miércoles, 7 de mayo de 2014

Para Senel Paz su obra Fresa y Chocolate no refleja la Cuba de hoy

Cortesía de El nacional
En el Diario Ciudad Ccs del 6/5//2014 hay un excelente artículo sobre el montaje de "Fresa y chocolate" de Héctor Manrique para la 3era edición del Festival de teatro da Caracas, el cual reproducimos aquí en su totalidad.

ANÁLISIS
WERTHER SANDOVAL

Tras la lectura de dos versiones teatrales de Fresa y Chocolate hechas por Senel Paz, ambas basadas en su cuento El lobo, el bosque y el hombre nuevo, una escrita en 1994 y otra en 2013; y luego de observar las modificaciones realizadas a esta última por Héctor Manrique para su puesta en escena durante el Festival de Teatro de Caracas, la primera e incómoda reflexión que surge es qué necesidad tenían estos autores para hacer del comunista David un más acérrimo ortodoxo comunista; del maricón Diego un marico más marico; y del comunista Ismael, amigo de David, un comunista agresivo, invasivo y torturador.

 Incómoda reflexión, porque si alguna cualidad tiene el cuento de Senel, que lo hizo merecedor del Premio Juan Rulfo, es su carácter para hacer de lo local universal un atributo que se desprende al lograr darle trascendencia a una relación conflictiva dentro de una Revolución como la cubana, la cual se desarrolla dentro de la homofobia en tanto fenómeno cultural de toda sociedad machista.

 Una de las primeras variantes es introducida por el mismo Senel. Al comienzo del cuento escrito en 1990, en la Heladería Coppelia, Diego muestra intencional y “accidentalmente” a David el libro La guerra del fin del mundo de Mario Vargas Llosa y de inmediato le dice: “Es un material demasiado explosivo para exhibirlo en público. Nuestros policías son cultos”.
No obstante, en las versiones teatrales aparecen “libros”, así, en general, no el de Vargas Llosa. En estos guiones Senel añade a las palabras de Diego “… Si pasa uno (policía culto) y nos agarra con este material, ¡muchacho!, mañana mismo estamos cortando caña en un campo de concentración”, expresión rechazada por David, quien niega de inmediato la existencia de campos de concentración en Cuba.

 También Senel introduce en las versiones teatrales de 1994 y 2013 (esta última puesta sobre las tablas por Manrique), un soliloquio de David que lo exhibe como un vulgar homofóbico, al señalar, en el instante cuando se queda solo en la sala del apartamento de Diego, que “robarle a un maricón no es robar”, en la versión 1994; y “quitarle cosas a un maricón no es robar”, en la de 2013. Ambas frases no están presentes en el cuento.

 Tal como ya he señalado, el cuento de Senel otorga a David, a Diego y a Ismael un sentido de dignidad que en ningún instante permite asomar un atisbo de sumisión, de persona humillada, tal como el rol que Manrique –e incluso Senel– le imponen finalmente a David, quien es mostrado en la última versión teatral –escrita por Senel y aderezada por Manrique– con una actitud corporal encorvada, genuflexa y cuasillorona.

 En la versión teatral de Senel 2013, cuando Diego recoge sus pertenencias para dárselas a David, saca la botella de “whisky” del escondite y la pone sobre la mesa. “Luego –escribe Senel–, David toma la botella y la saca de la vista de Diego sin que este se dé cuenta”. Transcurrido un lapso, el mismo autor añade: “En algún momento, con el vaso en la mano, (Diego) busca la botella para servirse pero no la encuentra, comprende que David debe haberla escondido y sin reclamar abandona el vaso”.

No obstante, pese a ser esta versión de 2013 la entregada por Senel a Manrique, este director pone a David, en un descuido de Diego, a sacar sigilosamente la botella de whisky del escaparate para de inmediato esconderla tras la butaca, un acto que lejos de mostrar cariño al evitar un supuesto exceso de tragos de Diego, exhibe a David como lambucio, sediento de licor del “enemigo”.

Pero el cambio en las versiones que saca al cuento de su trascendencia y prodigiosidad original para ubicarlo en un contexto societal cargado de prejuicios homofóbicos y actuaciones represivas de políticas institucionales, ya en proceso de superación en la sociedad cubana, es el ocurrido con Ismael, también llamado Miguel en las versiones teatrales.

 En el cuento ocurre un segundo y último encuentro entre David e Ismael, donde el primero le dice al segundo: “Me confundí. Ese muchacho (Diego) es buena persona, un pobre diablo, y no vale la pena seguir vigilándolo”, y de inmediato responde Ismael con ironía: “¿Pero no decías que es un contrarrevolucionario?”. Luego David narra: “(Ismael) Me habló de cualquier cosa, y al despedirnos, me colocó una mano en el hombro y me pidió que no nos dejáramos ver. Entendí que me liberaba de mi compromiso de agente y que comenzaba nuestra amistad”.

También para darle una connotación política a un problema de homofobia, en la versión de 2013 Manrique agrega la frase: “Este gobierno no me quiere”, cuando en el cuento y en las dos versiones teatrales solo se dice: “Este país no me quiere”.

Sin embargo, en las dos versiones escritas por Senel en 1994 y 2013, esta última aderezada por Manrique, Ismael (Miguel, en la versión teatral) invade el apartamento de Diego. Según el guión 2013: “Pelean. En el forcejeo enseguida Miguel domina. Arrincona a Diego, lo pone de espalda contra la pared, y a la vez que le pega se restriega contra su cuerpo. Miguel le dice: ¡Te voy a dar de lo que te gusta para que te enteres de lo que es un hombre de verdad, no el flojo de David!”.

En la versión de 2013 escrita por Senel solo ocurre este acto violento. Esta escena no figura en el cuento.

 En la versión puesta en escena por Manrique, Miguel es mostrado como un hombre violento con barba y tabaco encendido –para simbolizarlo con la Revolución cubana–, que en todas las escenas donde aparece, sin excepción, golpea a David y a Diego, a quienes domina hasta lanzarlos al piso con una golpiza tan fuerte que los echa al piso boca abajo, escena que denota de manera manifiesta el supuesto carácter represivo, dictatorial del gobierno cubano y, por extensión ideológica, del bolivariano.

 Entrevistado vía telefónica, Senel afirma que no ha visto la puesta en escena de Manrique, pero aclara que el teatro es algo vivo que se rehace. “Yo revisé la obra, pero creo que los directores tienen libertad para agregarle cosas y adaptarlas al contexto cuando la están haciendo. Yo hago aclaraciones cuando toca contenido, pero no he visto la obra de Manrique”.

“Quizás lo más desarrollado en mi última versión teatral sea una mayor indagación en el personaje de Diego, sobre la soledad y la amistad. Busco más en los personajes que en el contexto. Busqué también que la especificidad cubana no la abstraiga de otros públicos, pues también está siendo llevada a Nueva York y Buenos Aires. Hoy la homofobia en Cuba desde las institucionales ha evolucionado y para bien. Incluso hoy esta obra puesta en Cuba estaría desactualizada porque el contexto es distinto”.
06/05/14.-

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