los convencionalismos. Se me parece a ella…
Lydia: ¡Anita! ¡Cálmate! No sé de lo que me hablas, chica.
Teresa:(Teresa empieza buscar. Consigue unas hojas avejentadas. Se detiene. Lee. Poema de Gabriela Mistral)
Me acuerdo de tu rostro que se fijó en mis días,
mujer de saya azul y de tostada frente,
que en mi niñez y sobre mi tierra de ambrosía
vi abrir el surco negro en un abril ardiente.

    Alzaba en la taberna, honda la copa impura
el que te apegó un hijo al pecho de azucena,
y bajo ese recuerdo, que te era quemadura,
caía la simiente de tu mano, serena.

    Segar te vi en enero los trigos de tu hijo,
y sin comprender tuve en ti los ojos fijos,
agrandados al par de maravilla y llanto.

    Y el lodo de tus pies todavía besara,
porque entre cien mundanas no he encontrado tu cara
¡y aun te sigo en los surcos la sombra con mi canto!

Lydia: No sabía que conservabas ese poema de Gabriela.
Teresa: Lo tengo desde nuestro último encuentro. Tengo muchos más.
Lydia: ¿Y crees que venga?
Teresa: Sé que  vendrá
Lydia: ¿Y para qué va a venir? ¿Acaso logrará sacarte de aquí? No sé si podremos hacerlo.
(Aparece Mea: Se paraliza la escena)
MEA: ¿Quieres pasear a la orilla del mar?
Teresa: Me gustaría, pero no puedo salir de la casa… ¿Cómo está la playa?
MEA: Cálida, suave y tranquila, tan tranquila como tus palabras al inicio de tu novela “Memorias de Mamá Blanca
Teresa: Por favor, ayúdame a salir.
MEA: Tú ignoras que fecha es hoy, ¿verdad?
Teresa: No quiero saber de fechas; quiero saber de vida
MEA: ¡Lástima! ¡Lástima! (Va caminando hacia atrás hasta desaparecer) ¡Lástima!
Lydia: ¿Y para qué va a venir? ¿Acaso logrará sacarte de aquí? No sé si podremos hacerlo.
Teresa: ¿Te imaginas querida? ¡No lo puedo creer! Pensé que jamás regresaría. Muchas veces recostada en el sillón del hospital. Me imaginaba que El sanatorio de Leysin de pronto se convertía en una inmensa playa de arenas cálidas. Al fondo, el mar de un azul profundo que se desdibuja allende pegadito al cielo…No quiero regresar jamás a ese edificio… (Abraza a Lydia) ¡No permitas que me internen otra vez! ¡No! ¡No! ¡No!
Lydia: ¡No, Anita! Nunca más regresarás al hospital. Ya Suiza forma parte de tus memorias. Ahora estamos aquí en tu querido Macuto.
Teresa: ¡Gracias!
Lydia: No debes agradecerme nada (La toma de la mano) Ven. ¡Siéntate! (La sienta en una de las mecedoras) ¡Así! ¡Así! Mece tus angustias. Al igual que las olas del inmenso mar Caribe deja que fluyan esas angustias.
Teresa: ¿Sabes que recordaba? (Silencio) Aquella vez cuando fuiste a la ópera. No sé cuándo  fue. Se me borran los recuerdos…  Ese día, buena parte de él la pasaste  en el hospital hasta que fuiste a la ópera. A tu regreso, te dije que te acostarás conmigo en la cama y pasamos toda la noche hablando de Tristán e Isolda.
(Ambas se sitúan en la sala como si fuera un escenario. Van a representar una escena de “Tristán e Isolda”. Se oye al fondo el aria Liebestod-Muerte de amor- de la ópera de Richard Wagner. Es de acotar que el siguiente diálogo pertenece a Richard Wagner)
Lydia: “Toma este anillo, que es un signo del enlace entre ella y yo, y cuando llegues a tierra, preséntate como un comerciante de seda y telas, de modo que ella pueda ver el anillo. Entonces sabrá que mi corazón la saluda y que sólo ella puede darle consuelo, y que si nada hace moriría. Recuérdale nuestro pasado y nuestra tristeza y toda la alegría que había en nuestro amor fiel y tierno. Ojalá los corazones hallen fuerza contra la inconstancia, pese al dolor y toda la amargura de amar”
Teresa: ¡Tristán!
Lydia: ¡Isolda!
Teresa (Isolda): “¿Eres mío? ¿Te poseo otra vez, puedo estrecharte en mis manos? ¿Es esto verdad? ¡Al fin! ¡Al fin! ¡Te siento realmente! ¿Eres tú mismo? ¿Son tus ojos? ¿Es tu boca? ¿Está ahí tu mano? ¿Está ahí tu corazón? ¿Soy yo? ¿Eres tú? ¿Te tengo aprisionado? ¿No es ilusión? ¿No sueño? ¡Oh, encantos del alma! ¡Dulce placer, el más augusto, el más invencible, el más bello, el más celestial! ¡Sin par, sin medida, eterno! No presentido, jamás conocido, inmenso, sublime. Explosión de alegría, arrobamiento de felicidad, rapto del mundo a las celestiales alturas. ¡Mi Tristán!
Lydia (Tristán): ¡Tan lejos, estando tan cerca! ¡Tan cerca, estando tan lejos!
Teresa (Isolda): ¡Oh enemiga de la amistad, maldita distancia! ¡Prolongada lentitud del tiempo perezoso! 
Lydia (Tristán): ¡Oh distancia y proximidad, irreconciliables adversarios! ¡Agradable proximidad, triste distancia!
Teresa (Isolda): ¡Tú en la oscuridad, yo en la luz! 
