miércoles, 22 de agosto de 2007

De profundis


Permítanme hacer un paréntesis en este convulso mundo. He terminado de releer el libro DE PROFUNDIS del escritor inglés- en realidad irlandés- Oscar Wilde (1854-1900). La maravillosa carta, porque he de decir que DE PROFUNDIS es una misiva, tal vez la más larga de la literatura occidental, nos lleva a un espacio de dolor. El dolor más suave y tierno que un ser humano pueda experimentar. Leer a través de sus letras es caminar por un camino de piedras y espinas con un delicado olor a rosas envolviendo toda la atmósfera. El decadente estilo con que se expresa el autor es realmente fascinante. La homosexualidad declarada, juzgada y castigada de Wilde es una lluvia de lágrimas que se derrama sobre las cabezas de sus jueces. ¡Qué horror como fue la destrucción de un gran artista! Él fue un artista. Un creador. Un idiota. Un mártir. Un socialista burgués. No hablaré de su posición ideológica y estética de su arte literaria, en otro momento lo haré. Sólo quiero quedarme quieto y esperar que las sílfides de los bosques me envuelvan y me lleven a las deliciosas palabras de Wilde. Paradoja extraña de la realidad. Un creador de belleza caído en la más profunda decadencia. Sus obras de teatro llenaron de cinismo a los escenarios de Londres. Él avizoró cual sibila la decadencia del mundo burgués del que formó parte. Se percató de los cambios sociales subyacentes de su tiempo. El Modernismo de una sociedad que poco a poco iba colocando precios a los objetos y las personas, pero no supo darle valor. Oscar Wilde se sumergió en el lodo de la satisfacción material de sus caprichos propios de un sibarita, lo que no sabía que pronto como él mismo acota en DE PROFUNDIS sus acciones le traerían como consecuencia reacciones. Él entendió, así lo deja leer en su carta, que su voraz apetito por los placeres superficiales de una sociedad en decadencia lo condujo al cadalso de su alma. Él amó a Bosie, el pequeño demonio Lord Alfred Douglas, hijo del bestial Marqués de Queensberry, propulsor y redactor de las primeras reglas del boxeo inglés; ese fue su destino. Oscar Wilde se acusó y se expuso de ser sodomita. La sociedad esperó con afán su declaración en los tribunales y no tuvo remilgos en condenarlo. Era homosexual y debía expiar su culpa y curar su enfermedad en la cárcel. Lo hizo. Y produjo una bella pieza del más puro oro americano, su carta de confesión. Leer este libro es tocar el viento. La suavidad de sus palabras se cuelan en las más toscas decisiones de la Sociedad. Wilde era como su "príncipe feliz". Le fueron arrancando las joyas de su ingenio hasta quedar hecho una pobre estatua en medio de una plaza en donde los caminantes pasan sin advertir su presencia.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No he tenido ocasión de leer el libro que comentas, pero veo que te ha impresionado vivamente. Oscar Wilde siempre me ha parecido una persona profundamente humana. Tanto que fue capaz de aceptar públicamente su homosexualidad en una sociedad intolerante e implacable. Probablemente él no lo hizo con ese propósito, pero su decisión ha quedado como una denuncia permanente.
Ha sido un placer comenzar el día leyendo estas líneas. Andrés Gallego

Ciudad Escrita dijo...

Muchas gracias por tu comentario. Te recomiendo ampliamente este libro DE PROFUNDIS, al igual que su libro de ensayos. Sus cuentos son muy hermosos, en especial, para mí, el Amigo Fiel y el Ruiseñor y la Rosa

Anónimo dijo...

Intentaré localizarlos y leerlos. Andrés Gallego.

Por favor, aún no.