viernes, 29 de enero de 2010

NI FOLKLÓRICO NI MASIVO ¿QUÉ ES LO POPULAR?




Néstor García Canclini

El tratamiento de lo popular, como especificidad de la cultura y como expresión de la comunicación, ha venido siendo abordado
por comunicadores sociales y antropólogos desde distintas matrices de interpretación y desde premisas que no siempre han
contribuido a profundizar en el estudio de sus implicancias; y su íntima vinculación.

En esta ocasión el destacado investigador Néstor García Canclini asume el análisis de este hecho descubriendo las limitaciones
que han estado presentes y reclamando una metodología de trabajo transdisciplinario como condición Indispensable para una
investigación integral sobre las culturas populares.
Hay éxitos tristes. Por ejemplo el de palabras como popular, que casi no se usaba, luego fue adquiriendo la mayúscula y acaba escribiéndose entre comillas. Cuando sólo era utilizada por los folcloristas parecía fácil entender a qué se referían: las costumbres
eran populares por su tradicionalidad, la literatura porque era oral, las artesanías porque se hacían manualmente. Tradicional, oral y manual: lo popular era el otro nombre de lo primitivo, el que se empleaba en las sociedades modernas.

Con el desarrollo de la modernidad, con las migraciones, la urbanización y la industrialización (incluso de la cultura), todo se volvió
más complejo. Una zamba bailada en televisión ¿es popular? ¿Y las artesanías convertidas en objetos decorativos de departamentos?
¿Y una telenovela vista por quince millones de espectadores? Hay una vasta bibliografía que habla de cultura popular en espacios
muy diversos: el indígena y el obrero, el campesino y el urbano, las artesanías y la comunicación masiva. ¿Puede la misma fórmula
ser usada en tantos territorios?

Hasta ahora estas preguntas han recibido, más que soluciones científicas, respuestas editoriales e institucionales. Se reúne un grupo
de artículos heterogéneos o se organiza un simposio multimático y se les coloca como título -la cultura popular-. Estos agrupamientos no siempre son arbitrarios. A veces, los provoca el interés de responder a una disponibilidad del mercado editorial o
académico. En otros casos, se quiere enfrentar una necesidad cultural o política: cuando se crea un museo para difundir las diversas culturas de un país, o cuando se organiza un movimiento popular urbano que agrupa a sectores subalternos con objetivos -comunes
más allá de sus diferencias étnicas o laborales. El éxito público de la denominación radica justamente en su capacidad de reunir a grupos tan diversos, cuya común situación de subalternidad no se deja nombrar suficientemente por lo étnico (indio), ni por el lugar
en las relaciones de producción (obrero), ni por el ámbito geográfico (cultura campesina o urbana). Lo popular permite abarcar sintéticamente todas estas situaciones de subordinación y dar una identidad compartida a los grupos que coinciden en ese proyecto
solidario. Por eso, el término popular se ha extendido como nombre de partidos políticos, revoluciones y movimientos sociales.

En esta polisemia reside también su debilidad. Lo popular no corresponde con precisión a un referente empírico, a sujetos o
situaciones sociales nítidamente identificables en la realidad. Es una construcción ideológica, cuya consistencia teórica está aún por alcanzarse. Es más un campo de trabajo que un objeto de estudio científicamente delimitado. No obstante, debiéramos poder plantear
el problema científico con cierta independencia de las presiones y los intereses históricos que condicionan excesivamente las maneras en que las ciencias sociales se interrogan por lo popular. No estamos pretendiendo una imposible asepsia del discurso científico respecto del entorno en que es producido, circula y se usa. Si bien ninguna práctica social puede desentenderse enteramente de su contexto, pensamos que una propiedad de trabajo científico es volver visible y discutible, y por tanto un poco más neutralizable, la relación entre su discurso y las condiciones en que se engendra.

Para encarar la crisis actual de la teoría sobre la cultura popular, uno de los problemas claves es la divergencia entre dos tendenciascientíficas opuestas: la antropología y los estudios sobre comunicación. Hay que preguntarse por qué se desarrollaron Í separadas, con estilos de trabajo tan distintos. Señalaremos brevemente los rasgos propios de cada paradigma y sus modos de ocuparse de lopopular. Analizaremos luego qué ha significado para cada uno su parcialidad y que cambios les provocaría tomar en cuenta la mirada opuesta. A partir de este debate intentaremos, ver si un enfoque transdisciplinario nos ayudaría a definir mejor qué
entendemos por cultura popular -y también por cultura masiva-, si aún pueden sostenerse esos nombres, y cómo estudiarlas en una época que reformula las relaciones entre tradición, y modernidad, entre las formas locales de sociabilidad y las que promueven las
nuevas tecnologías.

LA REDUCCIÓN DE LO POPULAR A LO FOLKLÓRICO


Cuando lo popular todavía no era lo popular -se lo llamaba cultura indígena o folclore- la antropología y esa pasión coleccionista y
descriptiva por lo exótico denominada precisamente folclore eran las únicas disciplinas dedicadas a conocerlo. Así fue en las metrópolis y en América Latina. En Europa, el estudio de lo popular no era, hasta el siglo XVIII, un interés de las personas
"educadas". Las fascinaban a veces las culturas de pueblos lejanos (celtas, indios americanos, negros del África), pero la información sobre sus costumbres fue producto de una curiosidad errática y tarea de anticuarios(1). En el XIX, la formación de estados
nacionales, que trataban de unificar a todos los grupos de cada país, suscitó interés por conocer a los sectores subalternos para ver cómo se los podía integrar En la misma época, los románticos impulsaron el estudio del folclore exaltando, frente al intelectualismo
iluminista, los sentimientos y las maneras populares, de expresarlos; ante el cosmopolitismo de la Literatura clásica, las situaciones particulares, las diferencias y el valor de la vida local. Sólo a fines del siglo XIX, cuando se fundan sociedades para estudiar el
folclore en Inglaterra, Francia, e Italia, lo popular entra en el horizonte de la investigación. Bajo las exigencias científicas delpositivismo, se buscó conocer empíricamente los mitos y leyendas, las fiestas y las artesanías, los hábitos y las instituciones. Pero las
frondosas descripciones casi nunca trascienden la enumeración y el catálogo, no llegan a explicar el sentido de lo popular al no situarlo en las condiciones generales de desarrollo socioeconómico(2).

América Latina repite esta historia. En países tan dispares como la Argentina, Brasil, Perú y México los estudios antropológicos y
folclóricos dieron un vasto conocimiento empírico sobre los grupos étnicos, sus estructuras económicas, sus relaciones sociales y
aspectos culturales como la religiosidad, los rituales, los procesos simbólicos en la medicina, las fiestas y las artesanías. En muchos
de esos trabajos se percibe una compenetración profunda con el mundo indio, el esfuerzo por reivindicar su lugar y su valor dentro de
la cultura nacional. Pero gran parte de esos textos presentan dificultades teóricas y epistemológicas que limitan el valor del
conocimiento obtenido. Los estudios antropológicos son generalmente monografías de orientación culturalista que describen comunidades locales o grupos étnicos. Seleccionan los rasgos tradicionales, "primitivos", de una comunidad aislada y reducen su
explicación, cuando la buscan, a la lógica interna del grupo estudiado.
La recolección de datos es sesgada por la intención de concentrarse en los aspectos "puros" de la identidad étnica y prestar atención únicamente a lo que diferencia a ese grupo de otros o resiste la penetración occidental; dejan de lado, por lo tanto, la creciente
interacción con la sociedad nacional y aún con el mercado económico y simbólico transnacional. 0 la reducen al aséptico "contacto entre culturas" ante la falta de conceptos adecuados para interpretar las formas en que los ,grupos indígenas reproducen en su
interior el desarrollo capitalista o construyen con él formaciones mixtas. Los conflictos, cuando se admiten, son vistos como si sólo se produjeran entre dos bloques homogéneos: la sociedad "colonial" y el grupo étnico. En el estudio de la etnia, registran únicamente
las relaciones sociales igualitarias o de reciprocidad que permiten considerarla "comunidad", sin desigualdades internas, enfrentada compactamente al poder "invasor". En algunas versiones recientes, que intentan dar cuenta de los cambios modernizadores, se
reconoce -además de la dominación externa- la apropiación de sus elementos -por parte de la cultura dominada, pero sólo se toman en cuenta aquellos que el grupo acepta según "sus propios intereses" o a los que puede dar un sentido de "resistencia" . Por eso, existen tan pocos análisis de los procesos en que una etnia, o la mayor parte de ella, admite la remodelación que los dominadores hacen de su cultura, se subordina voluntariamente a formas de producción o a movimientos religiosos occidentales (desde el
catolicismo hasta los pentecostales), e incorpora como proyecto propio los cambios modernizadores y la integración a la sociedad nacional. Menos frecuentes, aún, son las investigaciones que examinan los procedimientos a través de los cuales las culturas
tradicionales de los indígenas y, campesinos convergen sincréticamente, con diversas modalidades de cultura urbana (la obrera, las que generan la vida en la ciudad y las comunicaciones masivas), estableciendo formas híbridas de existencia de "lo popular ".
En cuanto a los estudios folclóricos latinoamericanos, estuvieron ligados, como en Europa, a la formación, de la conciencia nacional, sirvieron para redefinir el lugar de los sectores populares en el desarrollo de cada país y de los propios intelectuales que se ocupaban
de conocerlos. El escaso rigor de estos trabajos deriva de la ideología romántica o la metodología empirista con que fueron realizados, la falta de formación profesional o el saber anquilosado de muchos folcloristas y la subordinación de sus tareas a la fundamentación
política de identidades nacionales entendidas como tradiciones embalsamadas.
Al examinar los estudios folclóricos en Brasil, Renato Ortiz encuentra tres objetivos principales: a) establecer el terreno de una nacionalidad brasileña como resultado del cruce de lo negro, lo blanco y lo indio; b) dar a los intelectuales que se dedican a la cultura
popular un recurso simbólico a través del cual puedan tomar conciencia y expresar la situación periférica de su país; e) posibilitar a esos intelectuales afirmarse profesionalmente en relación con un sistema moderno de producción cultural, del que se sienten
excluidos (en Brasil el estudio del folclore se hace fuera de las universidades, en instituciones tradicionales como los, Institutos Históricos Geográficos, que tienen un visión anacrónica de la cultura y desconocen las técnicas modernas del trabajo intelectual).
Ortíz agrega que el estudio del folclore va asociado también a los avances de la conciencia regional, opuesta a la centralización delEstado: "En el momento en que una élite local pierde poder, se produce un florecimiento de los estudios de cultura popular; un autor
como Gilberto Freyre podría tal vez ser tomado como representante paradigmático de esta élite que procura reequilibrar su capital simbólico a través de una temática regional". (3)
En México, una larga etapa de los estudios antropológicos y folclóricos estuvo condicionada por los objetivos ideológicos post-revolucionarios de construir una nación unificada, más allá de las divisiones económicas, lingüísticas y políticas que
fracturaban al país. La influencia de la escuela finlandesa en los folcloristas (recordemos su lema: Dejémonos de teoría. Lo importante
es coleccionar") fomentó un empirismo plano en la recolección y catalogación de los materiales, el tratamiento, analítico de la
información y una pobre interpretación contextual de los hechos, aún en los autores más esmerados, Vicente T. Mendoza, Martínez
Peñaloza y Rubin de la Borbolha. Por eso, la mayoría de los libros sobre artesanías, fiestas, poesía y música tradicionales enumeran y
exaltan los productos populares, sin ubicarlos en la lógica presente de las relaciones sociales.