Lydia (Tristán): ¡La luz! ¡La luz! ¡Oh esta luz! ¡Cuánto tiempo sin apagarse! Púsose el sol, el día pasó; mas no ahogó su envidia: encendió su señal que aleja de pavor y lo fijó en la puerta de mi estimada para que no fuese yo a su casa.
Teresa (Isolda): Si no podía ser tuya, la que te eligió ¿qué te hizo creer el perverso día para que hicieras traición a la amada que estaba destinada a ti?”
Lydia: (Vuelven a ser ellas. Con la naturalidad del diálogo) Esa noche la pasamos hablando de las peripecias de  Tristán y la princesa irlandesa Isolda.
Teresa: Y yo prendida en fiebre.
Lydia: Pero la pasamos bien.
Teresa; Tú y yo siempre nos entretenemos con algo.
Lydia: Así parece.
Teresa: ¡Lydia!
Lydia: Dime, Anita.
Teresa: ¿Sabes que tú eres la única persona que me llama Anita?
Lydia: ¿Y ese no es tu nombre de pila, pues?
Teresa: Claro que lo es. Fui bautizada con el nombre de Ana Teresa Parra Sanojo, descendiente de las familias mantuanas caraqueñas, tataranieta del general Carlos Soublette y descendiente de las Aristigueta.
Lydia: (Ríe) Nombre para largo, chica. Y entonces, ¿cuál es el asombro de que te diga Anita?
Teresa: ¡No sé, amiga! No sé… ¡Tonterías de escritora! (Se queda pensativa)
Lydia: Estás rara. ¿En qué piensas?
Teresa: En nada, realmente en nada.
Voz: "Yo tengo muy buenos recuerdos de Macuto. Allí escribí casi toda mi novela Ifigenia. Me encerraba a escribir en una casita en ruina. Oía las conversaciones de la gente por la calle. Les intrigaba a algunos los motivos que me llevaban a encerrarme en aquella casa que parecía horrible y a mí me encantaba" (Palabras de Teresa de la Parra).
Lydia: ¿Segura?
Teresa: Pensar en nada. ¿Será verdad que se puede pensar en nada? (Tose repetidamente)
Lydia: ¿Aún sigues con la tos? Pensé que ya estarías recuperada.
Teresa: No es nada. Son secuelas de mi estadía en el hospital.
Lydia: A mí no me lo parece. Tal vez, será bueno que descanses.
Teresa: Me sentaré. (Se sienta en la mecedora)
Lydia: (Buscando algo para sentarse) ¿Desde cuándo visitas esta casa, Anita? (Consigue algo para sentarse)
Teresa: Desde que tengo memoria.
Lydia: (Se sienta a su lado) Esta casa me hace recordar el lugar donde nací. Siempre estudié en casa, ¿sabías? Mi salud era delicada. Entre libros fui poco a poco conociendo a mi gente en Cuba. Parece algo paradójico; mientras más me encerraba en mis libros más conocía a la gente. Me atrapó la cultura negra. (Se oye música de tambores) ¡Ya verás, Anita! Cuando se te quite la tos…
Teresa: ¡Lydia! ¿Crees que se va a quitar?
Lydia: Cuando se te quite la tos te llevaré a un rito secreto africano de la isla. ¡Te va a encantar!
Teresa: (Tose) ¿Crees que podré verlo algún día?
Lydia: ¿Te conté la vez que llevé a Federico a uno?
Teresa: ¿Federico?
Lydia: Aquel poeta español del que te hablé. Él fue a un viaje a Cuba, allí lo conocí al igual que a ti; lo llevé a una experiencia maravillosa. Quedó fascinado. Tienes que conocerlo. Es un hombre con una sensibilidad a flor de piel. Te podrás imaginar a un poeta viendo aquel rito primigenio africano. Fue algo mágico, en verdad.
Teresa: Se te ve reflejado en los ojos.
Lydia: ¡Escucha esto! La compuso solamente para mí, según me dijo una noche, más o menos como ésta:
Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido…”
Teresa: ¿Cómo se llama el poema, Lydia?
Lydia: (No le da tiempo de contestar. Se oyen voces) ¿Escuchaste?
Teresa: (En silencio) ¡Sí! Creo que son voces, pero tú y yo estamos solas.
Lydia: En estas casas viejas nunca se está sola. (Aparece María Eugenia Alonso. MEA)
Teresa. ¿Qué crees qué hay?
Lydia: Tú escuchaste igual que yo. (Se oyen voces) ¿Oyes?
Teresa: Seguro no es nada. Debe ser Emilita que viene con Gabriela.
Lydia: ¿Tu amiga? ¿La de Caracas?
Teresa: Ella misma. Emilia Ibarra
Lydia: No creo que sea ella.
Teresa: ¿Por qué lo dices?
Lydia: Ella no vive más.
Teresa: Si hace poco la dejé en el tren que iba para Antímano.
Lydia: Anita, ¿sabes qué fecha es hoy?
Teresa. ¿Qué tiene que ver la fecha con Emilita?
Lydia: Solo, respóndeme, ¿Sabes qué fecha es hoy?
Teresa: (Un poco con desgano) ¡No lo sé!
Lydia: Hoy es 23 de abril del año 1936.
MEA: Hoy es 23 de abril del año 1936
Teresa: No me gusta esa fecha.
Lydia: ¿Qué le vamos a hacer? ¡Esa es la fecha! ¡Esa es la fecha!
Teresa: ¡Cabrita! Juguemos.
Lydia. La vida no es juego y tú lo sabes.
Teresa: Yo seré…. ¡A ver!....Seré…
Lydia: La vida no es jugar.
Teresa: ¡Vamos! Quiero jugar.
Lydia: ¿Cómo decirte que no? ¡Mi loquita!
