lunes, 30 de mayo de 2011

La Ostra y el grano de arena

De Efrén Porras Cardozo

¡Estoy desganada!

No tengo ganas de comer, no sé por qué,… no me provoca ni un buche de busco.

La fiesta era a todo dar. ¡Qué lujo! Había muchos destellos de dorados, plateados, lentejuelas, canutillos, piedras preciosas como los diamantes, brillantes, rubíes, topacios, amatistas, entre otras, pero por sobretodo muchas perlas brillantes, nacaradas de todos los colores.

Me extasiaba el desfile de anfitriones con sus cargas de viandas de exquisitos “canapés”. Las bien vestidas mesas con sus arreglos de frutas tropicales, las de las flores exóticas, la mesa de los quesos, las de los manjares exhibiendo todo el buen gusto gastronómico de los dueños de casa, el ejército de elegantes servidores, listo para la repartición del “Bufet”. Veía la comida y con verla me sentía el estómago lleno. Me provocaba vómito. Me controlaba por los que me rodean para no hacer el ridículo.

Mientras tanto, el tren de mesoneros transportan las copas llenas de Champaña “La vieja Chocha” que embriagan el ambiente atestado de todo el grupo que festeja con alegría tremenda y grande borrachera. Ya se podía ver el efecto del licor sobre los invitados.

Yo sin ganas de comer ni de beber, me siento extraña, con unos retorcijones en mi panza, me ponían roja del dolor, con unos frustrantes deseos de gritar, sudando gotas, goterones, lluvias, aguaceros, tormentas, ríos, mares, lagos y deslaves de sudor. Dentro de esta exclusiva esfera contenía mi sufrimiento, al ver la elegancia de los distinguidos convidados que comprenden por la expresión dolorosa de mi rostro, que algo anormal está sucediendo.

Empiezo a sospechar, pierdo el conocimiento por lo que se me viene encima: ¡Ay, my God! (Porque hablo inglés), el momento no era el más indicado para tan magno suceso, tantos ojos viendo aquello, abro de nuevo los ojos y veo una cara que con su voz me decía: “¡Puja!, ¡puja!” Yo le respondía, con lágrimas en mis ojos (como la canción), “¡No puedo!, No, no, no, no puedo”. La comadrona, decía: “Allí viene, ábrete más”. De repente mis conchas se dilataron y de mí salió una pelotica redonda, bella y tierna de color de arena mojada…la perla más extraordinaria que ninguna concha en ningún mar de ningún océano hubo tenido. Todos aplaudieron.
¡Qué pesadilla tan fenomenal ¡…Soñé que me había entrado un grano de arena...

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