Pier Paolo Pasolini. Archivo. |
Por Guadi Calvo.
Gente normal, me condenáis;
a temblar, a odiar, a ocultarme,
a desaparecer...
Pier Paolo Pasolini.
Pasolini
es un hombre inabarcable, un artista absoluto y un intelectual íntegro, que
comprendió la función de los hombres de ideas en la sociedad. Quizás esas hayan
sido las razones que propiciaron que la noche del dos de noviembre de mil
novecientos setenta y cinco, en un basural de la Vía dell”idroscalo, en Ostia,
una ciudad balnearia a unos treinta kilómetros de Roma, fuera masacrado con
saña y odio.
Cuando
María Teresa Lollobrigida, una vecina del lugar, descubrió su cadáver en una
playa solitaria, tenía la cara hundida en la arena, estaba ensangrentado, el
pelo empapado en sangre, la frente con golpes y desgarros. Su cara, aparecía
deformada por la inflamación, negra de moretones y plagada de heridas; sus
brazos y manos laceradas. Los dedos de la izquierda quebrados; la mandíbula
fracturada; la nariz aplanada y deslizada hacia la derecha; la oreja izquierda
desgarrada, la derecha arrancada. Los hombros, el tórax y la espalda marcados
por los neumáticos de su auto un Giulietta 2000, con el que le habían pasado
por encima varias veces. Tenía un tajo que iba de cuello a nuca; diez costillas
rotas, igual que el esternón; el hígado despedazado y el corazón estallado.
La
prensa del poder conjeturó inmediatamente que había sido un crimen pasional.
Pasolini había nacido en marzo de 1922 en Bolonia y cargaría toda su vida con
demasiados pecados para un solo hombre: homosexual, marxista y cristiano,
expulsado del partido comunista en 1949 a causa de su elección sexual.
Intelectual de compromiso absoluto con los pobres del mundo. Había denunciado
una y otra vez los entrecejos del poder, tanto en sus filmes como en sus
vitriólicos artículos que producían escozor en el Vaticano o como en el barrio
Scampia de Nápoles, cuna de la mafia.
Al
enterarse de su muerte, el líder demócrata cristiano Giulio Andreotti declaró:
“Se lo había buscado, ha recibido su merecido”. Sin duda Andreotti tenía razón,
se lo había buscado, no porque buscara el amor en los ragazzi di vita, sino
porque en toda su inclasificable obra había atentado contra el poder
establecido.
Siendo
uno de los intelectuales más potentes de la Europa de la posguerra, un poco
exquisito, un narrador vertiginoso, un ensayista incómodo como se puede
recordar a muy pocos y para más, un realizador cinematográfico de la talla de
Antonioni, Fellini y hasta el propio Luchino Visconti, lo cual le daría más
fama internacional, la que Pasolini utilizaba para incomodar al establishment.
El
que fuera finalmente su última película: Saló o los 120 días de Sodoma
(1975) había excedido por mucho lo que el Sistema estaba dispuesto a tolerar.
Un filme revulsivo, en mucho más por lo que denuncia que por lo que muestra,
quizás la diatriba contra el poder más impactante y descarnado que se haya
filmado jamás.
La
cinematografía de Pasolini, al igual que el resto de toda su obra; la poética
como La religión de mi tiempo (1961) o Poesía en forma de rosa
(1964); la narrativa entre otras novelas
Muchachos de la vida (1955) o Una vida violenta (1959) y
su vastísima ensayística, entre tantos títulos Empirismo herético (1972)
o Escritos corsarios (1975), no se ha cerrado a esteticismos vacíos,
sino que ha utilizado siempre la belleza de su prosa y la plasticidad de sus
imágenes como portadores de discursos antidogmáticos que han enfrentado al
poder en todas sus expresiones.
La
fuerza que aún mantienen las imágenes de sus filmes a cincuenta años de rodados
como es el caso de su ópera prima Acattone
(1961), o Mama Roma (1962) o El Evangelio según San Mateo (1964). En
ellos han trazado con los rostros de sus actores, por lo general no
profesionales, el mapa de las humilladas y ofendidos, no sólo de Italia, sino
de todos los desamparados del mundo.
En
la búsqueda de rostros y lugares para la realización de la cinta que finalmente
no llegó a rodar, Appunti per un
Orestiade africana (1970), Pasolini transitó Tanzania, Uganda y Tanganica
tras los rostros negros de Agamenón, Clitemnestra, Electra, Orestes o del Coro.
Buscando localizaciones, situaciones reales y cotidianas para resaltar el
carácter popular de su filme y la enmarañada contradicción entre tradición y
modernidad, con ese pequeño ensayo consiguió mostrar un África doliente pero a
la vez vital y enérgica. Lo mismo logra en Appunti
per un film sull´India (1969) y en Soproluoghi
in Palestina (1965) que son los ensayos previos al rodaje de El evangelio según San Mateo.
Su
más de veinte filmes entre lo que podríamos incluir los míticos Teorema (1967), una descarnada mirada a
la alta burguesía ya desprendida de todo resguardo moral; Medea (1969), donde interviene el clásico griego con una mirada
erudita y renovadora, u otro gran clásico Edipo
Rey de 1967, en el que Pasolini modifica el texto hasta convertirlo en un
acto autorreferencial, quizás a punto de preanunciar su propia muerte.
Pasolini
no fue asesinado en una disputa entre homosexuales como la prensa del poder lo
señaló. Pasolini fue eliminado por el
poder para acallar sus críticas. Al momento de su asesinato escribía Petróleo, novela publicada en 1992,
donde expone sus investigaciones sobre los secretos de ENI (Ente Nazionale
Idrocarburi) y sobre el atentado que le costó la vida al entonces presidente
del ENI, Enrico Mattei, en 1962, y que pasado más de una década seguía sin
resolverse ni la trama y ni las consecuencias de la muerte de Mattei. Recién se
reabrió el caso en 2005. Mattei, partisano de la resistencia italiana, fundador
y primer presidente de la compañía energética que acordó beneficiosos acuerdos
con la entonces Unión Soviética y otros países del área socialista, lo que sin
duda selló su destino. Pasolini seguía entonces las investigaciones del
periodista Mauro Di Mauro, asesinado por la Cosa Nostra el 16 de septiembre de
1970 para evitar que siga hurgando en el crimen de MAttei. En 2006 el capio
mafia, Toto Riina, fue enjuiciado y condenado por la muerte de di Mauro.
Pasolini
siempre quiso ser recordado como poeta, pero el peso de toda su obra
hace imposible distanciarlo de su filmografía, su novelística y el ensayo
político y social. Quizás en el breve monólogo del Pietro de Teorema,
protagonizado por Andrés José Cruz Soublette, se encuentre resumido lo que él
sostenía acerca del arte y del artista: “Es
necesario inventar nuevas técnicas, imposibles de reconocer. Que no se asemejen
a ningún estilo existente, para evitar el más pueril de los ridículos para
construir un mundo propio. Sin posibles confrontaciones para que no exista la
mesura del juicio que sea tan nuevo como la técnica. Nadie debe comprender que
el autor no vale nada y que es un ser anormal, bajo, que como gusano se
retuerce y se estira para sobrevivir”.
Pasolini obliga a ser pensado como un artista
completo y complejo, si bien fue casi un renacentista, es el paradigma del
intelectual comprometido del siglo XX.
Tomado de A
plena voz. Revista Cultural de Venezuela. N°68 agosto de 2011
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