Teresa y MEA: (Cambiando de actitud.  MEA  se coloca detrás de Teresa. Ella hace todos los movimientos de ella a manera de imagen reflejada en un espejo. Ambas hablan al unísono) ¿Por qué será que me gusta más escuchar tus historias, Gregoria, que oír hablar de cómo hacer un buen calado a la manera de la abuelita?
Lydia: (Siguiendo el juego. Cambiando a otra voz de mujer negra, de Gregoria de la novela “Ifigenia” de Teresa de La Parra) ¡Guá! ¿Po´qué va ´cé mi niña, María Eugenia? La abuelita está vieja y aburría, en cambio Gregoria, aún tá dura pa´un sancocho.
Teresa y MEA: Siempre tan ocurrente, y ¿Por qué las mujeres siempre  tenemos que conformarnos con aprender a decorarnos? Somos una especie de jarrones chinos, como los que tiene Mercedes Galindo, en su recámara. Nada más.
Lydia: (Como Gregoria): ¿Y quién es esa niña Mercé que Usted mienta?
Teresa y MEA: La única amiga que he logrado hacer desde que llegué a Caracas. En casa de ella es el único sitio donde me agrada estar. Es un lugar lleno de comodidades cosmopolitas.
MEA: Mercedes Galindo “libre de conversación, silenciosa e inmóvil, la observaba y observándola así, comprendí al punto, que más grande aún que su belleza, era su encanto, es decir, que llevaba a lo supremo de la perfección el arte de interpretarse a sí misma: porque mientras hablaba, la boca, las manos, los ojos, la cabeza, la voz, la sonrisa, todo, iba completando sutil y armoniosamente, con mil matices, el sentido que expresaban sus palabras”.
Teresa: (Vuelve a la naturalidad. Sale MEA) ¿Sabes que me inspiré en Emilia Ibarra para moldear a Mercedes Galindo como personaje?
Lydia: ¿La querías mucho, Anita? ¿Verdad?
Teresa: Emilia fue descendiente de Diego Ibarra, Edecán del Libertador
Lydia: ¿La querías mucho?
Teresa: A ella fue a quien dediqué  la “señorita que escribió porque se fastidiaba”: “A ti, dulce ausente, a cuya sombra propicia floreció poco a poco este libro. A aquella luz clarísima de tus ojos que para el caminar de la escritura lo alumbraron siempre de esperanza, y también, a la paz blanca y fría de tus dos manos cruzadas que no habrán de hojearlo nunca, lo dedico.” (Dedicatoria de la novela Ifigenia o Diario de una señorita que escribía porque se fastidiaba. 1924 de Teresa de La Parra)
Lydia: Hoy no hablemos de cosas tristes porque, por fin, estamos de nuevo en tu casa de Macuto.
Teresa: ¡Es cierto! Después de que creí que nunca me iba a levantar de esa cama, querida Lydia.
Lydia: ¿Qué te gusta más de esta casa, Anita?
Teresa: La verdad, no lo sé, para mí era encantador empacar mis corotos, tomar el ferrocarril desde Caño Amarillo y venir a temperar acá. Emilia   convocaba a mucha gente, allí habían poetas, escritores, pintores, los marginados actores, estaba toda la cultura de Caracas, y me hablaba de esta casa, creo que fue gracias a su imaginación que empecé a fantasear sobre este lugar.
Voz: "Yo tengo muy buenos recuerdos de Macuto. Allí escribí casi toda mi novela Ifigenia. Me encerraba a escribir en una casita en ruina. Oía las conversaciones de la gente por la calle. Les intrigaba a algunos los motivos que me llevaban a encerrarme en aquella casa que parecía horrible y a mí me encantaba".
Teresa: No te imaginas, querida Cabrita, lo que implicaba venir para acá desde Caracas; Escuchar: ¡“Pasajeros al tren”! y de inmediato traspasar los aledaños de Catia, meterte por la cuenca de Blandín, introducirse por túneles para llegar al vacío de Boquerón, y al dar la curva… ¡Lo más hermoso que puedas ver!  ¡El mar!  Entre las montañas aparece la llanura azul del Caribe entonces  se comienza a dar vueltas y vueltas hasta llegar al sitio que llamamos el Zigzag; allí, nos detenemos en el merendero atendido por Teresa Meserón de Durand y comíamos galletas de soda con queso amarillo y cola; de pronto, otra vez el grito de “¡Pasajeros al tren!” (Tose) y pasamos por los cafetales de Curucutí, más túneles, el viaducto, luego un silbido y ya estamos en Maiquetía, desde allí a La Guayra, en el medio, el Cerro Los Cachos,  luego Guanape y  por último… ¡Macuto!... ¡Macuto!... ¡Macuto!
Lydia: ¿Por qué será que tenemos que alejarnos de la Tierra para poder extrañarla?
Teresa: ¿Extrañas a tu tierra? ¿Añoras regresar a tu gente?
Lydia: Cada vez que me levanto y tomo una taza de café veo a mi gente en ese líquido caliente. Tengo su olor  pegado a mi piel. ¿Qué hacer con todo esto, Anita? ¿Hago como si no estuviera? ¿Lloro? ¿Me hago la que no sé que estoy lejos?  Lejos de mi isla…lejos de mi Cuba… ¿Sabes lo qué se siente, querida, cuando quisieras abrazar a tus seres queridos y lo que abrazas son….
Teresa: ¡Memorias!...Sólo Memorias…
Lydia: Soy como esa niña mulata que describes en tu novela.
Teresa: Blanca Nieves.
Lydia: Lo único que me queda es pensar y soñar que algún día volveré.