Esta descontextualización es aún más
visible en los museos de folclore o arte popular. Exhiben las vasijas y los tejidos despojándolos de toda referencia a las prácticas
cotidianas para las que fueron hechos.
Son excepcionales los que incluyen formas contemporáneas de la vida popular, como el Museo Nacional de Culturas Populares de la
ciudad de México, creado hace cuatro años, que rompe con estos estereotipos. La mayoría se limita a enlistar y clasificar aquellas
piezas que representan las tradiciones y sobresalen por su resistencia o su indiferencia a los cambios.
Pese a la abundancia de descripciones, los folcloristas dan muy pocas explicaciones sobre lo popular. Hay que reconocer su mirada
perspicaz sobre lo que durante mucho tiempo escapó a la macrohistoria o a los discursos científicos hegemónicos, su capacidad para
percibir lo periférico, lo que en el pasado, desde el trabajo de los marginados, funda el presente.
Pero casi nunca dicen por qué lo periférico es importante, qué procesos sociales dan a las tradiciones una función actual. No logran
reformular su objeto de estudio de acuerdo con el desarrollo de sociedades donde los hechos culturales raras veces tienen los rasgos
que define y valoriza el folclore. Ni son producidos manual o artesanalmente, ni son estrictamente tradicionales (transmitidos de una
generación a otra), ni circulan en forma oral de persona a persona, ni son anónimos, ni se aprenden y transmiten fuera de las
instituciones. o de programas educativos y comunicacionales masivos.
Sin duda, la aproximación folclórica conserva utilidad para conocer hechos que en las sociedades contemporáneas guardan algunos
de esos rasgos. Pero si queremos alcanzar una visión amplia de lo popular es preciso situarlo en las condiciones industriales de
producción, circulación y consumo bajo las cuales se organiza en nuestros días la cultura. La principal ausencia del discurso folclórico
es no interrogarse por lo que les pasa a las culturas populares cuando la sociedad se vuelve masiva. El folclore es un intento
melancólico por sustraer lo tradicional al reordenamiento industrial del mundo simbólico y fijarlo en las formas artesanales de producción
y comunicación. Esta es la razón por la que los folcloristas casi nunca tienen otra política para proponer respecto de las
culturas populares que su "rescate' 'ni encuentran mejor espacio para defenderlas que el museo.

EL LUGAR DE LO POPULAR EN LA CULTURA MASIVA

Los estudios sobre comunicación masiva se han ocupado de lo popular desde el ángulo opuesto. Para los comunicólogos, lo popular
no es el resultado de las tradiciones, ni de la personalidad "espiritual" de cada pueblo, ni se define por su carácter manual, artesanal,
oral, en suma premoderno. Desde la comunicación masiva, la cultura popular contemporánea se constituye a partir de los medios
electrónicos, no es resultado de las diferencias locales sino de la acción homogeneizadora de la industria cultural.
Gracias a las investigaciones sobre comunicación masiva, se han vuelto evidentes aspectos centrales de las culturas populares que no
proceden de la herencia histórica de cada pueblo, ni de su inserción en las relaciones de producción, sino de otros espacios de
reproducción y control social, como son la información y el consumo. Estos estudios dan un conocimiento valioso sobre las
estrategias de los medios y la estructura del mercado comunicacional. Pero su modo de ocuparse de la cultura popular, merece varias
críticas. Por una parte, acostumbran concebir la cultura masiva como instrumento del poder para manipular a las clases populares.
Asimismo, adoptan la perspectiva de la producción de mensajes y descuidan la recepción y la apropiación. Por último, suelen reducir
sus análisis de los procesos comunicacionales a los medios electrónicos.
A pesar de las críticas que desde hace quince años se formulan a la tesis de la manipulación omnipotente de los medios, en la mayor
parte de la bibliografía analizar la cultura equivale a describir las maniobras de la dominación. Bajo la influencia de la escuela de
Frankfurt y de los libros del primer Mattelart, se concibe el poder comunicacional como atributo de un sistema monopólico que,
administrado por las transnacionales y la burguesía, podría imponer los valores y opiniones dominantes al resto de las clases. La
eficacia de este sistema- residiría no sólo en la amplia difusión que los medios proporcionan a los mensajes, sino en la manipulación
inconsciente de los receptores. Los destinatarios son vistos como pasivos ejecutantes de las prácticas impuestas por la dominación.
En la base de esta concepción instrumentalista de la cultura masiva hay una imagen del poder que denominamos "teológica", pues lo
imagina omnipotente y omnipresente. Dado que éste es el núcleo teórico del problema, la cuestión no se arregla admitiendo que los
receptores no son tan pasivos o complejizando un poco la interpretación sobre las acciones de los medios. Es necesario dejar de
concebir el poder como bloques de estructuras institucionales, fijados en tareas preestablecidas (dominar, manipular), o como mecanismos
de imposición vertical. A partir de la obra de Foucault, sabemos que el poder es una relación social diseminada, por lo cual
no debemos buscarlo en "un punto central, en un foco único de soberanía del cual irradiarían formas derivadas y descendientes".
Dado que no es algo que se adquiera", no puede estar atrapado en una institución, en el Estado o en los medios comunicacionales.
No es cierta potencia de la que algunos estarían dotados: "es el nombre que se presta a una situación estratégica en una sociedad
dada. (4) Son relaciones de fuerza múltiple que se forman y actúan en la producción y el consumo, en las familias y los individuos,
que se refuerzan al operar conjuntamente en todos esos espacios. (Sólo queremos aclarar que la radical renovación que el aporte de
Foucault puede suscitar en los estudios comunicacionales, no tiene por qué adoptar el descentramiento extremo del poder como él lo
formula, ignorando que se concentra en instituciones y agentes sociales. Si sólo vemos al poder diseminado, es imposible jerarquizar
las acciones de diferentes "instancias" o "dispositivos", no es lo mismo el poder de las transnacionales de la comunicación que el de
un padre de familia).
La falta de estudios y de una conceptualización consistente sobre la recepción y la apropiación complementa la deficiencia anterior.
Además de reformular las relaciones entre cultura y poder, es preciso conocer las estructuras específicas del consumo cultural. La
investigación sobre medios masivos suele reproducir la concepción estadística de la audiencia que tienen los gerentes de esos medios
y los sondeos de rating: suponen que si un programa de televisión alcanza a varios millones de espectadores es porque satisface sus
necesidades y coincide con sus gustos. Aún en los estudios críticos, se admite fácilmente la eficacia de los emisores sin preocuparse
por averiguar lo que efectivamente sucede en la recepción, los modos diversos con que diferentes sectores se apropian de los
mensajes. Para replantear las relaciones entre cultura masiva y cultura popular es básico descubrir los desfases, las distancias y
reelaboraciones que ocurren entre la producción y la apropiación en los procesos comunicacionales. No basta con admitir que cada
discurso es recibido de distintas maneras, que no existe una relación lineal ni monosémica en la circulación del sentido. Si cada
discurso posee, como dice Verón, un "campo de efectos" y ese campo no es definible sólo desde la producción, necesitamos indagar
los procesos de "mediatización", Ias reglas de transformación entre un discurso y sus efectos".(5) Para esto, debemos construir
conceptos e instrumentos metodológicos más sutiles que los de las investigaciones de público y de mercado.

Si bien aquí hay un problema específicamente comunicacional, no parece ser resoluble con los recursos habituales en la teoría de la
comunicación. Algunos autores han mostrado la contribución que puede salir de la teoría del discurso. Queremos destacar ahora, en
relación con el conocimiento de lo popular, que la metodología antropológica sería útil para obtener conocimientos directos,
mediante trabajo de campo, donde se observe cómo los medios interactúan con la historia cultural y los hábitos propios de percepción
y comprensión que los sectores populares forman en su vida barrial, en el trabajo, en las microinteracciones de la vida cotidiana.
En la medida en que reconocemos los múltiples niveles de la acción social que interviene * n en la circulación masiva de los
mensajes, los medios de comunicación pierden el lugar exclusivo, o protagónico, que les adjudicaron las teorías de la cultura masiva.
Umberto Eco propone un ejemplo: una firma productora de camisetas imprime en el pecho de las prendas una figura icónica, los
jóvenes la publicitan al usarla, la televisión muestra la novedad, y luego otros sectores sociales la adoptan multiplicando su difusión.
¿Cuál es el medio de masas? ¿El anuncio comercial en el periódico, la camiseta, los que la llevan, la publicidad televisiva?(6) Lo
masivo circula tanto por los medios electrónicos como por los cuerpos, la ropa, las empresas, la organización del espacio urbano. El
poder ideológico que asocia un símbolo con la juventud y genera un modo de interpretar lo que significa ser joven no reside únicamente
en la publicidad, ni en el diseñador, ni en los medios; circula por esos y otros espacios sociales, actúa gracias a las maneras en
que se cruzan y combinan. Luego, la pregunta por el lugar de lo popular en la cultura masiva no pasa sólo por los medios de
comunicación.

