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En la Antigua Grecia estaban prohibidos los abogados por el temor de
que la persona hábil en el arte de la oratoria pudiera seducir a los jueces.
Los hombres tenían que defenderse a sí mismos. Cuando las mujeres eran las
acusadas, podían requerir el servicio de un “orador”. Fue el caso de Friné, una
bellísima prostituta acusada del delito de “impiedad”.
CARLOS BERBELL Y YOLANDA RODRÍGUEZ.
Dicho delito consistía en no respetar los ritos que se debían realizar
por los dioses.
En la Grecia de aquel tiempo regía una justicia popular. El tribunal
estaba compuesto por ciudadanos elegidos por sorteo y las partes debían
defenderse a sí mismas, de acuerdo con la Ley de Solón.
Para los griegos, el mejor sistema de descubrir la verdad entre dos
personas era poniendo a una frente a la otra, dejando que cada una contara el
asunto a su manera, aportando las pruebas que considerasen relevantes, sin
permitir que un tercero interviniese.
A esta metodología la denominamos hoy careo.
Al jurado al que nos hemos referido lo denominaban Heliea y estaba
compuesto por 6.000 ciudadanos, aunque normalmente sus miembros variaban según
los temas a tratar. Para un proceso privado solían ser 201, pero cuando era
público su número variaba de 501 a 1501. 1501 jurados. Todos eran elegidos por
sorteo.
Aquello debía ser inmanejable, se dirán ustedes. Debía de serlo, pero
era la consecuencia del ejercicio de una democracia libre y directa.
En detrimento del sistema hay que aclarar que la actividad de defensa
era un puro ejercicio de elocuencia por el que se trataba más de conmover que
de convencer.
Y como no todos los que tenían problemas legales habían nacido con el
don de la oratoria, solían contratar los servicios de los logógrafos jurídicos,
antecedentes directos de los actuales abogados, quienes, tras estudiar los
casos, les daban forma y redactaban un discurso que luego, sus clientes,
memorizaban para exponerlo ante el jurado popular.
El espacio en el que se celebraban los juicios era el Aerópago, que era
considerado un lugar sagrado.
Por ello, antes de cada audiencia, era regado con agua limpia con el
fin de recordar a los jurados y a los litigantes que en él sólo debía entrar lo
que era puro y nada más.
La acusación contra Friné era de las más graves que se podían articular
contra nadie. La hetaira -nombre que recibían las prostitutas en Grecia- lo
sabía muy bien. El gran filósofo Sócrates se vio obligado a suicidarse por una
acusación idéntica.
Friné no se llamaba realmente Friné. Era su “nombre artístico”. Su
verdadero nombre era Mnēsarétē, que significaba “comemorando la virtud”. Pero
debido a la tez amarillenta de su piel le pusieron el mote de Friné (sapo). Esa
era la costumbre para las cortesanas y prostitutas.
Esta mujer nació en el año 371 antes de nuestra era y se supone que
inspiró al Apeles, el pintor, su obra “Afrodita emergente, saliendo del mar”, y
al escultor Praxiteles -amante suyo- que la tomó como modelo para su estatua de
Afrodita de Knidos.
FRINÉ PIDIÓ AYUDA AL ORADOR HIPÉRIDES
La prostituta Friné pidió ayuda a su amigo y amante Hipérides -y uno de
los mejores oradores del momento- para que la representara ante el Aerópago.
A pesar de que Hipérides se lo preparó a fondo y de que fue una de las
mejores intervenciones de su vida, no consiguió convencer al jurado con su
conmovedor discurso, que le había escrito ex profeso Anaxímedes deLampsacus.
Por ello se vio obligado a utilizar su “bala de plata”.
O dicho de otro modo, el “plan B”.
Hipérides miró al jurado. Friné estaba de pie junto a él, cubierta con
una vestimenta ligera.
En un momento dado, sorpresivamente, desnudó a Friné ante sus señorías.
El impacto debió ser brutal, teniendo en cuenta que el jurado estaba
compuesto sólo por hombres, porque las mujeres no contaban.
Un momento que reprodujo con maestría el pintor y escultor francés
Jean-Léon Gérôme, en su cuadro “Friné ante el aerópago”, fechado en 1861, y que
ilustra este artículo.
Según dice la historia, el famoso “orador” convenció al tribunal de que
no podía, ni debía, privar al mundo de la belleza de Friné, que se asemejaba a
la de la propia diosa del amor, Afrodita.
En consecuencia -era de esperar, visto lo visto-, Friné fue absuelta.
FUENTE DE INSPIRACIÓN PARA LOS ARTISTAS
El juicio a Friné ha inspirado a
pintores a lo largo de la historia, empezando por el mencionado Jean-Léon
Gérôme, y siguiendo por su compatriota José Frappa, con su “Friné”, de 1904, y
el británico Joseph Mallord William Turner, con “Friné acude a los baños
públicos como Venus”, y también a escultores de la dimensión del estadoundiense
Albert Weine, autor de Friné, en 1948.
El poeta francés Charles Baudelaire escribió sus poemas “Lesbos” y “La
belleza”, pensando en Friné, y el poeta y escritor austriaco Rainer Maria Rilke
produjo “Los flamencos”.
El compositor y director francés Camille Saint-Saëns escribió la ópera
“Friné”; el escritor, poeta y periodista Dimitris Varos y su colega polaco
Witold Jablonski, por su parte, publicaron sendos volúmenes sobre la famosa
etaira.
El cine también se vio seducido por la historia de la hetaira. En 1953
se estrenó la película “Friné, cortesana de Oriente”, de producción italiana y
dirigida por Mario Bonnard.
En el foro romano, donde se administraba públicamente justicia, hacían
lo mismo que en Grecia. En esto también copiaron los romanos a los griegos.
Vertían agua sagrada en el foro donde se celebraba el juicio y se
invocaba a las divinidades porque los juicios estaban fuertemente enraizados en
la religión y, eran, por lo tanto una prolongación de ella.
Fue precisamente en Roma, de la que España fue provincia, en el foro,
en el aerópago romano, donde nació el oficio de abogado.
A los patricios romanos les correspondía la obligación de defender a
los suyos ante los tribunales, pero el desarrollo de la ciencia jurídica llevó
a encomendar a personas expertas en Derecho tal cometido.
Entonces aparecieron los jurisconsultos, que eran los que evacuaban las
consultas que se les hacían sobre cuestiones jurídicas, y los “oratores”, que
eran los que informaban ante los tribunales.
De esa manera nació en Roma, antecedente y fuente de la civilización
occidental, un oficio vital hoy en día para beneficio de todos los ciudadanos.
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