Teresa: Así como Blanca Nieves piensa que volverá a Piedra Azul
Lydia: El tiempo es como un caracol que camina lento, pero que nunca deja de pasar.
Teresa: ¿A qué hora llegará? ¡Se ha hecho tarde! (A Lydia) ¡Asómate por la ventana para ver si llega!
Lydia: (Se asoma) ¡No! No la veo, pero ven acércate y ve el cielo.
Teresa: (Se acerca. Junto a Lydia. Le pone su cabeza en el hombro) Tal vez esta sea la última vez que estemos juntas, ¿lo sabías?
Lydia: Te dije que no quiero hablar de cosas tristes.
Teresa: No son cosas tristes; son cosas reales.
Lydia: Que aún no han pasado.
Teresa: Pero pasarán. Todo pasa.
Lydia: Sin embargo algo queda.
Teresa: ¿Queda? ¿Qué puede quedar después de hoy?
Lydia: ¡Anita! ¡No hables de esa manera! ¡Tú no eres así!
Teresa: Querida Cabrita, ¿qué quieres que diga? Hoy se me dio la oportunidad de venir por última vez a mi querido Macuto, pero sólo por esta vez, después (Silencio)…siempre viene un después
Lydia: No me gusta cuando tienes ese tono de sepulcro.
Teresa: ¡Tienes razón! (Cambia de actitud) ¿Qué te parece si nos tomamos un chocolate caliente?
Lydia: ¡Oye tú! ¡Esa es la Anita que me gusta escuchar!
Teresa: Yo preparo el chocolate.
(Se oyen campanadas. Quedan quietas en silencio. Se observan. Silencio)
Lydia: Parece que no hay tiempo para ese chocolate.
Teresa: (Haciéndose la desentendida. Tose) Este chocolate me lo enseñó hacer Emilia…
Lydia: ¿No escuchaste las campanas?
Teresa: …por allá en la vieja casa de Torres a Veroes…
Lydia: (Siguen sonando las campanas) ¿No escuchaste?
Teresa:…el agua debe estar lo suficientemente caliente para que diluya el papelón…
Lydia: ¡Anita!
Teresa: …luego agarras el cacao y lo echas poco a poco…
Lydia: ¡Anita!, ¿No escuchas? (Siguen sonando las campanas)
Teresa: ..El mejor cacao y chocolate  del mundo es el de Venezuela…
Lydia: ¡Anita! ¡Ya! ¡Se acabó!
Teresa: …Nosotros en la hacienda de Tazón cultivábamos mucho cacao…
Lydia: ¡Ya! ¡Basta! ¡Escúchame!
Teresa: …dentro de poco estará listo el chocolate…
Lydia: ¡Ya!... ¡Teresa!... ¡Basta!
Teresa: (Agitada) ¡No! ¡No! ¡No! ¡No quiero que se acabe! (Silencio)
Lydia: (La abraza) ¡Ya! ¡Ya! ¡Ya!
(Silencio. Pausa prudencial)
Teresa: ¿Crees que Gabriela vendrá?
Lydia: Ya va siendo hora de que llegue.
Teresa: ¿Y si no llega?
Lydia: Llegará. Ella nos lo prometió en Madrid. ¿No lo recuerdas?
Teresa: (Se escuchan las campanadas) ¡No hay tiempo para el chocolate!
Lydia: Pronto llegará.
Teresa: ¿Nos volveremos a ver, Cabrita?
Lydia: Siempre hay un después, Anita.
Teresa: ¿Y si no lo hay?
Lydia: Quedan las cosas que hicimos… ¡María Eugenia Alonso! Tu Ifigenia. Ella quedará…
Teresa: Entre helechos y encajes de la abuelita.  Atrapada en las páginas de los libros de su destino; su amor estará encerrado en el relicario eterno de la vieja Caracas.
Lydia: Fastidiada…
Teresa: Escribiendo su diario sin fin. (Aparece en el fondo MEA. Sentada y escribe.)
MEA: (A Teresa) ¿Sabes que los atardeceres en Caracas son más hermosos que en otras partes del mundo?
Teresa: Pero a mi Caracas me abruma.
MEA: El cerro Ávila es la envidia de cualquier ciudad.
Teresa. Pero aun así la gente me atosiga. Me parece una ciudad chata.
MEA: Porque nunca te has sentido parte de nosotros. No sientes a Caracas como la siento yo. Eres extranjera.
Teresa: ¿Extranjera? (Enfática) ¡Yo no soy extranjera!
MEA: Naciste te en París.
Teresa: Mis padres eran venezolanos.
MEA: Pero, no estoy muy segura que quieres al país. No sientes a Caracas como la siento yo.
Teresa: ¿Cómo te atreves a decirme que no siento a mi ciudad?
MEA: Eso no lo digo yo; repito lo que dicen tus detractores.
Teresa: ¿Qué dicen de mí?
MEA: Son muchos los que piensan que tú no sientes al país porque fuiste criada en Europa. Eres parisina.
Teresa: ¿Quiénes son los que dicen eso de mí? Yo siento a Venezuela mucho más profundo que esa ristra de calumniadores. ¿Qué saben ellos de mí para que me juzguen de esa manera?
MEA: Tú eres una goda.
Teresa: Y tú también lo eres. Eres  una mantuana caraqueña;  para crearte, me inspiré en mi amiga. Me inspiré  en Carmen Elena de las Casas.
MEA: Para nadie es un secreto tu predilección por el General Juan Vicente Gómez, el Tirano de turno de Venezuela.
Teresa: ¡Ah! ¿Tú también te unes al coro de embusteros que pretenden desprestigiarme ante la Historia de mi país?
