Twitter: @bruno_mateo
IG: @brunomateoccs
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Como cada mañana el señor de las
escaleras de arriba, baja a comprar pan, justo enfrente del edificio. Yo lo
observo desde que oigo la cerradura de su puerta hasta que llega a la panadería
y pide, como siempre, una canilla, un poco de queso paisa y otro poco de jamón
de pavo. El hombre de aproximadamente unos 70 años se queda un rato parado en
el mostrador tomando, tal vez, un guayoyo o un café negro fuerte. No lo sé. El
señor habla animosamente con el dependiente. Se le ve lo apasionado. Mi curiosidad va más allá y me gustaría escuchar lo que
hablan. Puede ser que de política o de economía mundial –que es el tema
favorito de mis connacionales-, o quizás de una trivialidad. La vida de un
soltero como yo es simple. Se limita a apoderarse de la vida de los demás. Es una rutina pararme temprano. No
sé para qué. Escucho al señor de las escaleras de arriba. Les sigo los pasos.
Luego él se va de la panadería y yo a lo mío. Leer por Internet las nuevas
noticias del día. Noticias que sólo cambian de espacio y tiempo. Son iguales
día tras días. Iguales como las mujeres que conozco. La de ayer en la tarde era
morena. La de la semana pasada rubia, en realidad teñida. La de la otra semana
¿cómo será? Todas las tipas son iguales. Yo soy igual. Me voy directo a la
despensa saco el café en polvo. Los panes o la harina para hacer arepas. Lo que
sea. Medio preparo el desayuno y lo trago. Me desvisto y voy directo a la
regadera. Por un momento me distraigo en algunas cosas que debo hacer esta
mañana en la oficina. Me empiezo a enjabonar. Empiezo con el pecho. Los
pectorales están duros y las tetillas paradas. El gimnasio surte su efecto. Los
abdominales son delineados con firmeza por el constante ejercicio y mis nalgas duras como piedras. Escucho que
suena mi teléfono móvil. No le paro. Seguro es la mujer de ayer. Yo hice lo que
ella quiso que le hiciera. Nada más. No hay más. Mis muslos no están mal. Yo
soy hombre cuarentón interesante. No había pensado en eso. Estoy bien formado.
No soy feo. Y mi orgullo varonil está firme. Es mi llave del éxito. No es
chiquito, más bien es grande. Grande y grueso. Así me lo dijo una vez una mujer
de quien conservo sólo sensaciones de lujuria. Me lo enjabono con cuidado. Un
buen miembro es pasaporte al poder. Si
este bicho hablará, le digo con cariño. Yo soy un varón. Tremendo varón.
Vuelvo a escuchar el teléfono móvil. Termino de ducharme. El bicho está
alborotado. Pero ya no soy un muchacho para satisfacerme solo con mi mano. Me
quedo tranquilo. Se bajará solo. Me seco con la toalla de batalla. Le digo la
toalla de batalla porque es la que utilizo para secar a mis conquistas repentinas después que las
baño suavecito. Es acolchada y la tela te excita. Mi bicho aún está encarpado.
Trato de no pensar en ello. Pero no puedo dejar de hacerlo. Es demasiado grande
para hacer caso omiso. Será mejor que encienda la televisión. Un email me llega por el computador. Es mi
hermana. Me da un poco de vergüenza leerlo en estas condiciones de evidente
masculinidad. Mi hermana no lo va a ver. Pero yo si lo veo a él. Está firme.
Apunta en una perfecta perpendicular con mi cuerpo. Hasta en eso es perfecto el
desgraciado. No es curvo ni doblado. Es derecho. Si lo detallo, el bicho
resulta muy apetecible para las mujeres y para los gays supongo que también.
Ahora que lo pienso, el jefe mío que no tiene novia conocida, vive solo y
cocina bien. Él siempre me invita a ver los juegos en su casa. Dice que tiene
un televisor de plasma casi tan grande como las pantallas de cine. El tipo me invita desde que una vez fuimos al gimnasio y
nos metimos desnudos al vapor como hacemos todos los hombres. Nunca
he ido a su casa y ahora estoy seguro de que no lo haré. Pero el hombre insiste
mucho. ¿Será marico? Él no es amanerado. Eso no importa hay hombres casados con
hijos que son gays. Y ahora que veo a este bicho aquí parado y en plena condición máxima de
dureza no culpo a mi jefe ni a las mujeres con quien he estado. El carajo está
bueno. Lo digo sin echonerías. “Al César” lo que es “del César”. Pero, no es hora de ponerme
sensible. Tengo que ir al trabajo. Y el bicho no se baja. Me veo en el espejo y
me siento bien. Suena de nuevo el teléfono. Otro email de mi hermana. Ella dice que recuerde el cumpleaños de mamá.
No estoy para recordar nada. Quiero vestirme y no puedo. Mi compañero no me
quiere obedecer. ¿Será que me masturbo como un chamito de 15 años? ¡Coño! Pero
a estas alturas de mis años. Es triste pensar que un tipo en plena vigorosidad
de su energía sexual tenga que recurrir a esas salidas fáciles. Pero, ¿qué hago? Se está haciendo tarde y el “tipo” no se quiere bajar. Me pondré el interior.
¡Nada! El bulto es demasiado. Me lo agarró suave y empiezo a acariciarlo. De
verdad que es grande y grueso. Mi mano sube y baja. Empiezo a sentir un cierto
placer. Le doy con más vigor. Las sensaciones son más intensas. Si estuviera
aquí cualquier mujer no tendría necesidad de esto. Le sigo dando con un ritmo
medio. El “tipo” se agita y se pone duro. ¿Cuántas veces no hizo saltar de
placer a muchas? Y ahora está solito como desesperado. Mi mano se mueve de
arriba hacia abajo. Suena el celular.
Las sienes me palpitan. El teléfono suena. Le doy más rápido. Sigue
sonando. Emito un quejido. Parezco un toro bufando. El bicho está demasiado
duro. En pleno fervor. El celular suena. Lo tendré que agarrar. ¿Quién será?
Ufff. ¡Demasiado! Quiero una mujer. No la tengo. Veo la hora. Estoy retrasado.
Nada que puedo desahogarme y le doy más rápido. El celular ya no suena. Los
movimientos de mi mano son más fuertes. Me lo aprieto más. El bicho se pone rojo intenso. Tengo que
llegar. Le doy. Le doy. El teléfono vuelve a sonar. Ya llego. Le doy. Me
acuesto. Las piernas se endurecen y se estiran. Me arqueo hacia arriba. Las
nalgas no tocan el colchón. Le doy más rápido y me detengo. Suena el teléfono.
Me miro al espejo. Tengo cara de sexo. Me paro y me doy frente al espejo. El
“tipo” es grande. Le doy. Le doy. Le doy. Siento que ya viene. Siento que sale.
Sale. Sale. Ahí viene. No veo nada más. Alcanzo verme en el espejo. Es lo
último que vi.
***
La hermana abrió el apartamento
como a eso de las diez de la mañana. Su hermano nunca le respondió el teléfono
y no lo hará más. El yacía muerto frente al espejo. El cumpleaños de su madre
será el más infeliz de su vida.
Caracas, diciembre de 2008
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