lunes, 20 de agosto de 2007

De Capitolio a Los Cortijos de Lourdes

La mañana en mi ciudad está extraña. No hay nadie. No hay ese "bululú" al que nos tiene acostumbrados. Muy pocos caminantes nos dirigimos a las 7 am hacia la estación del metro, en mi caso, camino hacia la estación de Capitolio, la fragua de Vulcano, la estación caliente del sistema. No obstante, me quedé alelado por la disminución de personas en la estación. Reafirmo que en Caracas abundan las personas de Provincia. Cuando hay vacaciones escolares o de verano (para los lectores más snobs) la capital se vacía como cuando se exprime un limón que queda sólo los gajos- los gajos somos los caraqueños-. Yo me monté tranquilamente, sí así fue, tranquilamente en el tren. Mi destino era la estación de Los Cortijos de Lourdes para luego tomar el metro bus y subir a los altos de Santa Paula, al este de la ciudad, políticamente algunos llaman a estas zonas el adecal, ello por la cantidad de personas adeptas al extinto partido político Acción Democrática AD que se mudaron al lugar cuando hicieron sus pequeñas fortunas gracias a la corruptela de sus gobiernos. No sé si esta afirmación es exagerada, lo que sí aseguro es que cuando la época de oro del bipartidismo AD-COPEI, las zonas del Cafetal y sus adyacencias se llenaron con la población política del momento. Al llegar a mi estación de destino me deje llevar por las escaleras mecánicas. Subí hacia el cenit de la urbanidad la avenida Francisco de Miranda, a medida que subía me percataba de las caras de las gentes que bajaban y subían. ¿Cómo se puede tener el rostro a las 7 am un lunes por la mañana cuando se va a trabajar? Después de que el metro me expulsó hacia la calle, apareciendo justo en frente del edificio INCE con la enorme valla con la cara del Ché Guevara me dispuse a hacer mi cola para subirme al metro bus dirección Santa Paula. Otra vez, el agrado de que me monté rápido. Sólo esperé unos 15 minutos. Una sorpresa. Era como si el tiempo regido según los griegos antiguos por Cronos, padre de Zeus, jugaba con la mortalidad de los seres humanos. Mi realidad se trastocó. Salí un lunes por la mañana, me monté en la estación Capitolio, llegué a los Cortijos de Lourdes y me subí al metro bus sin siquiera sufrir un ataque verbal de la violencia urbana a la que estamos sometidos a diario en Caracas. Fue una poesía viva. Una imagen sacada de la imaginación de los niños y niñas y de los mejores cuentos de hadas. Hoy no hubo brujas ni hechiceras sólo una posibilidad de vida. Una realidad que los caraqueños nos hemos negado por mucho tiempo, la tranquilidad dentro del maremagnum de angustias que es nuestra extraña ciudad.

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