MEA: Yo no soy quien juzga, será el Tiempo quien lo haga
Teresa: El problema, querida, es que el país está en manos de los hombres y no soportan que una mujer tome las riendas de su propia vida. Ahí tienes a Gallegos, ¿quién le financió su novela Doña Bárbara? ¡Sí! Lo hizo el mismísimo  Benemérito… ¡Ah! Pero a él no lo juzgan y sabes ¿Por qué? ¿No? Porque es hombre, nada más que por eso.
MEA: (De la novela Ifigenia de Teresa de la Parra)“Desde entonces, Cristina, deduje que los hombres en general, aunque parezcan saber muchísimo, es como si no supieran nada, porque siéndoles dado el mirar su propia imagen reflejada en el espíritu ajeno se ignoran a sí mismos tan totalmente, como si no se hubiesen visto jamás en un espejo”
(Se oyen ruidos de pisadas. Desaparece MEA)
Lydia: ¡Anita! ¡Oigo pasos!
Teresa: Son los mismos pasos.
Lydia: ¿No será que…?
Teresa: Esos no son sus pasos. Estos parecen que vinieran de otro sitio distinto; al principio, antes de que tú llegaras, intenté descubrir de dónde provenían, sin embargo no hallé la respuesta a mi interrogante.
Lydia: En las casas viejas siempre se escuchan ruidos.
Teresa: Son los espectros de una historia que desconocemos.
Lydia: ¿Memorias?
Teresa: Imágenes del pasado que cobran vida en los espacios ausentes de vida, como el de ahora.
Lydia: Pero por hoy estamos aquí.
Teresa: Pero ¿estamos vivas?
Lydia: Me conformo con saber que te puedo ver
Teresa: Sólo por hoy.
Lydia: Mañana ya veremos. El futuro no existe
Teresa: Lo anhelamos
Lydia: Lo deseamos
Teresa: Nada más
Lydia: (En voz baja. Susurrando) Y si tratáramos de escapar de aquí.
Teresa: Ya lo intenté y no dio resultado
Lydia: Porque estabas sola, ahora estoy yo.
Teresa: Aquí sólo se puede entrar. No hay salidas.
Lydia: No seas pesimista
Teresa: No es desazón. No hay posibilidades de salir.
Lydia: Nunca digas. “No”. Vamos a intentarlo, ¿te parece?
Teresa: ¡Está bien! , Lydia.  Intentaremos cruzar la puerta…Ya nada me importa…Sólo tú  y yo.
Lydia: Dame la mano; Anita (Teresa se la da) ¡Juntas por siempre! (Van hacia la puerta del fondo) (Apagón)

II ACTO

(Lydia y Teresa sentadas. Se oyen graznidos de alcatraces)
Teresa: Lydia, ¿cuánto tiempo ha pasado?
Lydia: No lo sé, Anita.
Teresa: Ojalá nos quedemos atrapadas en este lugar tan placentero.
Lydia: Y juntas.
Teresa: ¡Cabrita! Tengo miedo.
Lydia: Tú nunca tienes miedo. El valor te viene de familia.
Teresa: ¡Mi familia! ¡Mi familia!... El orgullo de las Aristigueta…El honor de los Soublette…La gallardía de los Parra y la buena sangre de  parte de mi madre Isabel Sanoja… ¿Para qué me sirven todos esos apellidos? Si lo que quiero es permanecer aquí...y contigo
Lydia: Ya empiezo a querer este lugar.
Teresa: ¿Y qué hay de Cuba?
Lydia: “Mi país me empezó a interesar en Francia”
 (Aparece MEA. Se coloca entre Teresa y Lydia. Lydia se paraliza)
MEA: (A Teresa) No puedes permanecer aquí
Teresa: (Sólo la observa)
MEA: Te repito que no puedes permanecer aquí.
Teresa: ¿Te gusta fastidiarme?
MEA: Hoy es 23 de abril del año 1936.
Teresa: No me gusta esa fecha.
MEA: Pero, esa es la fecha de hoy. (Se va hacia el fondo)
Teresa: Eres una pesada.
MEA: ¿Por qué te digo la verdad?
Teresa: ¿Quieres oír la verdad? Eres una niña cabeza hueca que solo sirve para adornar las casas. Te viniste a menos. Ya no tienes dinero ni nada.
MEA: Pero tengo belleza y en la Sociedad es lo que interesa.
Teresa: Pero te quedaste sola, sin un verdadero amor. Te quedaste sin Gabriel.
MEA: Lo importante aquí es que hoy es 23 de abril de 1936 (Se aleja) 23 de abril de 1936, que no se te olvide.
Teresa: (A Lydia) Y nada que llega. Ya casi no tengo tiempo.
Lydia: Y no podemos salir de esta casa.
Teresa: Quiero que llegue. Hoy será la última vez que nos veamos (Tose)
Lydia: Esa tos que no se te quita.
Teresa: Esa tos me aleja de ti.
Lydia: No es justo. Eres una mujer plena. Tienes tanto que escribir.
Teresa: No tendré tiempo de escribir la vida íntima  de Bolívar que tanto quiero hacer.
Lydia: Te quiero mucho, Cabrita.
Teresa: Yo también a pesar de las pacaterías de este tiempo que nos tocó vivir siempre estarás en mi corazón.
Lydia: (Al cielo) ¿Por qué? ¿Por qué las personas tenemos que morir? (Silencio prolongado)
Teresa: ¿Por qué no me lees uno de tus cuentos?
Lydia: ¿Cuál de mis cuentos?
Teresa: ¡A ver!...Léeme Ayapá…No…alguno de los cuentos de Jicotea
Lydia: No quiero. Me hace recordar el sanatorio de Leysin.
Teresa: Gabriela llama a tus historias “tu trabajo precioso”
Lydia: Gabriela es una chilena alocada.