ANTROPÓLOGOS Y COMUNICÓLOGOS: LOS ENCUENTROS NECESARIOS

Durante un tiempo se pensó que la bifurcación entre la antropología y la teoría de la comunicación correspondía a la existencia de
dos modalidades separadas del desarrollo cultural. Si por un lado subsistían formas de producción y comunicación tradicional, y por
otro circuitos masivos, parecía lógico que hubiera disciplinas diferentes para ocuparse de cada uno.
Esta compartimentación se ha vuelto insostenible. La investigación de la cultura popular no puede seguir escindida entre los
antropólogos y folcloristas consagrados a rescatar tradiciones "amenazadas" por el desarrollo moderno, y, por otra parte, los especialistas
en comunicación que buscan expandir la modernidad, seguros de que los sectores "atrasados" fatalmente van a
desaparecer. Hoy sabemos que la "masificación" no logra abolir ,las culturas tradicionales, y que a veces puede expandirlas, como
ocurre con las canciones gauchas del sur de Brasil y el vais criollo peruano, beneficiado, por la difusión radial y televisiva. ¿Cómo
explicar que en México, un país con varias décadas de industrialización, exista el mayor número de artesanos del continente -seis
millones-, y que en los últimos años se haya incrementado la producción? ¿Por qué el Estado multiplica los organismos para
fomentar un tipo de trabajo que, ocupando a un 10% de la población, apenas representa el 0.1% del producto bruto nacional? Esta
aparente contradicción se explica por las contradicciones del desarrollo desigual del capitalismo: dado que la producción agraria no
proporciona suficientes ingresos a indígenas y campesinos, éstos recurren a sus tradiciones artesanales para sobrevivir.
Pero también observamos que las artesanías crecen con el avance del turismo y por la exaltación hecha por los medios masivos y el
consumo "moderno' del valor simbólico de los diseños, que evocan "lo natural" y "lo manual" en medio de la homogeneidad
industrial. El análisis de las artesanías, como también de las fiestas étnicas utilizadas por el nacionalismo político y el turismo, nos
demuestra que la modernidad capitalista no siempre requiere eliminar las fuerzas económicas y culturales que no sirven
directamente a su crecimiento si esas fuerzas aún cohesionan a un sector numeroso, si satisfacen sus necesidades o las de una reproducción
equilibrada del sistema.(7) A la inversa, también sabemos que ya no existen grupos aislados en las sociedades actuales
(ni siquiera los indígenas o los contestatarios que se automarginan), capaces de mantener un repertorio totalmente autónomo de
prácticas y creencias. Algunas tradiciones desaparecen, otras se descaracterizan por la mercantilización, otras son mantenidas con
fuerza y fidelidad, pero, todas son reordenadas por la interacción con el desarrollo moderno.
El problema pasa a ser entonces, para los antropólogos y los comunicólogos a la vez, cómo interpretar las leyendas tradicionales que
se reformulan en contacto con la industria cultural; coómo las artesanías cambian su diseño y su iconografía al buscar nuevos compradores
en las ciudades; de qué modo las fiestas indígenas, que ya en su origen eran una fusión sincrética de creencias
precolombinas y coloniales, prosiguen transformándose al interactuar con turistas o pobladores urbanos. Por otra parte, también hay
que estudiar de qué manera la cultura masiva se enriquece con la popular tradicional, usando dispositivos de enunciación, narrativos,
estructuras melodramáticas, combinaciones de la visualidad y el ritmo tomados del saber que los pueblos acumularon: estoy
pensando en los programas de TV o los video clips, cuyo éxito se basa en el uso simultáneo de los descubrimientos de juegos visuales
y ritmos populares, del cha-cha-cha al rock, para satisfacer las necesidades de espectacularidad y entretenimiento de los medios
masivos.
La colaboración entre antropólogos y comunicólogos correspondería a estos cruces entre lo popular y lo masivo, que ya tienen una
larga historia. Recordemos que lo masivo es una característica constitutiva de las sociedades actuales y no comenzó con los medios
de comunicación electrónica. En el siglo XIX se empieza a hablar de masas para referirse a la irrupción económica y política del
proletariado industrial y nuevos sectores medios en las grandes ciudades. Antes de que se inventaran la radio y la TV, la cultura fue
transmitida masivamente por la iglesia, la escuela y las grandes campañas educativas de los regímenes populares (por ejemplo, la
política cultural postrevolucionaria en el México de principio de siglo). La cultura masiva "no se identifica ni puede ser reducida a lo
que pasa en o por los medios masivos", dice Jesús Martín Barbero; "no es sólo un conjunto de objetos, sino 'un principio de
comprensión' de unos nuevos modelos de comportamiento, es decir un modelo cultural".(8) Visto de este modo, lo masivo no es algo
ajeno ni exterior a lo popular, hecho malévolamente por los grupos dominantes para invadir o sustituir la cultura propia de las clases
populares. Lo masivo es la forma que adoptan, estructuralmente, las relaciones sociales en un tiempo en que todo se ha masificado:
el mercado de trabajo, los procesos productivos, el diseño de los objetos y hasta las luchas populares. La cultura masiva es una
modalidad inesquivable del desarrollo de las clases populares en una sociedad que es de masas.
¿Qué es, entonces, lo popular? No puede identificarse por una serie de rasgos internos o un repertorio de contenidos tradicionales,
premasivos. Ante la caducidad de las concepciones esencialistas de la cultura popular, el enfoque gramsciano pareció ofrecer la
alternativa: lo popular no se definiría a por su origen o sus tradiciones, sino por su posición, la que construye frente a lo hegemónico.
Quien mejor lo ha dicho es Cirese: Ia popularidad de un fenómeno debe ser establecida "como hecho y no como esencia, como posición
relaciona¡ y no como sustancia".(9)
En esta perspectiva, las tradiciones dejan de asociarse automáticamente con lo popular, pues también pueden ser el eco de lo
hegemónico o del lugar que el poder asigna a las clases subalternas -por ejemplo, las leyendas y los refranes que llaman a
contentarse con lo que se tiene. Las costumbres más arraigadas y extendidas en las clases populares son a veces formas de resistencia,
pero en otros casos no constituyen más que la rutina de la opresión (pensemos en la "popularidad" del machismo). A la
inversa, lo masivo, que tan eficazmente contribuye a la reproducción y expansión del mercado y la hegemonía, también da la
información y los canales para que los oprimidos superen su dispersión, conozcan las necesidades de otros y se relacionen
solidariamente.

Pese al valor de esta redefinición de lo popular por su oposición a lo hegemónico, no siempre nos ayuda a entender sus
transformaciones en un mundo masificado. Sobre todo, cuando se interpreta rígidamente la polarización hegemonía/subalternidad y
se sustancializa cada término. Entonces, la cultura popular es caracterizada por una capacidad intrínseca, casi congénita, de oponerse
a los dominadores, y en cualquier diferencia se cree ver una impugnación. El estilo antinómico del modelo gramsciano, y su
endurecimiento populista en muchos textos latinoamericanos, vuelve difícil reconocer la interpenetración entre lo hegemónico y lo
popular, los resultados ambivalentes que produce la mezcla entre ambos.

LAS NUEVAS CONTRADICCIONES

Si la cultura popular y la masiva ya no se oponen, si se entremezclan todo el tiempo, ¿qué sentido tiene seguir usando esos términos?
Retornemos la propuesta gramsciana de definir lo popular por su oposición a lo hegemónico, y preguntémonos dónde se sitúa hoy ese
antagonismo. La oposición se produce entre dos estrategias de la cultura industrial contemporánea: por un lado, la existencia de un
saber científico y tecnológico (microelectrónica, telecomunicación) que reorganiza los procesos productivos, su sentido cultural, y,
junto con la monopolización del capital industrial y financiero, concentra en una pequeña minoría el conocimiento necesario para el
control social; y otro, la producción -por parte de ese mismo sistema informacional y electrónico- de nuevas redes de comunicación
masiva que están reordenando la vida comunitaria, usando a veces las tradiciones locales, los saberes folclóricos, pero
subordinándolos a la, lógica de la industria cultural.
Dentro de este marco general, se produce otra tensión entre la uniformidad de los códigos culturales y las nuevas subculturas
generadas por la afirmación sectorial o local de formas modernas de vida. La producción monopólica de mensajes masivos y el
control de múltiples redes comunicacionales (cuyos casos modelo son Televisa en México y 0 Globo en Brasil), la vasta difusión de
esos mensajes por TV, video, cassettes, etc. tienden a uniformar las experiencias simbólicas de regiones, clases y etnias. Pero a la vez
las culturas locales y las subculturas de sectores tradicionalmente poco reconocidos -jóvenes, mujeres- se afirman y adquieren una
presencia fuerte en las redes comunicativas. En parte, estas manifestaciones son contra culturales, o sea que surgen del rechazo a las
pretensiones uniformadoras de los grupos hegemónicos; pero al mismo tiempo, se trata de subculturas, internas al sistema, que
alcanzan su peso en la medida en que las tecnologías y formas de comunicación modernas encuentran en ellas un amplio mercado.
De ahí que entre las principales vías de afirmación y desarrollo de estas culturas, antes marginales, se hallen los discos y video clips
con temas juveniles, las revistas femeninas de circulación masiva. La tensión se produce a veces entre las formas marginales o
locales y el desarrollo nacional o internacional, pero nos parece que la reorganización reciente de esta interacción lleva a formas
fluidas de coexistencia, interpretación y uso recíproco entre ambos niveles. Por eso, la contradicción no se plantea tanto entre la
cultura local y la masiva como entre las demandas de autogestión y las tendencias -más que homogenizadoras- burocratizantes y
mercantiles autojustificatorias de las grandes máquinas políticas y empresariales. El problema no reside en la masividad con que
circula la información, sino en la desigualdad entre emisores y receptores, en las tendencias monopólicas y autoritarias que tienden a
controlar cupularmente la circulación para mantener la asimetría social.
En relación con nuestro tema, diremos que, si puede seguirse hablando de lo popular en este contexto, consiste cada vez menos en lo
tradicional, lo local y lo artesanal; se reformula como una posición múltiple, representativa de corrientes culturales diversas y
dispersas, que reclaman dentro de un sistema cuyo desarrollo tecnológico establece una intercomunicación masiva permanente.
Miremos la escena política. Casi no existen ya movimientos populares omnicomprensivos, como los partidos políticos que en el
pasado concentraban el conjunto de las demandas laborales y de representación cívica de las clases subalternas. La emergencia de
múltiples reivindicaciones sociales, ampliada en parte por el crecimiento de los reclamos culturales y referidos a la calidad de la
vida, suscita un espectro diversificado de organismos voceros de intereses populares: movimientos urbanos, étnicos, juveniles, feministas,
de consumidores, ecológicos, etc. La eficacia de estos movimientos es muy baja cuando se limitan a usar procedimientos de
la cultura política tradicional (orales, de producción artesanal o en textos escritos que circulan de mano en mano). Su poder crece
cuando actúan en las redes masivas de comunicación: no sólo la presencia simbólica de una manifestación de cien o doscientas mil
personas, sino -más aun- su capacidad de interferir el funcionamiento habitual de una gran ciudad, de encontrar eco en los medios
electrónicos de información. Lo popular no aparece entonces como lo opuesto a lo masivo, sino como un modo de actuar en él. Y lo
masivo no es, en este caso, sólo un sistema vertical de difusión e información; también es, como dice una antropóloga italiana, la
"expresión y amplificación de los varios poderes locales, que se van difundiendo en el cuerpo social.(10)

HACIA UNA METODOLOGÍA NO REDUCCIONISTA

¿Qué consecuencias tiene este replanteamiento en la metodología de la investigación y en la organización de las prácticas científicas?
En cuanto al método, la oposición entre los estudios sobre lo popular de la antropología o el folclore y los que realizan sobre lo masivo
los comunicólogos corresponde a menudo al enfrentamiento entre dos operaciones básicas en la lógica de la investigación
científica: la inducción y la deducción.
El inductivismo es practicado por quienes estudian lo popular a partir de ciertas propiedades que suponen intrínsecas de las clases
subalternas, o de una creatividad que los otros sectores habrían perdido, o un poder de impugnación que sería la base de su
resistencia. Según esta tendencia, no sabemos de las culturas populares más que los que las clases oprimidas hacen y dicen. Esta
concepción inmanentista de lo popular lleva a analizarlo siguiendo sólo el relato de los actores. Dado que el entrevistado se define
corno indígena, la investigación consiste en "rescatar" lo que hace en sus propios términos, duplicar "fielmente" el discurso del
informante; o si se define corno obrero, puesto que nadie conoce mejor que él lo que le pasa, hay que creer que su condición y su
conciencia de clase son como él las presenta. Se desconoce la divergencia entre lo que pensamos y nuestros actos, entre la
autodefinición de las clases populares y lo que podemos saber sobre su vida estudiando las leyes sociales en que están insertas. Hacen
como si conocer fuera aglomerar hechos según su aparición "espontánea" en vez de construir conceptual mente las relaciones que les
dan su sentido en la lógica social.
Los deductivistas, a la inversa, definen a las culturas populares desde lo general a lo particular, según los rasgos que le habrían sido
impuestos; por el modo de producción, el imperialismo, la clase dominante, o, como vemos en los comunicólogos, por los medios
masivos. Creen legítimo inferir del pretendido poder manipulador del Estado de los aparatos comunicacionales lo que sucede en la
recepción popular. No reconocen autonomía o diferencia a las culturas subalternas, a su modo de relacionarse, consumir y resistir.
Para el deductivismo, lo único que conocemos de las clases populares es lo que los sectores hegemónicos quieren hacer con ellas.
La bifurcación entre estas tendencia se manifiesta también al elegir las técnicas de investigación. Los inductivistas prefieren la
etnografía, la observación prolongada en el campo y las entrevistas abiertas, porque les interesa registrar lo específico de pequeños
grupos. Los deductivistas privilegian las encuestas y las estadísticas, que permiten establecer las grandes líneas del comportamiento
masivo.
Sabemos que esta oposición puede parecer esquemática y maniquea (aunque es fácil dar ejemplos de inductivistas y deductivistas
puros). Es cierto que existen antropólogos y comunicólogos que hablan de interacciones complejas entre lo micro y lo macrosocial. A
fuerza de dejarse desafiar por los hechos, logran romper con los supuestos de su disciplina. Pero la importancia de los procesos de
interacción y la pobreza de conceptos y recursos metodológicos para analizarlos, hace pensar que debemos trabajar juntos para
construir articulaciones no reductivistas entre inducción y deducción.
Una de las conclusiones de este reordenamiento de los vínculos entre lo popular y lo masivo, es que lo popular ha dejado de ser el
dominio especializado de los antropólogos y lo masivo de los comunicólogos. Al reconocer que el campo de la cultura popular no se
limita a lo manual, lo tradicional y las relaciones íntimas de pequeñas comunidades, al ver cómo se entremezcla con las
comunicaciones y las otras formas modernas de vida urbana, se vuelve competencia de varias ciencias sociales. Y la interacción
compleja de los mensajes masivos con las creencias y prácticas tradicionales, no permite que los investigadores de la comunicación
se ocupen únicamente de los medios electrónicos.
La investigación sobre las culturas populares (en plural) debe, ser un trabajo transdisciplinario. No decimos interdisciplinario,
porque esto suele significar que los practicantes de la antropología, la sociología, la semiótica y la comunicación yuxtaponen
conocimientos obtenidos fragmentaria y paralelamente. El cuestionamiento del modo en que se estudian las culturas populares
desemboca en una revisión de lo tabiques que separan a las ciencias sociales. Ni exclusivamente folclóricos ni únicamente masivo, lo
popular es hoy un espacio fértil para repensar la estructura compleja de los procesos culturales y para que los científicos sociales
liberemos a nuestras disciplinas de los reductivismos que las disgregan.

