miércoles, 14 de noviembre de 2007

Certeza

Verónica ha observado a lo largo del día a su mujer de nardo mientras abre y cierra libros, mientras escribe o juega solitario en el computador, mientras se queja - injustamente - por supuesto - de cierta actitud olímpica de Verónica respecto a la vida doméstica, mientras le sonríe y alaba una crema de apio, mientras sale desnuda y olorosa luego de bañarse. Verónica se cansa de observar y decide invadir el cuerpo de su mujer de nardo con los ojos, los labios, la lengua, las manos, la piel y el peso de su cuerpo. La mira con ojos brillantes de leve orgullo porque su mujer de nardo se abre levemente y su olor mitiga las angustias del día para Verónica interesada en demasía en asuntos mundanos como la política y las ambiciones saborea sus senos, se ríe ante las ondulaciones del blanco cuerpo. Pero cuando ya todo está a punto y Verónica quiere sentir latidos y humedades más hondas, la mujer de nardo la toca con pericia: Verónica se desgaja en un gemido tan genuino y profundo que su parsimoniosa compañera le tapa la boca pues es discretísima. en el conocimiento está la diferencia piensa Verónica adormilada.

Gisela Kozak Rovero. Pecados de la Capital y otras historias. Monte Ávila Editores Latinoamericanas. Caracas, 2005

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta. Está chévere. A.G.

Anónimo dijo...

¡Qué sabroso...!. La historia se pone interesante. ¿Cómo sigue pana?. A.G.

Ciudad Escrita dijo...

gracias por tus comentarios

Por favor, aún no.