Teresa: No dejes de visitarla aún después de que me vaya.
Lydia: No hables así. No me gusta, Anita.
Teresa: (Tose) Léeme una de tus historias.
Lydia: Será mejor esperarla.
Teresa: Y nada que llega.
Lydia: Ya vendrá (Se oyen pasos)
Teresa: Oigo unos pasos
Lydia: Yo también.
Teresa: ¿Será ella?
(Entra Gabriela Mistral, escritora chilena)
Gabriela: ¡Por fin he llegado! Pensé que no lo haría nunca
Teresa: ¡Gabriela!
Lydia: ¡Qué alegría de verte! (Se abrazan)
Teresa: ¿Cómo llegaste aquí?
Lydia: ¿Te viniste en tren?
Teresa: ¿Cómo te sientes?
Lydia: ¿Te quieres sentar?
Gabriela: ¡Va! ¡Ya va! ¡Dejen que este cuerpo ya un poco gastado por el tiempo descanse! (Se sienta y da un enorme suspiro) ¡Ay! Queridas amigas, tanto tiempo sin verla.
Lydia: No nos vemos desde Paris.
Teresa: ¡No! No nos vemos desde el año 1935 en Barcelona, España.
Gabriela: (Hace una mirada panorámica del lugar) Así que este es tu tan nombrado Macuto.
Teresa: Este es. Del que siempre te hablé, Gabriela.
Gabriela: Debe ser un lugar mágico como mi amado pueblo Montegrande.
Lydia: Cuando Anita se recupere iremos a visitar a tu amado pueblo.
Teresa: Irás tu sola Cabrita. A mí no me queda tiempo.
Lydia: No seas pesimista.
Gabriela: (Cambia de tema en la conversación)
Parece un siglo desde que nos vimos en aquel pequeño apartamento
Lydia: ¡A ver!... ¿Dónde fue! ¡Ah, ya recordé! En el apartamento de la calle Mario Roso de Luna del barrio Rosales.
Teresa: Ese apartamento tiene algo especial, a lo mejor es el espíritu del antiguo inquilino que vivió antes de nosotras, ¿sabes a quién me refiero, Gabriela?
Gabriela: No lo sé… ¿A quién te refieres?
Teresa: ¿No lo sabes? Pues,  allí en ese pequeño espacio vivió tu compatriota Neftalí Reyes.
Gabriela: ¿El pequeño Neftalí? ¡No lo sabía! Por eso nos gustaba tanto. A Neftalí lo conocí en la Araucanía hacia 1920 o 21. Ahora es grande. Ahora es Pablo Neruda.
Teresa: En el tiempo del Barrio Rosales yo estaba muy enferma.
Gabriela: Pero ahora no lo estás
Lydia: Y ahora estamos, otra vez, las tres más grandes majaderas reunidas aquí en Macuto.
Teresa: Esta tierra me reconforta. Siempre quise volver a pisarla otra vez.
Gabriela: A ver y ¿por qué no me muestras el lugar?
Teresa: (La toma del brazo. La levanta. Caminan alrededor de la casa) Esta casa perteneció a mi amiga Emilia Ibarra. Aquí en el centro de la sala, ella hacía unas reuniones literarias. Venían los escritores más reconocidos del país…
Lydia: Y los intelectuales de Caracas… ¿No es así. Anita?
Teresa: Tal cual, Cabrita.
Gabriela: ¡Cómo le hubiera gustado esta casa a nuestro amigo Miguel de Unamuno!
Teresa: Y a Francis de Miomandre, ese pequeño francés.
Gabriela: Teresa, ¿Qué hace tan especial este lugar para ti?
(Se oyen paralelo la voz de Teresa y la Voz)
Voz y Teresa: "Yo tengo muy buenos recuerdos de Macuto. Allí escribí casi toda mi novela Ifigenia. Me encerraba a escribir en una casita en ruina. Oía las conversaciones de la gente por la calle. Les intrigaba a algunos los motivos que me llevaban a encerrarme en aquella casa que parecía horrible y a mí me encantaba"
Gabriela: Y no se han preguntado, ¿por qué estamos reunidas justo aquí?
Lydia: O mejor, ¿quién nos volvió a reunir?
Teresa: Lydia…Gabriela… Eso no interesa. Lo importante es que estamos reunidas de nuevo.
Gabriela: A lo mejor estamos reunidas aquí para cambiar algo.
Teresa: ¿Y eso no es lo que siempre hacemos cuando escribimos? Yo, por ejemplo, quise que mi María Eugenia Alonso, se revelara frente a esa Sociedad caraqueña pacata de principios del siglo XX
Lydia: Y yo recrear la cultura negra de mi Cuba.
Gabriela: Yo proteger a mi gente mapuche y recrear a mi Chile.
Lydia: Por eso digo que somos las tres grandes majaderas.
Teresa: Tienes razón Lydia; somos soñadoras en un mundo hostil interesado sólo en lo banal.
Gabriela: Estamos entrando en la modernidad donde las cosas,  lo espiritual, los seres humanos no tienen valor sino precio.
Teresa: Pero lo importante es que estamos juntas otra vez.
Lydia: ¿Por cuánto tiempo?
Teresa: ¿Qué hora es? (Silencio. Pausa larga)
Gabriela: “Siento mi corazón en la dulzura/ fundirse como ceras: /son un óleo tardo /y no un vino mis venas, /y siento que mi vida se va huyendo /callada y dulce como la gacela”. (Poema de Gabriela Mistral “Atardecer”)
Lydia: Hay que conjurar el mundo.
Teresa: ¿Cómo lo hacemos?
Lydia: ¿Le vas a preguntar a una cubana cómo conjurar?
Gabriela: ¿Qué debemos hacer?