Notas.


1. Natalie Davis, 'Proverbial Wisdom and Popular Errors", Society and Culture in Early Modern France, Stanford, University Press,
1965.
2. Se encontrará un excelente análisis crítico del itinerario de los estudios folclóricos en Renato Ortiz, Cultura Popular: romanticos
e folcloristas, Sao Paulo, Pontificia Universidad Católica, 1985.
3. Renato Ortiz, op. cit., p. 53.
4. Michel Foticault, Historia de la sexualidad, 1 - La voluntad de saber, México, Siglo XXI, 1978, pp. 112-115.
5. Leonor Arfuch, "La mediatización y los juegos del discurso. Entrevista a Eliseo Veron", Punto de vista, año VII, No. 24,
agosto-octubre de 1985, p.15.
6. Umberto Eco, La estrategia de la ilusión, Barcelona, Lumen, 1986, pp. 197-198.
7. Para una exposición menos apresurada de la refuncionalización de las artesanías y las fiestas populares en México, se puede
consultar nuestro libro Las culturas populares en el capitalismo, México, Nueva Imagen, 1982.
8. Jesús Martín Barbero, Cultura popular y comunicación de masas, Materiales para la comunicación popular, 3, Lima, Centro de
Estudios sobre la Cultura Transnacional, abril de 1984.
9. Alberto M. Cirese, Ensayos sobre las culturas subalternas, México, CISINAH, 1979, p.51.
10. Carla Pasquinelli "La secoralizzaciones della cultura di masa", La Ricerca Folclorica, 7, Milán, abril de 1983, p.42.

lunes, 25 de enero de 2010

En homenaje a Virgilio Piñera



En diciembre de 2009 fue presentado en Casa de América de Madrid el Nº 114 de la revista República de las Letras, dedicado a Virgilio Piñera, con la asistencia de Antón Arrufat, dramaturgo, ensayista, poeta y narrador cubano, Premio Nacional de Literatura, y del intelectual español Andrés Sorel.

Con 252 páginas, el volumen presenta el siguiente contenido:

5. Andrés Sorel. Virgilio Piñera. ¿Una broma colosal?
17. Andrés Sorel. Virgilio Piñera. Breve biografía.
19. Antón Arrufat. Algunos cuentos súbitos.
27. Juan Goytisolo. Valentía y honradez.
30. Abilio Estévez. Un fantasma llamado Virgilio Piñera.
38. Leonardo Padura. Un jesuíta en la literatura.
46. Reinaldo Montero. La eficacia de la crueldad.
51. Pedro de Jesús. La isla: énfasis y silencio.
59. Rafael Rojas. Newton huye avergonzado.
72. David Leyva. El convivium grotesco.
78. Rogelio Riverón. ¿Hay miedo?
83. Alberto Garrandés. Economía y política de la carne.
91. Gerardo Fernández Fe. Una belleza siniestra y fría.
99. Antón Arrufat. Un poco de Piñera (recopilación antológica de Antón Arrufat).
146. José Lezama Lima. Virgilio Piñera cumple 60 años.
148. Mª Isabel González Arenas. Eugene O’Neil y Virgilio Piñera Largo viaje hacia la noche y aire frío: Ensayo comparativo.
160. Elisabeth Mirabal. V.P. versus G. Caín.
170. José Ángel Pérez. El día que me quieras.
178. Dámaris Calderón. Virgilio Piñera: una poética para los años 80.
185. Jorge Luis Arcos. María Zambrano y Virgilio Piñera o el diálogo de la intensidad.
191. María Zambrano. Crítica de Electra Garrigó de Virgilio Piñera.
195. Pablo Armando Fernández. El otro Virgilio.
202. Margarita Mateo Palmer. Risas para escribientes.
207. Omar Valiño. Piñera: el sí de los noventa.
210. Mateo de Paz. La muerte de Virgilio (Piñera): notas en un diario.
218. Witold Gombrowicz. Sobre Virgilio Piñera.
223. Carta de Virgilio Piñera a W. Gombrowicz.
225. Breve Antología de Virgilio Piñera.

La publicación seriada de la Asociación Colegial de Escritores de España, en este número correspondiente a noviembre de 2009, cuenta además con numerosas ilustraciones de diversos fotógrafos, entre ellas una colección de imágenes de Pepe Murrieta sobre puestas en escena de obras de Piñera, exhibidas en La Habana, básicamente por la compañía Teatro de La Luna, con dirección artística y general de Raúl Martín.


Tomado de: www.artedfactus.wordpress.com
(blog del Lic. Eddy Díaz Souza)

La Devocionalidad a los Muertos o Ánimas Milagrosas

Autor: José Antonio Matos Contreras

La devoción de los muertos milagrosos o ánimas es una de las prácticas de religiosidad más difundida en toda la geografía de Venezuela y en Latinoamérica. Esta devoción es parte de la vivencia religiosa de los pueblos latinoamericanos. Tienen sus orígenes desde hace muchos años como lo muestran los testimonios y leyendas sobre la difunta Deolinda Correa en Argentina en 1835, cuya historia versa que al atravesar un desierto con su hijo aún de meses de nacido, no pudo sobrevivir a las calurosas temperaturas, pero en un último esfuerzo subió a un pequeño cerro en busca de orientación y ayuda, al fracasar en su empeño decidió resguardarse de la intemperie, pidiendo al cielo que permitiese que sus pechos se mantuvieran con vitalidad para alimentar a su pequeño hijo. Se cuenta que en el lugar aparecieron unas personas que, transitando por el cerro, notaron aves de carroña merodeando ese lugar. Al verificar cuál era el motivo de la inquietud de las aves, treparon el cerro encontrándose el cuerpo muerto de Deolinda Correa y a su bebé aún con vida alimentándose de su pecho.

En Vallecito, provincia argentina de San Juan, lugar donde fue hallado el cadáver de Deolinda, se realizó posteriormente un santuario, que desde hace muchos años es visitado por personas que vienen de todas las regiones para pedirle y pagarle favores a la difunta Correa. Además, esta devocionalidad se ha propagado como señala un catálogo informativo(1) sobre creencias populares, al país vecino de Chile, donde se construyen pequeños santuarios donde representan a Correa como una joven muerta acostada con el brazo extendido, pidiendo agua y al bebé tomando de su pecho. Otras historias antiguas de muertos deificados por el pueblo en la Argentina, se encuentran Juana Figueroa de 22 años, asesinada en 1903 por su marido celoso. La Sibila, como le dicen, era una niña que fue violada y asesinada. A ambas difuntas, la gente acudía a sus tumbas a alumbrarlas con velas y rezarles. Con el tiempo se transformaron popularmente en ánimas milagrosas. El Gauchito Gil, el gaucho Bazán Frías y el gaucho Lega se convirtieron en leyendas en vida, al compartir el ganado y dinero con los pobres y campesinos más necesitados. Estos bandidos generosos(2) después de muertos, se convirtieron en emblema de justicia, debido a sus acciones en vida. Las tumbas de los últimos hasta la actualidad se encuentran repletas de numerosas placas con agradecimientos por los milagros otorgados, velas, flores, cintas rojas y testimonios de alguna promesa cumplida.

En la actualidad se suman a la devoción de muertos milagrosos cantantes como Rodrigo y Miriam Alejandra Bianchi, ésta última conocida como “Gilda la bailantera”, muerta el 7 de septiembre de 1996, en un accidente de carretera cuando se encontraba realizando una gira artística por el interior del país. Con ella murieron también su hija mayor, su madre y otras cuatro personas. Su muerte estremeció al país, en especial a sus fanáticos que se convirtieron en devotos de la artista a quien consideraron santa. A pocos metros del lugar del accidente se encuentra el “santuario de los milagros de Gilda”, repleto de ofrendas y objetos de reconocimiento por los favores concedidos a sus seguidores.

En efecto, es común observar en las carreteras y en los cementerios de las ciudades y provincias latinoamericanas, sepulcros en donde se realizan tributos a algún muerto milagroso. El reconocimiento o santificación de los difuntos milagrosos ocurre por varios motivos entre los más comunes: (1) Empieza por ser un culto privado hacia algún muertos conocido y apreciado por sus cualidades humanitarias por un grupo reducido (familia, vecinos, etc.). Luego se le atribuyen cualidades de hacedor de favores, se corre la voz y se extiende a un culto público, colocando las ofrendas acostumbradas (velas, flores), peticiones y placas de reconocimiento por los favores obtenidos en sus tumbas. Cabe destacar que las ofrendas en el mejor de los casos van a depender de la petición solicitada por los devotos. En las tumbas se encuentran objetos referentes a las peticiones como vestidos de novia, cuadernos de estudiantes, fotos de carros, entre otros. (2) Al morir trágica e inesperadamente como el caso del accidente automovilístico de Gilda, o de forma violenta como Sibila, en ese sentido se extiende a aquellas muertes por agonía y/o privación, como la difunta Correa. (3) Por la santificación del espacio, suele ocurrir que donde aconteció un accidente, se produzca posteriormente un suceso extraordinario como, por ejemplo, al salvarse un chofer, otorgándole el mérito al muerto que había padecido en ese lugar en una carretera. (4) Por el carácter humanitario del muerto en vida y de milagroso después de su muerte, en tal sentido un valor que adquiere cada vez más énfasis entre los creyentes es la solidaridad que caracterizó a los muertos milagrosos durante sus vidas, emergiendo así figuras populares que brindaron solidaridad a los más pobres y necesitados. Un caso paradigmático son los bandidos y delincuentes, desde los antiguos gauchos Gil y Bazán hasta el contemporáneo Víctor Vital, y los delincuentes venezolanos tipo Negro Antonio y Machera, que robaban para abastecer a los de su comunidad. Estas figuras establecen, como el sociólogo argentino Daniel Míguez dice: “un orden moral donde la justicia, vista como la distribución equitativa de la riqueza, es superior al valor de la propiedad individual. Por eso, un ladrón puede ser santo si roba para compensar una injusticia mayor” (Míguez, 2004: 78). Incluso, algunos muertos más vinculados a proezas históricas y procesos de liberación (héroes de la independencia o guerrilleros) son portadores de “promesas utópicas” o como dice Francisco G. Franco, ellos “traducen una sociedad imaginaria, una sociedad más justa e igualitaria que parece haberse encarnado en aquellos personajes, quienes “resumen” aspiraciones sociales de la comunidad o del grupo al que pertenecen” (Franco, 2004: 70). Otro aspecto que en las últimas décadas ha incidido en el culto a los muertos milagrosos y se distancia de las tradicionales interpretaciones católicas sobre el fenómeno de los muertos milagrosos es, como señala María Carozzi: “la amplia difusión mediática de algunos nuevos difuntos que hacen milagros, como ha ocurrido con los artistas Rodrigo y Gilda en la Argentina (Carozzi, 2006: 48). Según la autora, la articulación entre medios y santificación relativiza el rol privilegiado de las enseñanzas de la Iglesia como única fuente de la tradición que posibilita las canonizaciones populares.

