lunes, 27 de octubre de 2008

Reseña de Latidos de Caracas

EN CARACAS AÚN SE PUEDE LATIR
por Bruno Mateo


La novela Latidos de Caracas escrita por Gisela Kozak Rovero que resultó finalista en el Premio de Novela “Miguel Otero Silva” (1999) bajo el título Rapsodia como bien dice la edición de Alfaguara es una historia de amor que se desarrolla en la ciudad de Caracas en donde sus protagonistas Andrés un joven de diecinueve años estudiante de Artes de la Universidad Central de Venezuela cinéfilo y Sarracena arquitecta diez años mayor que él se conocen en un charla acerca de la ciudad que hace Enrique, profesor gay de Artes amigo de Sarracena. A partir de ese momento los dos empiezan una relación sexual entre ambos. Todo comienza así, sin embargo a medida que el devenir narrativo se da; los amantes se inmiscuyen en otro derrotero: el amor -que aunque universal- para el momento cronológico de la historia años 1990 es considerado cursi. La narración de Kozak se hace bastante ligera, se describen con acuciosidad los lugares típicos de las zonas más conocidas por todas y todos los caraqueños de a pie: Sabana Grande y sus alrededores llegando incluso hasta los límites de la Iglesia Santa Teresa ubicada en el centro, pero lo interesante es que esta descripción se mezcla con la anunciación de la relación amatoria de Andrés y Sarracena en cuanto a la parte emocional y a la aparte física sexual en sí. Hay una escena descriptiva sexual que ocurre en las cercanías de Caracas: el junquito. Aquí la autora juega con un intercambio de papeles (roles) en cuanto a la actividad sexual, es decir, la mujer logra penetrar al hombre sin que por ello implique ningún rasgo de homosexualidad en el varón. Se trata sólo de sensorialidad.

La pareja se debate entre su realidad y su amor – se puede hablar de amor-. Ella tiene una edad más avanzada que él. La familia del chico la desprecia. La considera una “asalta cunas” y “depravada”. Tal vez ella por la misma coacción que hace la construcción socio cultural de las imágenes identitarias sobre las personas cae, en la misma etiquetación cultural. Ella tiene miedo de amar a ese “chamo” y por el otro lado Andrés (el chamo) no logra totalmente encender sus motores y terminar de afianzar la relación. La novela va sucediéndose en escenas rápidas hilvanadas con delicada pericia, con un lenguaje mordaz e inteligente. Frases muy urbanas con referentes culturales contemporáneos como la alusión a películas hollywoodenses a sitios conocidos por los que vivimos y padecemos a Caracas. Una narración totalmente urbana con signos lingüísticos endémicos de la Capital de Venezuela. El humor mordaz que raya casi en la violencia determinado por el lenguaje es llevado con suave tino por Kozak Rovero en la novela hasta hacer de las y los lectores unos cómplices, alcahuetes de la relación de Andrés y Sarracena. Quizás por un deseo implícito de querer humanizar a la ciudad.

La última parte de la novela se narra casi en forma telegráfica, estrategia de estilo que se puede percibir también en los cuentos Pecados de la Capital y otras historias (2005) de la autora. Lo que produce el efecto de rapidez en el discurso hasta la culminación de la historia con un final bastante visual con la imagen del mendigo con la botella en la mano que pareciera que golpeará a Sarracena sentada en el café pensando en su amor imposible y que es salvada por Andrés en una especie de escena del teatro romántico de fines del siglo XIX dando la posibilidad de creer que en Caracas aún se puede latir de amor.

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