Teresa: Cualquier cosa con tal de permanecer más tiempo en este lugar.
Lydia: Esto es algo que aprendí con los negros en Cuba
Gabriela: ¿Y no has pensado en escribir un libro con todos esos rituales?
Lydia: Tal vez sí lo haga, pero ahora hay que concentrarse en esta casa…en sus paredes…en sus ventanales…Hay que desear salir de  aquí. (Se baja la intensidad de la luz. Se escuchan tambores) Oggún ataré  agua bebenille Omó canilé cobi cobi, Oggún Aguanillé Omó atabale afebefun Ochosi elquiveca, albure fun inya iré quien illan iré quien edyó bani oké cuemi otolaya (Repite) Oggún ataré  agua bebenille Omó canilé cobi cobi, Oggún Aguanillé Omó atabale afebefun Ochosi elquiveca, albure fun inya iré quien illan iré quien edyó bani oké cuemi otolaya(Repite con voz alta) Oggún ataré  agua bebenille Omó canilé cobi cobi, Oggún Aguanillé Omó atabale afebefun Ochosi elquiveca, albure fun inya iré quien illan iré quien edyó bani oké cuemi otolaya (Cae al suelo. Silencio largo)
Gabriela: Me siento igual.
Teresa: No pasó nada.
Gabriela: Aún estamos en la casa.
Lydia: Pareciera que la casa nos atara.
Gabriela: Son tus recuerdos, Teresa, los que nos amarran.
Teresa: Al morir, lo único que queda son los recuerdos.
Gabriela: Los amores también. Por lo menos ustedes se tienen la una a la otra, yo en cambio, perdí mi único amor, mi madre.
Teresa: Pero la inmortalizaste en tus palabras.
Gabriela: Mi madre siempre estará entre las  líneas de mis poesías.
MEA: (Del Poema  La Fuga de Gabriela Mistral) “Madre mía, en el sueño ando por paisajes cardenosos: un monte negro que se contornea siempre, para alcanzar el otro monte; y en el que sigue estás tú vagamente, pero siempre hay otro monte redondo que circundar, para pagar el paso al monte de tu gozo y mi gozo”
Teresa: (Adopta una postura seria. Juega a ser una especie de Juez). ¡Ustedes! ¡Mujeres! ¿No saben que en nuestra tierra se les tiene prohibido a las mujeres escribir, pensar o sentir?
Lydia: Pero, Señor. ¿Por qué?
Teresa: Porque…porque (duda) porque…
Gabriela: A ver, ¿por qué, mijito?
Teresa: Porque son mujeres y les está prohibido pensar.
Lydia: ¿Y si nos resistimos?
Gabriela: Y no queremos seguir bajo esa Ley absurda
Lydia: Y discriminatoria.
Teresa: (Como una abuelita) Lo mejor para ustedes es aprender hacer calados.
Lydia: Yo no tengo habilidad para eso.
Teresa: Leer esas cosas que leen ustedes les llena la cabeza de cosas que no le corresponden a las mujeres.
Gabriela: A ver, ¿y qué les corresponde a las mujeres?
Teresa: No sé…Bordar… Aprender a cocinar…A vigilar las cosas propias de la casa.
Gabriela: Lo que debemos hacer es una Revolución.
Teresa: No se puede atentar contra la estabilidad de la cultura.
Gabriela: La cultura no puede estar por encima de los hombres y mujeres.
Lydia: Así es
Gabriela: Al fin y al cabo, somos nosotros quienes hacemos la cultura ¿o no, mijito?
Teresa: Ustedes se van a meter en problemas.
Gabriela: Las mujeres llevamos muchos siglos callando y sacrificándonos por los hombres
Teresa: ¡Ustedes! ¡Mujeres! ¡A callarse! No se hable más.
Gabriela: ¡Ah, no mijo! Ya te pusiste violento.
Teresa: ¡A callarse! (Se oyen campanas. Aparece María Eugenia Alonso MEA. Se paraliza la escena. Silencio)
MEA: Pronto, te vendrás conmigo.
Teresa: Yo no quiero. No quiero ir contigo.
MEA: Hoy es 23 de abril….
Teresa: (Corta a MEA) de 1936… (En voz alta) ¡Ya lo sé!
MEA: No es necesario levantar la voz, querida Ana Teresa Parra Sanojo
Teresa: Yo soy Teresa De La Parra
MEA: Seas quien sea; adivina, adivinador, quién se vendrá conmigo hoy.
Teresa: ¿Puedes dejar la ironía?
MEA: Tú me creaste, tu escritura posee ironía… ¿Cómo llamarla?... ¡Ah, ya!...Una ironía exquisita.
Teresa: Déjame en paz, por favor
(Se escuchan los sonidos de las campanas. Desaparece MEA)
Lydia: (A Teresa) ¡Anita! Ya se está acercando la hora.
Gabriela: ¡Corre, Teresa! ¡Corre! Que no te coja la fecha.
Lydia: ¡Escóndete, Anita! Que no te vean
Teresa: (Tranquila)  Hoy es 23 de abril de 1936
Gabriela: 23 de abril…
Lydia: De  1936
Teresa: (Tose)  No quiero que venga.
Lydia: ¿Y qué podemos hacer para evitarlo?
Gabriela: Nada…Absolutamente nada (Silencio)
Teresa: (Abruptamente) ¡Me opongo! ¡Me opongo!  Hay tantas cosas por las que luchar. No me parece justo que deba irme.
Lydia: Contra lo inevitable no se puede hacer nada más que esperar.
Gabriela: Estoy cansada de que se me imponga lo que debo hacer o pensar.
Teresa: Pareciera ser nuestro Destino.
Lydia: Somos mujeres y eso nos limita.