Cabe destacar que no pretendo agotar las motivaciones(3) de las canonizaciones populares, lo que me parece significativo es desvelar sociológicamente en el culto, la profunda recreación de un “mundo imaginal” en donde la muerte se convierte en el pretexto para refundar vínculos societales entre los vivos y los muertos a través de, por una parte: la construcción y proliferación de narrativas orales sobre los aspectos bibliográficos de los muertos milagrosos en vida y sus favores o milagros después de muertos, convirtiéndose en un “mito vivo”(4), dando lugar a lo que Carozzi, apoyándose en Calavia Sáez llama “mitologías mínimas”; es decir, la elaboración de distintas versiones biográficas que posibilitan mantener viva la memoria de los difuntos, dando origen a “un minimalismo que es común a la memoria de muchos santos populares – puede contribuir justamente a la extensión de su culto y la aceptación de su carácter milagroso por parte de amplios sectores de la población, dado que posibilita que distintos segmentos puedan proyectar sobre ellos escenas, guiones e imágenes divergentes” (Carozzi, 2006: 101); y por otra al valorizar el carácter práctico y vivencial de la religiosidad, ya que los creyentes propician “la intervención mágica” de los muertos en los asuntos más nimios y cotidianos, como buscar cosas perdidas, protección diaria contra los ladrones, ayuda en el trabajo, conseguir dinero, etc. (Franco, 2004: 72). Estableciendo así una fe religiosa de reciprocidad e intercambio donde los vivos y los muertos pueden ayudarse mutuamente. A los últimos se les brindan ofrendas por proporcionarles a sus creyentes favores, le colocan en sus tumbas velas, flores, placas de reconocimiento, entre otros; o incluso cumplen promesas hechas a los difuntos como las realizadas a los santos católicos oficiales (peregrinaciones, caminatas, ayunos,…). Además se produce entre los creyentes y allegados al culto relaciones de proximidad o de familiaridad extendida al compartir espacios de devocionalidad y creencias en comunes.

En otro sentido, es conveniente acotar que a pesar del predominio de la religión católica y su proceso de adoctrinamiento a partir de 1492, en el culto a los muertos al igual que otras expresiones religiosas de América Latina, se ha evidenciado que los valores de la ortodoxia cristiana no han logrado imponerse, sino que se ha creado por parte de los practicantes religiosos, en términos de Michelle Ascencio, una “conciencia de la diferencia y continuidad” entre el catolicismo y otros sistemas religiosos (vudú, santería, candomblé, …).
“Esta conciencia de la diferencia y de la continuidad se suma la consideración de estas religiones como propias, religiones del pueblo, proveedoras y guardianas de una identidad y de unos valores diferentes de la religión católica considerada como religión dominadora, oficial y oficialista” (Ascencio, 2004: 63).

En el caso particular del culto a los muertos o ánimas milagrosas, se crea al parecer una hibridez sincrética “donde se cruzan y mezclan elementos de la historia, regional, venezolana y mundial, de rituales y creencias tanto del catolicismo como del culto a María Lionza” (Franco, 2001: 113). Estos sistemas religiosos (el catolicismo y el espiritismo marialioncero) en Venezuela poseen vinculaciones con el culto a los muertos milagrosos. En el caso del catolicismo, muchos devotos sobre todo los más apegados al mismo, desean el “reconocimiento de la santidad de sus muertos milagrosos por parte de la iglesia católica” (2001, 113), tal es el caso emblemático del doctor José Gregorio Hernández. Aunque no es algo decisivo en el culto, ya que los devotos crean espacios y estrategias ritualistas no vinculantes exclusivamente al catolicismo oficial. El culto de María Lionza, por tener una estructura religiosa dinámica en constante apertura a lo exógeno, y a la vez mantener ciertos referentes simbólicos y culturales del país, posibilita la incorporación de algunos muertos milagrosos a su panteón como Machera, Lino Valles, Juan Vicente Gómez y el propio Dr. José Gregorio Hernández, entre otros. Además por ser un culto de posesión, brinda la posibilidad que sus devotos puedan comunicarse con esos espíritus a través de las materias (personas que reciben a los espíritus en sus cuerpos en el espiritismo marialioncero) en las sesiones ritualistas del culto espiritual. De lo anteriormente mencionado, es importante destacar como dice Francisco Franco, que el culto a los muertos en Latinoamérica es un “sistema de culto independiente” y “puede ser difundido y actualizado en distintos ámbitos o sistemas, ya sea católico, espiritista (marialioncero), íntimo, escolar, familiar, nacional, etc.” (p. 113).

Santuario del Ánima Negro Antonio

En el Cementerio Municipal de Valencia, se encuentra la tumba de Miguel Ángel Barrios, mejor conocido como “Negro Antonio”, muerto el 19 de mayo de 1965. El Santuario del muerto o ánima milagrosa está repleto de placas de reconocimientos y agradecimientos por los favores concedidos, fotografías de casas, tiendas, automóviles, cruces con sus nombres grabados, dedicatorias e incluso hasta un vestido de novia. Todas son señales de agradecimiento de los devotos por el cumplimiento de sus peticiones. En ese espacio, es habitual presenciar cómo los devotos realizan sus rituales colocando las ofrendas más comunes a los muertos: flores, velas. También pequeños vasitos de licor, latas y botellas de cervezas, cigarros, dulces, entre otras. Conversando con algunos devotos que frecuentan el santuario, me participan que los más constantes se organizaron y se encargan de su mantenimiento. Crearon ciertas normas para conservar el santuario, han ampliado el espacio, se encargan de la limpieza y de alejar a los grupos y personas interesadas en mercantilizarlo. Este aspecto, me asevera un devoto, “no tiene nada que ver con la fe cultivada al culto a las ánimas o muertos milagrosos, ya que otras expresiones religiosas se han visto afectadas por una progresiva mercantilización de sus cultos”. Esto sucede en sus términos cuando surgen embaucadores que aprovechándose del desconocimiento de algunas personas con problemas de todo tipo, les ofrecen consultas y trabajos espirituales a cambio de significativas cantidades de dinero. Aunque reconoce que es difícil frenar este tipo de acciones, en el santuario estamos los devotos más tradicionales atentos a ese tipo de actividades que desvalorizan al culto.

Por otra parte, el santuario del Negro Antonio es un escenario donde se mantiene viva la devocionalidad a las ánimas, es común observar como en ese espacio de culto, los devotos expresan su agradecimiento abiertamente por cumplirles sus peticiones al ánima. Luisa, una creyente que heredó su fe de su madre, que conoció en vida al Negro Antonio, afirma que ella “primeramente cree en Dios y luego ellos (las ánimas) ¡Realmente! Le debo mucho al Negro, vengo los viernes para orarle, traerle ofrendas y agradecerle por ayudarme en mis dificultades”.

El “guardián” o “cuidador” de la tumba, el señor Luis, que se encuentra en el recinto sagrado popular desde los 14 años, asegura que “es cada vez mayor la devocionalidad en esa alma milagrosa”. Nos cuenta que Miguel Ángel Barrios era un hombre que fue objeto de acusaciones injustas como la de haber matado a un gran hacendado, el doctor Luis Borges, cuando en realidad fue por su hijastro que utilizó al Negro Antonio como carnada para su fechoría, motivo por el cual el Negro Antonio se convirtió injustamente a partir de lo acontecido en un fugitivo de la Ley. Otros relatos de devotos resaltan que el Negro Antonio era reconocido por ser un delincuente de gran envergadura en sus acciones, dedicándose a atracar bancos, además de tener un sentido de solidaridad con los pobres. Se trataba de un personaje temido y perseguido por la ley, como lo testifica un panfleto de la década del 60: “Miguel Ángel Barrios, conocido como “Negro Antonio”, buscado vivo o muerto”; y querido por la gente, motivo por el cual dificultaba su captura, ya que le ofrecían hospedaje y ocultamiento en varios sectores populares.

Notas

(1) “Devotos de la Fe. Creencias en la Virgen, Santos y Mitos Populares. 2006. Buenos Aires, ed. Dos Tintas.
(2) Para mayor información sobre los bandidos rurales de la Argentina, ver: www.elortiba.org/bandidos,html. Sobre los bandidos generosos el clásico libro del historiador Eric Hobsbawn “Los Bandidos”.
(3) En ese sentido los estudios etnohistóricos de Francisco G. Franco son aclaradores. Ver: “El Culto a los Muertos Milagrosos en Venezuela: Estudio Etnohistórico y Etnológico”.
(4) Como dice Francisco G. Franco: “la repetición de relatos y cuentos sobre personas muertas no siempre produce muertos milagrosos; aquellos deben ser tales que como dice Detienne, sean aceptados por el auditorio al que están destinados; esta condición se cumple cuando la muerte de la persona conmueve y afecta a la comunidad” (Franco, 2001: 126).

Bibliografía

Ascencio, Michelle (2004). “¿Ni Santa Bárbara ni Changó? (Reflexiones del Sincretismo)” en Religión e Investigación Social. Libro homenaje a Angelina Pollak–Eltz. Caracas, ed. UCAB.
Carozzi, María Julia (2006). “Antiguos Difuntos y Difuntos Nuevos. Las Canonizaciones Populares en la Década del 90” en Entre Santos, Cumbias y Piquetes. Buenos Aires, ed. Biblos.
Franco, Francisco G. (2004). “Lo Religioso como Cotidianidad: Los Muertos Milagrosos en Mérida” en Religión e Investigación Social. Libro homenaje a Angelina Pollak–Eltz. Caracas, ed. UCAB.
Franco, Francisco G. (2004). “El Culto a los Muertos Milagrosos en Venezuela: Estudio Etnohistórico y Etnológico” en Boletín Antropológico. Universidad de los Andes, Nº 52, mayo – agosto de 2001.
Míguez, Daniel (2004). “Pibes Choros”. Buenos Aires, ed. Capital Intelectual.
Sin Autor (2006). “Devotos de la Fe. Creencias en la Virgen, Santos y Mitos Populares”. Buenos Aires, ed. Dos Tintas.

sábado, 23 de enero de 2010

Sobre César Rengifo


Vigencia de la realidad venezolana en el teatro de César Rengifo
CARLOS MIGUEL SUAREZ RADILLO

Creo en el arte en junción de humanidad; por eso tanto mi pintura
como mi teatro se orientan a expresar sentimientos, pasiones y conflictos
del hombre en acción perenne de perfeccionamiento. Como artista venezolano
creo y siento que debo expresar a mi pueblo, por ello persigo, dentro
de formas nacionales, aquello que, como síntesis esencial, une nuestro
espíritu a lo universal. Lograr eso a cabalidad es mi tarea fundamental y
por lo cual estudio y trabajo día a día. No es fácil pero tampoco imposible.
Una nación, un país perviven por sobre todas las cosas en la medida en que
es fuerte y creador su espíritu nacional. La tarea de los artistas nuestros
debe ser la de contribuir con sus obras al fortalecimiento y desarrollo de
ese espíritu. La suma de cuanto se haga en ese sentido, unido a lo que ya
han hecho los artistas nuestros del pasado siglo, determinará el resurgimiento
de un verdadero y poderoso arte nacional.

