En la foto: Félix Oropeza.
Cuando el “Dos” es uno
por Bruno Mateo
Un
domingo por la tarde en Caracas, se nos invita a pasear y a reconciliarnos con el
espacio que nos brinda la ciudad. Nos llama a contactar a los otros, alejados de
la cotidianidad obligada de los días laborables. Aquí, por lo general, salimos
con las personas a quienes apreciamos realmente, si de paseos se trata, o
caminamos solos, abriendo nuestros sentidos para atrapar las energías positivas
de alguien o de algo. Hay que dejarse maravillar por lo que nos puedan brindar
aquellos creadores de espacios distintos a esta dimensión. Con ello me refiero
a los artistas del escenario.
Ayer,
tuve doble tanda teatral, dentro de este gran movimiento cultural que está ocurriendo en este momento histórico
que me tocó vivir, primero vi la obra infantil “Sintonía o…hay un extraño en mi casa” (1991) de Elio Palencia, dirigida por Jennifer Flores
para el reciente grupo Margo
Producciones en el Teatro Nacional (1905) y luego vi, gracias a la magia de
causalidades, el grupo de danza Agente
Libre con su espectáculo “Dos” coreografiado
por Félix Oropeza en el Teatro Municipal de Caracas (1881), del cual me ocuparé
en seguida. Estas líneas son escritas por alguien que no es bailarín, pero que es amante del movimiento, de los cuerpos
acompasados con música que dibujan figuras y sensaciones en el espacio vacío de mi imaginación. Es una
percepción de alguien que hace y escribe teatro sobre el sublime arte de la
danza.
El
trabajo “Dos” se compone de cuatro
piezas de dos intérpretes cada una, si se toma en cuenta al esqueleto de
utilería en la tercera parte como un personaje, que para mí lo era. Las piezas
son, en estricto orden de aparición: “La
huida”, bailarines: Ana Chin y Félix Oropeza: “Tregua”, bailarines Ronny Méndez y Yuli Parica; “Perro
sato”, bailarín Félix Oropeza con esqueleto y por último, “Nocturno cero”, bailarines Luigiemar
Gómez y Jhon Lobo.
El
espacio vacío era el escenario de las coreografías, solamente las luces,
bellamente iban grafiando el ambiente, al igual que las proyecciones pegadas en
la pantalla o ciclorama de atrás del escenario.
“La huida” son dos seres grises que se
acompasan como sombras reflejadas en el espejo. Félix Oropeza es un bailarín de
cuerpo grueso mientras que Ana Chin es una figura liviana. El eterno juego de
los impares que aparean. La delicadeza de las líneas al estirar el cuerpo hace
que los brazos de Chin se alargue dibujando sendas caminos en el espacio,
mientras que Oropeza como fiel reflejo
la sigue con movimientos sincrónicos. Desde la butaca se percibe el diálogo que tenían ambos bailarines con
una perfecta conexión de dos.
“Tregua” es una pieza con mucha
fortaleza, la bailarina Yuli Parica, de contextura atlética centra el foco de
atención, lo que no significa que Ronny Méndez no haga lo propio. Aquí continúa
la dicotomía de dos seres: macho y hembra. Ella muestra su piel, él, por el
contrario, lo oculta con un vestuario que cubre sus brazos. La falda oculta sus
piernas. Ambos llenan el espacio con una especie de persecución en alguna
dimensión. La iluminación colabora mucho en cuanto a crear una atmósfera
enrarecida. Aquí quisiera poseer más conocimiento de la danza para poder
expresar con claridad la buena ejecución
de la bailarina Yuli Parica. Su
cuerpo es como una plastilina suave y fuerte a la vez que corta con piernas y
brazos el aire al abrirlos. Una buena interpretación que es complementada por
su compañero que se pliega dignamente a su ejecución.
“El perro sato” interpretado por Félix
Oropeza quien funge de titiritero con un esqueleto como utilería. Una pieza
sobre nuestra querencia con la muerte. Esa relación amorosa que tenemos los
seres humanos con nuestros seres queridos fallecidos ¿olvidados? por la
memoria. El cuerpo grueso de Oropeza nos da esa sensación de energía contenida
a punto de estallar, tal cual, lo hace en la propia coreografía. Todo
comienza con movimientos de manos que
trazan líneas ondulantes hasta llegar a una explosión en el cuerpo del
bailarín, tanto es así, que cae al escenario por un pequeño resbalón, no
obstante. Su cuerpo fornido hace que rebote manteniendo así la dinámica de la
composición. Es una pieza que besa a la muerte con la sutileza de la seducción.
Aquí, cabe la pregunta, ¿quién seduce a
quién? ¿La muerte al hombre? o ¿el hombre a la muerte?
Y
por último, “Nocturno cero” bailado
por Luigiemar Gómez y Jhon Lobo. Pieza que nos lleva a un estado febril, como
de aquel que se va de la vida y se va desnudando, más bien, desgarrando. El
elemento del vestuario ayuda mucho con esta sensación de ir despedazándose en el camino. Aquí, la entrega a la pieza fue
fundamental. La conexión entre ambos bailarines hizo que se produjera esa
explosión de disparos que al igual que en la música nos lleva por derroteros de
la angustia de que algo va a venir. Lobo lleva la batuta de la coreografía con
sus pasos firmes y cuidando que los pedazos de vestuario, el cual fue hecho de
papel, no perjudicara la dinámica. Sus brazos son lanzados al espacio como si
quisieran agarrar algo. Cuando ambos bailarines se amalgaman hasta producir una masa uniforme hace que nos demos
cuenta de que esos dos siempre son uno.
Debo
decirlo con mi lenguaje torpe e ignorante de la danza, gracias por brindarnos
unas coreografías llenas de magia. Por lo menos en mi, produjo una sensación de
que presencié un acto verdaderamente mágico y artístico.
Caracas, 21 de mayo de 2012.
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