Gabriela: ¿Nos limita? (Silencio) ¿Nos limita?  Acaso estamos destinadas sólo a hacer las sombras de los hombres. Acaso no somos capaces de cambiar el mundo aunque sea a través de lo que escribimos. Acaso ya no es hora de que mostremos nuestras capacidades.
Teresa: No se puede hacer nada. A las mujeres nos toca sacrificarnos por la estabilidad social.
Gabriela: No pienses así. Eso es propio de las gentes   primitivas y tú no eres de esa manera.
Teresa: ¿Qué se puede hacer, Gabriela? Si este mundo está diseñado por y para los hombres.
Gabriela: Pero quienes lo mueven somos nosotras.
Teresa: Sólo ve la relación de Cabrita y mía. Según dicen, es una aberración ante la Sociedad y los ojos de Dios.
Gabriela: Lo de ustedes es muy puro.
Teresa: Nosotras las mujeres somos unas Ifigenias, nos entregamos para el bienestar de otros.
Gabriela: ¡No! ¡No! y ¡No! No me pliego a tu conformismo.
Lydia: ¡Silencio! ¡Ya no más! ¡No hay tiempo! (Abraza  y besa a Teresa en los labios) ¡Te amo mucho, Anita!
Teresa: Yo también a ti.
Gabriela: (A Lydia) Ojalá alguien me amara como tú amas a la bella venezolana. El amor de ustedes dos, aunque sea mal visto, siempre será amor.
(Lydia y Teresa se vuelven a besar. Aparece MEA)
MEA: (De Ifigenia de Teresa De La Parra) “¡Ah! ¡El beso!... ¡El beso!...Y pensando y filosofando de nuevo sobre el beso. Lenta, lentamente, comencé a pensar, también en la boca de Gabriel, y me di cuenta de que así, a distancia, yo no podía reproducir de ningún modo en el silencio de mi imaginación, la forma exacta de sus labios. Recordaba los dientes, y recordaba la risa, pero no podía recordar en absoluto el dibujo que tiene su boca, cuando se encuentra completamente serio…”
Teresa: (A MEA) ¡Eres una hipócrita!
MEA: Tú me creaste.
Teresa: Dices amar a Gabriel, pero te casas con otro.
MEA: ¿Y qué me dices de ti?
Teresa: ¡No te atrevas a condenarme!
MEA: ¿Cómo puedo hacerlo? Si soy una simple creación tuya.
Teresa: Sólo te cree porque me fastidiaba.
MEA: Pero yo hice que Europa y América te conocieran, sin mí,  seguirías siendo una mujer diletante del Valle de Caracas.
Teresa: No quiero seguir escuchándote. Eres una muchacha impertinente.
MEA: Nunca podrás alejarme de ti.
Teresa: (Camina hacia la puerta) Antes…Mucho antes, sentada, sola en las noches, te imaginaba… Eras mi Ifigenia que caminaba  a mí alrededor. Tú  y yo con los mismos pensamientos.
MEA: Pero ahora soy libre…Muy libre.
Teresa: Tú y yo con los mismos pensamientos.
MEA: Hoy es 23 de abril…Sólo eso importa. (Sale MEA)
Teresa: (En alta voz hacia MEA) ¡Tú y yo con los mismos pensamientos!
Lydia: ¡Anita! ¿Con quién hablas?
Teresa: Con nadie. Hablaba con mis pensamientos
Gabriela:(A Teresa) Esos pensamientos perdurarán.
Teresa: ¿Hasta cuándo?
Lydia: Mientras exista una sola persona que lea, el mundo mejor estará allí, en el espacio del subjuntivo.
Teresa: Estoy cansada (Tose). Esta tos que me recuerda mi mortalidad. (A Lydia) Ojalá que en otro espacio y tiempo, tú, querida Cabrita, y yo podamos vivir en paz.
Gabriela: ¡Bailemos!
Lydia: ¿Qué dices?
Gabriela: ¡Bailemos!
Teresa. Dices que bailemos. Acaso no escuchas
(Suenan unas campanadas)
Gabriela: ¡Claro que las escucho, mijita! Por eso, digo que bailemos…Las tres... Será, tal vez, nuestro último baile.
Lydia: (Con sarcasmo. Ríe) El baile de las tríbadas.
Teresa: (Con alegría) ¡Sí! ¡Bailemos! Bailemos en Macuto.
Lydia: ¿Y la música?
Gabriela: La imaginamos, mijita, la imaginamos.
Teresa: ¡A sus posiciones! (Aparece MEA. Gabriela y Lydia se toman de las manos. Teresa con MEA. Después intercambian parejas. Teresa con Lydia. Gabriela simula que baila con alguien: MEA se colocan frente a Gabriela y sin tocarla simula que baila con ella. Bailan el merengue caraqueño “La Ruperta”)
Gabriela: ¡Bailemos! ¡Bailemos! ¡La vida es un baile!
Lydia: Siempre te amaré…Amaré a Anita…Amaré a Teresa de la Parra
Teresa: Este diario de la señorita que escribía porque se fastidiaba se cierra para siempre. (Se oyen las campanas eufóricas. Bailan Teresa y María Eugenia Alonso) ¿Las oyen? Ya anuncian mi partida. Hoy es 23 de abril de 1936. Hoy es el último día de mi vida.
Voz: "Yo tengo muy buenos recuerdos de Macuto. Allí escribí casi toda mi novela Ifigenia. Me encerraba a escribir en una casita en ruina. Oía las conversaciones de la gente por la calle. Les intrigaba a algunos los motivos que me llevaban a encerrarme en aquella casa que parecía horrible y a mí me encantaba”

Fin.


Año 2015





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