En cuanto a nuestro teatro, creo que ha de ser el producto del proceso
de integración y afirmación nacional que se viene cumpliendo desde que
existimos como conglomerado con caracteres propios. Nuestro teatro es y
será el producto de hondos y tenaces esfuerzos colectivos, y de ninguna
manera producto de individualidades o de realizaciones aisladas del pueblo
venezolano y sus aconteceres.
1
La dramaturgia venezolana contemporánea presenta un panorama de indudable
interés y refleja, en su conjunto, un esfuerzo dirigido hacia la búsqueda
de una plena identidad. En ella se conjugan temas y formas de gran diversidad.
Las raíces costumbristas constituyen el punto de arranque de algunos dramaturgos.
En otros, ese punto se halla en los antecedentes históricos o en las leyendas,
esa otra forma de la historia tan importante en la estructuración psico-sociológica
de un pueblo. Otros elaboran, con extraordinaria fuerza imaginativa, sobre
hechos del pasado ubicados físicamente muy lejos de la realidad venezolana, pero
extrayendo de ellos relaciones y enseñanzas para un enfoque personal de la
problemática de esa realidad. Algunos obtienen sus temas de sus propias inquietudes
y angustias, desvinculándose de lo externo a sí mismos, en ocasiones
influenciados por las formas más avanzadas del teatro europeo o norteamericano.
Dentro de este panorama, que abarca un amplio número de autores adscriptos,
en general, a un realismo profundamente influenciado por formas extranjeras y
proyectado, a través de esas formas, a un análisis frecuentemente sólo parcial de
la realidad, aparece César Rengifo como el dramaturgo más prolífico y uno de
los más auténticamente venezolanos.

Nacido en Caracas en 1915, César Rengifo ingresó, al terminar sus estudios
secundarios, a la Escuela de Bellas Artes, donde se especializó en Dibujo, Pintura
y Escultura. En Chile estudió Técnica y Enseñanza de las Artes Plásticas y
Aplicadas y, posteriormente, en los años 1936 y 1937, Pintura Mural en la Academia
de San Carlos y la Escuela de Esmeralda, en México. A su regreso a Caracas,
presenta en 1939 su primera exposición individual de pintura, iniciando una
actividad pictórica ininterrumpida que le ha llevado a exponer en diversos países
y a obtener importantes premios. Ese mismo año comienza su labor periodística
como co-fundador del diario Ultimas Noticias y del Semanario Aquí Está pasando
posteriormente a ocupar importantes cargos en diversos diarios y revistas. Su
producción teatral se inicia en 1938 con el drama Por qué canta el pueblo, cuyo
tema es la lucha contra la dictadura de Juan Vicente Gómez presentada a través
de una familia en la que el padre, diputado, es adepto incondicional del régimen,
mientras todos los demás, especialmente su cuñado y sus hijos, se comprometen
en la lucha antigomecista. La pieza adolece de falta de acción propiamente dicha
ya que, con excepción de las "voces en la calle," la expresión rebelde sólo se
manifiesta en forma de narración. El diálogo resulta altisonante, porque los
personajes emiten frecuentemente conceptos que el autor, muy joven aún entonces,
quiere destacar. Sin embargo, hay escenas muy bien logradas, como la de la
fiesta de carnaval que interrumpe la policía; y la intención noble de exaltar
valores nacionales así como el afán popular de libertad, es encomiable.
La producción dramática de César Rengifo abarca un total de treinta y tres
obras terminadas y un número casi equivalente de obras por terminar o revisar,
lo cual justifica el que le califiquemos como el más prolífico de los dramaturgos
venezolanos contemporáneos. Su temática, a lo largo de toda esa producción, está
siempre vinculada a la cambiante realidad venezolana, y su evolución técnica le
ubica en todo momento a nivel de la más absoluta contemporaneidad estando
signada esa evolución por una personalísima y meticulosa decantación de las
nuevas formas del teatro universal. Por razones obvias, teniendo en cuenta la
amplitud de la producción dramática de Rengifo, enjuiciaremos solamente un
número representativo de sus obras agrupándolas según sus temas o estilos: obras
históricas; obras relacionadas con la marginalidad; farsas y sátiras, y, finalmente,
obras alrededor del petróleo como gran realidad venezolana.
Teatro histórico

El teatro histórico de César Rengifo enfoca tres épocas perfectamente definidas:


los primeros años de la conquista, los últimos de la colonia y primeros de la
Guerra de Independencia, y las guerras civiles posteriores a ella.
Dos obras ejemplificarán su tratamiento de temas ubicados en los primeros
años de la conquista que, naturalmente, presentan la lucha entre los indígenas y
los conquistadores. La primera es Curayá o El vencedor (1947) cuya acción se
sitúa cerca del Valle de las Catuchas, donde hoy se levanta Caracas, por el año
1565. En ella el autor plantea la destrucción de los indígenas y su rebeldía frente
a los conquistadores con altura en la concepción argumentai y valores poéticos en
el lenguaje que hacen de ella casi una cantata en prosa. Su dominio de la técnica
teatral se hace evidente en la creación del clima dramático y en el desarrollo de
la anécdota hacia un final de gran efecto apoyado en el nacimiento de un niño
"que continuará la lucha." En las frases finales de la obra el Anciano Piache
define su significado:

¡Ah, ya estás aquí, niño vengador! Ya te miro en el tiempo, alta de
rebeldía la frente, llevando en el pecho nuestro orgullo y lanzando hacia
adelante las flechas de nuestra eterna rebeldía. Caminarás por un alba de
rojo resplandor y tras tus huellas miles de guaruras gritarán el canto de la
libertad. ¡Ah, dulce alegría tu llanto en esta hora amarga, niño venido
del dolor y del ímpetu! Llora fuerte, fuerte, que todos te oigan, pues
contigo irá nuestra sangre el día de la victoria. Yo veo ese día. Bajo la
luz estarán abiertas para el aire las hierbas y las flores y desde ellas el
blanco polvo de nuestros huesos musitará su canto de alegría bajo el pie
que marcha hacia adelante. . . Hacia adelante.2

En 1958, Rengifo toma de nuevo el tema indígena y escribe Obscéneba,
palabra que en lengua caribe significa amor, cuyo tema es la utilización de los
caribes como esclavos en la pesca de perlas en la isla de Cubagua. El eje del
drama lo constituye la lucha entre lo joven y lo viejo, esto es, la rebeldía que
intenta vengar con violencia la crueldad de los conquistadores, y la sumisión a un
destino que se cree trazado por los dioses y los antepasados, que impulsa a
dejarse morir pasivamente. La acción transcurre, paralelamente, en un mesón
tras los muros de Nueva Cádiz y en la choza de la anciana indígena Quenepa.
Aunque la secuencia dramática es correcta y el desencadenamiento de las fuerzas
humanas y telúricas conduce a un climax de gran fuerza, el autor incide en el
error de dividir a los personajes en buenos y malos: los indígenas, a los que
atribuye un lenguaje excesivamente lírico, y los españoles, que hablan según los
patrones del teatro clásico español. Ambas obras pueden encuadrarse dentro de
un realismo mágico y simbólico.

Los temas ubicados en los años previos a la Guerra de Independencia y
primeros años de ella serán ejemplificados por sus obras Soga de niebla (1954),
Manuelote (1950) y María Rosario Nava (1964). La primera, estrenada en el
Primer Festival de Teatro Venezolano bajo la dirección de Humberto Orsini, es
la historia de un asesino condenado a muerte que salva la vida aceptanto el cargo
de verdugo en una prisión predominantemente política. Cronológicamente se
sitúa entre los años 1780 y 1806 y, dentro de una forma de realismo psicológico y
simbólico. El verdugo, en su proceso de desintegración moral, simboliza la paralela desintegración de un régimen colonial que, en sus postrimerías, se empeña
aún en asfixiar los anhelos de independencia del país que nace. Un sentido
fatalista conduce al trágico final: ante la huida de su esposa—símbolo quizá de
la pérdida de lo conquistado por el crimen que le privó de la libertad y le condujo
a su actual condición—el verdugo se suicida minutos antes de que llegue
el alcaide a comunicarle la real orden que le eximiría de su vergonzoso oficio.
Manudóte, obra en un acto, presenta un cuadro de la realidad socio-política
en el año 1814 a través de dos negros esclavos—Manuelote y Petrona, su mujer—
cuyo diálogo, conciso y fluido, ubica rápidamente al espectador en el clima de la
Guerra de Independencia. Al quedar solos al cuidado de la casa de sus amos—
las mujeres y los niños emigrados a zonas más seguras, los hombres peleando en
el ejército libertador—, los dos esclavos sufren gran penuria. Aparece un oficial,
primo del amo don Martín, para indagar si puede confiar a Manuelote, a la
sazón solo, la vida de don Martín, herido gravemente y perseguido por las fuerzas
del General Boves. Ante las garantías de lealtad que da el esclavo, traen al herido
y le dejan para ir a conseguir transporte en que llevarle al puerto. Al regresar
Petrona y encontrar al amo allí, inconsciente, protesta por el peligro que corren
ocultándole. Las voces del pregonero ratifican sus temores anunciando castigo
de muerte para los encubridores y, a la vez, ofrecen una recompensa de cinco
mil pesos a quien entregue, vivo o muerto, a un cabecilla faccioso. En Petrona
nace la idea de entregar al herido, a lo que Manuelote se niega al principio para
terminar, aparentemente, aceptando. Don Martín despierta de su letargo a tiempo
para escuchar el final de este diálogo y, al marcharse los esclavos—primero
Petrona, momentos después Manuelote—se levanta del lecho intentando escapar.
Regresa Manuelote, solo, y don Martín le increpa duramente. El esclavo le tranquiliza.
Petrona, en efecto, fue a delatarle, pero no pudo llegar a la comandancia.
Y le muestra el cuchillo con que lo ha impedido. Don Martín se desmaya. Regresa
el oficial con dos hombres y ofrece a Manuelote dinero, que éste no acepta.
Al quedar solo, el esclavo recorre con una larga mirada de tristeza la estancia.
Suena una corneta. Manuelote descubre la pistola del amo y, como movido por
una súbita decisión, saca de un baúl un viejo sombrero, recoge una cobija y un
machete, y marcha hacia la puerta. "Debe haber algo grande por lo cual mueren
y se sacrifican tantos," exclama. "Me iré a esa guerra. Quizá haya un puesto
para mí junto a esa gente que manda Bolívar."3 El trazado de los personajes y
de sus procesos mentales responde a una lógica tan coherente con su situación
y sus características socioculturales que el trágico final se justifica plenamente.
Cerrando el análisis de las obras de Rengifo vinculadas a la Guerra de Independencia
nos referiremos a Marta Rosario Nava, cantata en verso cuya acción
tiene lugar en la ciudad de Mérida, en los Andes venezolanos, un día del año
1817. Su tema es el juicio de la protagonista, acusada de haber secundado a su
hijo en la rebelión contra el regimen colonial. Mediante la utilización de un coro,
Rengifo actualiza acciones anteriores y da vida a la participación en la lucha
independentista de los distintos estamentos sociales que van uniéndose a Bolívar.
El texto alcanza gran altura lírica y épica. Cuando los jueces le preguntan a
María Rosario que "vio de raro en Bolívar," ésta responde:

En sus ojos estaba Venezuela encendida
y en su pecho los fuegos que braman y liberan.
Desde su voz un bronce candente proclamaba
un mundo con justicia, un rumbo, una ribera. . .
Más tarde describe a su hijo en diálogo con el coro:
—Es como el Albarrega: sonriente y decidido.
Era un adolescente cuando en Caracas, lejos,
estallaron los ecos de una palabra pura.
—Dijeron libertad.
—Eso mismo dijeron.
El la miró llegar sobre las altas cimas
y deletreó sus formas de llamas y praderas.
Al final, relata cómo el hijo, con los brazos fracturados, es rechazado por el
Ejército Libertador:
—Entre sus brazos rotos y el sol que se marchaba
mi hijo era una espiga de sal que se doblaba. . .
Alguien le respondió:
—No alistamos lisiados.
Con los brazos lisiados, ¿quién llevará tus armas?
Levántate, le dije, conozco quien te llama.
Tú irás sobre tus pies. Yo llevaré tus armas.4

Tres obras, enmarcadas cronológicamente en la etapa de las guerras civiles,
integran lo que el autor denomina Mural de la Guerra Federal, cada una completa
en sí misma, unidas entre sí por la figura de Ezequiel Zamora, gran personaje
de las tres aunque en ninguna aparezca en escena. Su tema básico es la
oposición de las fuerzas armadas del gobierno republicano a la rebelión de
Zamora, cuya victoria supondría el arribo al poder de las clases populares. Las
fuerzas gubernamentales defienden los derechos del apellido, la riqueza y el
poder económico, que implican el mantenimiento de las grandes masas—los
"patas en el suelo," que hasta tan alto grado habían contribuído a la independencia
del país—en la incultura y la miseria.

La primera pieza de esta trilogía, Un tal Ezequiel Zamora (1956), presenta
una imagen de la Guerra Federal vista a través de una familia campesina que, sin
quererlo, se ve envuelta en ella y, finalmente, arrastrada a seguir la ya legendaria
figura de Zamora. Concebida dentro de un esquema realista pierde autenticidad
en ocasiones por la introducción de metáforas poéticas en el lenguaje. Sin embargo,
el nivel de la obra se eleva mediante el ritmo creado por el autor, reflejo
del clima de violencia que envuelve a los protagonistas, y la grandeza de algunas
situaciones,—como aquélla en que el padre sale del rancho en medio de un tiroteo
a recoger el cuerpo de un soldado herido—y el final, en que el padre desentierra
tres puntas de lanza de la Guerra de Independencia y, ensartándolas a tres palos,
que entrega a sus hijos, prende fuego a su rancho, donde reposan los cadáveres
del herido y de su pequeña hija loca, violada por los centralistas, e inicia la
marcha, con sus hijos y su mujer, para unirse a las huestes de Zamora.


La acción de Los hombres de los cantos amargos (1956), segunda pieza de la
trilogía, ocurre entre los años 1854 y 1855, alternativamente en el despacho del
Secretario de Gobierno y una calle en Caracas, una hacienda cacaotera en los
Valles del Tuy, y un campamento de negros cimarrones en las montañas de
Capaya. La tesis central de la pieza es que la abolición de la esclavitud tuvo su
origen en razones puramente económicas, ya que, según cifras de la época,
resultaba más costoso mantener a los esclavos como tales que liberarles y contratarles
como peones, por jornales de hambre, sólo en las épocas del año que
requiriesen su trabajo.

Mediante una técnica de acciones paralelas, el autor muestra los distintos
niveles en que se desarrolla el proceso socio-económico de la liberación de los
esclavos, acciones ágiles, en ocasiones violentas, en las que cada personaje usa un
lenguaje propio de su psicología y su situación, enriquecido, en el caso de los
esclavos, con elementos folklóricos y poéticos auténticamente populares.
La trilogía se completa con Lo que dejó la tempestad (1957), epílogo dramático
de la Guerra Federal, cuya acción se desarrolla en 1865. En esta pieza, sin
duda la mejor construida del Mural, Rengifo desarrolla un esquema dramático
de gran fuerza realzado por la presencia constante de la poesía. Brusca, la
protagonista, es una loca agorera que, en su locura, pregona la presencia viva de
Ezequiel Zamora después de su muerte, mientras "El Perro" busca desesperadamente
a los que enterraron a Zamora en su afán de comprobar por dónde le
entró la bala que le mató, ya que la que él intentó disparar contra Zamora quedó
intacta en su arma.6 Un constante juego con el tiempo de las acciones y un
diálogo ágil, ocasionalmente en prosa rimada, caracterizan esta pieza que cierra
una trilogía histórica de indudable grandeza, sobre la cual ha opinado el crítico
Leonardo Azparren Giménez: "Un teatro histórico bien entendido, como el de
Rengifo, es, ante todo, un intento de redescubrir Venezuela a través de su propia
historia, única manera de que la historia como tal sea válida, sea el pasado en
función del presente. En ello reside la validez del teatro histórico de César
Rengifo."

Obras relacionadas con la marginalidad

Dos obras, ambas en un acto, representan en nuestro análisis de la obra de
César Rengifo el tema de las poblaciones marginales. Harapos de esta noche
(1945) narra la lucha de una mujer pobre por defender la potestad sobre el hijo
que ha tenido, extramatrimonialmente, con un hombre rico, y se desarrolla en el
rancho en que aquélla vive con su madre y su hermana. Obra inmadura aún,
sus personajes, aunque en general bien diseñados, presentan una división casi
tajante entre los buenos (los pobres) y las malos (los ricos). De ello se resiente
el lenguaje que, aunque natural, refleja sólo una faceta de los personajes. El
desarrollo de la acción, dentro de patrones realistas, se enriquece mediante un
hábil juego de evocaciones que rompen la unidad de tiempo y conducen a un
dramático e inesperado final.

La acción de La sonata del alba (1954) transcurre en una sola noche en el
rancho de Miguel y Antonia, matrimonio sin hijos, en un cerro de Caracas. Esa
mañana, Antonia ha encontrado un niño abandonado, al que ha traído a la casa
y cuidado con la ilusión de conservarlo. A su llegada del trabajo, en el que
apenas lleva unos días después de un largo período sin ocupación, Miguel se
opone al deseo de Antonia y decide avisar a la policía. La lluvia, que más tarde
desencadenará el drama—derrumbe de muchos ranchos y muerte de sus habitantes—
impide su salida del rancho, al que llega, para guarecerse, un desconocido,
personaje simbólico que viene a representar la conciencia colectiva de los desposeídos.
A través de un diálogo lleno de naturalidad y, a la vez, poético, Miguel
y el desconocido discuten diversos problemas, especialmente la inseguridad del
futuro que impulsa a Miguel a negarse a criar al niño. Crecen las lluvias y los
gritos de los vecinos anuncian el derrumbe de ranchos. Miguel y el desconocido
salen a ayudar. Su participación en los problemas de los demás, el descubrimiento
de su propia capacidad de lucha, convencen a Miguel de que debe conservar el
niño, un hijo al que podrá enseñar "a ser fuerte, a luchar por algo pero sabiendo
a donde quiere ir . . . y, sobre todo, a odiar la resignación." César Rengifo introduce
en esta obra la tesis de la participación de todos en la solución de sus
problemas colectivos en oposición a la pasividad y el individualismo que han
constituido las normas de conducta de los grupos desposeídos sin clara conciencia
de sus problemas.

Farsas y sátiras

Tres piezas ejemplificarán el uso de los elementos satíricos y farsescos en la
producción de Rengifo. La primera, Buenaventura Chatarra (1960), farsa
trágica, es la historia de un hombre ingenuo que, al suicidarse su patrón, al que
ha servido lealmente durante años, recibe como única herencia una carta de
buena conducta con la que intenta conseguir otro trabajo. En su búsqueda de
empleo el protagonista cae en situaciones extremas en las que el autor coloca
personajes de una sola pieza—ingenuos y honrados como Buenaventura y su
mujer, cínicos y amorales los demás—justificable, sin embargo, dentro del
esquema de farsa sobre el cual está construida la obra. Un coro, que narra y
dialoga con los protagonistas, contribuye a la distorsión intencional de la situación
realista de la que el autor ha partido, y le da oportunidad de exponer las
motivaciones profundas de una sociedad que explota al hombre aún después de
su muerte.

Justamente en esta realidad basa Rengifo su comedia satírica La fiesta de los
moribundos (1966), cuyo tema presenta los negocios de la Compañía Suministros
Biológicos S.A. Ltd., en una ciudad de los Estados Unidos de América. Sobre
"slogan" que exaltan la belleza de la muerte, esta compañía se dedica a comprar
cadáveres para suministrarlos a las más diversas instituciones para los más
diversos usos. Partiendo de esta trágica utilización del hombre por el hombre,
Rengifo se aparta de una línea argumentai y técnica largamente seguida por él y
entra plenamente en la farsa, la farsa de los valores desvalorizados de un mundo
como el nuestro sujeto a brutales antojos de estructuras totalmente despersonalizadas.
El desarrollo de la pieza, coherente con el absurdo esencial—pero real—
que sirve de base a aquélla, lleva a un final imprevisto. Cuando, como consecuencia
de un error en el envío de un cadáver, la empresa amenaza desmoronarse, un
cable le abre nuevas perspectivas de negocios solicitando piel humana para
experimentar en la fabricación de lámparas y objetos de arte. El telón cae mientras
el Presidente de la Compañía Suministros Biológicos S.A. Ltd. brinda por
ella, "que inaugura una nueva era: la era del hombre sin muerte.,'9
Una medalla para las conejitas (1966) se desarrolla en un hotel de turismo en
la costa de la República Dominicana, a treinta kilómetros de Santo Domingo, un
día de julio de 1965. Dos chicas norteamericanas de vida fácil han sido abandonadas
allí, después de unas breves vacaciones con dos amigos millonarios que
regresan a su país dejándoles un cheque como pago por su compañía. Cuando
ellas intentar cobrar el cheque y conseguir pasaje de regreso a los Estados Unidos,
estalla una revuelta en la isla. Aparece un sargento norteamericano para informarles
que todos sus compatriotas las han abandonado y que ellos dos, por las
que el gobierno norteamericano está muy preocupado, son los únicos ciudadanos
de su país que quedan allí. Al ruego de las chicas de que las envíen a los
Estados Unidos, él responde: "Hemos hecho el desembarco para proteger a los
ciudadanos norteamericanos cuyas vidas peligran en esta isla. Si se marchan
ustedes, ¿qué diablos haremos nosotros aquí?" Se instalan alambradas en torno
al hotel, ametralladoras y sacos de arena en el balcón de la habitación que ellas
ocupan. Traen una gran caja. Una de las chicas, horrorizada, pregunta si contienen
bombas. "No," responde el sargento, "Coca Cola. Cuando se dispara es bueno
refrescarse. . . ." Ante las nuevas protestas de las chicas, añade: "En estos
momentos los nombres de ustedes son mencionados en la prensa mundial. Ustedes
justifican la orden presidencial de nuestro desembarco, de la ocupación, son un
símbolo de la cultura universal, del mundo libre, de la libertad sin temores. . . .
Todo nuestro país sabrá que tiene en ustedes a dos heroínas de la libertad. Y algún
diario solicitará para ambas el otorgamiento de una medalla al mérito. . . ."10

