Juan Griego.
por Alexis Alvarado S. (Bruno)
Caracas, enero 2012
Juan Griego tiene un encanto especial para mí, no tiene grandes centros comerciales, y de verdad, salir de Caracas con su Sambil, Millenium, Galerias para ir a meterse a La Vela o el Sambil de Margarita me da como un corto circuito cerebral; por ello, me agrada Juan Griego. Allí encuentras el camino de la fantasía, o sea, el bulevard de tiendas de las “Mil una noche”, no porque te vas a encontrar a Sherezade sino por la cantidad de árabes dueños de tiendas y comercios. Juan Griego, en lo comercial, es territorio del “bueno, bonito y barato”. Al entrar a cualquier establecimiento, ellos hablan en su idioma y si te están mentado la madre, tú ni cuentas te das. Pero, eso no sólo se limita a la “mano invisible” de Adam Smith. ¡Gracias a la Virgen del Valle! Frente a este mini bulevar está la playa, que los caraqueños a la moda no visitan porque no entra en los estándares de la aldea global, llena de embarcaciones y muchas aves de mar revoloteando. La arena es cálida. El agua fría. El sol cae directamente sobre mi cuerpo pálido (ya no tanto). Es una playa familiar. Muchos niños y niñas. Los tipos con una botella de licor en la mano. Eso es característico en la isla. ¡Claro! El licor es barato. Aquí si funciona el puerto libre. El turista se reconoce muy rápido por la vestimenta que lleva. Las mujeres se visten con pareos, lentes de sol que cubren toda la cara, la cartera inmensa con colores, que el comercio, les dice caribeños (amarillo, naranja, azul eléctrico, rojo), unas sandalias estilo romano amarradas casi hasta las rodillas, un sombrero-pamela gigante que parece más bien una sombrilla de playa, y por supuesto, el BB pegado a la oreja. Los hombres usan franelas al estilo Mac Tiger o alusivas a su equipo de beisbol, bermudas que hagan juego, algunos usan medias con zapatos Adidas, Puma, Merrell, otros calzan sandalias Tommy Hilfiger, una riñonera de la misma marca de su calzado, lentes de sol Rayban, Persol, Police, Oklay, la gorra y ¿adivinen qué? el BB. Yo, cual morsa, tumbado en la arena contemplaba el azul del mar uniéndose con el límpido azul del cielo. Así de la nada, aparecen una ristra de niños margariteños, a los cuales no entendía por la rapidez con que hablan, pidiendo dinero. Tengo por convicción espiritual no regalar plata a casi nadie. Estos niños eran bastante insistentes, pero no cedí a su pedidera. Les ofrecí comida a cambio y no me lo aceptaron. Así que seguí en mi contemplación hasta que se hizo las 5 de tarde, hora de ir a comer.
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