por
Bruno Mateo
Al
día siguiente, se levanta muy contenta porque la llevarían al cerro. Se
montarían en el teleférico y luego tomarían chocolate caliente. Todo está listo. El viejo abuelo y Cipriana se van directo a la montaña. Al
llegar allá, siente un frío intenso. El lugar es neblinoso. Los dos viajeros
deciden ir hasta el pueblo de San Isidro que se encuentra a poca distancia de
la estación del teleférico. Mientras caminan, la niña, se imagina que por allí
debe vivir Pacheco, el señor de quien su abuelo le habló. A mitad de camino
sienten que caen unas gotas. ¡Oh! ¡Oh! Va a llover. ¡Vente Cipriana!, dice el abuelo, vamos a esa cabaña para que no nos mojemos. Ambos se meten dentro
justo a tiempo. El chaparrón de agua cae con truenos y relámpagos. Tal vez es
la casa de un guardabosque. La lluvia es cada vez más intensa y la muchachita
siente un poco de temor por lo que se abraza duro a su abuelo. Se escuchan
truenos muy fuertes. Y ellos están un poco alejados. El abuelo, para pasar el
tiempo, empieza a contar historias de cuando él era un chamito. No se sabe si fue
por el cuento o la larga espera que los dos caen rendidos de sueño. Al
despertar ellos se dan cuenta de que algo no está bien. ¿Qué hora es?, pregunta la niña. El abuelo no tiene idea. Sólo sabe
que deben irse inmediatamente. Es muy tarde y pronto va a anochecer. De
repente, escuchan el rugido de un animal y se asustan. Dicen algunos que en el
Warairarepano hay pequeños leones montañeses, que en América los llaman pumas. Hay que
salir, debemos bajar a Caracas, señala el abuelo. Y caminan muy rápido hacia
la estación. No logran verla. El lugar se llena de neblina. Una nube espesa no
permite ver nada. ¡Abuelo!¡Abuelo! ¡Tengo
miedo!, dice Ciprianita. No hay que
temer hija. Tu abuelo está contigo, responde. Se vuelve a escuchar el
rugido de un animal. El frío es penetrante y ellos parados allí sin saber
adónde ir. ¡Hola!, oyen una voz. ¡Hola! La escuchan más cerca. Y de
pronto aparece de la nada un señor alto,
de cabello y ojos negros con una sonrisa en los labios y unas flores amarillas
en sus manos. Parecen que se perdieron,
acota el aparecido. ¡Si señor! ¡Así es!,
aclara el abuelo. ¡Síganme! Yo los
guiaré hasta Caracas. Ellos lo
siguen por un camino de tierra. El rugido del puma queda en el aire.
Cipriana
y su abuelo están atónitos. No creen lo que les sucede, pero aún así confían en
que todo saldrá bien. Caminan y caminan hasta que, por fin, llegan a un jardín
cundido de claveles de todos tamaños y colores. Hay amarillos como el Sol. Rojos
como tomates. Azules como el mar de la Guaira. Sin embargo, hay una flor que sobresale. Es muy bella y lo más extraño es que sus pétalos
son de siete colores. Parece un arcoíris.
Esa flor es única en el mundo. Ellos están tan maravillados que ni se
percatan de que el señor avanza con una carreta llena de claveles y
girasoles. ¡Vengan!, No se queden allí,
grita eufórico el desconocido, todavía queda camino por andar y pronto será diciembre.
Emprenden de nuevo la caminata. El
paisaje del cerro empieza a variar. Hay más sol. Y ya se ven los edificios de
la ciudad. Ciprianita contenta grita duro,
¡Llegamos, abuelo! ¡Llegamos! ¡Llegamos!
Ya se pueden oír las cornetas de los carros. Ellos llegan a la ciudad
gracias al hombre viejo aparecido de la
nada. Falta un poco nada más, indica
con una sonrisa el señor, ahí mismo está
la Puerta de Caracas y un poco más allá la plaza de la Pastora. El abuelo
reacciona y le viene a la cabeza el cuento que le echó a su nieta la noche
anterior. Comienza a pensar: si este
señor vive arriba en el cerro, cultiva claveles y conoce tan bien los caminos
del Waraira, entonces este señor es… Mira a
Ciprianita. Ella le dice emocionada: Abuelo,
yo creo que este señor es…Y como una
explosión de alegría se oyen voces que corean: ¡Ahí viene Pacheco! La gente arremolinada espera la entrada del bondadoso
jardinero del Waraira Repano.
Sacven No. 9.070
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