El tema petrolero

Como cierre de nuestro análisis nos referiremos a dos piezas de César Rengifo
sobre el tema petrolero, que aparece por primera vez en el teatro venezolano con
su obra El vendaval amarillo (1954). Esta pieza trata de la invasión y destrucción
por las perforadoras de un pueblo verdadero, Lagunilla de Tierra, cuyos
habitantes desplazados fundaron Lagunilla de Agua sobre el Lago Maracaibo.
Esta obra pone en contraposición la pacífica pobreza de un pueblo, hasta entonces
asfixiado por las alambradas de las grandes haciendas, y el estallido del petróleo,
que sólo enriquecerá a las compañías explotadoras dejando en la misma miseria—
ahora una miseria moral también—a sus habitantes. Hay en la pieza una excesiva
acumulación de elementos trágicos pero el lenguaje es natural y sincero y los
valores defendidos y planteados por los personajes son auténticos.11
En Las torres y el viento (1970) se presenta nuevamente el tema del petróleo
también como hecho histórico pero ahora vinculado plenamente a la realidad
nacional, pasada, presente y futura. Sobre un fondo realista y con personajes concretos
de hoy, el autor introduce, como alucinaciones del protagonista, personajes
reales del pasado, en un juego constante de realidad y fantasía mediante el cual
consigue crear un clima de suspenso que mantiene viva la atención del espectador.
Entre esos personajes del pasado los hay naturalistas y los hay simbólicos
y farsescos, que representan las fuerzas políticas, económicas y sociales que el
autor desea criticar duramente. La imaginativa utilización de la luz y los efectos
sonoros sugerida por el autor, y el rompimiento constante de la unidad de tiempo
y de espacio, contribuyen a crear un clima alucinante al que enriquecen los
elementos folklóricos introducidos por él en la pieza.12
Como prefacio para esta obra, con motivo de su inclusión, como pieza representativa,
de Venezuela en la Antología teatro selecto hispanoamericano, seleccionada
para la Editorial Escelicer de Madrid, por el autor de estas notas y el Dr.
Orlando Rodríguez Sardinas, de la Universidad de Wisconsin, César Rengifo
escribió un texto que refleja la profunda vinculación entre su teatro y la historia
y la realidad actual de Venezuela. En razón de su importancia nos decidimos
a transcribirlo aquí.

Con el borbollón del primer pozo de petróleo, brotado en Zumaque en
1914, el mito de El Dorado regresó a la Tierra de Gracia, como llamara
Colón a la que posteriormente habría de ser Venezuela. El mito de la
riqueza fácilmente encontrada, de la posibilidad inmediata, del logro sin
esfuerzos, del torrente dorado llegando por todas las vertientes hasta las
manos más audaces, hizo presa en la mente de varias generaciones. La
propaganda bien orquestada, dentro y fuera del país, menos llana e ingenua
que la de los Cronistas de Indias, contribuyó a calentar las cabezas y llevar
más ardor y más fiebre a las pupilas alucinadas. Pocos vieron cómo la
economía venezolana, asentada hasta entonces sobre la agricultura y la
cría, se iba menguando para dar paso a otra sustentada sólo por la producción
petrolera; y que esa economía, paulatinamente, pasaba a depender,
con máscaras y disfraces, pero casi absolutamente, de las fuerzas exteriores
dueñas y administradoras de la explotación del aceite. La mayoría de los
ojos y de las mentes se hallaban encandilados por el brillo de la riqueza
presentida, que casi se dejaba tocar por los ávidos dedos extendidos. La
alucinación de El Dorado volvió a recorrer llanuras y montañas, costas
marítimas y ríos. Volvieron los Spira, los Utre, los Alfinger, los Raleigh;
y todos los campos petroleros fueron como la resurrección de la legendaria
Manaos, ciudad de oro. Y volvieron las turbulencias, las expediciones sin
regreso, la antropofagia en selvas y desiertos calcinados.
Con el cambio y la subordinación de la economía, se perturbó el desarrollo
normal de la vida en el país. Los terribles contrastes se iniciaron: el
Jet y el burro; la piragua y el yate deslumbrante del potentado hijo del
petróleo; el urbanismo desmesurado, abierto, espléndido, entre cinturones
de ranchos y miserias. Todos los valores sociales y morales se invirtieron,
y sobre un espejismo dorado, se volcó el vendaval devastador. Sobre los
pueblos del interior pasó él, oscuro, aullante, dejando sólo baja demografía
y desolación. Allí donde surgieron pueblos aluvionales—pueblos hongos
les dicen los sociólogos—en torno a las torres (como surgían los burgos de
la Edad Media en torno a los castillos feudales), una vez agotado el aceite
no quedó sino la frustración de un esplendor que no llegó nunca. Lagartos
y sabandijas habitan ahora el monte que ha surgido sobre ellas; y, por las
noches, únicamente los cocuyos abren sus luces fosforadas sobre el hierro
mohoso de los balancines y torres abandonados. Y el viento, el viento sin
voces, sin presencia humana, recorre las miserables casas deshabitadas,
penetrando por las vacías oficinas y saliendo a través de las ventanas sin
hojas. Su ruido acentúa la desolación del paisaje. Para la mayor parte de
Venezuela el petróleo ha sido eso. Una alucinación, una esperanza frustrada,
un viento aullante y helado. Para toda, fue la enajenación absoluta.
Enajenación que, aferrándose a su economía, trepó hasta las altas cimas de
los espíritus. La locura mostró su presencia: manos, rostros, pies, muévense
aún en ella, sonámbulos, mientras en las pupilas siguen clavadas dos
manchas turbias, viscosas, de petróleo.

Torres derruidas y viento. He ahí para muchos venezolanos lo que
queda del petróleo. Del nuevo trueque de aquél por baratijas,—los indios
cambiaban oro por mostacillas—, sólo quiénes asumieron la actitud de la
Malinche o de Fajardo, obtuvieron las monedas. Otros, como Luciana y
el Forastero—personajes centrales del esta obra—dejaron sus calaveras en
la tentativa violenta de detener el chorro negro, absurdo, enajenante, con
sus manos y su corazón. Un país sin memoria requiere los testimonios:
ésa sería la respuesta para quienes pregunten el por qué esta pieza. La
alucinación de todo cuanto ha ocurrido y ocurre la llevamos en la sangre
la generación del petróleo y la que ha llegado cuando él comienza a
negarse en las oscuras vertientes.

Una herencia de pozos muertos, de tubos carcomidos, de mechurrios
apagados, de cruces, cruces, cruces . . . cae como sentina inútil sobre quienes
andan en procura de caminos y ansiosos de quebrar el espejismo negro, de
saltar el torbellino trágico, de superar la locura impuesta, de regresar a la
tierra verde ya despojada de la red y la cadena.13
Para la Antología 13 autores del nuevo teatro venezolano, compilada por el
autor de estas notas, publicada por Monte Avila Editores, de Caracas, en 1971,
César Rengifo revisó y terminó su drama en un acto La esquina del miedo
(1970), testimonio de la deshumanización de una sociedad que permanece indiferente
y pasiva ante el dolor ajeno, incluso ante la muerte—evitable aún—, de
un ser humano. En ella desarrolla técnicas que le ubican dentro de las más
nuevas formas teatrales.14 Y en ocasión del Sesquicentenario de la Batalla de
Carabobo estrenó su última obra, la hermosísima cantata en verso Esa espiga
sembrada en Carabobo (Funeral a un soldado del pueblo) (1971).
A los treinta y cuatro años de haber escrito su primera obra, César Rengifo
alcanza ese número en el total de sus obras terminadas. Su aporte al teatro venezolano
contemporáneo puede calificarse como la contribución individual más
importante de la dramaturgia nacional. Paralelamente, César Rengifo está
llevando al lienzo, con extraordinaria madurez de técnica y contenido, la gran
realidad venezolana. Y es preciso dejar constancia de que aún pueden esperarse
grandes cosas de su producción futura.
Caracas, 1971

Notas
1. César Rengifo, en el Programa del Primer Festival de Teatro Venezolano, Ateneo de
Caracas, 1959.
SPRING 1972 61
2. Rengifo, Carayá o el Vencedor, en Revista Cultura Universitaria (Caracas), No. 23
(1951).
3. Rengifo, Manuelote, en Cuadernos Universitarios de los Estudiantes de la Universidad
Central de Venezuela (Caracas), 1952.
4. Rengifo, María Rosario Nava (Mérida, Venezuela: Ediciones Rectorado de la Universidad
de los Andes, 1964).
5. Rengifo, Los hombres de los cantos amargos (Caracas: Asociación de Escritores de
Venezuela, No. 137, 1970).
6. Rengifo, Lo que dejó la tempestad, en El teatro hispanoamericano contemporáneo, Carlos
Solórzano, ed. (México: Fondo de Cultura Económica, 1964).
7. Leonardo Azparren Giménez, El teatro venezolano (Caracas: Instituto Nacional de
Cultura y Bellas Artes, 1967).
8. Rengifo, Buenaventura Chatarra (Caracas: Ediciones Dirección de Cultura de la Universidad
Central de Venezuela, 1967).
9. Rengifo, La fiesta de los moribundos (Caracas: Asociación de Escritores de Venezuela,
No. 137, 1970).
10. Rengifo, Una medalla para las conejitas, en Revista Expediente (Caracas), No. 1 (1968).
11. Rengifo, El vendaval amarillo (Caracas: Ediciones Dirección de Cultura de la Universidad
Central de Venezuela, 1967).
12. Rengifo, Las torres y el viento, en Antología teatro selecto hispanoamericano, C. M.
Suárez Radillo and O. Rodríguez Sardinas, eds. (Madrid: Escelicer, 1971).
13. Ibid.
14. Rengifo, La esquina del miedo, en Antología 13 autores del nuevo teatro venezolano,
C. M. Suárez Radillo, ed. (Caracas: Editorial Monte Avila, 1971).
BIBLIOGRAFÍA SUPLEMENTARIA
Rengifo, Los canarios, en Revista Cultura Universitaria (Caracas), No. 23 (1951).
, Esa espiga sembrada en Carabobo (Funeral a un soldado del pueblo), Ia ed.,
(Caracas: Imprenta Miguel Ángel García e hijo, 1971). 2a ed., (Caracas: Ministerio de la
Defensa, Comisión Organizadora de los Actos Conmemorativos del Sesquicentenario de la
Batalla de Carabobo, 1971).
, Estrellas sobre el crepúsculo (Caracas: Ediciones de la Dirección de Cultura de la
Universidad Central de Venezuela, 1967).
, Los hombres de los cantos amargos (Caracas: Asociación de Escritores de Venezuela,
No. 137, 1970).

Por favor, aún no.